martes, 25 de diciembre de 2012

La felicidad y la política según Aristóteles.


El Sol de la Caverna. Martes, 25/12/12 (d.C)
De nuestro corresponsal en Atenas, siglo IV (a.C).

Tras varios siglos de gestiones, hemos logrado, al fin, una entrevista con Aristóteles, alias el Estagirita, también conocido como el Filósofo. Nos recibió muy formalmente en la puerta del Liceo y nos invitó, según es su costumbre, a pasear con él y discutir sobre ética y política.

P.- Maestro, usted  ha hablado y escrito mucho sobre la felicidad, por ejemplo en su famosa obra Etica a Nicómaco. Han pasado veinticinco siglos y seguimos buscándola, sin demasiado éxito. ¿Tan difícil es?
A.- Lo bueno y bello es difícil, como diría mi amigo Platón.
P.- Se ha dicho que incluso definirla con objetividad es misión imposible.
A.- Definirla es muy sencillo. La felicidad es la forma de ser por el que un hombre se dirige, con éxito, a su fin más propio.
P.- Ah, ¿pero no es entonces un sentimiento?

A.- Esa es una visión pobre y falsa. Uno se puede sentir sano o bello, pero en eso no consiste la salud o la belleza. La felicidad es un estado vital, y la actividad y la actitud moral que conduce a él. Todo eso reporta un cierto estado emotivo, pero esta emoción es un síntoma de la felicidad, no la felicidad en sí misma.
P.- ¿Podría ser más concreto?
A.- La felicidad requiere en primer lugar ciertas condiciones, que yo llamo internas y externas. Las internas suponen tener cubiertas las necesidades fisiológicas y materiales (comer, beber, tener un techo y cosas así). Las externas apuntan al entorno social: ser querido y respetado por los demás es necesario para ser feliz.
P.- Da usted mucho valor a la amistad.
A.- Nadie puede ser feliz sin amigos. La calidad de nuestros amigos es muestra de nuestra propia calidad como hombres. A diferencia de lo que ocurre con la familia, los amigos se escogen y merecen. La amistad con los mejores nos obliga a hacernos dignos de esa amistad y, por ello, nos obliga a crecer y perfeccionarnos.
P.- Pero todo esto que ha dicho (el alimento, el techo, el afecto y respeto de los demás…) son las condiciones de la felicidad. ¿Y la felicidad en sí misma, qué es?
A.- La actividad por la que materializamos nuestras posibilidades más… propiamente nuestras.
P.-¿Eh?
A.- Dado que somos animales racionales, la felicidad consiste en…
P.- ¿Razonar?
A.- Digamos que en desarrollar la parte superior del alma: el intelecto.
P.- O sea, pensar.
A.- No. Pensar es algo propio de muchas criaturas. Desarrollar el intelecto o, como diréis en unos siglos, el espíritu, consiste en pensar el pensamiento, dominarlo, y descubrir y crear con él formas nuevas. Es lo que hace un artista, un buen político, y, sobre todo, el científico y el filósofo. A esta vida, dedicada a la creación intelectual y a la comprensión del mundo le llamo “vida contemplativa”.
P.- O sea, que un arriero o un agricultor no podrán ser felices.
A.- No del todo. Su felicidad se parecerá más a la de las bestias. Es por esto que los trabajos mecánicos y manuales los consideramos aquí como algo propio de esclavos, no de hombres libres.
P.- ¿Y qué podemos hacer para lograr esa libertad y felicidad, Maestro?
A.- Supongo que no se puede desdeñar la suerte. Y si tienes la suerte de nacer con un alma grande y noble, y no con alma de esclavo, cultivarla en lo que compete tanto al conocimiento como al carácter.
P.- ¿Al carácter? ¿Es cuestión de carácter ser feliz?
A.- Sin duda. De poco sirve la reflexión acerca de lo verdadero y lo justo si, junto a esta virtud o capacidad intelectual, no se practica la virtud o carácter moral. Sócrates y Platón pensaban que con el pensamiento de lo que es bueno basta para serlo. Pero a la vista está que los hombres, que no tenemos más alma que la que da forma a un cuerpo, estamos sometidos de continuo a la incontinencia de las pasiones y necesidades de nuestra naturaleza corpórea. No basta saber de lo justo y saludable al alma si no practicamos, desde jóvenes, la virtud de la temperancia y el valor que nos obligue a hacer lo justo a cada momento, por mucho que el cuerpo y la parte más animal de nosotros se resista o se sienta tentada por otras cosas...



P.- ¿Lo justo a cada momento? ¿Quiere eso decir que lo justo y bueno es algo variable en razón del tiempo y la circunstancia?
A.- En parte sí. Por ello, el hombre bueno y feliz no es solo el que posee la ciencia de lo bueno, sino el que sabe aplicarla atendiendo a las circunstancias y contando para ello con un carácter firme y voluntarioso. La moral, más que ciencia es sabiduría práctica, una especie de arte racional, al que doy en llamar “prudencia”.
P.- ¿Enseñan ese arte en el Liceo, maestro?
A.- No del todo. Ya le he dicho que la ética no se trata de una ciencia en estricto sentido.
P.- ¿Entonces es la familia la que hace prender en los más jóvenes esa habilidad?
A.- Tampoco. En las relaciones familiares, tan cargadas de afecto y subjetividad, no se dan las condiciones para que un hombre aprenda, con objetividad y rigor, a deliberar acerca de lo bueno y lo justo.
P.- Pues si no es en el Liceo ni en la familia, ¿dónde aprenderán los hombres a ser prudentes, con esa objetividad y rigor que usted dice?
A.- Pues en la ciudad. El hombre solo puede formarse plenamente allí, como ciudadano. La familia satisface sus necesidades más primarias. Pero la ciudad es la que le pone a prueba como ser íntegramente racional. En el Liceo o la Academia podrá hacerse filósofo. Pero será en la Asamblea y los Tribunales donde aprenderá el arte de la prudencia junto con el del lenguaje, comportándose con rectitud y magnanimidad, deliberando con sensatez junto a sus iguales, y haciéndose acreedor del respeto y consideración de sus compatriotas y amigos.
P.- Observo que confunde usted la ética con la política.
A.- No es confusión. Ética y política tienen un mismo fin: la felicidad de los hombres, es decir, el logro de su plenitud como seres racionales. El buen gobierno es aquél que mejor hace posible ese logro en los ciudadanos. Y el buen ciudadano es aquél que participa en lo posible en el gobierno para procurar el bien común. 
P.- ¿Qué hay, entonces, de esa vida contemplativa en que reside, según dice, la felicidad?
A.- Ya le he dicho que los hombres no somos puro intelecto. El más sabio de los hombres ha de vivir prudentemente entre otros hombres y ha de satisfacer, también, sus apetitos sensuales. Así pues, el filósofo ha de armonizar su dedicación a la ciencia con el ejercicio de sus responsabilidades políticas y, naturalmente, con la dirección de su familia y sus asuntos particulares.
P.- Y hablando de política, ¿qué piensa de la forma de Estado propuesta por su antiguo maestro Platón?
A.- Creo que Platón se mostró demasiado inflexible y utópico. Es ideal, sin duda, que el gobierno esté en manos de un hombre o un pequeño grupo de hombres sabios y diligentes. Pero, volviendo al mundo real, conviene desengañarnos de encontrar alguna vez a tales hombres. Parece más sensato confiar el bien común a una mayoría de hombres cultos y solventes, y evitar a los más ignorantes y viles, estén representados por un solo tirano o por el pueblo entero.
P.- ¿Qué tiene contra la democracia?
A.- Que la justicia no sea, estrictamente, objeto de ciencia, no quiere decir que nos vayamos al otro extremo y la dejemos en mano de una masa de inconscientes y atolondrados.
P.- La virtud está, entonces, en el término medio.
A.- Exactamente.

jueves, 13 de diciembre de 2012

¿Es Aristóteles "empirista" o "racionalista"?


Al igual que su ontología, la epistemología (teoría del conocimiento) aristotélica es dualista. El conocimiento y la verdad dependen tanto de la experiencia (empirismo) como de la razón (racionalismo), aunque no de los dos en el mismo grado. Del mismo modo que la forma es más fundamental que la materia para determinar lo que es una cosa, la razón es un camino más firme que la experiencia para alcanzar la verdad. 

En general, y en su sentido más riguroso, para Aristóteles conocer significa identificar las causas de lo que se conoce, es decir: sus causas material, formal, eficiente, final. Conocer las causas de algo es conocer lo que le hace ser lo que es y, a la vez, lo que le hace cambiar (no se olvide que, para Aristóteles, los seres son, por naturaleza, cambiantes)... Empezar a conocer algo es conocer, sobre todo, su causa formal (su forma). Pero la forma es, según Aristóteles, inseparable de la materia, por lo que el conocimiento sensible (que es el que capta a la materia) parece imprescindible.


Aunque el conocimiento sensible no sea el más fundamental, todo conocimiento empieza por él. Dado que (a diferencia de lo que piensa Platón) el alma no posee ideas innatas, tenemos que adquirir las ideas (las formas) a partir de la experiencia. Esto es absolutamente coherente con la ontología aristotélica: dado que la forma está siempre en la materia, es allí, en la materia sensible, donde hemos de empezar a buscar dicha forma.

Así, empezamos a conocer las cosas o substancias a través de la vista, el oído, etc., creando una imagen de ellas en el alma. Esta imagen sería fugaz (y el conocimiento imposible) sin la memoria. La memoria permite acumular imágenes de una misma cosa o de muchas cosas parecidas para que el intelecto o entendimiento, por abstracción, extraiga la forma común a la cosa o a las cosas parecidas cuyas imágenes hemos retenido. Por ejemplo: si yo retengo en la memoria muchas imágenes de un determinado caballo, puedo, por abstracción, entender su forma propia; y si observo muchos caballos, puedo abstraer la forma común a todos ellos (las propiedades que definen a todo caballo). 



Este proceso de abstracción de la forma a partir de las imágenes retenidas por la memoria lo protagoniza el entendimiento o intelecto, que separa mentalmente la forma de la materia, produciendo conceptos. Los conceptos son las formas de las cosas consideradas aisladamente (sin la materia), y son realidades abstractas (realidades de segundo orden o "substancias segundas", como las llama Aristóteles) que ocurren en el alma, que está, a su vez, ligada al cuerpo.

Llegados a este punto, Aristóteles hace una extraña distinción. Afirma que hay dos tipos de entendimiento o intelecto: el paciente y el agente. El intelecto paciente es aquel que, en el alma (que está unida al cuerpo), capta o abstrae la forma común o universal de las cosas. Pero esto no es posible, dice Aristóteles, sin la “luz” que aporta, “desde fuera del cuerpo”, el intelecto agente, que es el que “actualiza” o pone en la forma adecuada (para abstraer) al intelecto paciente. Lo que signifique esta extraña distinción es algo que Aristotéles no nos dejó claro.




Podríamos aventurar la siguiente explicación. El conocimiento de la forma común a las cosas supone reconocer la unidad o identidad de lo diferente (lo unitario en Sócrates, lo unitario en todos los caballos, etc.). Esta unidad debe estar en las cosas, aunque no de modo perfecto, pues las cosas son diversas y cambiantes. Además, nuestra alma, que está unida al cuerpo, es también, en cierto modo, diversa y cambiante. Así, reconocer la imperfecta unidad que es la forma en las cosas con la imperfecta unidad de nuestra alma en un acto de unidad entre la cosa y el alma, parece suponer una unidad o identidad “mayor”, fuera tanto de la cosa como del alma. Esto podría representar el intelecto agente: una especie de principio de unidad o identidad perfecta, al que Aristóteles concibe como puro acto, y que hace posible el conocimiento en su más elevada expresión. Algunos autores han asociado el intelecto agente a Dios, otros han querido ver aquí la apuesta de Aristóteles por un rasgo de divinidad e inmortalidad en el hombre (cuya alma intelectiva, en cuanto asociada al intelecto agente, no tendría ya una naturaleza hilemórfica, sino puramente formal y trascendente, por lo que sería independiente del cuerpo). Aristóteles, en cualquier caso, dejó esta cuestión sin resolver…

Como hemos dicho al principio, aunque el conocimiento empiece por los sentidos, esto no quiere decir que tenga su fundamento en la experiencia sensorial. De entrada, para captar la forma de las cosas es necesaria la intervención del entendimiento o intelecto (incluso de un "intelecto agente" que parece venir de fuera del cuerpo y de toda relación con la materia). En segundo lugar, el conocimiento, una vez convertido en ciencias (es decir: en series de juicios -- que son uniones de conceptos -- acerca de lo que son las cosas), no puede basarse en la mera observación. La observación solo ofrece verdades pasajeras, probables, pero no necesarias. Por ejemplo, a partir de una observación repetida, podemos establecer, por inducción o generalización, cómo es (hasta ahora) la órbita de un planeta, o la conducta reproductiva de un animal, pero esto no excluye que dichas órbita y conducta no puedan variar en el futuro...   



