La cultura occidental es un inmenso error, una rebuscada y persistente manera de negar la Realidad y la Vitalidad humana. Este es el más claro y escandaloso mensaje de F. Nietzsche, el filósofo del martillo...
Durante más de dos mil años, la cultura occidental se ha construido como una fortaleza en la que "protegernos" de la realidad. Un castillo edificado en el aire de las ideas y las palabras, y cimentado en mitos, en tres tristes mitos. Estos son.
Durante más de dos mil años, la cultura occidental se ha construido como una fortaleza en la que "protegernos" de la realidad. Un castillo edificado en el aire de las ideas y las palabras, y cimentado en mitos, en tres tristes mitos. Estos son.
El mito del “otro” mundo (el error metafísico-religioso)
Incapaces de afrontar el mundo real tal como es (cambiante,
contradictorio, irracional, imprevisible…) los filósofos, desde Sócrates y Platón, han inventado “otro”
mundo más "seguro", a la medida de sus miedos y necesidades. Un mundo incorpóreo, eterno, racional, ordenado y
justo, y que, por supuesto, es el “verdadero”. Según ellos, el hombre ha de
vivir para este “otro” mundo ideal sacrificando
el mundo real y presente (que no sería más que “apariencia”, sombras en la caverna de Platón).
Este “otro” mundo filosófico es el de las formas platónicas, pero también el del cielo cristiano (el cristianismo es, dice Nietzsche, “platonismo para pobres”), o el de la utopía social de los ilustrados (el socialismo es como un "cristianismo laico")...
De otro lado, este mito del “otro” mundo alimenta el mito de la historia, que sería el “paso” (el sufrido "vía crucis") desde el mundo terrenal y aparente al mundo ideal y verdadero. Y también el mito del lenguaje: la idea de que los conceptos, la gramática y la lógica son la estructura real del mundo (en lugar de meros moldes “momificados” que la realidad desborda continuamente).
El mensaje de todos estos mitos es el mismo: la realidad, la vida verdadera no es esta, sino otra que está siempre por llegar. La consecuencia es obvia: el sacrificio del presente, que es, para Nietzsche, lo único real.
Este “otro” mundo filosófico es el de las formas platónicas, pero también el del cielo cristiano (el cristianismo es, dice Nietzsche, “platonismo para pobres”), o el de la utopía social de los ilustrados (el socialismo es como un "cristianismo laico")...
De otro lado, este mito del “otro” mundo alimenta el mito de la historia, que sería el “paso” (el sufrido "vía crucis") desde el mundo terrenal y aparente al mundo ideal y verdadero. Y también el mito del lenguaje: la idea de que los conceptos, la gramática y la lógica son la estructura real del mundo (en lugar de meros moldes “momificados” que la realidad desborda continuamente).
El mensaje de todos estos mitos es el mismo: la realidad, la vida verdadera no es esta, sino otra que está siempre por llegar. La consecuencia es obvia: el sacrificio del presente, que es, para Nietzsche, lo único real.
El mito de la verdad objetiva (el error del positivismo).
El ansía de seguridad y previsión ha hecho que los hombres
modernos pongan su fe en la ciencia y en su capacidad para conocer y controlar
el mundo. Pero esta capacidad es otro mito, el mito positivista. La ciencia
niega y olvida el mundo real como la metafísica (pobre) que es. Cree que la
vida cabe en la precisión de sus conceptos, olvidando que la vida no está
compuesta de cosas estables y aisladas a la medida de esos conceptos (cuya raíz
está, además, en las metáforas y la imprecisa imaginación de los hombres). Cree
que las propiedades o cualidades del mundo son “aparentes” y reducibles a
cantidad y matemáticas, olvidando que todas las cualidades –la alegría, lo
rojo, lo circular… — son irreductibles a número y razón.
Cree que los hechos dan objetividad a sus hipótesis, olvidando que toda experiencia lo es de un sujeto cargado de ideas, deseos, emociones e intereses subjetivos (perspectivismo). Cree que la verdad es universal y está por encima de todo, olvidando que la verdad, siempre al servicio de la vida, es “la mentira más útil” en cada momento (pragmatismo).
Cree que en la superioridad del conocimiento científico, olvidando que la ciencia (como el arte, la religión, la filosofía…) no es sino otra forma de clasificar las cosas, ni mejor ni peor, para dar seguridad y confianza al hombre. Y cree, finalmente, en su contribución al progreso material, olvidando que el desarrollo científico y técnico no es sino el desarrollo del poder de los Estados para controlar cada vez mejor a los individuos…
Cree que los hechos dan objetividad a sus hipótesis, olvidando que toda experiencia lo es de un sujeto cargado de ideas, deseos, emociones e intereses subjetivos (perspectivismo). Cree que la verdad es universal y está por encima de todo, olvidando que la verdad, siempre al servicio de la vida, es “la mentira más útil” en cada momento (pragmatismo).
Cree que en la superioridad del conocimiento científico, olvidando que la ciencia (como el arte, la religión, la filosofía…) no es sino otra forma de clasificar las cosas, ni mejor ni peor, para dar seguridad y confianza al hombre. Y cree, finalmente, en su contribución al progreso material, olvidando que el desarrollo científico y técnico no es sino el desarrollo del poder de los Estados para controlar cada vez mejor a los individuos…
El mito de la moralidad tradicional.
El miedo a la vida y al mundo real no solo ha dado lugar a
una metafísica del “otro mundo” (y a la fe en la ciencia que acabará con toda
incertidumbre), sino a una moral invertida y perversa, que culpabiliza todo instinto
o impulso vital, y declara como “bueno” todo lo que niega la vitalidad natural
del hombre.
Una “moral de esclavos” o del “rebaño”, según la cual todo lo real es malo (el desorden, la pasión y los deseos del cuerpo, el sexo, la diferencia jerárquica entre los hombres, la competencia, la astucia y el engaño, la lucha, el egoísmo…). Y todo lo ideal (y por tanto irreal) es bueno (el orden, el dominio de la razón, la castidad, la igualdad entre los hombres, el amor desinteresado, la sinceridad, la paz, el deber y el sacrificio de los propios intereses…).
Una “moral de esclavos” o del “rebaño”, según la cual todo lo real es malo (el desorden, la pasión y los deseos del cuerpo, el sexo, la diferencia jerárquica entre los hombres, la competencia, la astucia y el engaño, la lucha, el egoísmo…). Y todo lo ideal (y por tanto irreal) es bueno (el orden, el dominio de la razón, la castidad, la igualdad entre los hombres, el amor desinteresado, la sinceridad, la paz, el deber y el sacrificio de los propios intereses…).
La consecuencia del predominio de estos tres mitos está, según
Nietzsche, a la vista. Es la decadencia de la cultura occidental, cuyos hombres
han perdido su energía vital, su capacidad para gozar y vivir el presente, y
viven acobardados, como muertos en vida, incapaces de imponer su voluntad y
hacer lo que realmente quieren, subyugados por ideales y mitos que siempre aplazan la “vida verdadera” y plena a un
futuro inexistente…
¿Estás tú entre estos “zombis” que retrata Nietzsche? ¿Será
verdad lo que decía este filósofo hace más de un siglo? ¡Atrévete a pensarlo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario