viernes, 31 de octubre de 2014
El mito de la caverna.
Imagina, dice Platón, unos hombres prisioneros desde niños en una oscura caverna. En ella viven atados de tal modo que sólo pueden mirar hacia la pared del fondo. Detrás de ellos se encuentra un pequeño muro y detrás de él, sin que los prisioneros puedan verlos, pasan unos extraños hombres hablando entre sí y portando objetos con figuras de cosas, hombres y animales; un poco más allá de ellos hay una hoguera. La luz de la hoguera ilumina a esos extraños seres y sus objetos de manera que la sombra de tales objetos se proyecta en el fondo de la cueva. ¿Qué será el mundo (pregunta Platón) para los prisioneros? Ellos creerán, sin duda, que la realidad serán esas sombras, así como los ecos de las voces de los portadores...
¿Pero qué pasaría si liberáramos a uno de esos prisioneros? Se quedaría asombrado al comprobar que lo que creía que era el mundo no era más que la sombra de cosas y seres que desconocía. Y si lograra salir de la cueva y ver, no objetos que figuran otras cosas, sino las mismas cosas iluminadas por el sol, se sorprendería aún más, pues comprendería que los objetos y sombras de la caverna no son sino copias de las cosas, aún más reales, que existen fuera. Mientras se acostumbrase a la luz solar, el prisionero tendría que mirar estas cosas reales en sus reflejos en el agua y otras superficies, pero más tarde podría mirarlas directamente, e incluso percatarse de que es el sol el que permite admirarlas a todas.
Imaginaos que este hombre quisiera volver a la caverna a contarle a sus compañeros todo lo que ha visto. Al principio, y mientras se acostumbrara de nuevo a la oscuridad, se comportaría torpemente y sería el hazmerreir de todos. Pero cuando contara a los demás lo que ha visto fuera, sería aún peor: lo tomarían por loco e incluso algunos lo amenazarían de muerte.
Esto es, en esencia, el contenido del mito. Aunque lo mejor es que lo leáis por vosotros mismos (en la carpeta de Textos PAU lo tenéis en una buena traducción). Una vez leído, claro, toca interpretarlo, que es lo interesante. ¿Qué creéis que nos quiere decir este mito? ¿Qué es lo que más os ha llamado la atención en él?
Por cierto, pulsando AQUÍ podéis escuchar el mito en nuestra versión radiofónica.
martes, 28 de octubre de 2014
¿Nadie es malo?... El intelectualismo moral.
Una de las teorías éticas más interesante (y minoritaria) es el intelectualismo moral (asociado tradicionalmente a filósofos antiguos como Sócrates y Platón). Su tesis principal es que para ser bueno lo único que hace falta es ser sabio. Solo el que sabe qué es lo bueno, puede hacer el bien; y basta con saber qué es lo bueno para quererlo y hacerlo. Esta tesis implica supuestos y consecuencias muy polémicas. Veamos.
1. LA MORAL ES UNA CIENCIA, Y ES CUESTIÓN DE EXPERTOS. Según el intelectualismo moral, lo bueno es lo que determina la razón (no el instinto, ni la emoción, ni la simple voluntad). Es posible, pues, un saber racional de lo bueno y lo malo. Las "verdades morales" son universales y válidas para todos, tal como las verdades científicas. Además, dado que la ética es una ciencia, no todo el mundo está capacitado para entender y resolver problemas morales (ni siquiera aquellos problemas que afectan a uno mismo). Son los expertos los que deben decidir sobre la bondad o conveniencia de las acciones. Del mismo modo, los asuntos de la política (qué leyes, qué forma de gobierno, etc., son justas) deben ser resueltos por expertos o sabios, y no, por ejemplo, por imposición de la mayoría (como ocurre en democracia)...
2. LA DISCIPLINA Y EL ESFUERZO SON INNECESARIOS. Si la razón nos dice que algo es bueno, querremos hacerlo, y lo haremos sin esfuerzo (o sin darnos cuenta de que nos esforzamos, como cuando hacemos algo que nos interesa mucho). Si, por ejemplo, la razón nos dice que estudiar idiomas o hacer deporte son buenos para nosotros, lo deberíamos hacer sin mayor esfuerzo. Si hace falta disciplina o “fuerza de voluntad” esto es señal inequívoca de que no tenemos claro que lo que hacemos sea realmente bueno para nosotros.
3. NADIE HACE EL MAL INTENCIONADAMENTE. LOS “MALOS” NO SON MALOS, SINO IGNORANTES. Todo el mundo actúa siempre bajo la creencia de que lo que hace es lo mejor que puede hacer, dadas las circunstancias. Nadie hace el mal a sabiendas. Incluso el que roba, mata o perjudica a los demás es porque cree que eso es lo mejor que puede hacer (que lo "bueno" es lo que conviene a sus intereses, aunque eso signifique fastidiar a los otros). Nadie es, pues, culpable de nada. Todos creen comportarse lo mejor posible (hasta Hitler creía estar haciendo un bien a sí mismo, a Alemania, a la humanidad entera). Otra cosa es que se sea ignorante y se esté equivocado, y que lo que uno cree que es un bien no lo sea. Pero entonces los "malos" no son malos, sino solo ignorantes. Y lo que hay que hacer con ellos es convencerles de que están equivocados, es decir, EDUCARLES, no CASTIGARLES o vengarse de ellos. Así, lo que hace falta para que reine la justicia no son policías ni cárceles, sino profesores (que no parezcan policías) y centros educativos (que no parezcan cárceles). El ser humano es un ser racional, no un animal irracional al que se pueda "educar" con premios y castigos (en lugar de con razones).
4. SÓLO EL SABIO ES DE VERDAD FELIZ. La felicidad no es cosa de tontos o inconscientes, como se cree a veces. Sólo el que ejercita su razón buscando el conocimiento estará en condiciones de conocerse y conocer lo que realmente le conviene. Y solo este podrá adoptar las decisiones más acertadas para encaminarse a la felicidad y "triunfar" en la vida.
1. LA MORAL ES UNA CIENCIA, Y ES CUESTIÓN DE EXPERTOS. Según el intelectualismo moral, lo bueno es lo que determina la razón (no el instinto, ni la emoción, ni la simple voluntad). Es posible, pues, un saber racional de lo bueno y lo malo. Las "verdades morales" son universales y válidas para todos, tal como las verdades científicas. Además, dado que la ética es una ciencia, no todo el mundo está capacitado para entender y resolver problemas morales (ni siquiera aquellos problemas que afectan a uno mismo). Son los expertos los que deben decidir sobre la bondad o conveniencia de las acciones. Del mismo modo, los asuntos de la política (qué leyes, qué forma de gobierno, etc., son justas) deben ser resueltos por expertos o sabios, y no, por ejemplo, por imposición de la mayoría (como ocurre en democracia)...
2. LA DISCIPLINA Y EL ESFUERZO SON INNECESARIOS. Si la razón nos dice que algo es bueno, querremos hacerlo, y lo haremos sin esfuerzo (o sin darnos cuenta de que nos esforzamos, como cuando hacemos algo que nos interesa mucho). Si, por ejemplo, la razón nos dice que estudiar idiomas o hacer deporte son buenos para nosotros, lo deberíamos hacer sin mayor esfuerzo. Si hace falta disciplina o “fuerza de voluntad” esto es señal inequívoca de que no tenemos claro que lo que hacemos sea realmente bueno para nosotros.
3. NADIE HACE EL MAL INTENCIONADAMENTE. LOS “MALOS” NO SON MALOS, SINO IGNORANTES. Todo el mundo actúa siempre bajo la creencia de que lo que hace es lo mejor que puede hacer, dadas las circunstancias. Nadie hace el mal a sabiendas. Incluso el que roba, mata o perjudica a los demás es porque cree que eso es lo mejor que puede hacer (que lo "bueno" es lo que conviene a sus intereses, aunque eso signifique fastidiar a los otros). Nadie es, pues, culpable de nada. Todos creen comportarse lo mejor posible (hasta Hitler creía estar haciendo un bien a sí mismo, a Alemania, a la humanidad entera). Otra cosa es que se sea ignorante y se esté equivocado, y que lo que uno cree que es un bien no lo sea. Pero entonces los "malos" no son malos, sino solo ignorantes. Y lo que hay que hacer con ellos es convencerles de que están equivocados, es decir, EDUCARLES, no CASTIGARLES o vengarse de ellos. Así, lo que hace falta para que reine la justicia no son policías ni cárceles, sino profesores (que no parezcan policías) y centros educativos (que no parezcan cárceles). El ser humano es un ser racional, no un animal irracional al que se pueda "educar" con premios y castigos (en lugar de con razones).
4. SÓLO EL SABIO ES DE VERDAD FELIZ. La felicidad no es cosa de tontos o inconscientes, como se cree a veces. Sólo el que ejercita su razón buscando el conocimiento estará en condiciones de conocerse y conocer lo que realmente le conviene. Y solo este podrá adoptar las decisiones más acertadas para encaminarse a la felicidad y "triunfar" en la vida.
5. ES MEJOR SUFRIR UN MAL A COMETERLO. Si por ejemplo consideramos que torturar es malo, es mejor que te torturen a que seas tú el torturador. Si abandonar a un ser querido es malo, es mejor que te abandonen a que seas tú el que abandones a alguien. Si insultar es malo... (etc.). La razón es que si te torturan, abandonan, insultan, etc., solo sufre tu cuerpo, solo te sientes mal (sufres emotivamente). Pero si eres tú el que torturas, abandonas, insultas, etc., tu acción implica a TODA TU ALMA, sobre todo a tu voluntad y tu razón, que son la parte más importante de ti.
¿Qué os parece esta teoría? ¿Le encontráis alguna pega? ¿Por qué creéis que es tan minoritaria?
¿Qué os parece esta teoría? ¿Le encontráis alguna pega? ¿Por qué creéis que es tan minoritaria?
lunes, 27 de octubre de 2014
Diálogo entre Sócrates y Sofistófeles
Nuestro intrépido equipo de expertos del más allá filosófico han logrado (no me preguntéis cómo) invocar a dos espíritus, el de Sócrates y el de un sofista, desconocido hasta hoy, llamado Sofistófeles. El experimento se realizó en un solitario callejón de Atenas, y la energía liberada en el proceso fue tal que todos los expertos, menos uno, perdieron la conciencia. El que quedo, especialmente fornido, y al que llaman el “omoplatos”, me contó luego lo que había visto y oído. Y esto dice que fue:
¿Qué os ha parecido el diálogo? ¿Defenderíais el relativismo moral tras esta conversación entre Sócrates y Sofistófeles? ¿Algún asunto de los tratados en el diálogo os ha llamado especialmente la atención?