Por eso, por encima de los conocimientos más particulares de cada ciencia, ésta ha de procurarse un conocimiento racional de las causas y principios más generales de los que, a su vez, se deduzcan las leyes y juicios más particulares sobre las cosas de que se ocupa.

De todas las ciencias, cada una busca las causas y principios generales de una clase determinada de cosas (de los seres vivos, la biología; de los seres inertes, la física; del alma, la psicología, etc.), y una de ellas (la filosofía o "ciencia primera") busca las causas generales de todas de las cosas o seres en tanto que son, sin más distinción...


El método de las ciencias, en su dimensión más general o fundamental, es, pues, el razonamiento y la deducción. Parten de ciertos principios (axiomas) o verdades primarias, que enuncian las causas últimas y necesarias de las cosas (lo que esencialmente son). Y, a partir de ahí, deducen lógicamente todo lo demás. Por ejemplo, a partir del axioma o definición de lo que es un círculo podemos deducir que todos los puntos de la circunferencia son equidistantes al punto central. O, a partir del principio de que todo cambio tiene causas, deduzco que ha de existir una causa última incausada... La ventaja de este método es que procura verdades firmes y necesarias (no pasajeras y probables, como las obtenidas por observación).

Parece claro que en el caso de las ciencias más particulares (naturales o sociales), el conocimiento no puede prescindir de la observación e inducción, pues incluso en la deducción se introducirán conocimientos obtenidos de la experiencia. Por ejemplo: si arranco del axioma de que un ser vivo es aquél que tiene en sí mismo el principio de su movimiento, y deduzco que una piedra no es, por tanto, un ser vivo, he introducido un conocimiento por experiencia o inducción: “las piedras no se mueven por sí solas”. 


Pero, pese a todo, parece claro que, para Aristóteles, una ciencia es más valiosa en cuanto sus conocimientos representan verdades firmes y necesarias (que son siempre verdaderas), y las verdades por inducción no son así. Por todo esto, Aristóteles confía más en el conocimiento puramente racional y deductivo que en aquel que introduce la inducción y la experiencia (aunque este último sea inevitable, pues la realidad es unión de forma y materia sujeta al cambio). De hecho, parte de su física (la teoría de las causas, por ejemplo) es casi puramente racional o especulativa, y entronca con sus teorías más filosóficas o "metafísicas" (como la propia teoría hilemórfica, la teoría de la potencia y el acto, etc.).





Aquí tenéis la presentación de clase:






martes, 4 de diciembre de 2012

Cómo es posible el movimiento y el cambio, según Aristóteles.



La realidad cambia, se mueve. Esto es innegable para Aristóteles: el mundo es suceso, la substancia es esencialmente dinámica. Hay cambios substanciales, en los que una cosa para a ser otra distinta (de una semilla brota un árbol, de un huevo un pollo, un ser vivo, al morir, se convierte en un ser inerte, etc.). Y también cambios accidentales, en los que solo cambian, por así decir, las circunstancias de una cosa: el cambio cuantitativo (como cuando alguien engorda o crece), el cambio cualitativo (como cuando alguien pasa de estar triste a estar alegre), y el cambio local (el movimiento en el espacio).


Pero a Aristóteles no solo le interesa describir el cambio (el cómo ocurre), tal como haría un simple científico, sino más aún: explicarlo, como hacen los filósofos. ¿Qué es el cambio, cómo es posible, por qué y para qué ocurre?

Aquí Aristóteles se topa con los típicos problemas filosóficos.
(1)   Las cosas tienen que cambiar y no cambiar a la vez, pues si cambiaran del todo no serían la misma antes y después del cambio (Si todo yo cambiara no podría decir “yo he cambiado”, pues yo ya no sería yo).
(2)   Todo cambio supone pasar del no-ser al ser y viceversa. (Si yo aprendo algo, por ejemplo, a domar caballos, paso del no-ser experto en doma a serlo, o del ser ignorante en doma a no serlo). Esto es especialmente duro de concebir en el caso de los cambios más substanciales (por ejemplo, nacer y morir).

La solución que ofrece Aristóteles a estos problemas pasa por asumir su concepción dualista de la realidad.
(1)   Las cosas cambian en un sentido (cambian de forma, o de propiedades accidentales), pero en otro sentido permanecen siendo la misma (si el cambio es accidental, permanece la forma o propiedades substanciales, y si el cambio es substancial, permanece la materia). Así, si el huevo cambia para ser pollo, por muy diferente que sean la forma “huevo” de la forma “pollo”, existe un substrato material que es el mismo en una y otra substancia.
(2)   Las cosas son, en un sentido, lo que ahora mismo son (la forma que tienen ahora), pero, en otro sentido, son lo que podrían llegar a ser (las formas que les es posible adoptar). A lo primero le llama Aristóteles “ser en acto” y, a lo segundo, “ser en potencia”. Así, el cambio no es pasar del no-ser al ser (esto es ciertamente imposible), sino del poder-ser (el ser en potencia de un cosa) al ser (su ser en acto). Así, el cambio del huevo al pollo, no es pasar de no-ser pollo a serlo, sino del “ser en potencia pollo” (potencialidad que está en el huevo) al “ser en acto” pollo.

Así pues, el cambio se explica porque las cosas están compuestas de dos aspectos o elementos: la materia (que permanece la misma) y la forma, que cambia en cuanto pasa de estar en potencia en una cosa a estar en acto. Ahora bien, en los cambios hay dos elementos más. Para que la forma pase de estar en potencia a estar en acto, hace falta una causa que efectúe o provoque el cambio (en el caso del huevo que cambia a pollo, esta causa sería la gallina que incuba el huevo). A esta causa le llama Aristóteles causa eficiente. Y también hace falta una finalidad para el cambio, una causa final la llama Aristóteles. Según él, todo en el cosmos obedece un orden "teleológico" por el que toda cosa persigue un fin: lograr su máxima perfección, que consiste en “ser en acto” (actualizar) todo lo puede ser y perfecciona su naturaleza. Dicho de otro modo: toda cosa cambia y se mueve con el fin de desarrollar sus mejores potencialidades (por ejemplo, la mejor y más propia potencialidad de un huevo es llegar a ser pollo, y la de una gallina, reproducirse a través de sus crías, y la de las crías crecer y llegar a ser gallinas, etc.).

