lunes, 10 de noviembre de 2025

27. La ética platónica: cómo ser sabio, bueno y feliz (al mismo tiempo).

 

La ética es el estudio de lo que conviene al ser humano para vivir bien y lograr la virtud o excelencia. Para Platón, la vida buena es, en general, aquella en que cada una de las tres partes del alma (los deseos, la voluntad y la razón) actúa virtuosamente y se produce entre ellas una especie de armonía, a la que Platón va a llamar “justicia”.

El deseo es lo que Platón llama parte concupiscible (más adelante se llamará también la parte “apetitiva” o “pasional”). Es la parte del alma que nos empuja a los placeres sensuales. Esa parte actúa virtuosamente cuando se muestra moderada y nos dirige a los verdaderos placeres (aquellos que no generan dolor a largo plazo, pues un placer que genera dolor es algo contradictorio). Su virtud es, pues, la moderación o templanza; virtud que proviene de la comprensión de la falsedad  del placer inmoderado y del valor de la voluntad  para rechazarlo. 

La voluntad es lo que Platón llama parte irascible (o lo que se llamará más adelante la parte “volitiva”). Es la parte del alma por la que tratamos de imponer la razón sobre los deseos inmoderados. Esa parte actúa virtuosamente cuando logra imponerse a los deseos con coraje y valor, logrando controlar las pasiones que nos apartan de la razón. Su virtud es, pues, el coraje o valor. Un valor que nace de comprender, gracias a la razón, la necesidad de ciertas acciones (en otros casos, cuando el valor nace de alguna pasión, como el miedo, no es verdadero valor). 

Finalmente, la parte racional es la que nos conduce al conocimiento verdadero. Su virtud es, pues, la sabiduría. Solo quien sabe qué es lo bueno puede ser bueno y guiar su vida correctamente. 

Platón defenderá, así, que lo bueno para el ser humano es lo bueno para su alma, y que lo bueno para el alma es el logro de un estado permanente de armonía por el que cada parte hace lo que debe hacer virtuosamente: la razón conocer (para conocer el bien y elegir sabiamente); la voluntad imponer (con valor o coraje) las decisiones de la razón sobre los deseos; y los deseos dejarse moderar por la voluntad y la razón. Cuando el alma entera actúa así de virtuosamente se produce una especie de armonía (a la que Platón llama “justicia”), que es su mejor estado. Si recordáis el mito del carro alado, la armonía del alma equivaldría a un carro que avanza rectamente y sin descarrilar hacia su fin más propio, gracias a que el auriga (la razón), ayudado por el caballo noble (la voluntad) logran contener al caballo que siempre tiende a desbocarse (los deseos, las pasiones) … 

La conclusión a la que podemos llevar es que la ética platónica es, como la socrática, una ética racionalista o intelectualista, en la que el bien se puede conocer y en la que este se identifica propiamente con el conocimiento o sabiduría. Tanto para Sócrates como para Platón, el secreto de una buena vida es conocerse y ser uno mismo lo más virtuosamente posible, lo que significa vivir de acuerdo con la razón, amar la sabiduría sobre todas las cosas y convertir esa sabiduría en fuente de valor y de moderación. Si logramos generar ese maravilloso acorde en el que la razón es la nota dominante y el resto de las cuerdas (la voluntad, la pasión) se armonizan con ella habremos alcanzado la mayor virtud y felicidad.


Si queréis una guía platónica para ser realmente sabio, bueno y feliz, aquí la tenéis.



jueves, 6 de noviembre de 2025

26. La antropología platónica y cuatro cuentos sobre el alma


¿Qué somos los seres humanos

Como cualquier otro ser, los humanos tenemos una naturaleza doble: somos, de un lado, seres sensibles; pero, de otro lado, somos lo que somos por participar de lo inteligible (es decir: por participar de las las ideas que nos definen como humanos y como individuos). 