Sócrates.- Ea, pues, aquí estamos otra vez. Algún maestrillo aprendiz de brujo me ha traído acá, desde otro lugar más dulce, y me obliga de nuevo a vagabundear por estas queridas callejas. ¡Hola, pero si tengo un compañero de desgracia! ¿Quién eres tú, espectro?
Sofistófeles.- Un sofista soy, Sócrates, o eso dicen de mí.
S.- ¿Uno de mis viejos amigos, acaso? ¿Eres el venerable Protágoras? ¿El incisivo Gorgias? ¿O acaso el feroz Trasímaco? Mi vista ya no es como era, y al venir del reino de la Luz, me cuesta mirarte y reconocerte.
Sf.- No soy ninguno de los que dices, y los soy todos a la vez. Allá donde purgamos nuestras penas, acusados de ser unos sinsustancia, me han amasado como una albóndiga, para que tenga algo de miga, y me han hecho uniendo los trozos de unos y de otros, y añadido alguno de la novelle cousine…
S.- Ya, ya me han dicho que en esta época sois también los amos del cotarro de lo que el vulgo llama cultura y que ahora enseñáis en todos sitios con solo asomaros a unas extrañas ventanas en las realmente no estáis, pero parece que estáis.
Sf.- Sí, todo cambia para no cambiar nunca. Ahora enseñamos a través de la televisión y otras extrañas máquinas.
S.- ¿Que nada cambia, dices? ¿Has cambiado tú y has dejado de ser sofista tras tantos siglos de purgatorio?
Sf.- Aún no lo logre, Sócrates, por eso pasé el casting para esta invocación de espíritus. Sigo pensando lo que pensaba: que no hay nada de bueno ni de malo, de cierto ni de incierto, fuera del tiempo que pasa y que todo lo cambia, tanto en mí como en los otros hombres, en este lugar y en tantos otros tan diferentes. Soy un relativista, sin lugar a dudas.
S.- Entonces, mantienes, como siempre, que nada valioso existe siempre, pero que esta misma opinión tuya merece eternamente la pena.
Sf.- Siempre es bueno atenerse a la verdad de que nada hay verdaderamente bueno que lo sea para siempre.
S.- Veo que amáis tanto la paradoja, como yo la ironía. Crees entonces que lo bueno y lo justo depende siempre de lo que cada uno estime como tal, en cada época, lugar y circunstancia.
Sf.- Así lo creo, Sócrates.
S.- Pero entonces, sabio Sofistófeles, qué diréis, ¿que es de lo mismo, es decir de lo bueno, de lo que tú y yo hablamos ahora, o de algo que, por ser diferente para ti y para mí, no merece ser definido por las mismas palabras?
Sf.- Las dos cosas diré, oh Sócrates, al mismo tiempo. Discutimos ambos de la misma cosa, lo bueno, pero sin que sea exactamente la misma para ambos.
S.- Entonces, ¿es tan bueno lo que yo tengo por bueno que lo que piensas tú al respecto? Si para mí es bueno llevar esta capa raída y vivir con lo puesto, y para ti vestir con elegancia y vivir en la opulencia, ¿diremos acaso que yo o tú llevemos mejor vida que el otro?
Sf. De ninguna manera, Sócrates, tan buena es tu forma de vivir como la mía.
S.- ¿Dirás entonces que mi opinión de lo bueno y la tuya son, ambas, igualmente buenas, sin que tengamos, ni sea posible, una idea igual de bondad?
Sf.- Eso diré. Es justo que cada uno conciba lo justo a su manera.
S.- Luego si digo que esto que dices no es justo, será justo que lo diga, y tu opinión será injusta, al menos tanto como justa dices que es, pues todas lo son, según dices.
Sf.- Justamente, Sócrates, me haces incurrir en contradicción. Pero eso solo demuestra que la justicia y la bondad no son cuestión de razones. Veinticinco siglos después de tus insensatos intentos, la gente ha convenido ya definitivamente que lo justo y bueno es fruto de convenciones y acuerdos entre todos.
S.- Debo ser entonces el mayor retrasado mental de la historia. Pero dime, Sofistófeles. ¿Crees que los hombres convienen en lo que es justo por serlo, o más bien que lo es porque así lo convienen ellos?
Sf.- Lo segundo, Sócrates. No lo convenimos por ser justo, sino que es justo porque lo convenimos.
S.- ¿Y por qué lo convenimos entonces, si no es por que sea justo?
Sf.- Fácil. Porque nos conviene y nos resulta útil.
S.- ¿Y no estarás, entonces, llamando propiamente “justo” a lo que es útil y conveniente?
Sf.- Precisamente a eso.
S.- ¿Y sabrías responder si te pregunto entonces qué es lo útil y conveniente para todos y cada uno?
Sf.- No, por todos los dioses. Cada uno tendrá por útiles cosas diversas. Aunque me temo que vas a pedirme, aquí también, que te explique cómo es que “útil” designa lo mismo diciendo lo diferente.
S.- No, no voy a insistir en eso. Dime, mejor, que es para ti lo útil, pues esto sí que debes saberlo.
Sf.- Claro, Sócrates. Lo útil es lo que conviene a mis deseos.
S.- ¿Y estás tú seguro de que deseas lo que te conviene?
Sf.- ¿Cómo no?