En conclusión: en todo cambio intervienen cuatro causas. La causa material (la materia, que es lo más pasivo del cambio, se limita a recibir una forma u otra), la causa formal (la forma en potencia que pasa a ser en acto), la causa eficiente (el agente que efectúa el cambio) y la causa final (la finalidad del cambio).


Todo cambio tiene, así, sus causas. Pero como no podemos llevar la cadena causal al infinito, ha de existir una causa última de todo cambio (sin que ella misma sea causada). Esta causa es Dios. Dios es causa incausada, pues no puede haber una causa mayor que Dios. Dado que ninguna causa le afecta, Dios no cambia ni se mueve (es como un “motor inmóvil”, dice Aristóteles). Como no cambia, carece de potencialidad, es puro acto, es decir: está totalmente desarrollado, es perfecto. Y, como perfecto, representa el fin de todos los fines (pues todos los seres tienden a la perfección). Como ser perfecto, el Dios aristotélico mueve a las cosas (estando él inmóvil, pues lo perfecto no necesita moverse) por pura atracción, como lo “amado” mueve al amante, dice Aristóteles.

¿Qué os parece esta teoría sobre el movimiento y el cambio? ¿Le encontráis algún problema? En general, podemos decir que:

A diferencia de Parménides, o incluso Platón, que niegan el cambio (lo reducen a algo "aparente"), Aristóteles explica cómo es posible el movimiento y el cambio. Aunque lo hace a costa de admitir un dualismo que, si lo pensamos a fondo, acarrea numerosos problemas. Por ejemplo:
(a) ¿Cómo es posible la relación entre materia y forma?
(b) ¿Qué tipo de realidad es “lo posible” o “ser en potencia”? ¿Cómo, dónde existen las cosas posibles? De otro lado, algo “en potencia” es y no es. ¿Cómo explicar eso?
(c) ¿Cómo explicar el paso de la potencia al acto? Podría parecer que Aristóteles se limita a cambiar el problema (pasar del no-ser al ser) de nivel (ahora sería pasar del no-ser-en-acto al ser-en-acto).
(d) ¿Cómo puede la materia permanecer siendo la misma durante el cambio si en sí misma (sin forma) no es nada? O, siendo tan sujeta al tiempo, ¿cómo podría “permanecer” en ningún sentido?

¿Se te ocurre alguna solución a estos problemas? ¿O algún otro problema que no hayamos dicho?


jueves, 29 de noviembre de 2012

Qué son las cosas, según Aristóteles.



  Aristóteles fue un buen alumno de Platón pero, como todo buen alumno filósofo, no estuvo de acuerdo con las teorías de su maestro y se empeño en elaborar sus propias explicaciones. Platón es amigo mío, decía, pero más amiga mía es la verdad…

Aristóteles no aceptaba la teoría platónica de las Ideas porque ésta (amén de algunos problemas lógicos) suponía negar la existencia plena del mundo sensible. Esto resultaba demasiado chocante para ese apasionado científico de la naturaleza que fue Aristóteles. ¿Cómo negar que este mundo visible y cambiante sea verdadero? Aristóteles era un hombre con sentido común. El problema es que, además, era…filósofo.

Si como científico Aristóteles observaba y describía la naturaleza, como filósofo quería descubrir los elementos últimos o fundamentales (la “arché”) de la realidad. Y como suelen hacer los filósofos, antes de construir su teoría, le dio un “repaso” a las teorías anteriores.

Según algunos filósofos, como los milesios, la realidad es una única materia originaria (el agua de Tales, el aire según Anaxímenes, etc.) que va adoptando distintas formas o configuraciones. Curiosamente, esta teoría –que podemos llamar “materialismo”— se parece mucho a la de los científicos actuales (para los que todas las cosas son una transformación de la energía primordial). Ahora bien. Si las cosas son distintas formas de una única materia, ésta ha de ser originariamente informe. ¿Y cómo surge la forma a partir de lo informe? ¿O cómo, a partir de algo que es único surge lo múltiple? Esto parece lógicamente imposible. Además, si la materia está continuamente cambiando resulta difícil pensar que exista nada estable (como son los objetos). El materialismo, pues, no explica adecuadamente el mundo.

En el otro extremo (sigue razonando Aristóteles) están los filósofos que, como Platón y otros (Parménides, los pitagóricos), afirman que la realidad consiste en formas (ideas) estáticas e incorpóreas, sin espacio ni tiempo. Esto tampoco es válido, pues, como dijimos, en lugar de explicar el mundo que vemos, lo niega como una ilusión (y afirma que la realidad es un extraño mundo ideal que no vemos). ¿Entonces?
En esto, como en otros asuntos, Aristóteles afirma que la verdad está en el término medio. El mundo no es ni pura materia (pues entonces carecería de forma, sería un caos informe), ni pura forma (pues entonces carecería de corporalidad y movimiento, lo cual no concuerda con nuestra experiencia), sino una mezcla o unión de materia y de forma. Aristóteles es, por tanto, un filósofo dualista. Piensa que la realidad solo puede explicarse suponiendo que hay dos “elementos” fundamentales, y relativamente independientes, interactuando entre sí.

Más concretamente, la realidad consta, según Aristóteles, de substancias. Cada substancia es una unión inseparable de dos elementos o aspectos: la materia y la forma (a esta teoría se le llama “hilemorfismo”, de “hyle”, en griego “materia”, y “morphe”, que significa “forma”). La forma es el aspecto estructural de cada cosa, lo que permite definirla como tal o cual cosa. Es, por así decir, el conjunto de propiedades que definen a una cosa. Por ejemplo, un caballo es aquello que posee la estructura orgánica que corresponde a los mamíferos, cuadrúpedos, herbívoros, etc. La materia, en cambio, es como el substrato o “relleno” en que se implementa la forma. En el caballo sería la materia orgánica en general (los tejidos, la “carne” del caballo). En términos gramaticales, la forma son los predicados que atribuimos al sujeto (en este caso, al sujeto que es tal o cual caballo), y la materia el sujeto de tales predicados (aquello de lo que decimos que es mamífero, cuadrúpedo, etc.). 

En rigor, materia y forma son inseparables. Solo podemos separarlas artificialmente, mediante el pensamiento. Cuando pensamos por separado la forma (las propiedades) obtenemos los conceptos, que son realidades abstractas construidas por la mente (¡Y no cosas reales e independientes de las cosas, como creía Platón que eran sus Ideas!). A los conceptos los llama a veces Aristóteles “substancias segundas” (son reales, pero de una realidad de segundo orden, y dependientes de la mente). 


