viernes, 13 de diciembre de 2013

Cómo es posible el movimiento y el cambio, según Aristóteles.



La realidad cambia, se mueve. Esto es innegable para Aristóteles: el mundo es suceso, la substancia es esencialmente dinámica. Hay cambios substanciales, en los que una cosa para a ser otra distinta (de una semilla brota un árbol, de un huevo un pollo, un ser vivo, al morir, se convierte en un ser inerte, etc.). Y también cambios accidentales, en los que solo cambian, por así decir, las circunstancias de una cosa: el cambio cuantitativo (como cuando alguien engorda o crece), el cambio cualitativo (como cuando alguien pasa de estar triste a estar alegre), y el cambio local (el movimiento en el espacio).


Pero a Aristóteles no solo le interesa describir el cambio (el cómo ocurre), tal como haría un simple científico, sino más aún: explicarlo, como hacen los filósofos. ¿Qué es el cambio, cómo es posible, por qué y para qué ocurre?

Aquí Aristóteles se topa con los típicos problemas filosóficos.
(1)   Las cosas tienen que cambiar y no cambiar a la vez, pues si cambiaran del todo no serían la misma antes y después del cambio (Si todo yo cambiara no podría decir “yo he cambiado”, pues yo ya no sería yo).
(2)   Todo cambio supone pasar del no-ser al ser y viceversa. (Si yo aprendo algo, por ejemplo, a domar caballos, paso del no-ser experto en doma a serlo, o del ser ignorante en doma a no serlo). Esto es especialmente duro de concebir en el caso de los cambios más substanciales (por ejemplo, nacer y morir).

La solución que ofrece Aristóteles a estos problemas pasa por asumir su concepción dualista de la realidad.
(1)   Las cosas cambian en un sentido (cambian de forma, o de propiedades accidentales), pero en otro sentido permanecen siendo la misma (si el cambio es accidental, permanece la forma o propiedades substanciales, y si el cambio es substancial, permanece la materia). Así, si el huevo cambia para ser pollo, por muy diferente que sean la forma “huevo” de la forma “pollo”, existe un substrato material que es el mismo en una y otra substancia.
(2)   Las cosas son, en un sentido, lo que ahora mismo son (la forma que tienen ahora), pero, en otro sentido, son lo que podrían llegar a ser (las formas que les es posible adoptar). A lo primero le llama Aristóteles “ser en acto” y, a lo segundo, “ser en potencia”. Así, el cambio no es pasar del no-ser al ser (esto es ciertamente imposible), sino del poder-ser (el ser en potencia de un cosa) al ser (su ser en acto). Así, el cambio del huevo al pollo, no es pasar de no-ser pollo a serlo, sino del “ser en potencia pollo” (potencialidad que está en el huevo) al “ser en acto pollo".

Así pues, el cambio se explica porque las cosas están compuestas de dos aspectos o elementos: la materia (que permanece la misma) y la forma, que cambia en cuanto pasa de estar en potencia en una cosa a estar en acto. Ahora bien, en los cambios hay dos elementos más. Para que la forma pase de estar en potencia a estar en acto, hace falta una causa que efectúe o provoque el cambio (en el caso del huevo que cambia a pollo, esta causa sería la gallina que incuba el huevo). A esta causa le llama Aristóteles causa eficiente. Y también hace falta una finalidad del cambio, una causa final la llama Aristóteles. Según él, todo en el cosmos obedece un orden "teleológico" por el que toda cosa persigue un fin: lograr su máxima perfección, que consiste en “ser en acto” (actualizar) todo lo que puede ser y perfecciona su naturaleza. Dicho de otro modo: toda cosa cambia y se mueve con el fin de desarrollar sus mejores potencialidades (por ejemplo, la mejor y más propia potencialidad de un huevo es llegar a ser pollo, y la de una gallina, reproducirse a través de sus crías, y la de las crías crecer y llegar a ser gallinas, etc.).

En conclusión: en todo cambio intervienen cuatro causas. La causa material (la materia, que es lo más pasivo del cambio, se limita a recibir una forma u otra), la causa formal (la forma en potencia que pasa a ser en acto), la causa eficiente (el agente que efectúa el cambio) y la causa final (la finalidad del cambio).


Todo cambio tiene, así, sus causas. Pero como no podemos llevar la cadena causal al infinito, ha de existir una causa última de todo cambio (sin que ella misma sea causada). Esta causa es Dios. Dios es causa incausada, pues no puede haber una causa mayor que Dios. Dado que ninguna causa le afecta, Dios no cambia ni se mueve (es como un “motor inmóvil”, dice Aristóteles). Como no cambia, carece de potencialidad, es puro acto, es decir: está totalmente desarrollado, es perfecto. Y, como perfecto, representa el fin de todos los fines (pues todos los seres tienden a la perfección). Como ser perfecto, el Dios aristotélico mueve a las cosas (estando él inmóvil, pues lo perfecto no necesita moverse) por pura atracción, como lo “amado” mueve al amante, dice Aristóteles.

¿Qué os parece esta teoría sobre el movimiento y el cambio? ¿Le encontráis algún problema? En general, podemos decir que:

A diferencia de Parménides, o incluso Platón, que niegan el cambio (lo reducen a algo "aparente"), Aristóteles explica cómo es posible el movimiento y el cambio. Aunque lo hace a costa de admitir un dualismo que, si lo pensamos a fondo, acarrea numerosos problemas. Por ejemplo:
(a) ¿Cómo es posible la relación entre materia y forma?
(b) ¿Qué tipo de realidad es “lo posible” o “ser en potencia”? ¿Cómo, dónde existen las cosas posibles? De otro lado, algo “en potencia” es y no es. ¿Cómo explicar eso?
(c) ¿Cómo explicar el paso de la potencia al acto? Podría parecer que Aristóteles se limita a cambiar el problema (pasar del no-ser al ser) de nivel (ahora sería pasar del no-ser-en-acto al ser-en-acto).
(d) ¿Cómo puede la materia permanecer siendo la misma durante el cambio si en sí misma (sin forma) no es nada? O, siendo tan sujeta al tiempo, ¿cómo podría “permanecer” en ningún sentido?

¿Se te ocurre alguna solución a estos problemas? ¿O algún otro problema que no hayamos dicho?


jueves, 5 de diciembre de 2013

Qué son las cosas, según Aristóteles.



  Aristóteles fue un buen alumno de Platón pero, como todo buen alumno filósofo, no estuvo del todo de acuerdo con las teorías de su maestro y se empeño en elaborar sus propias explicaciones. Platón es amigo mío, decía, pero más amiga mía es la verdad

Aristóteles no aceptaba la teoría platónica de las Ideas porque ésta (amén de algunos problemas lógicos) suponía negar la existencia plena del mundo sensible. Esto resultaba demasiado chocante para ese apasionado científico de la naturaleza que fue Aristóteles. ¿Cómo negar que este mundo visible y cambiante sea verdadero? Aristóteles era un hombre con sentido común. El problema es que, además, era…filósofo.