S.- ¿Quién crees que sabe mejor lo que conviene a una semilla, el experto jardinero o la semilla misma?
Sf.- El primero, está claro. La semilla se deposita al azar, sin ciencia alguna, a veces sobre la tierra en la que, sin saberlo ella, jamás va a fructificar.
S.- Pues dime ahora, ¿eres tú como la semilla o más bien como un experto jardinero de ti mismo?
Sf.- Si he de desear lo que me conviene, y no lo que me perjudica, he de ser experto acerca de mi mismo, claro está.
S.- ¿Y realmente lo eres?
Sf..- ¿Pero quién si no, Sócrates, puede conocerse mejor a sí mismo que uno mismo?
S.- Esta bien. ¿Pero de qué conocimiento hablas? ¿Del que proporciona verdades reconocibles por todos, como las que cree descubrir el experto en alguna ciencia?
Sf. Ese conocimiento no es posible. La verdad, tal como ocurre a la justicia o la bondad, es siempre relativa. Cada uno tiene las suyas, que son, siempre, las que más les conviene creer.
S. Luego tú serás conocido por ti mismo como lo que más te conviene creer que eres. Pero dime, ¿lo que conviene a algo no es lo que mejor se adapta a su naturaleza, tal como la hierba, y no la carne, al cervatillo, y la carne, y no la hierba, al león comedor de cervatillos?
Sf.- Eso he de reconocerlo.
S.- ¿Y cómo reconoces esto último como cierto? ¿Acaso también porque te conviene creerlo así?
Sf.- Cómo si no, si he de ajustarme a lo que dije antes.
S.- Pero entonces fíjate que extraño es lo que dices.
Sf.- ¿El qué, Sócrates?
S.- Que lo útil para ti es lo que más conviene a aquello que te conviene creer que conviene al que te resulta conveniente creer que eres.
Sf.- No estoy seguro de que me convenga seguir esta conversación de locos, oh, Sócrates.
S.- Pues yo creo que no hay nada que te convenga más. A ver, ¿convendrás conmigo ahora que la verdad es más útil cuando es verdad respecto a lo que son las cosas, y no respecto a lo que te conviene creer que son?
Sf.- Explícate.
S.- Si fueras marino, ¿te sería más útil creer que es el viento el que hincha las velas, o más bien que lo son las colas de las sirenas al contonearse tentadoramente?
Sf.- Lo primero me convendría mucho más.
S.- Y si fueras Sofistófeles, ¿te sería útil creer que es el alma la que empuja el cuerpo, o que más bien son sus piernas las que le llevan y le traen por sí solas?
Sf.- También lo primero que dices, Sócrates. Ahora que soy un espectro sin piernas ni brazos lo veo clarísimo.
S.- ¿Te será enormemente útil, entonces, conocer, como buen marinero de ti mismo, tanto el complejo mecanismo de cordajes y costuras que compone la vela del alma, como la fuerza y disposición de esos vientos, llamados ideas, que la mueven de un puerto a otro?
Sf.- Lo es, Sócrates. Mis maestros me enseñaron precisamente a insuflar las ideas que yo quisiera en las alas del alma de los que me escuchan.
S.- Ea, pues. Arribemos ahora a alguna conclusión. Si lo mejor es lo más útil, ¿no será mejor que cualquier otra cosa ocupar nuestro tiempo en conocer nuestra alma y las ideas que la habitan?
Sf.- Sí que lo parece, según lo que llevamos dicho.
S.- ¿Y no será ese conocimiento la condición inexcusable para que cada uno pueda ser bueno y útil para sí mismo?
Sf.- ¿Cómo Sócrates?
S.- Pues tal como has visto aquí. ¿No ha sido útil este diálogo para saber lo que es realmente útil y bueno?
Sf.- Pues sí.
S- ¿Y podrá ser bueno y útil para sí mismo aquel que no sepa, como nosotros sabemos ya, lo que es útil y bueno?
Sf.- Pues no, Sócrates, salvo por casualidad, y sin saberlo ni él mismo.
S.- Y dime, Sofistófeles, ¿crees que cualquiera que nos escuchara ahora no llegaría acaso a la misma conclusión?
Sf.- La fuerza de las razones a eso obliga, Sócrates. Nadie puede liberarse del lazo del argumento, si no es haciéndose el loco, o siéndolo del todo.
S.- Así pues, si las razones nos obligan a pensar que tal o cual cosa es la más útil o buena, como hemos hecho hace un momento, ¿no obligaran a pensar así a todo el que cuerdamente nos atienda?
Sf.- ¿Dónde vas a parar ahora?
S.- A esto. Si lo útil o bueno es lo que razón dictamina, lo será para todos, y no según cada distinta cabeza.
Sf.- De acuerdo, pese a mi mismo.
S.- ¿Diremos entonces que lo bueno para todos es lo que la razón en cada momento dictamina, con sus mejores argumentos, y que, por eso mismo, no hay nada mejor para nosotros, mortales ignorantes, que pasar el día razonando para conocer lo que conviene, tanto a nosotros mismos como a los demás?
Sf.- No sé, Sócrates. No son pocos los que afirman que nada de lo que conocemos es seguro.
S.- Pero fíjate que, a la vez, afirman eso mismo con notable seguridad. ¿No crees que hay que ser muy sabio para saber que nada se puede saber?
Sf.- ¡Por los dioses, no dejas de ser razonable, Sócrates, pese a que dices no saber nada de nada!