Cuando pensamos por separado la materia llegamos al concepto de “materia prima” (una supuesta materia sin forma alguna), pero esto no es ninguna cosa real, pues nada puede ser nada sin forma (es solo un “concepto límite”, sin significado real).

En las substancias, el aspecto material es el más visible (aunque nunca sin forma) y el aspecto formal el más pensable o definible (aunque cuando lo separamos de la materia nos recluimos en un mundo abstracto y dejamos de pensar en las cosas verdaderamente reales). Así pues, igual que las cosas o substancias son una unión inseparable de materia y forma, el conocimiento más verdadero es una síntesis entre la experiencia sensible y el pensamiento racional. Como veis, casi ningún científico actual podría estar en desacuerdo con Aristóteles.

Ahora bien. Aunque todo (o casi) está hecho de materia y forma, la forma es siempre más fundamental que la materia. La forma es la causa de que las cosas sean lo que son (la materia, en último término, es lo mismo siempre), y lo que permite conocerlas y definirlas como tales (definir algo es decir sus propiedades, describir su estructura). Además, como veremos, es la parte más “activa” de las cosas (la materia es lo más pasivo, se limita a “recibir” la forma). 

En función de esta mayor importancia de la forma, Aristóteles clasifica las substancias (de menor a mayor grado de “ser”) en su cosmología. Las substancias “sublunares” (las que forman la Tierra y su atmósfera) son las más “cargadas” de materia y, por tanto, las más indeterminadas y pasivas, las más irracionales. Se dividen a su vez en substancias debidas al azar (sin causa conocida), artificiales (tienen la causa de su actividad o movimiento fuera de sí mismas) y naturales (tienen la causa de su movimiento en sí mismas). Entre estas últimas están las substancias inertes, las plantas, los animales y los seres humanos, cuya forma (el alma inteligible) es la más activa de todas las del mundo sublunar. Por encima del mundo sublunar (en el resto del “espacio”) están las substancias celestes, que son los astros (estrellas, planetas), que son casi pura forma (con una materia muy sutil, a la que se llamó “éter” o “quinto elemento”). Y por encima de todo (fuera del cosmos) está la substancia divina, que es pura forma (sin materia) y pura actividad.


Podéis ver también esta entrada sobre Aristóteles, o profundizar en el tema de la materia y la forma, o en el del dualismo filosófico en general.

martes, 20 de noviembre de 2012

La Constitución de Platón


Platón no redactó ninguna Constitución, ¡ojo! Pero caso de haberle hecho caso algún redactor de constituciones la cosa hubiera sido, quizá, de este estilo:

CONSTITUCIÓN DE LA NUEVA CIUDAD DE PLATONEA.
Año 1 de la Era de la Justicia y la Sabiduría.
Comité de Filósofos fundadores presidido por Platón.
Secretario: Dión de Siracusa.  



I. DE LOS FINES Y LA ESTRUCTURA DEL ESTADO JUSTO.
  
  1. El fin de la política es el bien y la felicidad de todos los ciudadanos. El Estado justo es aquel que hace posible este objetivo.  
  1. El Estado es un reflejo del estado del alma de los ciudadanos, y a viceversa, el alma de los ciudadanos es un reflejo del Estado en el que viven. Un Estado justo es a la vez hijo y padre de ciudadanos justos. 
  1. Al igual que en el alma hay tres partes: la razón, la voluntad y las pasiones, en todo Estado hay tres partes o grupos principales: los gobernantes, los guardianes o guerreros, y los productores (agricultores, artesanos…).

II. DE LA JUSTICIA EN EL ESTADO Y LA FUNCIÓN DE CADA UNA DE SUS PARTES.

  1. La justicia o armonía del Estado es análoga a la justicia o armonía en el alma. Consiste en que cada parte de ese Estado se entregue virtuosamente a su función más propia. Los gobernantes a legislar y gobernar, los guardianes a defender al Estado de las agresiones externas o internas, y los productores a producir los bienes materiales necesarios para todos.

  1. Los gobernantes han de ser respecto a la sociedad, como la razón es respecto al alma: su parte racional. Su virtud es la sabiduría. Un Estado Justo es aquel en el que gobiernan los más sabios o filósofos. Solo los que conocen lo que es el Bien y la Justicia en sí mismos (la Idea de Bien) pueden legislar, gobernar y juzgar justamente.

  1. Los guardianes han de ser respecto a la sociedad, como la voluntad es respecto al alma: su parte irascible. Su virtud es el valor y la obediencia a los gobernantes. Un Estado Justo es aquel cuyos guerreros son los más valientes y disciplinados, valor y disciplina que nacen de su educación y de la convicción de que las leyes que defienden son las más sabias.


  1. Los productores han de ser respecto a la sociedad, como la pasión es respecto al alma: su parte concupiscible. Su virtud es la moderación. Un Estado Justo es aquel cuyos productores moderan su afán por el lucro y el disfrute de los bienes materiales (que producen y con los que comercian). Su moderación es fruto de la educación recibida y, por ello, aunque viven para los placeres, evitan los excesos y los goces más perjudiciales.




III.  SOBRE LA EDUCACIÓN Y LA PERTENENCIA DE LOS CIUDADANOS A UNA U OTRA CLASE.


  1. Los ciudadanos serán adscritos a una parte u otra del Estado (productores, guardianes o gobernantes) en función de sus méritos, y no de su nacimiento o condición social. Esto es: según sus cualidades naturales y su aptitud para el aprendizaje.

  1. Todos los ciudadanos (varones o hembras) serán igualmente educados, hasta la edad de 20 años, en la gimnasia, la música (solo aquella que fortalezca la moderación y el valor), la poesía y los mitos (solo aquellos que sean más verdaderos), y algunos otros saberes prácticos. Esta educación se hará sin forzarlos, a través del juego y el diálogo. Los que tengan menos capacidad y afán por el conocimiento dejarán los estudios y serán integrados en el grupo de los productores.

  1. Los ciudadanos con más competencia intelectual iniciarán un segundo ciclo de estudios en el que, durante 10 años, aprenderán matemáticas y otras ciencias. Aquellos que no demuestren capacidad para completar este ciclo serán integrados en el grupo de los guardianes.

