Aristóteles no aceptaba la teoría platónica de las Ideas
porque ésta (amén de algunos problemas lógicos) suponía negar la existencia
plena del mundo sensible. Esto resultaba demasiado chocante para ese apasionado
científico de la naturaleza que fue Aristóteles. ¿Cómo negar que este mundo
visible y cambiante sea verdadero? Aristóteles era un hombre con sentido común.
El problema es que, además, era…filósofo.
Si como científico Aristóteles observaba y describía la naturaleza,
como filósofo quería descubrir los elementos últimos o fundamentales (la “arché”)
de la realidad. Y como suelen hacer los filósofos, antes de construir su
teoría, le dio un “repaso” a las teorías anteriores.
En el otro extremo (sigue razonando Aristóteles) están los
filósofos que, como Platón y otros (Parménides, los pitagóricos), afirman que
la realidad consiste en formas (ideas) estáticas e incorpóreas, sin espacio ni
tiempo. Esto tampoco es válido, pues, como dijimos, en lugar de explicar el
mundo que vemos, lo niega como una ilusión (y afirma que la realidad es un
extraño mundo ideal que no vemos). ¿Entonces?
En esto, como en otros asuntos, Aristóteles afirma que la
verdad está en el término medio. El mundo no es ni pura materia (pues entonces
carecería de forma, sería un caos informe), ni pura forma (pues entonces
carecería de corporalidad y movimiento, lo cual no concuerda con nuestra
experiencia), sino una mezcla o unión de materia y de forma. Aristóteles es,
por tanto, un filósofo dualista. Piensa que la realidad solo puede explicarse
suponiendo que hay dos “elementos” fundamentales, y relativamente
independientes, interactuando entre sí.
Más concretamente, la realidad consta, según Aristóteles, de
substancias. Cada substancia es una unión inseparable de dos elementos o
aspectos: la materia y la forma (a esta teoría se le llama “hilemorfismo”, de
“hyle”, en griego “materia”, y “morphe”, que significa “forma”). La forma es el
aspecto estructural de cada cosa, lo que permite definirla como tal o cual
cosa. Es, por así decir, el conjunto de propiedades que definen a una cosa. Por
ejemplo, un caballo es aquello que posee la estructura orgánica que corresponde
a los mamíferos, cuadrúpedos, herbívoros, etc. La materia, en cambio, es como
el substrato o “relleno” en que se implementa la forma. En el caballo sería la
materia orgánica en general (los tejidos, la “carne” del caballo). En términos
gramaticales, la forma son los predicados que atribuimos al sujeto (en este
caso, al sujeto que es tal o cual caballo), y la materia el sujeto de tales
predicados (aquello de lo que decimos que es mamífero, cuadrúpedo, etc.).
En rigor, materia y forma son inseparables. Solo podemos separarlas artificialmente, mediante el pensamiento. Cuando pensamos por separado la forma (las propiedades) obtenemos los conceptos, que son realidades abstractas construidas por la mente (¡Y no cosas reales e independientes de las cosas, como creía Platón que eran sus Ideas!). A los conceptos los llama a veces Aristóteles “substancias segundas” (son reales, pero de una realidad de segundo orden, y dependientes de la mente).
Cuando pensamos por separado la materia
llegamos al concepto de “materia prima” (una supuesta materia sin forma alguna),
pero esto no es ninguna cosa real, pues nada puede ser nada sin forma (es solo
un “concepto límite”, sin significado real).
En rigor, materia y forma son inseparables. Solo podemos separarlas artificialmente, mediante el pensamiento. Cuando pensamos por separado la forma (las propiedades) obtenemos los conceptos, que son realidades abstractas construidas por la mente (¡Y no cosas reales e independientes de las cosas, como creía Platón que eran sus Ideas!). A los conceptos los llama a veces Aristóteles “substancias segundas” (son reales, pero de una realidad de segundo orden, y dependientes de la mente).
En las substancias, el
aspecto material es el más visible (aunque nunca sin forma) y el aspecto formal
el más pensable o definible (aunque cuando lo separamos de la materia nos
recluimos en un mundo abstracto y dejamos de pensar en las cosas verdaderamente
reales). Así pues, igual que las cosas o substancias son una unión inseparable
de materia y forma, el conocimiento más verdadero es una síntesis entre la
experiencia sensible y el pensamiento racional. Como veis, casi ningún
científico actual podría estar en desacuerdo con Aristóteles.
Ahora bien. Aunque todo (o casi) está hecho de materia y forma,
la forma es siempre más fundamental que la materia. La forma es la causa de que
las cosas sean lo que son (la materia, en último término, es lo mismo siempre),
y lo que permite conocerlas y definirlas como tales (definir algo es decir sus
propiedades, describir su estructura). Además, como veremos, es la parte más
“activa” de las cosas (la materia es lo más pasivo, se limita a “recibir” la
forma).
En función de esta mayor importancia de la forma, Aristóteles clasifica
las substancias (de menor a mayor grado de “ser”) en su cosmología. Las
substancias “sublunares” (las que forman la Tierra y su atmósfera) son las más
“cargadas” de materia y, por tanto, las más indeterminadas y pasivas, las más
irracionales. Se dividen a su vez en substancias debidas al
azar (sin causa conocida), artificiales (tienen la causa de su actividad o
movimiento fuera de sí mismas) y naturales (tienen la causa de su movimiento en
sí mismas). Entre estas últimas están las substancias inertes, las plantas, los
animales y los seres humanos, cuya forma (el alma inteligible) es la más activa
de todas las del mundo sublunar. Por encima del mundo sublunar (en el resto del
“espacio”) están las substancias celestes, que son los astros (estrellas,
planetas), que son casi pura forma (con una materia muy sutil, a la que se
llamó “éter” o “quinto elemento”). Y por encima de todo (fuera del cosmos) está
la substancia divina, que es pura forma (sin materia) y pura actividad.
Podéis ver también esta entrada sobre Aristóteles, o profundizar en el tema de la materia y la forma, o en el del dualismo filosófico en general.