El problema más fundamental de la filosofía es siempre el mismo: saber qué es la realidad. O como decían los primeros filósofos griegos, saber qué es la “physis” (la “naturaleza”). Ahora bien, para conocer la naturaleza no basta con observarla. Lo único que inmediatamente observamos en ella es un montón de cosas o seres en perpetuo movimiento y cambio. En otras palabras: un caos (ya lo decían los mitos: al principio era el caos...). Pero la razón nos pide más, nadie puede vivir pensando que todo es caótico. La razón pide siempre lo mismo: dar orden a las cosas...
Imaginad que sois unos inteligentes extraterrestres y aterrizáis en una selva llena de todo tipo de seres en movimiento (plantas, animales...) que jamás habéis visto.
Vuestra razón se pondría inmediatamente a trabajar. En primer lugar reduciría las diferencias: unificaría ciertas cosas como partes de un mismo objeto o ser (uniendo todas las partes, por ejemplo, de un león --o como quieran llamarlo ellos--, o las partes de un árbol determinado, etc.). Luego unificaría unas cosas con otras, descubriendo lo que tienen en común (por ejemplo, todas las cosas que compartan ciertas características permanentes serán animales, otras con otras características serán plantas, etc.). Finalmente, es posible que la razón se preguntara por lo que todas las cosas (sean del tipo que sean, e incluyéndose a sí misma) tienen en común. A este elemento constitutivo y permanente de todo, es decir, a lo que todas las cosas son siempre, por muchas y diferentes que sean, y por mucho que cambien, le llamaban los filósofos griegos, el “arkhé” o principio de todo.
Pero con esto no basta. Dado que todo está moviéndose y cambiando, la razón también busca poner orden en el cambio, y para ello busca descubrir las causas y las leyes (no cambiantes) que gobiernan o determinan los cambios, es decir, que explican por qué, cómo y para qué ocurren esos cambios, permitiendo predecirlos y estar prevenidos frente a ellos. A estas causas y leyes supremas del cambio también las incluían los griegos en el concepto de “arkhé” o principio de todo.
Imaginad que sois unos inteligentes extraterrestres y aterrizáis en una selva llena de todo tipo de seres en movimiento (plantas, animales...) que jamás habéis visto.
Vuestra razón se pondría inmediatamente a trabajar. En primer lugar reduciría las diferencias: unificaría ciertas cosas como partes de un mismo objeto o ser (uniendo todas las partes, por ejemplo, de un león --o como quieran llamarlo ellos--, o las partes de un árbol determinado, etc.). Luego unificaría unas cosas con otras, descubriendo lo que tienen en común (por ejemplo, todas las cosas que compartan ciertas características permanentes serán animales, otras con otras características serán plantas, etc.). Finalmente, es posible que la razón se preguntara por lo que todas las cosas (sean del tipo que sean, e incluyéndose a sí misma) tienen en común. A este elemento constitutivo y permanente de todo, es decir, a lo que todas las cosas son siempre, por muchas y diferentes que sean, y por mucho que cambien, le llamaban los filósofos griegos, el “arkhé” o principio de todo.
Pero con esto no basta. Dado que todo está moviéndose y cambiando, la razón también busca poner orden en el cambio, y para ello busca descubrir las causas y las leyes (no cambiantes) que gobiernan o determinan los cambios, es decir, que explican por qué, cómo y para qué ocurren esos cambios, permitiendo predecirlos y estar prevenidos frente a ellos. A estas causas y leyes supremas del cambio también las incluían los griegos en el concepto de “arkhé” o principio de todo.
Así, frente a la experiencia de la naturaleza (physis) tal como se aparece a nuestros sentidos (caótica: plural, cambiente), la razón busca ordenarla, descubriendo o estableciendo un principio supremo de orden (arkhé) que es, a la vez:
- Un principio constitutivo: lo común a todo, la unidad de las diferencias, lo que todas las cosas son siempre en el fondo, lo permanente de lo cambiante, de lo que todas las cosas “están hechas”, de donde todo viene y a donde todo vuelve, etc.
- Un principio causal o fuerza: lo que lo mueve todo, dándole movimiento y vida.
- Un principio legal: la ley suprema según la cual se mueve todo en un cierto orden.
Si “physis” significa “naturaleza” (en el sentido de todo lo que hay, el conjunto de las cosas que vemos, etc.), “arkhé” significa algo así como la “naturaleza de la naturaleza”, es decir: su principio o ser común y permanente que lo causa y lo gobierna todo según ley. La “arkhé” es, así, algo omnipresente, eterno, causa animadora de todo, y que todo lo gobierna. No es raro que para muchos filósofos presocráticos la “arkhé” fuera una entidad divina.
¿Basta observar el mundo para entenderlo? ¿Qué más cosas hay que hacer?
¿Cómo crees que soluciona el problema de la arkhé la religión? ¿Y la ciencia actual?