  1. Los ciudadanos con mayor capacidad y vocación por el estudio, proseguirán su educación científica y añadirán a esta, durante 5 años más, la formación dialéctica o filosófica, investigando las Ideas en sí mismas, especialmente la Idea de Bien.  A estos estudios (que ya no abandonarán en toda la vida) seguirán 15 años de prácticas en distintos cargos de la administración del Estado. Estos ciudadanos, una vez completamente educados, serán obligados a gobernar, por turnos, el Estado.


IV.   SOBRE LA FORMA DE VIDA DE LOS PRODUCTORES, GUARDIANES Y GOBERNANTES.

  1. Solo los productores tendrán derecho a la propiedad de sus bienes y a tener familia. Los guardianes y gobernantes no poseerán nada propio ni vivirán en familia, sino todos juntos, compartiendo bienes, mujeres e hijos. Vivirán de forma austera, con lo necesario. Dado que, por su naturaleza y educación darán más valor al honor y al conocimiento que a los bienes y placeres materiales, tal género de vida no supondrá un perjuicio para ellos, sino un privilegio.

  1. Los más sabios (los que culminan el proceso educativo) serán obligados a gobernar por riguroso turno, aunque se resistan a abandonar sus estudios. Deberán pagar así la deuda contraída con la sociedad que hizo posible su educación.


V. SOBRE CÓMO EVITAR LA DEGENERACIÓN DEL ESTADO.


  1. Un Estado degenera cuando sus partes no ejercen virtuosamente la función que les corresponde, especialmente cuando gobierna quienes no son competentes para ello. Los Estados degenerados son, por orden de menos a más (degenerado), los siguientes:

(a) Timocracia. Gobiernan los guardianes o guerreros, cuya virtud es el valor, la disciplina y el honor (como en Esparta, la potencia rival de Atenas). Pero el valor sin sabiduría es ciego, no sabe a qué hay que aplicarse, y acaba aplicándose a sí mismo (el valor por el valor, el poder por el poder), o a fines innobles (la fama que da la victoria, la riqueza arrebatada a los enemigos…). Así, los gobernantes-guardianes acaban volviéndose codiciosos y amantes del lujo y la riqueza. Esto conduce a la oligarquía.


(b) Oligarquía. Gobiernan los ricos, cuyo principal objetivo es mantener o aumentar su patrimonio. Nace de la degeneración de la timocracia. Este Estado tiene dos grandes defectos: la desunión entre ricos y pobres, y la falta de moderación en el afán por la riqueza y los placeres que esta procura. En el Estado oligárquico todos acaban queriendo ser ricos, y vivir con el mismo lujo y libertinaje con que viven los gobernantes. Esto conduce a la democracia.


(c) Democracia. Gobierna la mayoría (es decir, los productores, el pueblo). Nace de la degeneración de la oligarquía. La virtud de los productores debería ser la moderación, pero el pueblo no es sabio y no puede moderarse a sí mismo. Así que funda su propio Estado en el exceso de libertad y de igualdad. Por la creencia en una igualdad excesiva nadie aprende nada (se cree que nadie es mejor que nadie) y se cae en el relativismo (cada uno cree tener su propia idea sobre lo bueno). La libertad, para el ignorante, es (como para los niños) hacer lo que se le antoje. Relativismo y libertinaje conducen a una lucha desenfrenada por los placeres y la riqueza (Es obvio que Platón se refiere aquí a la Atenas de su tiempo). Cuando el desorden se vuelve imposible de soportar se recurre a la tiranía.

(d) Tiranía. Gobierna un solo hombre ignorante y violento. Nace de la degeneración de la democracia y es el peor de los Estados. No hay ninguna virtud. El tirano llega al gobierno, y se mantiene en él mediante la violencia y el engaño (haciendo creer que va a beneficiar a todos, cuando solo busca su propio beneficio).




domingo, 18 de noviembre de 2012

Instrucciones (platónicas) para ser bueno y feliz.

1. Conócete y sé tú mismo. Nadie puede ser bueno ni feliz intentando ser lo que no es. Busca y cultiva tu propia identidad. Vive de acuerdo con lo que eres.

2. Sé tú mismo lo mejor o más virtuosamente posible. Nadie puede ser bueno ni feliz siendo menos de lo que puede ser. Busca ser un ser humano virtuoso del mismo modo que un músico busca ser un músico virtuoso, o un zapatero busca ser un zapatero virtuoso: haciendo lo que eres y te define (como ser humano) con la mayor competencia con la que seas capaz.


3. Vive de acuerdo a la razón. Piensa en lo que eres y te darás cuenta que “estás” en el alma, no en el cuerpo. Y que, en el alma, estás en ese “tú” que piensa y razona. Eres un ser racional, así que compórtate como tal.

4. Ama la sabiduría sobre todas las cosas. El amor te hace uno con lo que amas. El que ama la sabiduría y descubre la Unidad y Perfección de todas las cosas, se hace Uno con la Realidad, y también uno y bueno consigo mismo y con todos los demás.


La virtud o excelencia del alma racional es la sabiduría. Solo el que sabe qué es bueno, puede ser bueno. No hagas caso de los sofistas que dicen que es imposible saberlo (acuérdate de cómo se engañan y contradicen…). La ética es una ciencia.

5. Convierte tu sabiduría en valor. Que la fuerza y el valor de tu voluntad no radique en el deseo de reconocimiento o riqueza, ni en el miedo al castigo, sino en la razón de lo que has de realizar. Comprender es querer.

La virtud o excelencia del alma irascible (la voluntad) es el valor que nace de comprender racionalmente lo necesario que es afrontar o hacer lo que has de hacer.


6. Modera tus pasiones. Reduce tus necesidades y prefiere aquellas pasiones y placeres cuya ausencia o exceso no suponga dolor. Serás más feliz si tus placeres son la música o la amistad, en lugar de la embriaguez de alguna droga o la pasión por algún cuerpo.


La virtud o excelencia del alma concupiscible (la pasión) es la moderación o templanza, que provienen de la comprensión del dolor que va asociado a todo placer o pasión inmoderada, y del valor de la voluntad (movida por la razón) para rechazarlos.

7. Cultiva la armonía en el alma. Como si tu alma fuera un maravilloso instrumento musical en el que la razón fuera la nota dominante y el resto de las cuerdas (la voluntad, la pasión...) se armonizaran con ella formando un sublime acorde.

O como si tu alma fuera un carro conducido por caballos distintos (la voluntad, la pasión...), pero con un auriga experto que supiera mantenerlo equilibrado y bello en su carrera al cielo. La armonía o justicia en el alma es la mayor virtud y felicidad a la que podemos aspirar los seres humanos.