S.- Y es cierto, Sofistófeles. Nada sé, pero sí creo saber cómo paliar mi ignorancia, hablando y preguntando a jóvenes tan ambiciosos de saber como tú. Por cierto, ¿de qué dioses hablabas?
Sf.- De los de la ciudad, Sócrates, esos que nadie ha visto, pero que se aseguran de que cumplamos la ley incluso cuando nadie nos ve.
S.- ¿Crees que la gente no sabe ser justa y buena sin la vigilancia de los dioses?
Sf.- Eso creo, Sócrates. Hacen lo que les conviene y punto.
S.- Pero sin saber lo que realmente les conviene.
Sf.- Pero Sócrates, hay quien elige lo malo incluso conociendo muy bien que no es nada bueno ni conveniente para sí mismo.
S.- ¿De qué loco me hablas? Ni el peor de los sofistas escogería lo peor creyendo saber adecuadamente lo que es mejor. Toda maldad es ignorancia.
Sf.- Pero los sofistas se tienen por sabios, y no ignorantes, y perjudican a muchos en los juicios, incluso no siendo aquellos nada injustos, siempre que alguno les pague muy bien por hacerlo.
S. ¿Y no crees que esos sabios sofistas están seguros de que les conviene confundir lo justo con lo injusto?
Sf.- ¡Claro, si así consiguen fama y dinero, aun perjudicando a otros!
S.- No solo por eso, Sofistófeles. Recuerda que, para ellos, como para tí hace un rato, lo justo y lo injusto son justamente confundibles.
Sf.- No son tan sabios, entonces, como creen.
S.- Ni tan malos como creías tú.
Sf.- No sé, Sócrates, Pero me temo que, a diferencia de ellos, ni tú ni yo seremos nunca nada en la vida. Tú por ser el vagabundo de pensamientos que eres, y yo por haberme dejado convencer por ti. Mi padre me mataría, si no estuviera ya muerto, si supiera que ando contigo, y si pudiera te mataría de nuevo a ti también.
S.- Ja, ja, ja. Tienes razón, querido. Por eso, alejémonos de aquí, donde siempre seremos pobres espectros, y volvamos al mundo ideal del que nos ha sacado este que nos escribe ahora.
Sf.- Eso. ¡Eh, tú, el que escribe, Platón de pacotilla, devuélvenos al mundo real!
¿Qué os ha parecido el diálogo? ¿Defenderíais el relativismo moral tras esta conversación entre Sócrates y Sofistófeles? ¿Algún asunto de los tratados en el diálogo os ha llamado especialmente la atención?
miércoles, 22 de octubre de 2014
Sócrates
A pesar de ser viejo, pobre y muy feo, Sócrates despertaba pasiones entre los jóvenes más bellos de Atenas. Uno de sus amantes, el poderoso, rico y hermosísimo Alcibíades, decía de Sócrates que era como un monstruoso Sileno por fuera, pero como un dios por dentro...
Si no como un dios, Sócrates ha pasado a la historia como una especie de "santón" filosófico, gracias, sobre todo, al retrato que nos dejó de él Platón, su discípulo más famoso.
Nacido en Atenas sobre el 470 a.C., Sócrates sufrió las penurias de la guerra contra Esparta y los vaivenes políticos que siguieron a la derrota. Fiel a sus principios hasta la muerte, fue ajusticiado por los atenienses en el 399 a.C., acusado de impiedad y de corromper a los jóvenes.
Durante el juicio, y según narra Platón, Socrátes se mostró tan sereno y provocativo como siempre, mostrando con sus preguntas y respuestas lo infundado de las acusaciones. Pero de nada sirvió. Los atenienses deseaban descargar sus frustraciones con alguien, y esta vez el elegido había sido Sócrates, quien, para muchos, no era más que uno de esos sofistas que había estropeado a la juventud con su relativismo moral... Reacio a burlar las leyes, Sócrates acepto su condena, negándose a huir, y se despidió de sus discípulos con el más bello diálogo sobre la inmortalidad del alma que se haya escrito nunca, o, al menos, así lo describió Platón en el Fedón, una de sus obras más famosas...
Si queréis conocer a Sócrates nada mejor que leer los diálogos de Platón, especialmente estos tres (en los que se narra el juicio y su muerte en la cárcel): Apología de Sócrates, Critón y Fedón.
Aunque para algunos de sus contemporáneos (como el cómico Aristófanes, que lo ridiculizó en su obra Las Nubes) Sócrates era un sofista más, lo que sabemos de su forma de vivir y sus ideas nos permite concebirlo como justo lo contrario...
Para empezar, Sócrates no era un sabio profesional. Su único conocimiento, decía (no sin ironía), era el de saber que no sabía nada, por lo que poco podía enseñar.
Su única habilidad, solía repetir a todos, era la de descubrir a los demás lo poco que sabían y ayudarlos a que vencieran su ignorancia conociéndose a sí mismos. Por lo demás, se negaba a cobrar por atender a sus discípulos, pues consideraba a la filosofía como una actividad libre y desinteresada, y no como una habilidad útil para lograr el éxito o la riqueza.
Lejos del modelo moral de los sofistas, para Sócrates la excelencia humana no consistía en lograr el poder o la riqueza, sino en cuidar el alma, dotándola de sabiduría y obrando con justicia. Era famoso por su pobreza, por su control de las pasiones, y por su sinceridad descarnada.