Como les ocurre a otro seres, nuestra naturaleza sensible se divide a su vez en dos: el cuerpo y el alma (lo físico y lo psíquico). El cuerpo es siempre lo movido, y el alma lo que mueve o anima. Este movimiento que nos imprime el alma es nuestra forma de ser, pues el alma es la parte que está en contacto con la forma ideal que somos y, conociéndola (más o menos), "tira" de nosotros hacia ella...

El alma humana se divide a su vez en dos tipos de "movimiento anímico": el querer (que comparte con los animales), y el pensar, la razón, que en el hombre se convierte en la guía del querer... Aunque no siempre. En el ser humano, el querer se divide también en dos: un querer pasivo, pasional, que no siempre obedece al pensamiento (son los deseos o apetitos animales), y un querer activo, voluntarioso, que obedece al pensamiento (es lo que solemos llamar la "voluntad").

Como veis, en el ser humano, todo se duplica una y otra vez, como en un juego de espejos. Somos una realidad inteligible pero también aparentemente sensible. Como seres sensibles somos cuerpo y alma. Y en el alma: pensar y querer. Y en el querer: acción (voluntad) y pasión (deseo). Platón llamó a estas tres partes del alma con términos que han pasado a la historia: el alma racional (el pensar), el alma irascible (el querer activo, la voluntad) y alma concupiscible (el querer pasivo, los deseos animales, la pasión). 

Siendo dobles como parece que somos, tal vez tengamos que hablar en mitos (que son un doble de la verdad) de eso que somos y parecemos. Así que escuchad estos dos pares de mitos, que son cuatro, cuatro cuentos sobre el alma, que os deberían recordar, si están bien compuestos, a un único cuento verdadero...


El carro alado o la reencarnación.

Cuenta un viejo cuento que el alma cuenta con dos cosas: la alada carrocería (el cuerpo) y lo que la mueve y levanta, y a esto último llaman más bien alma, o ánima, porque anima a moverse al cuerpo. Dicen que este alma también es doble, tiene motor y guía, es decir, querer y pensamiento. Y dicen también que el querer es como un motor de dos caballos. Uno es la pasión (es un caballo negro y salvaje, al que llaman Apetito) y el otro es la acción voluntaria y esforzada (es un caballo blanco y sensato, al que llaman Coraje). El conductor o Auriga de este carro de dos caballos es la Razón, y desde que el mundo se hizo, dando alma (que es la forma de la Forma en la materia) a cada cosa, todo Auriga conduce su carro según quedó establecido por las leyes de circulación del cosmos. En esa armonía de movimientos, las almas humanas vuelan lo más alto posible, pues es allí, sobre las propias espaldas del cielo y a los pies de los dioses inmortales (las ideas), donde crece su alimento favorito (el conocimiento o contemplación de las ideas). No hay felicidad más grande que revolotear allí. Pero, ay, el vuelo de las almas humanas es inestable. "Apetito", el caballo indócil, se desboca a veces, atraído por los olores de la tierra, y entonces hace descarrilar el carro y el alma descarriada y con las alas rotas cae sobre el mundo, en donde cambia su carrocería brillante y alada (hecha del material de las estrellas) por la de la triste carne que padecemos. Pero el alma humana, caída como un ángel caído, no se conforma nunca, y tras recuperarse de la inconsciencia provocada por el golpe, recuerda vagamente el lugar aquel donde vagaba feliz. Y si logra en este mundo enderezar al caballo desobediente y, con ayuda de "Coraje", el caballo dócil y disciplinado, alzar de nuevo el carro, poco a poco, hacia alimentos cada vez más celestiales y propios al alma (tal como la belleza más pura, la virtud y la sabiduría), entonces se irá reencarnando en la forma de seres cada vez más alados, desde el animal o el labriego al noble guerrero o el sabio. Y así será hasta que, encarnándose, como los buenos pensamientos se encarnan, de sabio en sabio, generación tras generación, logre de nuevo merecerse alas y cielo y, así, volver a la casa de las Ideas (esas que van descubriendo los sabios), que es la suya propia.


Eros o el amor.