8. No juzgues con severidad a los cobardes o inmoderados, ni en general a los “malos” o “injustos”. Recuerda que su injusticia es fruto de ignorancia, y que ninguno de ellos actúa con maldad, sino con una bondad mal concebida. En lugar de castigarles, enséñales.

En aquellos en que predomina el alma irascible, la voluntad se entrega, por falta de entendimiento, a la fuerza sin motivo, la conquista y la ambición de honores y riquezas. Todavía es peor el caso de aquellos, aún más ignorantes, en que predomina el alma concupiscible: el vida de estos desdichados es arrastrada por la pasión hacia el consumo constante de placeres cada vez más costosos y alienantes...



miércoles, 14 de noviembre de 2012

Test sobre ética platónica


Poned a prueba vuestra sabiduría y conocimientos de Platón. Elige primero, de cada cuestión, la opción que te parece a ti más verdadera. Y luego, por lo que conoces, imaginas o intuyes del pensamiento ético de Platón, ponte sus barbas e intenta adivinar las opciones que escogería él. (Las soluciones al final).


  1. ¿SE PUEDE SER BUENO SIN SABER LO QUE ES BUENO?
  1. Imposible. Igual que nadie puede ser zapatero sin saber qué es un zapato. Solo se puede ser bueno en la medida en que se conoce la Idea de Bien (el ideal de perfección).
  2. Hay que conocer ciertas normas, pero ser bueno no consiste solo en conocer esas normas, sino en cumplirlas, y para eso lo que hace falta es fuerza de voluntad. Ser bueno es esforzarse por hacer lo que se debe.
  3. Pues sí. Se puede ser bueno por instinto, o por tener buen corazón, como los niños o los inocentes. O simplemente haciendo, cada uno, lo que le gusta o le hace feliz, y esto no tiene que ver con saber mucho, sino con sentir (placer, felicidad…). De hecho muchos intelectuales parecen unos amargados, eso no puede ser bueno.

  1. ¿SE PUEDE ENSEÑAR A SER BUENO? (¿ES LA ÉTICA UNA CIENCIA?).
  1. Claro que sí. Lo bueno ha de poder conocerse y explicarse. Es decir, lo bueno tiene que ser algo “lógico”, objetivo. Si lo bueno fuera subjetivo, según cada uno, la misma cosa sería igualmente buena (para unos) y mala (para otros), y esto no es lógico, y lo ilógico no se puede comprender o saber. Y si no puedes saber qué es bueno, no puedes ser bueno…
  2. Se puede enseñar qué es bueno (las normas morales), pero enseñar a ser bueno no es tan fácil, pues eso depende del carácter, de la fuerza de voluntad. Y todo esto no hay ciencia que lo enseñe, tiene que salir de uno mismo, como una fuerza o sentimiento del deber.
  3. No se puede enseñar lo que es subjetivo. Se puede enseñar matemáticas, lengua, etc. Pero no a ser buenos, pues lo bueno y lo malo es lo que a cada uno le gusta o le conviene, y sobre eso cada uno es su propio maestro y legislador.

  1. Y BUENO, ¿QUÉ ES LO BUENO O VIRTUOSO (EN GENERAL)?
  1. Lo bueno para una cosa es ser ella misma lo mejor posible, ser o vivir de acuerdo con su verdadera naturaleza, haciendo lo que le es propio lo mejor posible. Cuando esto ocurre decimos (los griegos decían) que esa cosa ha logrado su virtud o excelencia (areté, en griego). Un animal excelente es aquel que crece y se reproduce todo lo posible. Un violinista virtuoso es aquél que ha logrado cierta perfección como violinista. Etc.
  2. Lo bueno es una virtud solo accesible a los seres humanos, y consiste en poder actuar libremente, por principios morales estipulados por uno mismo, aunque sean opuestos a las inclinaciones naturales.
  3. Lo bueno es, en efecto, vivir de acuerdo con lo que uno es. Aunque esto, más que “bueno” es, simplemente lo “natural”. La “virtud” es satisfacer tus necesidades e inclinaciones naturales. Esto no es desarrollar ninguna excelencia, es simplemente vivir buscando lo que necesitas y te satisface.

  1. ¿QUÉ ES UNO MISMO? (Y, POR TANTO, EN QUÉ CONSISTE SER UNO MISMO LO MEJOR O MÁS VIRTUOSAMENTE POSIBLE)
  1. Uno mismo es una persona, es su alma o mente (no su cuerpo). Y en cuanto al alma, uno mismo es su conciencia y su razón (el alma racional). Somos seres racionales, así que, ser uno mismo (realizarse como persona) consiste en desarrollar nuestra naturaleza racional, vivir de acuerdo a la razón.
  2. Uno mismo es una persona, un compuesto de alma (ideales) y cuerpo (naturaleza). Lo más importante es el alma y, en ella, la razón y la voluntad. Ser uno mismo consiste en imponer voluntaria y libremente la razón (los ideales o normas universales) sobre la pasión (las tendencias naturales y particulares del cuerpo); el deber sobre el placer.
  3. Uno mismo es un animal (complejo, pero animal), con cuerpo y mente (o cerebro). Y en cuanto a la mente, somos seres emotivos, pasionales. Ser uno mismo es buscar la satisfacción placentera de nuestras necesidades y deseos naturales y particulares, es decir, sentirnos bien. Dado que somos animales complejos y diferentes culturalmente unos de otros, esas necesidades y deseos son muy variables (ser uno mismo puede ser relativamente diferente en cada cultura y época, o incluso para cada etapa de nuestra vida). 

  1. ¿EN QUÉ CONSISTE “VIVIR DE ACUERDO A LA RAZÓN”?
  1. Unificar o armonizar todo lo que somos (pasión, voluntad…) bajo la guía de la razón. Esta armonía racional (o “justicia en el alma”, dikaosyne, en griego) es la mayor virtud o bondad a la que podemos aspirar los seres humanos, y depende de que el alma racional conozca lo que es el Bien (la idea de Bien) y se haga sabia. La virtud o excelencia de la parte racional del alma es la sabiduría (phronesis, en griego).
  2. Querer vivir según la razón, aunque esto nunca sea posible (al menos en este mundo, en el que los ideales se contraponen a la naturaleza). Tener siempre la voluntad de ser racionales.
  3. Utilizar la razón como un instrumento para lograr satisfacer, con el mínimo coste, nuestros deseos.   
    
