Como ya hemos dicho la filosofía es
reflexión, pensar en lo que pensamos, mirarnos en las ideas que
tenemos y las que tienen otros, para así conocernos (y ser más libres) y mejorarnos (y ser, también, más felices). También hemos dicho que las ideas más
grandes y profundas, que son las que más nos interesan, son las que
tienen que ver con la existencia (la realidad), con nuestra identidad
como personas, con el problema de la verdad, y con los valores (lo bueno, lo justo, lo bello). Y que el
curso que hemos empezado va de esto: de la historia de estas ideas, de como los hombres las descubrieron, las convirtieron en preguntas e intentaron darles respuesta. Al final de esta historia estamos nosotros, enfrentados a las mismas preguntas y a la misma dificultad y necesidad de responderlas. Por el camino, durante miles de años, el esfuerzo de intentarlo ha ido poblando nuestra mente de ideas, que son las que hoy configuran nuestro pensamiento y nuestra manera de ser y de actuar... Pero, ahora, vayamos a los comienzos de esta historia.
Muy al principio, en la "infancia" de la humanidad, los hombres confiaban como niños en lo cuentos y en los mitos. En ellos se daba respuesta a todo, y las ciencias, despreocupadas de las grandes preguntas, se limitaban a resolver problemas prácticos. Los hombres miraban a las
estrellas, sí, pero no por afán de comprender su naturaleza, sino para guiar
sus barcos y para buscar señales del dios que dirigía sus vidas.
Teoría del tiempo axial de Karl Jaspers |
Imagen de Confucio |
Los sabios de Oriente (desde la China a
Palestina) acabaron por dar una respuesta religiosa a las grandes preguntas. Crearon nuevas religiones en las que la realidad se concebía como un Dios innombrable y oculto a los ojos, el hombre como un alma deseosa de librarse del cuerpo, la verdad como un asunto del espíritu, y la vida buena como una
negación de los deseos y placeres mundanos... Estas religiones son el origen de las que conocemos hoy: el judaísmo y el cristianismo, el mazdeísmo, el hinduísmo, el budismo, el taoísmo...
Los sabios de Occidente (los
filósofos), en cambio, apostaron por algo radicalmente nuevo: la
crítica de toda verdad religiosa y la búsqueda de una respuesta
racional a aquellas mismas cuestiones. En lugar de un Dios innombrable, los filósofos propusieron un principio racional como explicación de todo. En vez de un alma negadora del mundo, los filósofos pensaron al hombre como un alma capaz de comprender y dominar ese mismo mundo. Además de un asunto del espíritu, los filósofos consideraron a la verdad como experiencia de los sentidos. Y en las antípodas de la negación de los deseos, los filósofos creyeron que la vida buena consistía en desear lo mejor y superarse constantemente. Esta “apuesta” por la explicación y el diálogo racional, por el dominio técnico de la naturaleza, por la experiencia mundana y por el deseo de progresar fue, desde entonces, la
seña de identidad de nuestra civilización. Con ella la humanidad
despertó del todo (o eso creemos nosotros, los occidentales) y fue desarrollando a lo
largo de los siglos todo el conocimiento racional que, según solemos decir, nos caracteriza a los seres humanos. Con la filosofía, especialmente, nació un modo de saber puramente teórico (un saber por saber, no vinculado a necesidades prácticas ni a prácticas religiosas), reflexivo (un saber del saber mismo, dirigido no solo a explicar, sino a explicar el por qué de la propia explicación) y siempre crítico (un saber contra todo saber, desconfiado, carente de fe, interrogativo)...
Este “despertar” filosófico de Occidente ocurrió en torno al siglo VI a.C, en las prósperas colonias griegas del
Mediterráneo, en pequeñas ciudades en que la gente estaba
acostumbrada a negociar y discutirlo todo en plazas y
asambleas, y en las que la religión estaba a cargo de poetas que
igualaban a dioses y hombres bajo una misma Ley común (la Necesidad o el
Destino). No siendo el mundo fruto de la voluntad incomprensible de
los dioses, sino cosa de leyes, los filósofos se lanzaron al
descubrimiento de esas leyes, buscaron explicaciones “naturales” (basadas en la observación y la lógica) a lo que antes se explicaba
con mitos y leyendas, cambiaron la revelación por el descubrimiento,
la creencia ingenua por la reflexión crítica, la repetición por la
innovación, y el lenguaje imaginativo por los argumentos y los conceptos abstractos...
En Grecia, este tránsito desde el saber mítico
al saber racional, o como suele decirse: el paso del mito al logos
(logos significa “razón” o “argumento”), no ocurrió de la noche a la mañana, sino muy
lentamente, hasta el punto de que los primeros filósofos aún
hablaban en un lenguaje mítico, daban nombres de dioses a las
causas naturales y se expresaban a través de poemas y cuentos...
Pero aunque lento, el proceso fue imparable. Los hombres acabaron por olvidar a los dioses y empezaron a dar razón de todo por sí mismos. La
filosofía y, con ella, la civilización occidental, habían nacido...
La Escuela de Atenas, pintada por Rafael |
En Occidente nació la filosofía y la ciencia (la cultura racional y humanística), en Oriente permaneció la religión y la tradición (la cultura de la fe). Occidente representa un tipo de cultura dinámica, sujeta a crítica y a cambios. Oriente representa una cultura más estática, donde prima el respeto sagrado a la tradición. En Occidente no hay más autoridad que los argumentos. En Oriente las discusiones acaban con el argumento de autoridad. Los occidentales (los griegos, nosotros) creemos que nuestra manera de vivir es la mejor: ser libres es tener ideas propias, ser bueno depende de saber qué es lo bueno, "realizarse" como persona es esforzarte por ser más consciente y lograr todo lo que deseas, la vida humana es cambio, progreso, investigación, transformación de la realidad... Pero los orientales también creen que su forma de vida es la mejor. Para ellos ser libre es liberarse de uno mismo, dejarse llevar, confiar en la divinidad; la bondad es entrega a Dios, no a una sabiduría que nos aleje de él; la felicidad es reconocer nuestra insignificancia, ser humilde, anular la inquietud y el deseo (desear cosas es lo que nos hace desgraciados); este gozo supone comprender que nada cambia, y consiste en contentarse con como son las cosas de este mundo (pues, al fin y al cabo, este no es el mundo de verdad)...
Aquí tenéis la presentación de clase
¿Estáis de acuerdo con todo esto?
¿Son tan diferentes la civilización occidental y la oriental? ¿Quién pensáis que se equivocó? ¿Qué tipo de vida es mejor? ¿No cometimos los occidentales un tremendo error al probar del árbol de la sabiduría? ¿No sería mejor volver "atrás"? ¿No estará la felicidad más en la entrega confiada y la inocencia (la fe) que en el conocimiento y el "progreso"?
Os enlazo, por cierto, esta entrada del maravilloso blog de nuestro amigo y vecino de caverna Juan Antonio Negrete, y que trata también de los orígenes de la filosofía.
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