Aquí podéis leer este artículo en el que hablo de vosotros y de una de las discusiones que hemos tenido durante estos días en clase.
La mayoría de mis alumnos estudian y
se preparan con la confianza de que su esfuerzo y competencia les
permitirán llegar todo lo lejos que se propongan. Porque la sociedad
en la que viven – piensan ellos – es justa: premia al que
se esfuerza y es capaz, y castiga al perezoso e incompetente. Más
allá de que esta sea o no una concepción razonable de lo que es la
justicia y la valía humana, lo cierto es que mis alumnos se
equivocan. Y yo no sé como decírselo. Bueno, sí lo se.
El otro día jugábamos a inventar una
sociedad. Imaginaos – les decía – que llegáis por accidente a
una pequeña isla desierta, y tenéis que organizaros para vivir allí
lo mejor posible. ¿Cómo lo haríais? Descartadas (por ellos, y casi
instantáneamente) opciones como el anarquismo o la la más burda
dictadura, los chicos deciden instaurar en seguida unas normas
básicas de convivencia, es decir, unas leyes y un Estado. Como los
chicos son, por educación, muy modernos, deciden pasar del
método antiguo (el de confiar en la ley de un Dios y de sus
representantes en la tierra) y apuestan por su capacidad racional
para auto-gobernarse. Después de razonar un rato, coinciden con la
mayoría de los filósofos modernos en que los hombres somos, por
principio y como poco, libres e iguales, por lo que las leyes que se
voten, sean las que sean, habrán de consagrar y proteger a toda
costa la libertad y la igualdad humanas. Hecha esta solemne
declaración, nos ponemos a trabajar en el “proceso constituyente”
del sistema político de nuestra isla.
En seguida descubren que lo de regular
la libertad y la igualdad no es nada fácil, y sí muy polémico. Por
ejemplo, algunos chicos se muestran muy restrictivos con la libertad
de costumbres (nada de poliandria, o de ir desnudo por la calle),
pero no con la libertad económica: ¡que cada uno tenga y gane lo
que pueda y quiera! – dicen – . ¿Por qué – les pregunto
yo – ? ¿Donde ha quedado ese principio de igualdad que
decíais? Ah – dicen ellos – , es que todos somos iguales al
principio, pero luego hay personas más trabajadoras y competentes
que otras, y estas merecen ganar más. ¿Y los que se esfuerzan pero
no pueden – replican algunos – , porque, quizás, no han nacido
con tanto talento o capacidad? ¿Y los que nacen en familias ricas –
grita, indignado, otro –, y lo tendrán siempre todo aunque no
hagan nunca nada? ¿Qué mérito tiene heredar de un bisabuelo lejano
un montón de tierras o de pasta que no te has ganado tú?... Pasado
un rato, las opiniones se dividen. Básicamente, unos piensan que
contra la desigualdad natural y la devoción por los propios hijos no
se puede hacer nada, y otros que sí, que claro que se puede (y se
debe) hacer mucho. Pero, sea como sea, a la mayoría les parece
razonable promulgar leyes para ayudar a personas que nacen con alguna
discapacidad, cobrar impuestos – muchos o pocos – a los que son
muy ricos (sobre todo, a los que son sin merecerlo) y, muy
especialmente, asegurarse de que todos tienen acceso a la misma
educación, para que, así, haya igualdad de oportunidades y todo
el que pueda llegue a “lo más alto” compitiendo limpiamente con
los demás.
Y es aquí donde ya no puedo callarme
más, y me veo en la obligación de informarles de algo. Según
estudios recientes muy serios – les digo – , realizados por el
gobierno y por organizaciones educativas en Gran Bretaña, la inmensa
mayoría del personal de las empresas más prestigiosas de ese país
procede de escuelas y universidades de élite. Y no solo ello;
la mayoría de los más famosos periodistas o actores, así como de
los jueces, fiscales, políticos, militares de alta graduación,
etc., proceden, también, de colegios privados en los que solo
estudia... ¡un 7% de la población! Aunque esto ocurre en Gran
Bretaña, creo que no sería difícil encontrar resultados similares
en todos los países de nuestro entorno.
La conclusión, no por consabida deja
de ser terrible para mis alumnos, los mismos que, durante estos
meses, sacrifican las tardes de primavera al siniestro dios de los
exámenes, confiando –pobres míos – en que la gente honrada
y trabajadora es la que, al final, resulta ganadora en esta
especie de concurso que, según les dicen, es la vida.