  1. ¿QUÉ RELACIÓN DEBE HABER ENTRE LA RAZÓN Y LA PASIÓN?
  1. Las pasiones son buenas (se desarrollan virtuosamente) si son moderadas o dominadas por la razón. Es decir, si comprendemos que es más racional preferir ciertos placeres a otros: los placeres no ligados a necesidades (tal como los placeres espirituales: la música, el arte…, cuya ausencia no genera dolor) a los placeres ligados a necesidades o instintos muy fuertes (la pasión sexual, por ejemplo, tan ligada al dolor), que son un “barril con agujeros”, nunca se llena, siempre queremos más y más (como cuando nos rascamos una herida), hasta hacernos daño. La virtud o excelencia del alma pasional (o concupiscible) es, así, la moderación o templanza (sophrosyne, en griego): tener pocas necesidades y preferir placeres sin dolor.
  2. Pasión y razón se oponen sin remedio en nosotros mismos (al menos en este mundo, en el que somos seres con alma y cuerpo). No podemos conciliar cosas tan contrarias. Lo único que cabe es querer, es decir, tener la voluntad, siempre, de vivir de acuerdo a ideales racionales.
  3. La razón tiene valor en cuanto sirve a la pasión. Lo bueno es lo que deseamos (aquello a que nos mueve la pasión). Y la razón participa de esa bondad en cuanto es un instrumento útil para lograr lo que deseamos, justificarlo, etc.

  1. ¿QUÉ RELACIÓN DEBE HABER ENTRE LA RAZÓN Y LA VOLUNTAD?
  1. La voluntad es buena en cuanto quiere, sin titubeos, valerosa y enérgicamente, lo que lo que la razón juzga como bueno y querible, oponiéndose y venciendo, si es necesario, a los deseos pasionales. Una buena voluntad no actúa así de valerosamente por miedo al dolor (castigos, amenazas), esto sería como “ser valiente por cobardía” (y estar dominada, en el fondo, por las pasiones), sino porque comprendemos racionalmente la necesidad de lo que hemos de hacer. La virtud o excelencia del alma volitiva (o irascible) es, así, el valor (andreia, en griego) que nace de comprender racionalmente lo necesario que es afrontar o hacer algo. Comprender es querer.
  2. La voluntad es buena en cuanto quiere lo que la razón juzga como bueno, aunque no pueda imponerse a los deseos pasionales (somos contradicción, lucha constante). Comprender racionalmente que algo es bueno no equivale a quererlo (uno puede querer lo contrario, lo que la pasión desea). Por eso la virtud o valor de la voluntad es lograr querer (quererlo al menos) lo que la razón indica. Comprender no es siempre querer.
  3. La voluntad es buena en cuanto expresión de los deseos y pasiones, es decir, en cuanto quiere lo que nuestro corazón ha decidido querer (lo que nuestras emociones dictaminan como deseable).

  1. ¿CUÁL ES EL MODELO DE HOMBRE BUENO?
  1. El sabio o, mejor, el buscador de la sabiduría (el filósofo). Solo él puede comprender qué es lo bueno y, por tanto, serlo, aplicando la razón a todo lo que hace, desea, quiere…
  2. El hombre voluntarioso y esforzado, que lucha por querer siempre lo que la razón le dicta, en oposición a sus invencibles pasiones.
  3. El hombre pasional e inteligente, que logra satisfacer sus gustos y deseos.



  1. ¿QUÉ HOMBRES SON, EN GENERAL, MALOS?
  1. No hay, estrictamente hablando, hombres “malos” (que quieran ser malos). Sino hombres ignorantes o poco sabios. Como han desarrollado poco su alma racional, se dejan arrastrar por las pasiones, sin prever el dolor que se avecina (son los intemperantes o inmoderados); y son incapaces de imponer la voluntad sobre las pasiones o la utilizan para lograr cosas poco valiosas en si mismas, como posesiones materiales, conquistas, prestigio (son los ambiciosos), pues no entienden aún lo que ellos mismos son (ni, por tanto, lo que verdaderamente les conviene ser y hacer).
  2. Malo es el que tiene mala voluntad, es decir, el que comprendiendo que lo racional es hacer X, quiere hacer lo contrario, movido por pasiones e intereses emotivos y pasionales.
  3. Malo es el que contraviene su naturaleza pasional, reprimiendo con la voluntad sus deseos y necesidades naturales, e incluso haciendo caso de creencias falsas acerca de la naturaleza espiritual y puramente racional del hombre.

  1. ¿EN QUÉ CONSISTE SER FELIZ?
  1. Solo el hombre bueno, el que actúa siendo lo que es, realizando y desarrollando su naturaleza, puede ser plenamente feliz (nadie es feliz siendo lo que no es, o siéndolo peor de lo que lo puede ser). Ahora bien, como el ser humano es, ante todo, un ser racional, ser feliz equivale a ser sabio, vivir de acuerdo a la razón. Una prueba es que todo aquel que ha alcanzado una vida de gran actividad intelectual, pasando, primero, por una vida más ignorante (probando los placeres de ambas), no quiere ya volver a ser ignorante (el que ya sabe muchas matemáticas o tocar la batería no querrá volver a vivir en la “felicidad” de aprender a multiplicar o de tocar simplemente un bombo).
  2. El hombre bueno no siempre es feliz. De hecho, a menudo tiene que elegir entre placer y deber, es decir, entre la felicidad que le reportan los placeres pasionales y la dignidad que supone seguir sus principios racionales. La razón no puede proporcionar una felicidad plena, al menos en este mundo, porque no todo en él (ni en nuestra vida) es racional.
  3. El hombre bueno, que es el que satisface lo más plenamente posible sus deseos, ha de ser feliz. Pues la felicidad consiste, no en realizar de forma armónica tu naturaleza o algo así, sino, sencillamente, en disfrutar de emociones placenteras (la felicidad es ese estado de bienestar emotivo en que tales emociones o placeres proliferan).

SOLUCIONES (¿SOLUCIONES?)

Si has escogido todo A, eres un platónico consumado, es decir, un "intelectualista moral".
Si has escogido todo B, eres un "voluntarista moral" (como Kant, y otros filósofos que veremos).
Si has escogido todo C, eres un "emotivista moral" (con un poco de "naturalismo moral", como los empiristas y otros filósofos que veremos). 
Si has escogido una mezcla, eres una mezcla (seguramente explosiva). Mira a ver cuál es el ingrediente principal (A, B, o C).
Si te apetece (o quieres, o te convence) dar otras respuestas, a una o todas las cuestiones, o necesitas alguna aclaración, ahí tienes los botones para comentar...