Si como científico Aristóteles observaba y describía la naturaleza, como filósofo quería descubrir los elementos últimos o fundamentales (la “arkhé”) de la realidad. Y como suelen hacer los filósofos, antes de construir su teoría, le dio un “repaso” a las teorías anteriores.

Según algunos filósofos, como los milesios, la realidad es una única materia originaria (el agua de Tales, el aire según Anaxímenes, etc.) que va adoptando distintas formas o configuraciones. Curiosamente, esta teoría –que podemos llamar “materialismo”— se parece mucho a la de los científicos actuales (para los que todas las cosas son una transformación de la energía primordial). Ahora bien. Si las cosas son algo así como distintas configuraciones formales a partir de una única materia común, dicha materia ha de ser originariamente informe. Ahora bien, si esto es así, la pregunta es: ¿cómo surge la forma a partir de lo completamente informe? Otra pregunta posible es esta: ¿cómo, a partir de algo que es único (una única materia común) surge lo múltiple?.. Todo esto parece lógicamente imposible. Además (otro problema), si la materia está continuamente cambiando, como parece que está, resulta difícil pensar que exista nada estable (como son los objetos). Así pues, y según Aristóteles, el materialismo de los milesios no explica adecuadamente el mundo...

En el otro extremo (sigue razonando Aristóteles) están los filósofos que, como Platón y otros (Parménides, los pitagóricos), afirman que la realidad consiste en formas (ideas) estáticas e incorpóreas, sin espacio ni tiempo. Esto, piensa Aristóteles, tampoco es válido, pues, como dijimos, en lugar de explicar el mundo que vemos, lo niega como una ilusión (y afirma que la realidad es un extraño mundo ideal que no vemos --solo podemos pensarlo--)... 

Pero si ni unos (los "materialistas" milesios), ni otros (los "amigos de las formas") tienen razón --piensa Aristóteles-- ¿Cómo hemos de explicar el mundo y sus cosas? 
En esto, como en otros asuntos, Aristóteles afirma que la verdad está en el término medio. El mundo no es ni pura materia (pues entonces carecería de forma, sería un caos informe), ni pura forma (pues entonces carecería de corporalidad y movimiento, lo cual no concuerda con nuestra experiencia), sino una mezcla o unión de materia y de forma. Aristóteles es, por tanto, un filósofo dualista. Piensa que la realidad solo puede explicarse suponiendo que hay dos “elementos” fundamentales, y relativamente (teóricamente) independientes, interactuando entre sí.

Más concretamente, la realidad consta, según Aristóteles, de substancias. Cada substancia es una unión inseparable de dos elementos o aspectos: la materia y la forma (a esta teoría se le llama “hilemorfismo”, de “hyle”, en griego “materia”, y “morphe”, que significa “forma”). Según Aristóteles, la forma es el aspecto estructural de cada cosa, lo que permite definirla como tal o cual cosa. Es, por así decir, el conjunto de propiedades que definen a una cosa. Por ejemplo, un caballo es aquello que posee la estructura orgánica que corresponde a los mamíferos, cuadrúpedos, herbívoros, etc. La materia, en cambio, es como el substrato o “relleno” en que se implementa la forma. En el caballo sería la materia orgánica en general (los tejidos, la “carne” del caballo). En términos gramaticales, la forma son los predicados que atribuimos al sujeto (en este caso, al sujeto que es tal o cual caballo), y la materia corresponde al sujeto de tales predicados (aquello de lo que decimos que es mamífero, cuadrúpedo, etc.). 

En rigor, materia y forma son inseparables. Solo podemos separarlas artificialmente, mediante el pensamiento. Cuando pensamos por separado la forma (las propiedades) obtenemos los conceptos, que son realidades abstractas construidas por la mente (¡Y no cosas reales e independientes de las cosas, como creía Platón que eran sus Ideas!). A los conceptos los llama a veces Aristóteles “substancias segundas” (son reales, pero de una realidad de segundo orden, y dependientes de la mente). 


Cuando pensamos por separado la materia llegamos al concepto de “materia prima” (una supuesta materia sin forma alguna), pero esto no es ninguna cosa real, pues nada puede ser nada sin forma (es solo un “concepto límite”, sin significado real).


En las substancias, el aspecto material es el más visible (aunque nunca sin forma), y el aspecto formal el más pensable o definible (aunque cuando lo separamos de la materia nos recluimos en un mundo abstracto y dejamos de pensar en las cosas verdaderamente reales). Así pues, igual que las cosas o substancias son una unión inseparable de materia y forma, el conocimiento más verdadero es una síntesis entre la experiencia sensible y el pensamiento racional. Como veis, casi ningún científico actual podría estar en desacuerdo con Aristóteles.

Ahora bien. Aunque todo (o casi) está hecho de materia y forma, la forma es siempre más fundamental que la materia. La forma es la causa de que las cosas sean lo que son (la materia, en último término, es lo mismo siempre), y lo que permite conocerlas y definirlas como tales (definir algo es decir sus propiedades, describir su estructura). Además, como veremos, es la parte más “activa” de las cosas (la materia es lo más pasivo, se limita a “recibir” la forma). 

En función de esta mayor importancia de la forma, Aristóteles clasifica las substancias (de menor a mayor grado de “ser”) en su cosmología. Las substancias “sublunares” (las que forman la Tierra y su atmósfera) son las más “cargadas” de materia y, por tanto, las más indeterminadas y pasivas, las más irracionales. Se dividen a su vez en substancias debidas al azar (sin causa conocida), artificiales (tienen la causa de su actividad o movimiento fuera de sí mismas) y naturales (tienen la causa de su movimiento en sí mismas). Entre estas últimas están las substancias inertes, las plantas, los animales y los seres humanos, cuya forma (el alma inteligible) es la más activa de todas las del mundo sublunar. Por encima del mundo sublunar (en el resto del “espacio”) están las substancias celestes, que son los astros (estrellas, planetas), que son casi pura forma (con una materia muy sutil, a la que se llamó “éter” o “quinto elemento”). Y por encima de todo (fuera del cosmos) está la substancia divina, que es pura forma (sin materia) y pura actividad.


Podéis ver también esta entrada sobre Aristóteles, o profundizar en el tema de la materia y la forma, o en el del dualismo filosófico en general.

jueves, 28 de noviembre de 2013

La Constitución de Platón.


Platón no redactó ninguna Constitución, ¡ojo! Pero caso de haberle hecho caso algún redactor de constituciones la cosa hubiera sido, quizá, de este estilo:

CONSTITUCIÓN DE LA NUEVA CIUDAD DE PLATONEA.
Año 1 de la Era de la Justicia y la Sabiduría.
Comité de Filósofos Fundadores presidido por Platón.
Secretario: Dión de Siracusa.  



