Pero este nihilismo ha llegado a su culminación en la época moderna, pues en ella esas ilusiones (el Ser de los metafísicos, la Verdad objetiva, la Bondad de la moral cristiana) empiezan a revelarse como lo que son: nada, humo que se desvanece…
La propia Verdad se relativiza. Toda verdad es interpretación, incluso las verdades de la ciencia. ¿Quién cree hoy que sea posible la verdad absoluta sobre el mundo, el hombre, la historia…?
De igual modo ocurre con la moral. Toda afirmación sobre lo que es bueno y malo se torna relativa, subjetiva. ¿Quién cree hoy que nadie tenga la última palabra sobre qué es bueno y qué es malo? La moral tradicional, en especial, enraizada en el cristianismo, hace aguas al igual que el cristianismo mismo. En la sociedad burguesa no hay más valor universal que el dinero…
Este nihilismo consumado en la época burguesa muestra lo único que había bajo esos ídolos muertos (Dios, el Ser, la Verdad, la Bondad): miedo y afán de seguridad. Y eso es el dinero, el único dios (ser, verdad, bondad) que ha quedado en pie. El burgués ya solo cree en el dinero. Pero el dinero es una nada aún más abstracta y muerta que los ídolos asesinados por él. Es un medio para nada, pues él mismo ha acabado con todo. Ha sometido la moral al mercado, relativizándola y, así, ha acabado con la sociedad; pero la sociedad, antes de arruinarse ha acabado con el mito de la verdad objetiva y científica, reconociendo que esta no era más que cosa de perspectiva e interés; y la ciencia a su vez, antes de hundirse, ha podido acabar con la religión y la metafísica; así que, realmente, no ha quedado nada -bueno, verdadero, relevante- que de valor a esa moneda o medida abstracta que es el dinero.
Consumido así en la certeza del nihilismo, el hombre moderno en un ser decadente y pasivo, apoltronado entre sus mercancías, e incapaz de apasionarse realmente por nada.
Consumido así en la certeza del nihilismo, el hombre moderno en un ser decadente y pasivo, apoltronado entre sus mercancías, e incapaz de apasionarse realmente por nada.
Pero frente a este nihilismo pasivo e impotente, Nietzsche cree posible un nihilismo activo y creador. Este nihilismo activo será el de aquel que, sobre las cenizas de la decadencia de occidente, sea capaz de reencarnar en sí la voluntad de poder que mueve el mundo y fundirse a sí mismo como un hombre nuevo, creador de nuevos valores que afirmen (y no nieguen) el propio poder y la creatividad de la vida. A este le llama Nietzsche el “superhombre” (o “suprahombre”).
Molt bó.
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