Consideraba que las leyes había que cumplirlas incluso cuando perjudicaban nuestros intereses, y siempre que nuestra conciencia nos lo permitiera (de hecho, Sócrates se negaba a cumplirlas cuando le parecían injustas). Y tenía la peregrina idea de que "es mejor sufrir una injusticia que cometerla", pues en el primer caso solo sufre el cuerpo, pero en el segundo lo que dañamos es nuestra propia alma...
Si para los sofistas la principal habilidad del sabio era la retórica, Sócrates se preciaba de hablar directamente, sin adornos. Para él, el lenguaje no era un fin, sino un medio. Lo que importaba no era componer bonitos discursos, sino dialogar con los demás para buscar juntos la verdad.
Su método, decía, era la "mayeútica", el arte de la comadrona, que pretendía haber heredado de su madre (eso contaba en broma), y que el aplicaba a las almas de los jóvenes para ayudarles a "parir" sus propias ideas. La técnica era muy sencilla. Consistía en hacer preguntas y mostrar al interlocutor que no sabía lo que creía saber para, a continuación, invitarlo a buscar la verdad a través del diálogo ("diálogo" significa etimológicamente "avanzar mediante razonamientos")...
Las ideas éticas y políticas de Sócrates eran casi totalmente opuestas a las de los sofistas. Si estos creían que lo justo y lo bueno eran relativos a cada hombre, Sócrates buscaba la definición objetiva y universal de esos términos, en la creencia de que sin ella era imposible convivir con los demás, o ni siquiera dirigir nuestra propia vida. Creía por eso que las leyes, más allá de meras convenciones, tenían que ser justas y buenas, y que precisamente esto es lo que las convertía en herramientas útiles para la sociedad y para uno mismo.
Contra el escepticismo de los sofistas, Sócrates estaba convencido de que era posible conocer, con la razón, lo que uno debe y no debe hacer.
Y además, pensaba que ese conocimiento era la condición necesaria (¡y suficiente!) para ser bueno. Nadie que sepa lo que es el bien, decía, puede dejar de quererlo y de ponerlo en práctica. Y nadie que haga el mal lo hace a sabiendas de que es malo (todo mal es ignorancia) A esta original teoría (a la que se llamó luego "intelectualismo moral") le dedicaremos muy pronto una nueva entrada.
Si no como un dios, Sócrates ha pasado a la historia como una especie de "santón" filosófico, gracias, sobre todo, al retrato que nos dejó de él Platón, su discípulo más famoso.
Nacido en Atenas sobre el 470 a.C., Sócrates sufrió las penurias de la guerra contra Esparta y los vaivenes políticos que siguieron a la derrota. Fiel a sus principios hasta la muerte, fue ajusticiado por los atenienses en el 399 a.C., acusado de impiedad y de corromper a los jóvenes.
Durante el juicio, y según narra Platón, Socrátes se mostró tan sereno y provocativo como siempre, mostrando con sus preguntas y respuestas lo infundado de las acusaciones. Pero de nada sirvió. Los atenienses deseaban descargar sus frustraciones con alguien, y esta vez el elegido había sido Sócrates, quien, para muchos, no era más que uno de esos sofistas que había estropeado a la juventud con su relativismo moral... Reacio a burlar las leyes, Sócrates acepto su condena, negándose a huir, y se despidió de sus discípulos con el más bello diálogo sobre la inmortalidad del alma que se haya escrito nunca, o, al menos, así lo describió Platón en el Fedón, una de sus obras más famosas...
Si queréis conocer a Sócrates nada mejor que leer los diálogos de Platón, especialmente estos tres (en los que se narra el juicio y su muerte en la cárcel): Apología de Sócrates, Critón y Fedón.
Aunque para algunos de sus contemporáneos (como el cómico Aristófanes, que lo ridiculizó en su obra Las Nubes) Sócrates era un sofista más, lo que sabemos de su forma de vivir y sus ideas nos permite concebirlo como justo lo contrario...
Para empezar, Sócrates no era un sabio profesional. Su único conocimiento, decía (no sin ironía), era el de saber que no sabía nada, por lo que poco podía enseñar.
Su única habilidad, solía repetir a todos, era la de descubrir a los demás lo poco que sabían y ayudarlos a que vencieran su ignorancia conociéndose a sí mismos. Por lo demás, se negaba a cobrar por atender a sus discípulos, pues consideraba a la filosofía como una actividad libre y desinteresada, y no como una habilidad útil para lograr el éxito o la riqueza.
Lejos del modelo moral de los sofistas, para Sócrates la excelencia humana no consistía en lograr el poder o la riqueza, sino en cuidar el alma, dotándola de sabiduría y obrando con justicia. Era famoso por su pobreza, por su control de las pasiones, y por su sinceridad descarnada.
Consideraba que las leyes había que cumplirlas incluso cuando perjudicaban nuestros intereses, y siempre que nuestra conciencia nos lo permitiera (de hecho, Sócrates se negaba a cumplirlas cuando le parecían injustas). Y tenía la peregrina idea de que "es mejor sufrir una injusticia que cometerla", pues en el primer caso solo sufre el cuerpo, pero en el segundo lo que dañamos es nuestra propia alma...
Si para los sofistas la principal habilidad del sabio era la retórica, Sócrates se preciaba de hablar directamente, sin adornos. Para él, el lenguaje no era un fin, sino un medio. Lo que importaba no era componer bonitos discursos, sino dialogar con los demás para buscar juntos la verdad.