I. DE LOS FINES Y LA ESTRUCTURA DEL ESTADO JUSTO.
  
  1. El fin de la política es el bien y la felicidad de todos los ciudadanos. El Estado justo es aquel que hace posible este objetivo.  
  1. El Estado es un reflejo del estado del alma de los ciudadanos, y a viceversa, el alma de los ciudadanos es un reflejo del Estado en el que viven. Un Estado justo es a la vez hijo y padre de ciudadanos justos. 
  1. Al igual que en el alma hay tres partes: la razón, la voluntad y las pasiones, en todo Estado hay tres partes o grupos principales: los gobernantes, los guardianes o guerreros, y los productores (agricultores, artesanos…).

II. DE LA JUSTICIA EN EL ESTADO Y LA FUNCIÓN DE CADA UNA DE SUS PARTES.

  1. La justicia o armonía del Estado es análoga a la justicia o armonía en el alma. Consiste en que cada parte de ese Estado se entregue virtuosamente a su función más propia. Los gobernantes a legislar y gobernar, los guardianes a defender al Estado de las agresiones externas o internas, y los productores a producir los bienes materiales necesarios para todos.

  1. Los gobernantes han de ser respecto a la sociedad como la razón es respecto al alma: su parte racional. Su virtud es la sabiduría. Un Estado Justo es aquel en el que gobiernan los más sabios o filósofos. Solo los que conocen lo que es el Bien y la Justicia en sí mismos (la Idea de Bien) pueden legislar, gobernar y juzgar justamente.

  1. Los guardianes han de ser respecto a la sociedad como la voluntad es respecto al alma: su parte irascible. Su virtud es el valor y la obediencia a los gobernantes. Un Estado Justo es aquel cuyos guerreros son los más valientes y disciplinados, valor y disciplina que nacen de su educación y de la convicción de que las leyes que defienden son las más justas y sabias.


  1. Los productores han de ser respecto a la sociedad como la pasión es respecto al alma: su parte concupiscible. Su virtud es la moderación. Un Estado Justo es aquel cuyos productores moderan su afán por el lucro y el disfrute de los bienes materiales (que producen y con los que comercian). Su moderación es fruto de la educación recibida y, por ello, aunque viven para los placeres, evitan los excesos y los goces más perjudiciales.




III.  SOBRE LA EDUCACIÓN Y LA PERTENENCIA DE LOS CIUDADANOS A UNA U OTRA CLASE.


  1. Los ciudadanos serán adscritos a una parte u otra del Estado (productores, guardianes o gobernantes) en función de sus méritos, y no de su nacimiento o condición social. Esto es: según sus cualidades naturales y su aptitud para el aprendizaje.

  1. Todos los ciudadanos (varones o hembras) serán igualmente educados, hasta la edad de 20 años, en la gimnasia, la música (solo aquella que fortalezca la moderación y el valor), la poesía y los mitos (solo aquellos que sean más verdaderos), y algunos otros saberes prácticos. Esta educación se hará sin forzarlos, a través del juego y el diálogo. Los que tengan menos capacidad y afán por el conocimiento serán integrados en el grupo de los productores.

  1. Los ciudadanos con más competencia intelectual iniciarán un segundo ciclo de estudios en el que, durante 10 años, aprenderán matemáticas y otras ciencias. Estos serán los futuros guardianes o auxiliares (los guerreros). Entre estos se seleccionará a los mejores para que prosigan sus estudios en un nuevo ciclo.

  1. Los ciudadanos con mayor capacidad y vocación por el estudio emprenderán, durante 5 años más, la formación dialéctica o filosófica, investigando las ideas en sí mismas, especialmente la Idea de Bien.  A estos estudios (que ya no abandonarán en toda la vida) seguirán 15 años de prácticas en distintos cargos de la administración del Estado. Estos ciudadanos, una vez completamente educados, serán obligados a gobernar, por turnos, el Estado.


IV.   SOBRE LA FORMA DE VIDA DE LOS PRODUCTORES, GUARDIANES Y GOBERNANTES.

  1. Solo los productores tendrán derecho a la propiedad de sus bienes y a tener familia. Los guardianes y gobernantes no poseerán nada propio ni vivirán en familia, sino todos juntos, compartiendo bienes, mujeres e hijos. Vivirán de forma austera, con lo necesario. Dado que, por su naturaleza y educación darán más valor al honor y al conocimiento que a los bienes y placeres materiales, tal género de vida no supondrá un perjuicio para ellos, sino un privilegio.

  1. Los más sabios (los que culminan el proceso educativo) serán obligados a gobernar por riguroso turno, aunque se resistan a abandonar sus estudios. Deberán pagar así la deuda contraída con la sociedad que hizo posible su educación.


V. SOBRE CÓMO EVITAR LA DEGENERACIÓN DEL ESTADO.


  1. Un Estado degenera cuando sus partes no ejercen virtuosamente la función que les corresponde, especialmente cuando gobierna quienes no son competentes para ello. Los Estados degenerados son, por orden de menos a más (degenerado), los siguientes:

(a) Timocracia. Gobiernan los guardianes o guerreros, cuya virtud es el valor, la disciplina y el honor (como en Esparta, la potencia rival de Atenas). Pero el valor sin sabiduría es ciego, no sabe a qué hay que aplicarse, y acaba aplicándose a sí mismo (el valor por el valor, el poder por el poder), o a fines innobles (la fama que da la victoria, la riqueza arrebatada a los enemigos…). Así, los gobernantes-guardianes acaban volviéndose codiciosos y amantes del lujo y la riqueza. Esto conduce a la oligarquía.


(b) Oligarquía. Gobiernan los ricos, cuyo principal objetivo es mantener o aumentar su patrimonio. Nace de la degeneración de la timocracia. Este Estado tiene dos grandes defectos: la desunión entre ricos y pobres, y la falta de moderación en el afán por la riqueza y los placeres que esta riqueza procura. En el Estado oligárquico todos acaban queriendo ser ricos, y vivir con el mismo lujo y libertinaje con que viven los gobernantes. Esto conduce a la democracia.


(c) Democracia. Gobierna la mayoría (es decir, los productores, el pueblo). Nace de la degeneración de la oligarquía. La virtud de los productores debería ser la moderación, pero el pueblo no es sabio y no puede moderarse a sí mismo. Así que funda su propio Estado en el exceso de libertad y de igualdad. Por la creencia en una igualdad excesiva nadie aprende nada (se cree que nadie es mejor que nadie) y se cae en el relativismo (cada uno cree tener ideas igualmente válidas sobre lo bueno y cualquier otra cosa). La libertad para el ignorante es (como para los niños) hacer lo que se le antoje. Relativismo y libertinaje conducen a una lucha desenfrenada por los placeres y la riqueza (Es obvio que Platón se refiere aquí a la Atenas de su tiempo). Cuando el desorden se vuelve imposible de soportar se recurre a la tiranía.

(d) Tiranía. Gobierna un solo hombre ignorante y violento. Nace de la degeneración de la democracia y es el peor de los Estados. No hay ninguna virtud. El tirano llega al gobierno, y se mantiene en él mediante la violencia y el engaño (haciendo creer que va a beneficiar a todos, cuando solo busca su propio beneficio).




miércoles, 27 de noviembre de 2013

Instrucciones (platónicas) para ser bueno y feliz.

1. Conócete y sé tú mismo. Nadie puede ser bueno ni feliz intentando ser lo que no es. Busca y cultiva tu propia identidad. Vive de acuerdo con lo que eres.

2. Sé tú mismo lo mejor o más virtuosamente posible. Nadie puede ser bueno ni feliz siendo menos de lo que puede ser. Busca ser un ser humano virtuoso del mismo modo que un músico busca ser un músico virtuoso, o un zapatero busca ser un zapatero virtuoso: haciendo lo que eres y te define (como ser humano) con la mayor competencia con la que seas capaz.


3. Vive de acuerdo a la razón. Piensa en lo que eres y te darás cuenta que “estás” en el alma, no en el cuerpo. Y que, en el alma, estás en ese “tú” que piensa y razona. Eres un ser racional, así que compórtate como tal.

4. Ama la sabiduría sobre todas las cosas. El amor te hace uno con lo que amas. El que ama la sabiduría y descubre la Unidad y Perfección de todas las cosas, se hace Uno con la Realidad, y también uno y bueno consigo mismo y con todos los demás.


La virtud o excelencia del alma racional es la sabiduría. Solo el que sabe qué es bueno, puede ser bueno. No hagas caso de los sofistas que dicen que es imposible saberlo (acuérdate de cómo se engañan y contradicen…). La ética es una ciencia.

5. Convierte tu sabiduría en valor. Que la fuerza y el valor de tu voluntad no radique en el deseo de reconocimiento o riqueza, ni en el miedo al castigo, sino en la razón de lo que has de realizar. Comprender es querer.

La virtud o excelencia del alma irascible (la voluntad) es el valor que nace de comprender racionalmente lo necesario que es afrontar o hacer lo que has de hacer.


6. Modera tus pasiones. Reduce tus necesidades y prefiere aquellas pasiones y placeres cuya ausencia o exceso no suponga dolor. Serás más feliz si tus placeres son la música o la amistad, en lugar de la embriaguez de alguna droga o la pasión por algún cuerpo.


La virtud o excelencia del alma concupiscible (la pasión) es la moderación o templanza, que provienen de la comprensión del dolor que va asociado a todo placer o pasión inmoderada, y del valor de la voluntad (movida por la razón) para rechazarlos.

7. Cultiva la armonía en el alma. Como si tu alma fuera un maravilloso instrumento musical en el que la razón fuera la nota dominante y el resto de las cuerdas (la voluntad, la pasión...) se armonizaran con ella formando un sublime acorde.

O como si tu alma fuera un carro conducido por caballos distintos (la voluntad, la pasión...), pero con un auriga experto que supiera mantenerlo equilibrado y bello en su carrera al cielo. La armonía o justicia en el alma es la mayor virtud y felicidad a la que podemos aspirar los seres humanos.

8. No juzgues con severidad a los cobardes o inmoderados, ni en general a los “malos” o “injustos”. Recuerda que su injusticia es fruto de ignorancia, y que ninguno de ellos actúa con maldad, sino con una bondad mal concebida. En lugar de castigarles, enséñales.

En aquellos en que predomina el alma irascible, la voluntad se entrega, por falta de entendimiento, a la fuerza sin motivo, la conquista y la ambición de honores y riquezas. Todavía es peor el caso de aquellos, aún más ignorantes, en que predomina el alma concupiscible: el vida de estos desdichados es arrastrada por la pasión hacia el consumo constante de placeres cada vez más costosos y alienantes...



lunes, 25 de noviembre de 2013

Test sobre ética platónica.


Poned a prueba vuestra sabiduría y conocimientos de Platón. Elige primero, de cada cuestión, la opción que te parece a ti más verdadera. Y luego, por lo que conoces, imaginas o intuyes del pensamiento ético de Platón, ponte sus barbas e intenta adivinar las opciones que escogería él. (Las soluciones al final).


  1. ¿SE PUEDE SER BUENO SIN SABER LO QUE ES BUENO?
  1. Imposible. Igual que nadie puede ser zapatero sin saber qué es un zapato. Solo se puede ser bueno en la medida en que se conoce la Idea de Bien (el ideal de perfección).
  2. Hay que conocer ciertas normas, pero ser bueno no consiste solo en conocer esas normas, sino en cumplirlas, y para eso lo que hace falta es fuerza de voluntad. Ser bueno es esforzarse por hacer lo que se debe.
  3. Pues sí. Se puede ser bueno por instinto, o por tener buen corazón, como los niños o los inocentes. O simplemente haciendo, cada uno, lo que le gusta o le hace feliz, y esto no tiene que ver con saber mucho, sino con sentir (placer, felicidad…). De hecho muchos intelectuales parecen unos amargados, eso no puede ser bueno.

  1. ¿SE PUEDE ENSEÑAR A SER BUENO? (¿ES LA ÉTICA UNA CIENCIA?).
  1. Claro que sí. Lo bueno ha de poder conocerse y explicarse. Es decir, lo bueno tiene que ser algo “lógico”, objetivo. Si lo bueno fuera subjetivo, según cada uno, la misma cosa sería igualmente buena (para unos) y mala (para otros), y esto no es lógico, y lo ilógico no se puede comprender o saber. Y si no puedes saber qué es bueno, no puedes ser bueno…
  2. Se puede enseñar qué es bueno (las normas morales), pero enseñar a ser bueno no es tan fácil, pues eso depende del carácter, de la fuerza de voluntad. Y todo esto no hay ciencia que lo enseñe, tiene que salir de uno mismo, como una fuerza o sentimiento del deber.
  3. No se puede enseñar lo que es subjetivo. Se puede enseñar matemáticas, lengua, etc. Pero no a ser buenos, pues lo bueno y lo malo es lo que a cada uno le gusta o le conviene, y sobre eso cada uno es su propio maestro y legislador.

  1. Y BUENO, ¿QUÉ ES LO BUENO O VIRTUOSO (EN GENERAL)?
  1. Lo bueno para una cosa es ser ella misma lo mejor posible, ser o vivir de acuerdo con su verdadera naturaleza, haciendo lo que le es propio lo mejor posible. Cuando esto ocurre decimos (los griegos decían) que esa cosa ha logrado su virtud o excelencia (areté, en griego). Un animal excelente es aquel que crece y se reproduce todo lo posible. Un violinista virtuoso es aquél que ha logrado cierta perfección como violinista. Etc.
  2. Lo bueno es una virtud solo accesible a los seres humanos, y consiste en poder actuar libremente, por principios morales estipulados por uno mismo, aunque sean opuestos a las inclinaciones naturales.
  3. Lo bueno es, en efecto, vivir de acuerdo con lo que uno es. Aunque esto, más que “bueno” es, simplemente lo “natural”. La “virtud” es satisfacer tus necesidades e inclinaciones naturales. Esto no es desarrollar ninguna excelencia, es simplemente vivir buscando lo que necesitas y te satisface.

  1. ¿QUÉ ES UNO MISMO? (Y, POR TANTO, EN QUÉ CONSISTE SER UNO MISMO LO MEJOR O MÁS VIRTUOSAMENTE POSIBLE)
  1. Uno mismo es una persona, y es su alma o mente (no su cuerpo). Y en cuanto al alma, uno mismo es su conciencia y su razón (el alma racional). Somos seres racionales, así que, ser uno mismo (realizarse como persona) consiste en desarrollar nuestra naturaleza racional, vivir de acuerdo a la razón.
  2. Uno mismo es una persona, un compuesto de alma (ideales) y cuerpo (naturaleza). Lo más importante es el alma y, en ella, la razón y la voluntad. Ser uno mismo consiste en imponer voluntaria y libremente la razón (los ideales o normas universales) sobre la pasión (las tendencias naturales y particulares del cuerpo); el deber sobre el placer.
  3. Uno mismo es un animal (complejo, pero animal), con cuerpo y mente (o cerebro). Y en cuanto a la mente, somos seres emotivos, pasionales. Ser uno mismo es buscar la satisfacción placentera de nuestras necesidades y deseos naturales y particulares, es decir, sentirnos bien. Dado que somos animales complejos y diferentes culturalmente unos de otros, esas necesidades y deseos son muy variables (ser uno mismo puede ser relativamente diferente en cada cultura y época, o incluso para cada etapa de nuestra vida). 

  1. ¿EN QUÉ CONSISTE “VIVIR DE ACUERDO A LA RAZÓN”?
  1. Unificar o armonizar todo lo que somos (pasión, voluntad…) bajo la guía de la razón. Esta armonía racional (o “justicia en el alma”, dikaosyne, en griego) es la mayor virtud o bondad a la que podemos aspirar los seres humanos, y depende de que el alma racional conozca lo que es el Bien (la idea de Bien) y se haga sabia. La virtud o excelencia de la parte racional del alma es la sabiduría (phronesis, en griego).
  2. Querer vivir según la razón, aunque esto nunca sea posible (al menos en este mundo, en el que los ideales se contraponen a la naturaleza). Tener siempre la voluntad de ser racionales.
  3. Utilizar la razón como un instrumento para lograr satisfacer, con el mínimo coste, nuestros deseos.   
    
  1. ¿QUÉ RELACIÓN DEBE HABER ENTRE LA RAZÓN Y LA PASIÓN?
  1. Las pasiones son buenas (se desarrollan virtuosamente) si son moderadas o dominadas por la razón. Es decir, si comprendemos que es más racional preferir ciertos placeres a otros: los placeres no ligados a necesidades (tal como los placeres espirituales: la música, el arte…, cuya ausencia no genera dolor) a los placeres ligados a necesidades o instintos muy fuertes (la pasión sexual, por ejemplo, tan ligada al dolor), que son un “barril con agujeros”, nunca se llena, siempre queremos más y más (como cuando nos rascamos una herida), hasta hacernos daño. La virtud o excelencia del alma pasional (o concupiscible) es, así, la moderación o templanza (sophrosyne, en griego): tener pocas necesidades y preferir placeres sin dolor.
  2. Pasión y razón se oponen sin remedio en nosotros mismos (al menos en este mundo, en el que somos seres con alma y cuerpo). No podemos conciliar cosas tan contrarias. Lo único que cabe es querer, es decir, tener la voluntad, siempre, de vivir de acuerdo a ideales racionales.
  3. La razón tiene valor en cuanto sirve a la pasión. Lo bueno es lo que deseamos (aquello a que nos mueve la pasión). Y la razón participa de esa bondad en cuanto es un instrumento útil para lograr lo que deseamos, justificarlo, etc.

  1. ¿QUÉ RELACIÓN DEBE HABER ENTRE LA RAZÓN Y LA VOLUNTAD?
  1. La voluntad es buena en cuanto quiere, sin titubeos, valerosa y enérgicamente, lo que lo que la razón juzga como bueno y querible, oponiéndose y venciendo, si es necesario, a los deseos pasionales. Una buena voluntad no actúa así de valerosamente por miedo al dolor (castigos, amenazas), esto sería como “ser valiente por cobardía” (y estar dominada, en el fondo, por las pasiones), sino porque comprendemos racionalmente la necesidad de lo que hemos de hacer. La virtud o excelencia del alma volitiva (o irascible) es, así, el valor (andreia, en griego) que nace de comprender racionalmente lo necesario que es afrontar o hacer algo. Comprender es querer.
  2. La voluntad es buena en cuanto quiere lo que la razón juzga como bueno, aunque no pueda imponerse a los deseos pasionales (somos contradicción, lucha constante). Comprender racionalmente que algo es bueno no equivale a quererlo (uno puede querer lo contrario, lo que la pasión desea). Por eso la virtud o valor de la voluntad es lograr querer (quererlo al menos) lo que la razón indica. Comprender no es siempre querer.
  3. La voluntad es buena en cuanto expresión de los deseos y pasiones, es decir, en cuanto quiere lo que nuestro corazón ha decidido querer (lo que nuestras emociones dictaminan como deseable).

  1. ¿CUÁL ES EL MODELO DE HOMBRE BUENO?
  1. El sabio o, mejor, el buscador de la sabiduría (el filósofo). Solo él puede comprender qué es lo bueno y, por tanto, serlo, aplicando la razón a todo lo que hace, desea, quiere…
  2. El hombre voluntarioso y esforzado, que lucha por querer siempre lo que la razón le dicta, en oposición a sus invencibles pasiones.
  3. El hombre pasional e inteligente, que logra satisfacer sus gustos y deseos.



  1. ¿QUÉ HOMBRES SON, EN GENERAL, MALOS?
  1. No hay, estrictamente hablando, hombres “malos” (que quieran ser malos). Sino hombres ignorantes o poco sabios. Como han desarrollado poco su alma racional, se dejan arrastrar por las pasiones, sin prever el dolor que se avecina (son los intemperantes o inmoderados), y son incapaces de imponer la voluntad sobre las pasiones, o utilizan la voluntad para lograr cosas poco valiosas en si mismas, como posesiones materiales, conquistas, prestigio (son los ambiciosos), pues no entienden aún lo que ellos mismos son (ni, por tanto, lo que verdaderamente les conviene ser y hacer).
  2. Malo es el que tiene mala voluntad, es decir, el que comprendiendo que lo racional es hacer X, quiere hacer lo contrario, movido por pasiones e intereses emotivos y pasionales.
  3. Malo es el que contraviene su naturaleza pasional, reprimiendo con la voluntad sus deseos y necesidades naturales, e incluso haciendo caso de creencias falsas acerca de la naturaleza espiritual y puramente racional del hombre.

  1. ¿EN QUÉ CONSISTE SER FELIZ?
  1. Solo el hombre bueno, el que actúa siendo lo que es, realizando y desarrollando su naturaleza, puede ser plenamente feliz (nadie es feliz siendo lo que no es, o siéndolo peor de lo que lo puede ser). Ahora bien, como el ser humano es, ante todo, un ser racional, ser feliz equivale a ser sabio, vivir de acuerdo a la razón. Una prueba es que todo aquel que ha alcanzado una vida de gran actividad intelectual, pasando, primero, por una vida más ignorante (probando los placeres de ambas), no quiere ya volver a ser ignorante (el que ya sabe muchas matemáticas o tocar la batería no querrá volver a vivir en la “felicidad” de aprender a multiplicar o de tocar simplemente un bombo).
  2. El hombre bueno no siempre es feliz. De hecho, a menudo tiene que elegir entre placer y deber, es decir, entre la felicidad que le reportan los placeres pasionales y la dignidad que supone seguir sus principios racionales. La razón no puede proporcionar una felicidad plena, al menos en este mundo, porque no todo en él (ni en nuestra vida) es racional.
  3. El hombre bueno, que es el que satisface lo más plenamente posible sus deseos, ha de ser feliz. Pues la felicidad consiste, no en realizar de forma armónica tu naturaleza o algo así, sino, sencillamente, en disfrutar de emociones placenteras (la felicidad es ese estado de bienestar emotivo en que tales emociones o placeres proliferan).

SOLUCIONES (¿SOLUCIONES?)

Si has escogido todo A, eres un platónico consumado, es decir, un "intelectualista moral".
Si has escogido todo B, eres un "voluntarista moral" (como Kant, y otros filósofos que veremos).
Si has escogido todo C, eres un "emotivista moral" (con un poco de "naturalismo moral", como los empiristas y otros filósofos que veremos). 
Si has escogido una mezcla, eres una mezcla (seguramente explosiva). Mira a ver cuál es el ingrediente principal (A, B, o C).
Si te apetece (o quieres, o te convence) dar otras respuestas, a una o todas las cuestiones, o necesitas alguna aclaración, ahí tienes los botones para comentar...

jueves, 21 de noviembre de 2013

Ver y pensar.


A ver. Ver, por mucho que lo parezca, no es lo mismo que conocer. Conocer es “tomar contacto” con las cosas reales. Pero ver un gato no es conocer o "contactar" con el gato real. ¿Por qué? Porque el gato real es una cosa igual a sí misma, una unidad de partes y momentos gatunos, y eso (la igualdad, la unidad) no está en el mundo que se ve o se imagina: en el mundo visible todo es desigualdad y división. Pero entonces, ¿qué veo cuando veo un gato? No al gato real, sino una imagen suya, fugaz, fragmentaria, diferente de las demás imágenes de ese mismo gato. La imagen no es el gato, sino que solo parece serlo, es… su apariencia. Por eso, el supuesto conocimiento sensible es, en el fondo, un “parece que…”; y también un “me parece a mi que…” (¡La visión o la imaginación son cosas tan subjetivas!). Es decir, es opinión (doxa, en griego), no conocimiento de verdad. Es como un cuento (lleno de imágenes, como los cuentos), y los cuentos no son verdaderos, sino, a lo sumo, verosímiles (similares a lo verdadero), creíbles, pero no demostrables. En suma: el “conocimiento” sensible, cuyo origen es la sensación, solo proporciona apariencia de conocimiento (opiniones), imágenes cambiantes y subjetivas o, menos aún, imágenes de estas imágenes (como cuando me miro en el espejo o como cuando un artista pinta un gato).
A lo primero, a las imágenes que veo y que me parecen objetos o seres físicos les llama Platón creencias (pistis, en griego), a lo segundo, a las imágenes de esas imágenes, le llama imaginaciones, o conjeturas (eikasía, en griego).
Pero esa apariencia de conocimiento que es ver o imaginar no equivale a una completa ignorancia, algo se sabe viendo. O, mejor, algo se recuerda viendo (porque saber es recordar, dice Platón). Pues si vemos gatos o montañas es porque, antes está ya en nosotros el conocimiento de lo que es un gato o una montaña. ¿Podríamos ver o imaginar un gato sin conocer previamente lo que es un gato? No, imposible (dice Platón). Por eso ver o imaginar (un gato, una montaña…) es una forma, defectuosa, indirecta, de conocer (o, mejor, de reconocer o recordar) a los gatos y montañas de verdad, objetivos, iguales a sí mismos… Es decir: a las ideas de gato o de montaña… Las cosas o imágenes (o imágenes de imágenes) que vemos no son totalmente falsas ni inútiles, nos enseñan y hacen recordar aquello de lo que son imágenes. Nos abren la puerta al verdadero conocimiento.


El verdadero conocimiento o ciencia (episteme, en griego) lo es de las cosas reales, de las ideas (no de sus imágenes o apariencias). Las ideas no son visibles (de iguales a sí mismas que son, de unitarias consigo mismas que son…), solo son pensables. Por eso, conocer no es ver, sino pensar, razonar, inteligir… Pensar es... dejarse de imágenes y cuentos. Aunque, a veces, no del todo. Hay un tipo de pensamiento que aún está muy ligado a las cosas o imágenes sensibles. Platón lo llama “diánoia” (razonamiento discursivo). Es aquel en el que se piensa con ideas acerca de las cosas sensibles, usando a estas como datos o ejemplos. Además, este tipo de pensamiento parte de hipótesis no pensadas, sino asumidas como creencias o conjeturas (como axiomas), que se suponen verdaderos, sin saber si lo son. Este es el conocimiento propio a las matemáticas (que es como Platón denomina a lo que hoy llamaríamos "ciencias"). El matemático parte de creencias acerca de lo que son los números, los puntos, lo finito y lo infinito, etc., y, partiendo de ahí, empieza a razonar y demostrar sus teoremas (las ideas matemáticas), haciendo uso de imágenes, aunque esquemáticas o abstractas (como las figuras geométricas). El físico, tanto entonces como hoy, hace lo mismo: hace como que sabe lo que es el espacio, el tiempo, el movimiento, etc., y, a partir de ahí, demuestra razonadamente sus leyes. (Hay que añadir que el físico, sobre todo el de nuestros tiempos, además de suponer ciertas creencias como punto de partida, solo se cree del todo sus razonamientos si encuentra por ahí imágenes --datos, hechos-- que “cuadren” con esos razonamientos). 

Al conocimiento puro, sin imágenes, le denomina Platón "inteligencia" (nóesis), o “dialéctica”, y es el que debe corresponder a la filosofía. La dialéctica no consiste en pensar en ideas, a partir de hipótesis, para explicar las cosas o imágenes, sino en pensar en ideas, a partir de ideas fundamentales, para explicar todas las otras ideas. El dialéctico parte de las hipótesis e ideas de la ciencia para descubrir las ideas más fundamentales desde las que cabe comprender a aquellas. La dialéctica o filosofía es un saber de los principios (autoevidentes, innegables para la razón) desde los que todas las demás ideas se comprenden y se unen. 