Cuentan los amantes de los cuentos que el alma es el Amor que mueve todo cuerpo y  mundo. Y dicen que este Amor (al que algunos llaman Eros) fue en tiempos un dios, nacido de dioses.  Dicen que se celebraba el nacimiento de Afrodita, diosa de la Belleza, y que tras el banquete divino, Poros, el dios de los Recursos, que estaba borracho, fue asaltado por Penia, diosa de la Pobreza, que quedó embarazada de aquel. El hijo de este accidentado encuentro fue precisamente Eros, quien desde entonces va buscando la belleza de Afrodita con todas sus fuerzas y recursos (como hijo de Poros), pero sin llegar a tenerla nunca del todo (por ser hijo de Penia). Pues bien, el alma humana es como ese dios caído o venido a menos que es Eros. Como él, somos hábiles e inteligentes (Poros), pero también débiles y menesterosos (Penia). Y también, como él, recordamos siempre la divina belleza del cielo del que provenimos. Y la buscamos, primero, en el deseo por los cuerpos jóvenes y bien parecidos, pues es en ellos donde antes se refleja o recuerda la belleza. Y así, el alma amante va de un cuerpo a otro, descubriendo que lo bello es uno en muchos. Pero descontenta el alma de la belleza física, pues siendo efímera no es posible permanecer ni sembrar en ella nada --ni siquiera hijos-- que no sea también pasajero y olvidadizo, busca entonces la belleza que hay en las buenas acciones. Y así el alma se enamora de otras almas buenas y ambas emprenden, con coraje y valor, hermosos proyectos en común. Y si bien es cierto que esta belleza es más perdurable y alta, tanto en sí misma como en sus hijos (las proezas y la fama), no basta tampoco al alma, que recuerda y busca una belleza aún más pura y eterna. Por eso el alma se enamora al fin de otras almas, más sabias, con las que poder razonar y dialogar. Y junto a ellas logra recordar la mayor y más imperecedera belleza, la Belleza en sí, la idea o forma por la que todo lo bello lo es. Contemplando esta Idea eterna, el alma recuerda ya del todo quién es y de donde viene, y así vuelve al cielo donde nació y donde nada falta ni acaba.

La Caverna o el conocimiento.


Cuenta el mito que las almas humanas estamos prisioneras de un cuerpo o caverna, oscura como la noche y en la que, a falta de luz, vivimos en sombra soñando que vivimos en un mundo que es todo de sombras y de sueños. Lo peor es que las almas no parecen apetecer más que esa vida ignorante e infrahumana. Pero si alguna de ellas, por la fuerza de otro o la propia de su coraje, se liberara, vería las cosas origen de aquellas sombras, y el fuego que las alumbra, y comprendería que lo que sabía y quería antes no era más que copia de lo que ahora descubre digno de querer y ver. Pero si, una vez despertada de las sombras por su asombro, sigue esforzadamente camino arriba y sale fuera de la gruta, sus ojos se le quedarán inútiles de tanta luz, y solo podrá guiarse ya por la razón. Y descubrirá allí que aquellas cosas que asombraron sus ojos no son más que copias de estas otras que ahora iluminan su inteligencia. Y sabrá entonces, al pasar de la noche de los sentidos al día de la razón, que este nuevo mundo es más celeste, amable, bueno y verdadero, pues en él habitan la luz, la belleza, la bondad y la verdad puras, sin cuerpo ni tiempo, perfectas en sí mismas, hijas todas de la Perfección que, como un Sol, a todo ilumina y hace ser y vivir. Cuando esto comprende el alma se comprende a sí misma y queda comprendida y unida allí en lo más alto, como una más entre las Ideas, justo donde está su soleado hogar.

El Reino o la educación.