Su método, decía, era la "mayeútica", el arte de la comadrona, que pretendía haber heredado de su madre (eso contaba en broma), y que el aplicaba a las almas de los jóvenes para ayudarles a "parir" sus propias ideas. La técnica era muy sencilla. Consistía en hacer preguntas y mostrar al interlocutor que no sabía lo que creía saber para, a continuación, invitarlo a buscar la verdad a través del diálogo ("diálogo" significa etimológicamente "avanzar mediante razonamientos")...
Las ideas éticas y políticas de Sócrates eran casi totalmente opuestas a las de los sofistas. Si estos creían que lo justo y lo bueno eran relativos a cada hombre, Sócrates buscaba la definición objetiva y universal de esos términos, en la creencia de que sin ella era imposible convivir con los demás, o ni siquiera dirigir nuestra propia vida. Creía por eso que las leyes, más allá de meras convenciones, tenían que ser justas y buenas, y que precisamente esto es lo que las convertía en herramientas útiles para la sociedad y para uno mismo.
Contra el escepticismo de los sofistas, Sócrates estaba convencido de que era posible conocer, con la razón, lo que uno debe y no debe hacer.
Y además, pensaba que ese conocimiento era la condición necesaria (¡y suficiente!) para ser bueno. Nadie que sepa lo que es el bien, decía, puede dejar de quererlo y de ponerlo en práctica. Y nadie que haga el mal lo hace a sabiendas de que es malo (todo mal es ignorancia) A esta original teoría (a la que se llamó luego "intelectualismo moral") le dedicaremos muy pronto una nueva entrada.
lunes, 20 de octubre de 2014
Master de sofística aplicada (esta vez de verdad)... ¡¡¡Con los Apretacroquetas!!!
¿Quién no quiere TRIUNFAR? ¿Y quién no sabe lo que significa eso?... ¿No queréis el poder que da la riqueza, y la riqueza que da el poder? ¿No queréis ser queridos e influir como queráis en los demás?... PODER, RIQUEZA, POPULARIDAD... ¿No es eso lo que define a un triunfador?... Esto es, al menos, lo que enseñaban los sofistas griegos. Y también lo que se nos enseña hoy... ¿O no es verdad?...
¡Pero no lo penséis tanto! Si de verdad queréis ser alguien en la vida, olvidaos de la verdad (que no existe) y convenceros de que podéis convenceros y convencer a cualquiera de cualquier cosa (que os convenga), pues la llave del ÉXITO es esa: adquirir el poder de convicción que dan las palabras. Eso enseñaban los sofistas y eso se sigue enseñando hoy... Por todo esto os propongo que asistáis al curso favorito de muchos políticos y de los mejores tertulianos de la tele... Por primera vez en Mérida, y solo durante un día, se os ofrece la ocasión única de participar en el
APRETAMÁSTER DE
RETÓRICA PRÁCTICA
En un tiempo record (cuatro horas) los dos mejores sofistas del mundo os enseñaran las técnicas para expresaros en público y convencer a los demás de lo que os dé la gana.
- Técnicas de improvisación (la ocasión la pintan calva)
- Creación de personajes (sé como tu quieras según convenga)
- Interpretación (aprende a hablar de lo que quieras con convicción)
- Expresión corporal (exprésate con todo el cuerpo).
- Expresión corporal (exprésate con todo el cuerpo).
- Retórica y elocuencia (descubre el mágico poder de las palabras).
- Como hacer un éxito de cualquier fracaso (o de como caer siempre de pie, como los gatos).
- Como hacer un éxito de cualquier fracaso (o de como caer siempre de pie, como los gatos).
Profesores: Francis Quirós y Johnatan Delicia (Compañía Apretacroquetas y Escuela Sofística Picodeorus de Atenas)
Precio: 6 euros.
Lugar: I.E.S. "Santa Eulalia".
Día y hora: domingo 9 de noviembre de 10.30 a 14.30.
Matrícula abierta: Inscripciones en clase de filosofía.
* Se recomienda traer ropa cómoda. Se advierte que este curso puede provocar severos ataques de risa que pueden ser mortales, así como tendencia a la verborrea disparatada, de los que la organización no se hace responsable.
Día y hora: domingo 9 de noviembre de 10.30 a 14.30.
Matrícula abierta: Inscripciones en clase de filosofía.
* Se recomienda traer ropa cómoda. Se advierte que este curso puede provocar severos ataques de risa que pueden ser mortales, así como tendencia a la verborrea disparatada, de los que la organización no se hace responsable.
jueves, 16 de octubre de 2014
Master para aspirante a sofista.
Seguimos aportando documentos inéditos en historia de la filosofía. En este que presentamos aparece el anuncio de un Master para aspirantes a sofista del s.V a.C. Fue hallado entre las ruinas de una escuela pública griega recientemente adquiridas por un banco internacional, y es rigurosamente auténtico (¡Auténtico, sí, ¿qué pasa? ¿Sabéis acaso qué es auténtico y qué no lo es? ¿Lo sabe alguien?). Por cierto, si os interesa un curso como este los hay a porrillo hoy en día (y, si esperáis un poco, tal vez se os dará sin pedirlo, en estas mismas aulas). Ahí va la transcripción realizada por nuestro equipo de expertos.