El momento culminante llega cuando el filósofo comprende la idea más fundamental y unitaria de todas, la idea de Bien. Desde ahí, sin tener que suponer ya ninguna hipótesis, el filósofo tiene una visión intelectual (una especie de intuición) completa, unitaria, eterna, de todo lo real. Es decir: de todas las ideas en el orden que les corresponde. ¡Eso si es, del todo, conocimiento!




lunes, 18 de noviembre de 2013

El Día Mundial de la Filosofía en la radio

Estos días celebramos el Día Mundial de la Filosofía. Por ese motivo fuimos a la radio para hablar de la filosofía y de su papel en la educación. Me acompañaron Lucía Zancada, de 2ºC, y una excompañera vuestra, Elena León, que ha comenzado a estudiar filosofía en la universidad. Nos hicieron dos entrevistas, pero solo tenemos grabación de esta. Gracias a Lucía y a Elena, a Chus Garcia de Canal Extremadura Radio, e Inmaculada Saavedra de Cadena Ser, que se portaron de maravilla con nosotros, y a Gema Ortiz por conseguirnos estas dos entrevistas...


Por cierto, sigue abierto el plazo (hasta el miércoles) para que enviéis vuestras ideas y pensamientos, frases, dibujos, chistes... sobre la filosofía (también vale a través de este blog).

miércoles, 13 de noviembre de 2013

El mito de la caverna.



Imagina, dice Platón, unos hombres prisioneros desde niños en una oscura caverna. En ella viven atados de tal modo que sólo pueden mirar hacia la pared del fondo. Detrás de ellos se encuentra un pequeño muro y detrás de él, sin que los prisioneros puedan verlos, pasan unos extraños hombres hablando entre sí y portando objetos con figuras de cosas, hombres y animales; un poco más allá de ellos hay una hoguera. La luz de la hoguera ilumina a esos extraños seres y sus objetos de manera que la sombra de tales objetos se proyecta en el fondo de la cueva. ¿Qué será el mundo (pregunta Platón) para los prisioneros? Ellos creerán, sin duda, que la realidad serán esas sombras, así como los ecos de las voces de los portadores...

¿Pero qué pasaría si liberáramos a uno de esos prisioneros? Se quedaría asombrado al comprobar que lo que creía que era el mundo no era más que la sombra de cosas y seres que desconocía. Y si lograra salir de la cueva y ver, no objetos que figuran otras cosas, sino las mismas cosas iluminadas por el sol, se sorprendería aún más, pues comprendería que los objetos y sombras de la caverna no son sino copias de las cosas, aún más reales, que existen fuera. Mientras se acostumbrase a la luz solar, el prisionero tendría que mirar estas cosas reales en sus reflejos en el agua y otras superficies, pero más tarde podría mirarlas directamente, e incluso percatarse de que es el sol el que permite admirarlas a todas. 

Imaginaos que este hombre quisiera volver a la caverna a contarle a sus compañeros todo lo que ha visto. Al principio, y mientras se acostumbrara de nuevo a la oscuridad, se comportaría torpemente y sería el hazmerreir de todos. Pero cuando contara a los demás lo que ha visto fuera, sería aún peor: lo tomarían por loco e incluso algunos lo amenazarían de muerte. 




Esto es, en esencia, el contenido del mito. Aunque lo mejor es que lo leáis por vosotros mismos (en la carpeta de Textos PAU lo tenéis en una buena traducción). Una vez leído, claro, toca interpretarlo, que es lo interesante. ¿Qué creéis que nos quiere decir este mito? ¿Qué es lo que más os ha llamado la atención en él?

Por cierto, pulsando AQUÍ podéis escuchar el mito en nuestra versión radiofónica.




lunes, 11 de noviembre de 2013

Cuatro cuentos platónicos sobre el alma.



¿Qué somos los seres humanos

Como cualquier otro ser, los humanos tenemos una naturaleza doble: somos, de un lado, seres sensibles; pero, de otro lado, somos lo que somos por participar de lo inteligible (es decir: por participar de todas las ideas que nos definen como humanos y como individuos). 

Como les ocurre a otro seres, nuestra naturaleza sensible se divide a su vez en dos: el cuerpo y el alma (lo físico y lo psíquico). El cuerpo es siempre lo movido, y el alma lo que mueve o anima. Este movimiento que nos imprime el alma es nuestra forma de ser, pues el alma es la parte que está en contacto con la forma ideal que somos y, conociéndola, "tira" de nosotros hacia ella (como si quisiera volver allí de donde, según Platón, cayó para "encarnarse" en un cuerpo)... 

 El alma humana es especialmente consciente de lo inteligible, por ello, se divide a su vez en dos tipos de "movimiento anímico": el querer (que comparte con los animales), y el pensar, la razón, que en el hombre se convierte en la guía del querer... Aunque no siempre. En el ser humano, el querer se divide también en dos: un querer pasivo, pasional, que no obedece al pensamiento (son los deseos o apetitos animales), y un querer activo, voluntarioso, que obedece al pensamiento. 

Como veis, en el ser humano, todo se duplica una y otra vez, como en un juego de espejos. Somos una realidad inteligible pero también aparentemente sensible. Como seres sensibles somos cuerpo y alma. Y en el alma: pensar y querer. Y en el querer: acción (voluntad) y pasión (deseo). Platón llamó a estas tres partes del alma con términos que han pasado a la historia: el alma racional (el pensar), el alma irascible (el querer activo, la voluntad) y alma concuspiscible (el querer pasivo, los deseos animales, la pasión). 

Siendo dobles como parece que somos, tal vez tengamos que hablar en mitos (que son un doble de la verdad) de eso que somos y parecemos. Así que escuchad estos dos pares de mitos, que son cuatro, cuatro cuentos sobre el alma, que os deberían recordar, si están bien compuestos, a un único cuento verdadero...


El carro alado o la reencarnación.