Una perfección falta al alma allá en su cielo de marfil, en el que feliz y plena contempla las Ideas y se descubre cada vez más sabia. Aunque nada le apetece más que su vida de retiro y filosofía, el alma del antiguo cavernícola, hoy alma libre, recuerda y razona que no es justo abandonar a esas partes olvidadas de sí que son los otros, las otras almas, las de la multitud de prisioneros que permanecen allá abajo en la caverna. Entonces, domando con coraje su más natural y verdadero apetito, el alma del filósofo baja a la caverna a educar y gobernar al resto, para que todos puedan gozar de su misma libertad y conocimiento. Así, y aún a riesgo de que lo tomen por loco, el alma del filósofo se empeña valientemente en educarlos. Primero como a niños, con cuentos, mitos, canciones y juegos, hechos de imágenes o sombras, como aquellas que están acostumbrados a ver, les enseña a fortalecer el carácter y a vencer el apetito viciado en la costumbre. Una vez libres de esas primeras cadenas, el alma del filósofo les muestra el saber que hace útil a los objetos, y así, moderados en sus apetitos y expertos del saber práctico, los nombra artesanos y productores de un nuevo Reino. Luego, a los más capaces, el alma maestra los saca de la caverna y les muestra el difícil arte de la ciencia, por el que, mirando con inteligencia las Ideas descubren su forma tanto en las cosas como en las acciones de allá abajo, en la caverna. A estos, el filósofo los nombrará gobernantes o guardianes del Reino. Pero de entre estas almas, ya libres, hará de nuevo dos grupos. Las almas con más coraje que razón, no aprenderán mucho más y quedarán destinados a guardar, como soldados, y a gobernar, como auxiliares. Y a las almas con más capacidad racional les enseñará mucho más, pues aprenderán algo más que ciencia: a saber de las Ideas en sí mismas, de las relaciones entre ellas y de su unión bajo la Idea suprema, la Idea de Bien. Solo este conocimiento supremo, que da la filosofía, podrá hacerles saber qué es la Perfecta Justicia, y solo en posesión de ese conocimiento podrán gobernar perfecta y justamente el Reino, descubriendo el Cielo acá en la Tierra.    





martes, 4 de noviembre de 2025

25. EJERCICIO CON TEXTO NO FILOSÓFICO 1


EJERCICIO CON TEXTO NO FILOSÓFICO 1



1. Leed los siguientes fragmentos o documentos y, de cada uno de ellos, identificad el tema o problema principal que se plantea en él y nombrad alguna teoría o perspectiva filosófica que podáis relacionar con dicho problema. 

2. Escoge uno de los fragmentos o documentos y desarrolla una exposición escrita en la que comentes el tema y el contenido del texto relacionándolo con alguna teoría o perspectiva filosófica (o varias de ellas) que conozcas (30/35 líneas). Cuando acabes, ponle un título lo más expresivo posible a tu exposición. 


Texto 1. "Desde las abejas hasta los anillos de Saturno, pasando por los helechos y los átomos, la naturaleza, donde se mire, está llena de patrones que pueden describirse con las matemáticas, entendida así, como un lenguaje o una herramienta que creamos para describir el mundo. Pero no para el filósofo Sam Baron, quien se opone a la generalizada noción de que las matemáticas son una invención humana. Para Baron, las matemáticas son, en realidad, la base del mundo; dan estructura al mundo en que vivimos. Nosotros simplemente la observamos. En otras palabras, las matemáticas existían en la naturaleza mucho antes de que los humanos las inventaran". (Artículo de revista)


Texto 2. "La IA y la loca iconosfera que nos circunda (y nos habita) nos ha robado, ¡aleluya!, la fe en las imágenes, demostrándonos lo que ya sabían los más sabios (y los más astutos): que lo que vemos y nos hacen ver ha sido siempre, todo ello, una barroca construcción cultural – una ilustración de las palabras sagradas e instituidas –, y que ante ese altar envolvente e íntimo de las imágenes hemos de desarrollar el mismo talento crítico y analítico que frente al discurso de las palabras. Dicho de otro modo: que, con más o menos conciencia o buenas intenciones, sofistas y artistas (héroes todos de nuestro tiempo) son lo mismo, y que hay que desconfiar radical e igualmente de ellos, si es que queremos acabar de empezar a salir de una vez de esta vieja y oscura caverna"(Artículo de periódico)