Pero resulta que no. Que el viejo sueño
americano no es sino una versión del más antiguo de los cuentos
de hadas: aquel en el que la justicia triunfa, por una vez, y
la cenicienta alcanza el trono que merece, solo para demostrar que
tamaña cosa no es sino una excepción a la regla, y que gente
como Bill Gates, Amancio Ortega u otros del santoral de la lista
Forbes son personajes del cuento que se cuentan los hijos de los
trabajadores en sus largas noches a la luz del flexo. Pero la verdad
verdadera es que la inmensa mayoría de mis alumnos no saldrán jamás
de su nicho social, independientemente del talento que tengan y el
esfuerzo que demuestren. Por la sencilla razón de que no son parte
de esas élites que, en la práctica, acaparan y transmiten a sus
hijos los mejores puestos en empresas e instituciones, tal como la
aristocracia medieval acaparaba y heredaba tierras y cargos en la
corte. Mis alumnos estudian y van a seguir estudiando en centros
públicos que, en este país, han sido, durante todos estos años,
progresivamente depauperados, quizás para seguir, así, marcando la
diferencia. Justo cuando todo hijo de vecino comenzaba a mandar a sus
hijos a la universidad pública, esta perdía su valor a favor de
universidades de élite, másteres prohibitivos, y estancias en el
extranjero insostenibles para una familia trabajadora... La
desigualdad se reproduce, una y otra vez, como un cáncer que solo se
puede curar extirpándolo de raíz. Y la raíz no es el sistema de
castas económicas, sociales, políticas e intelectuales que,
naturalmente, tiende a perpetuarse; el problema es que nos hayamos
acostumbrado a considerar este sistema como algo inevitable.
Curiosamente, en muchas instituciones
educativas de élite suelen incorporar todas las innovaciones
(aprendizaje por proyectos, educación individualizada y comprensiva,
poco peso de los deberes...) y materias (educación artística,
debates filosóficos, humanidades...) que los estados dominados por
gobiernos liberales niegan para la escuela pública (en las que todo
ha de ser esfuerzo bronco y materias instrumentales y técnicas). En
el fondo – piensan con cinismo – es por nuestro bien. ¿De
qué le sirve a un futuro trabajador precario desarrollar su
sensibilidad artística o su conciencia crítica haciendo debates de
filosofía? Absolutamente de nada. Es más, le podría hacer muy
infeliz. Y, sobre todo, muy inconformista. ¿Se imaginan que le da
por pensar en todo esto?
Sobre este tema, estoy un poco de acuerdo contigo Víctor, ya que hay personas que aunque no sean capaces de ponerse a estudiar o sacar buenas notas, a la hora de realizar un trabajo quizás lo hagan mejor que aquel que saque matrícula de honor. Pero también hay que tener en cuenta que, en estos tiempos que estamos, necesitas tener diferentes titulaciones para poder llegar a adquirir cualquier puesto de trabajo. Y también debemos pensar que nuestros objetivos son poder llegar a alcanzar grandes cimas y vivir bien en un futuro, por lo que debemos alcanzar trabajos de "alto nivel" y para los cuales tenemos que esforzarnos mucho y sacar buenas calificaciones para después poder estudiar ese grado que nos interesa. A parte de todo esto, también defiendo de que hay trabajos en los que las personas no son contratadas porque no tienen alguna titulación que se les es pedida, pero la cual no le es necesaria; en este tipo de situaciones lo veo injusto porque dicha persona puede desempeñarlo de la manera adecuada, seguro.
ResponderEliminarFátima Correa 2ºG.
Es desesperanzador leer este tipo de palabras a nuestra edad , que sospechamos cada vez que tenemos más conocimientos , pero que nunca se nos habia expuesto de esta manera tan cruda . Que los que tengan más dinero y provengan de una familia rica vayan a ser los que sigan ganando el dinero del mundo en un futuro recuerda al Antiguo Regimen, donde se nacía y moría con dinero si habías nacido en una familia adinerada , mientras que las ''clases bajas '' necesitan esfuerzo y sacrificio para poder vivir dignamente . Quizás sea un ejemplo extremo pero yo veo eso en el entorno que me rodea . El control a través de los medios de comunicación , de las grandes empresas que controlan que toda la población sea igual a un bajo precio , el precio de la Universidad y las pocas oportunidades a gente con menos recursos ( Que es la que más los necesita , parece mentira que no se piense esto ) , que el fracaso escolar se atribuye solo a los alumnos es una falta de consideración y empatia , y a qué poblacion? A la baja. Nunca acabarán las desigualdades , pero la experanza reside en aquellos que si luchan para exterminarla.
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