Cuenta un viejo cuento que el alma cuenta con dos cosas: la alada carrocería (el cuerpo) y lo que la mueve y levanta, y a esto último llaman más bien alma, o ánima, porque anima a moverse al cuerpo. Dicen que este alma también es doble, tiene motor y guía, es decir, querer y pensamiento. Y dicen también que  el querer es como un motor de dos caballos. Uno es la pasión (es un caballo negro y salvaje, al que llaman Apetito) y el otro es la acción voluntaria y esforzada (es un caballo blanco y sensato, al que llaman Coraje). El conductor o Auriga de este carro de dos caballos es la Razón, y desde que el mundo se hizo, dando alma (que es la forma de la Forma en la materia) a cada cosa, todo Auriga conduce su carro según quedó establecido por las leyes de circulación del cosmos. En esa armonía de movimientos, las almas humanas vuelan lo más alto posible, pues es allí, sobre las propias espaldas del cielo y a los pies de los dioses inmortales (las ideas), donde crece su alimento favorito (el conocimiento o contemplación de las ideas). No hay felicidad más grande que revolotear allí. Pero, ay, el vuelo de las almas humanas es inestable. Apetito, el caballo negro, se desboca a veces, atraído por los olores de la tierra, y entonces hace descarrilar el carro y el alma descarriada y con las alas rotas cae sobre el mundo, en donde cambia su carrocería brillante y alada (hecha del material de las estrellas) por la de la triste carne que padecemos. Pero el alma humana, caída como un ángel caído, no se conforma nunca, y tras recuperarse de la inconsciencia tras el golpe, recuerda vagamente el lugar aquel donde vagaba feliz. Y si logra en este mundo enderezar al caballo negro y, con ayuda de Coraje, alzar de nuevo el carro, poco a poco, hacia alimentos cada vez más celestiales y propios al alma, tal como la belleza más pura, la virtud y la sabiduría, se irá reencarnando en la forma de seres cada vez más alados, desde el animal o el labriego hasta el noble guerrero o el sabio, hasta que encarnándose, como los buenos pensamientos se encarnan, de sabio en sabio, generación tras generación, logrará de nuevo merecerse alas y cielo y, así, volver a la casa de las Ideas, que es la suya propia.


Eros o el amor.


Cuentan los amantes de los cuentos que el alma es el Amor que mueve todo cuerpo y  mundo. Y dicen que este Amor (al que algunos llaman Eros) fue en tiempos un dios, nacido de dioses.  Dicen que se celebraba el nacimiento de Afrodita, diosa de la Belleza, y que tras el banquete divino, Poros, el dios de los Recursos, que estaba borracho, fue asaltado por Penia, diosa de la Pobreza, que quedó embarazada de aquel. El hijo de este accidentado encuentro fue precisamente Eros, quien desde entonces va buscando la belleza de Afrodita con todas sus fuerzas y recursos (como hijo de Poros), pero sin llegar a tenerla nunca del todo (por ser hijo de Penia). Pues bien, el alma humana es como ese dios caído o venido a menos que es Eros. Como él, somos hábiles e inteligentes (Poros), pero también débiles y menesterosos (Penia). Y también, como él, recordamos siempre la divina belleza del cielo del que provenimos. Y la buscamos, primero, en el deseo por los cuerpos jóvenes y bien parecidos, pues es en ellos donde antes se refleja o recuerda la belleza. Y así, el alma amante va de un cuerpo a otro, descubriendo que lo bello es uno en muchos. Pero descontenta el alma de la belleza física, pues siendo efímera no es posible permanecer ni sembrar en ella nada --ni hijos siquiera-- que no sea también pasajero y olvidadizo, busca entonces la belleza que hay en las buenas acciones. Y así el alma se enamora de otras almas buenas y ambas emprenden, con coraje y valor, hermosos proyectos en común. Y si bien es cierto que esta belleza es más perdurable y alta, tanto en sí misma como en sus hijos (las proezas y la fama), no basta tampoco al alma, que recuerda y busca una belleza aún más pura y eterna. Por eso el alma se enamora al fin de otras almas, más sabias, con las que poder razonar y dialogar. Y junto a ellas logra recordar la mayor y más imperecedera belleza, la Belleza en sí, la idea o forma de lo bello, por la que todo lo bello lo es. Contemplando esta Idea eterna, el alma recuerda ya del todo quién es y de donde viene, y así vuelve al cielo donde nació y donde nada falta ni acaba.

La Caverna o el conocimiento.


Cuenta el mito que las almas humanas estamos prisioneras de un cuerpo o caverna, oscura como la noche y en la que, a falta de luz, vivimos en sombra soñando que vivimos en un mundo que es todo de sombras y de sueños. Lo peor es que las almas no parecen apetecer más que esa vida ignorante e infrahumana. Pero si alguna de ellas, por la fuerza de otro o la propia de su coraje, se liberara, vería las cosas origen de aquellas sombras, y el fuego que las alumbra, y comprendería que lo que sabía y quería antes no era más que copia de lo que ahora descubre digno de querer y ver. Pero si, una vez despertada de las sombras por su asombro, sigue esforzadamente camino arriba y sale fuera de la gruta, sus ojos se le quedarán inútiles de tanta luz, y solo podrá guiarse ya por la razón. Y descubrirá allí que aquellas cosas que asombraron sus ojos no son más que copias de estas otras que ahora iluminan su inteligencia. Y sabrá entonces, al pasar de la noche de los sentidos al día de la razón, que este nuevo mundo es más celeste, amable, bueno y verdadero, pues en él habitan la luz, la belleza, la bondad y la verdad puras, sin cuerpo ni tiempo, perfectas en sí mismas, hijas todas de la Perfección que, como un Sol, a todo ilumina y hace ser y vivir. Cuando esto comprende el alma se comprende a sí misma y queda comprendida y unida allí en lo más alto, como una más entre las Ideas, justo allí donde está su soleado hogar.

El Reino o la educación.


Una perfección falta al alma allá en su cielo de marfil, en el que feliz y plena contempla las Ideas y se descubre cada vez más sabia. Aunque nada le apetece más que su vida de retiro y filosofía, el alma del antiguo cavernícola, hoy alma libre, recuerda y razona que no es justo abandonar a esas partes olvidadas de sí que son los otros, las otras almas, las de la multitud de prisioneros que permanecen allá abajo en la caverna. Entonces, domando con coraje su más natural y verdadero apetito, el alma del filósofo baja a la caverna a educar y gobernar al resto, para que todos puedan gozar de su misma libertad y conocimiento. Así, y aún a riesgo de que lo tomen por loco, el alma del filósofo se empeña valientemente en educarlos. Primero como a niños, con cuentos, mitos, canciones y juegos, hechos de imágenes o sombras, como aquellas que están acostumbrados a ver, les enseña a fortalecer el carácter y a vencer el apetito viciado en la costumbre. Una vez libres de esas primeras cadenas, el alma del filósofo les muestra el saber que hace útil a los objetos, y así, moderados en sus apetitos y expertos del saber práctico, los nombra artesanos y productores de un nuevo Reino. Luego, a los más capaces, el alma maestra los saca de la caverna y les muestra el difícil arte de la ciencia, por el que, mirando con inteligencia las Ideas descubren su forma tanto en las cosas como en las acciones de allá abajo, en la caverna. A estos, el filósofo los nombrará gobernantes o guardianes del Reino. Pero de entre estas almas, ya libres, hará de nuevo dos grupos. Las almas con más coraje que razón, no aprenderán mucho más y quedarán destinados a guardar, como soldados, y a gobernar, como auxiliares. Y a las almas con más capacidad racional les enseñará mucho más, pues aprenderán algo más que ciencia: a saber de las Ideas en sí mismas, de las relaciones entre ellas y de su unión bajo la Idea suprema, la Idea de Bien. Solo este conocimiento supremo, que da la filosofía, podrá hacerles saber qué es la Perfecta Justicia, y solo en posesión de ese conocimiento podrán gobernar perfecta y justamente el Reino, descubriendo el Cielo acá en la Tierra.