Texto 3. "También el relativismo pone en cuestión que seamos alguna vez capaces de alcanzar la verdad por medio de razonamientos. Como ya ha quedado dicho, en la argumentación racional debe conciliarse el punto de vista subjetivo y personal con el objetivo o universal (siendo este último el punto de vista de cualquier otro ser humano que por así decir «mirase por encima de mi hombro» mientras estoy razonando). Pues bien, los relativistas opinan que tal cosa es imposible y que mis condicionamientos subjetivos siempre se imponen a cualquier pretensión de objetividad universal. A la hora de razonar., cada cual lo hace según su etnia, su sexo, su clase social, sus intereses económicos o políticos, incluso su carácter. Cada cultura tiene su lógica diferente y cada cual su forma de pensar idiosincrásica e intransferible. Por tanto hay tantas verdades como culturas, como sexos, como clases sociales, como intereses... ¡como caracteres individuales!" (Fragmento de un libro).


Texto 4. "¿Puede la escuela ser algo distinto a una institución diseñada para el acoso? Desde luego. Si en lugar de un instrumento de reproducción de los valores imperantes (básicamente, los de la vida entendida como un juego cruel de ganadores y perdedores para el que hay que endurecerse y aprender a pelear, vencer y humillar a los demás) se convierte en un medio de transformación colectiva que cambia la disciplina ciega, la intimidación, la competitividad y la evaluación obsesiva, por el espíritu crítico, la autonomía, la cooperación y la responsabilidad personal. En otro caso, darán igual las charlas, los talleres, los protocolos y los psicólogos; el acoso escolar seguirá siendo una manera más de imbuir en niños y niñas que la vida es una jungla en la que hay que aprender a pisar para no ser pisados, marginar para no ser marginado y hundir a otros en la miseria para triunfar y ser el tipo poderoso que deberíamos aspirar a ser.". (Artículo de periódico)


Texto 5. "«La maldad se extiende sin fin. El hombre amable se ha desvanecido». Con estas palabras se lamentaba un poeta egipcio en los tiempos del Imperio Medio, unos dos mil años antes de nuestra era. Desde entonces, el diagnóstico pesimista se ha oído o leído sin cesar: en la Ilíada, de Homero, o en la barra del bar […]” (Artículo de periódico)


Texto 6. “En el comienzo este (mundo) era Brahman, el Uno, ilimitado, ilimitado (...) en cualquier dirección (...). Inconcebible es este mismo todopoderoso, inabarcable, ingénito, más allá de todo pensamiento lógico y discursivo, impensable. Espacio es su ser propio, y él, lo Uno, es lo único que permanece en vela cuando todo se arruina...; pone en existencia este (mundo material) y en él desaparece”... (Texto religioso-filosófico hindú).


domingo, 2 de noviembre de 2025

24. Sócrates y el intelectualismo moral


A pesar de ser viejo, pobre y muy feo, Sócrates despertaba pasiones entre los jóvenes más bellos de Atenas. Uno de sus amantes, el poderoso y hermosísimo Alcibíades, decía de Sócrates que era como un monstruoso Sileno por fuera, pero como un dios por dentro... 
Si no como un dios, Sócrates ha pasado a la historia como una especie de "santón" filosófico, gracias, sobre todo, al retrato que nos dejó de él Platón, su discípulo más famoso.

Nacido en Atenas sobre el 470 a.C., Sócrates sufrió las penurias de la guerra contra Esparta y los vaivenes políticos que siguieron a la derrota. Fiel a sus principios hasta la muerte, fue ajusticiado por los atenienses en el 399 a.C., acusado de impiedad y de corromper a los jóvenes. Pese a que durante su juicio (y según narra Platón) Socrátes demostró lo infundado de las acusaciones, fue condenado a muerte. Reacio a burlar las leyes, Sócrates acepto su condena, negándose a huir, y se despidió de sus discípulos con el más bello diálogo sobre la inmortalidad del alma que se haya escrito nunca, o, al menos, así lo describió o imaginó Platón en el Fedón, una de sus obras más famosas... 


Si queréis conocer a Sócrates nada mejor que leer los diálogos de Platón, especialmente estos tres (en los que se narra el juicio y su muerte en la cárcel): Apología de Sócrates, Critón y Fedón.

Aunque para algunos de sus contemporáneos (como el cómico Aristófanes, que lo ridiculizó en su obra Las Nubes) Sócrates era un sofista más, lo que sabemos de su forma de vivir y sus ideas nos permite concebirlo como justo lo contrario...


Para empezar, Sócrates no era un sabio profesional como los sofistas. Su único conocimiento, decía (no sin ironía), era el de saber que no sabía nada, por lo que poco podía enseñar (como mucho, a que cada uno "diera a luz" el saber que tenía dentro, conociéndose bien a sí mismo).
Para él, el fin de la filosofía era, como en los sofistas, desarrollar la excelencia o virtud humana, pero, a diferencia de los sofistas, la virtud socrática no consistía en lograr el poder o la riqueza, sino en cuidar el alma, dotándola de sabiduría y obrando con justicia. El propio Sócrates era famoso por su pobreza y desinterés por los cargos públicos o el prestigio social, mientras que mostraba una gran preocupación por cultivar el conocimiento, actuar rectamente y controlar sus pasiones. 

Por otra parte, si para los sofistas la principal habilidad del sabio era la retórica, Sócrates se preciaba de hablar directamente, sin adornos. Para él, el lenguaje no era un fin, sino un medio. Lo que importaba no era componer bonitos discursos, sino dialogar con los demás para buscar juntos la verdad. 

Su método no era el monólogo persuasivo, como en los sofistas, sino el diálogo mayéutico La  técnica "mayéutica" (la palabra se refiere al arte de la comadrona, que Sócrates decía en broma haber heredado de su madre, y que le permitía ayudar a las almas de los jóvenes a "parir" sus propias ideas) era muy sencilla. Consistía en hacer preguntas y mostrar al interlocutor que no sabía lo que creía saber para, a continuación, invitarlo a buscar la verdad a través del diálogo ("diálogo" significa etimológicamente "avanzar mediante razonamientos"). 


En cuanto al pensamiento que atribuimos a Sócrates, era muy diferente al de los sofistas. Vamos a verlo. 

(1) El universalismo moral y político. En contraposición al relativismo sofista, Sócrates cree que lo bueno y lo justo se pueden definir de manera objetiva y universal. Su pensamiento arranca de las contradicciones lógicas del relativismo. Por ejemplo: si el relativista afirma que lo bueno es algo diferente para cada uno (o para cada época o cultura) está diciendo que lo mismo ("lo bueno") es diferente, lo cual parece contradictorio. Dicho de otro modo: si discutimos sobre qué es bueno, estamos admitiendo, de entrada, que compartimos una definición universal de tal cosa (aunque sea para modificarla, perfeccionarla o incluso negar que exista); por lo tanto, la definición universal debe existir. Además, conviene recordar que el relativismo moral y político se basa en el relativismo epistemológico (aquel que afirma que la verdad es según cada uno), y este es igualmente contradictorio, pues si no hay ninguna verdad universal, tampoco el relativismo es universalmente verdadero, por lo que la teoría relativista no sería más verdadera que su contraria. Sócrates cree, por tanto, que ha de haber definiciones universales de términos como "justicia", "moral" o "virtud". Otra cosa es que logremos descubrirlas a través del diálogo... 


(2) El esencialismo moral y político. Que lo bueno o lo justo puedan definirse de manera universal significa que les corresponde una "esencia" o naturaleza objetiva, es decir, que tienen una naturaleza propia, real, independiente de lo que los seres humanos decidan o convengan al respectoEn contraposición al convencionalismo de los sofistas, Sócrates defiende, así, una teoría esencialista de los valores y las leyes: estos no deben ser simples convenciones o acuerdos, sino una expresión de lo que sea esencial o realmente bueno o justo. Dicho de otro modo: las leyes no son justas porque las convengamos, sino que las convenimos (o deberíamos) porque son justas.


(3) El racionalismo o intelectualismo moral. Para muchos sofistas, el único criterio para determinar si algo era bueno o justo era su utilidad o conveniencia: lo bueno o justo es lo que conviene a cada uno (o a los más poderosos). ¿Pero sabemos lo que realmente es útil o conveniente para nosotros? Sócrates cree que lo bueno o justo no es lo que creemos que nos conviene, sino lo que realmente es bueno y justo, y que esto es, además, lo que realmente más nos conviene. No hay nada más útil, dirá Sócrates, que conocer lo que de verdad es útil o valioso y actuar en función de ello. Lo bueno se puede, pues conocer, y según Sócrates, este conocimiento (que es, sobre todo, un autoconocimiento) se da a través de la razón y el intelecto. De ahí que a su teoría moral le llamemos "intelectualismo moral". ¿Y qué es lo que nos dice la razón al respecto? Que lo bueno para algo es, siempre, aquello que desarrolla su naturaleza o ser. Así, lo que más nos conviene como seres humanos no es la riqueza o la fama, sino conocernos a nosotros mismos y cuidar de nuestra alma. Y cuidar el alma es darle aquello que la alimenta y la hace crecer: la sabiduría, el autocontrol de las pasiones, el cálculo de placeres (para elegir los mejores a largo plazo) y el obrar justa o rectamente. Todas estas cosas no son separables: ser sabio es la condición para dominar las pasiones, calcular los placeres y actuar bien. No se puede actuar bien si no se sabe lo que es bueno. De hecho, todo el mundo actúa en función de lo que cree (erróneamente o no) que es bueno y justo. Por lo que nadie hace el mal o comete injusticia a sabiendas, sino por ignorancia de lo mejor o de lo más conveniente para él. El mal es, pues, ignorancia, y no "mala voluntad". Así, el castigo o la culpa tal vez no tengan mucho sentido, y lo que el "malvado" necesita es, sobre todo, educación.

(4) La concepción socrática de la educación. Si para los sofistas  la educación es una técnica para ser más convincente en la defensa de los intereses particulares, para Sócrates la educación es un medio (el del diálogo mayéutico) para hacernos más sabios y, por lo tanto, más buenos y felices. 

(5) Confianza en la razónSócrates no es un escéptico: cree que el conocimiento es posible, incluso en el ámbito de los valores. De hecho, el escepticismo parece una teoría autocontradictoria: si nada se puede conocer, tampoco podría conocerse que nada se puede conocer... Sócrates confía en la posibilidad del conocer, por eso se empeña en dialogar con unos y con otros buscando las definiciones verdaderas de las cosas o de lo bueno y lo justo. Este conocimiento objetivo no se basa en la percepción o las opiniones (pues cada uno percibe las cosas u opina desde su propia perspectiva) sino en la razón, donde no hay perspectivas individuales (un argumento racional o lógico es correcto o incorrecto para todo el mundo que lo comprende, no depende de “como lo vea cada uno”). Por ello es el diálogo racional (eliminando contradicciones y buscando los mejores argumentos) dónde cabe buscar ese conocimiento objetivo de las definiciones (solo cuando definimos adecuadamente lo que es bueno podemos percibir buenas acciones) ...

(6) ¿El "dios" interior? Sócrates decía tener un dios interior que le impedía realizar acciones que contrariaran su razón, si bien esto puede ser metafórico, y no referirse más que a la propia conciencia. También defendía la inmortalidad del alma (aunque no sabemos si esto es un añadido de Platón), pero empleando siempre argumentos racionales. Por ello, no podemos concluir que Sócrates fuera, ni agnóstico, como muchos sofistas, ni tampoco una persona religiosa, al menos en el sentido usual del término.


Aquí tenéis una imágenes de Sócrates en acción: 





Y aquí la presentación de clase:



Y si queréis discutir con Sócrates en el Chat de nuestro compañero Ramón Besonías, podéis pulsar aquí