Escuela Panhelénica de Sofística.
Master en Retórica y Política.
Objetivos del curso.
¿Cómo triunfar en la vida? ¿Cómo persuadir a los demás de lo que quieras? ¿Cómo lograr el poder y conservarlo? ¿Cómo tener amigos influyentes? ¿Cómo ser un gran vendedor de ti mismo? ¿Cómo hacerte millonario?... Si te inquietan estas preguntas, y fías tu felicidad en darles una conveniente respuesta, no lo dudes, este es tu Master.
Destinatarios del curso.
Alumnos de cualquier condición y con cualquier grado de formación. Se requiere ambición, espíritu competitivo, flexibilidad moral y talentos (de plata u oro). Absténganse socráticos e ingenuos (Y Evatlo).
Profesorado.
Protágoras de Abdera. Gorgias de Leontinos. Pródico de Ceos. Hipias de Elis. Profesorado invitado: G. Marx (s. XX). F. Nietzsche (s.XX). J. I. Wert (s.XXI) L. Wittgenstein (s. XX).
(Cod. 0110) Relativismo moral para todos (y cada uno).
¿Qué es lo bueno? ¿Qué es lo justo? Nadie sabe de esto más de lo que él mismo cree, quiere, siente, ve. Los valores son siempre subjetivos. Lo que es bueno para mí igual no lo es para ti y a viceversa. El hombre (cada uno) es la medida de lo bueno y lo malo. Cada alumno se tomará las medidas para averiguar lo que le conviene y, además, se evaluará a sí mismo.
(Cod. 0101) Convencionalismo aplicado.
¿Así que todo está permitido? No, hemos de convenir normas. De hecho, la materia a impartir en esta asignatura se decidirá por convenio, por un pacto entre los alumnos y el profesor (por el que todos decidirán o en el que los alumnos acatarán lo que dicte sabiamente el profesor). En todo caso, habrán de tratarse estos dos temas: (a) La ley como condición de toda sociedad civilizada, y (b) La ley como artificioso intento de regular el derecho de los más fuertes. Para (b) se harán prácticas con el anillo de Giges. (Conferenciante invitado: F. Nietzsche, filósofo del s. XIX, quien presentará la ponencia: “Poder y derecho. ¿Por qué "los lobos" han de someterse a la ley de "los corderos"?).
(Cod. 1111) Pragmatismo práctico.
En esta asignatura se impartirá únicamente lo que es útil para aprobarla. También se informará de todo otro tipo de medios para su superación (sustracción de exámenes, confección de chuletas, ingeniería electrónica aplicada a la copia, técnicas de simulado de inocencia, etc.).
(Cod. 0011) Filosofía de la educación.
La educación es la llave para el triunfo. Por eso, tal como muestra este Master, ha de estar dirigida a preparar al ciudadano para competir en el mercado, desarrollando sus mejores cualidades (ambición, espíritu práctico, conocimientos simples, claros y útiles…) y relativizando sus prejuicios morales. (Conferenciante invitado: J. I. Wert, Ministro de educación del s.XXI, quien presentará la ponencia "Educación y competitividad").
(Cod. 0000) Curso completo de escepticismo.
Se demostrara cualquier cosa y su contraria, a la vez que se demuestra que toda demostración es imposible, incluida ésta misma (¡Y todo, con una sola cabeza!). Habrá talleres de risoterapia epistemica: cada día nos reiremos (antes y después de la clase) de la Verdad (¿Verdad? ¿qué verdad?). Las conclusiones del curso serán por sorteo y se repartirán (una distinta a cada uno) al azar.
(Sin cod.) Agnosticismo sin complicaciones.
No se hablará de lo que no se puede hablar. Conferenciante invitado: Maestro L. Wittgenstein, del s. XX, quién dirigirá los talleres “Profundización mediante el silencio” y “No meditación sobre nada”.
(Cod. 1111A) Curso fundamental de retórica y oratoria.
Los alumnos elaborarán discursos a favor, en contra, ni a favor ni en contra, y a favor y en contra de cada tema elegido al azar, de lo contrario de ese tema, de los dos temas a la vez, y de ni el uno ni el otro (todos los discursos deberán ser igualmente convincentes). Se puntuará el estilo, la disposición de las ideas, la elección de las palabras, la memorización y la presencia escénica. Se analizará el lenguaje no verbal. Se celebrarán talleres sobre psicología de masas y técnicas de sugestión emocional. Toda esta parte del Master estará exclusivamente impartida por profesionales del teatro y la política.
Información y matrícula.
Precios del curso: 30 minas.
Garantía de devolución si no ganas tu primer juicio, y no eres Evetlo.
Para más información en casa del rico Calias (Atenas, Plaza del Mercado s/n).
Bueno, qué. ¿Te apuntarías o no? ¿Preferirías un Master así a estas inútiles clases de filosofía?
martes, 14 de octubre de 2014
Tumultuosa rueda de prensa de los filósofos pluralistas.
De nuestro corresponsal en Atenas. Siglo V a.C. Los tres “filósofos” del momento, Empédocles, Anaxágoras y Demócrito, decidieron ayer ofrecer al público los resultados de su investigación sobre la physis en una rueda de prensa que, tras las preguntas de algunos periodistas, desembocó en una virulenta discusión y la salida airada de dos de los filósofos de la sala. Este blog ofrece en rigurosa exclusiva un extracto de lo que allí ocurrió.
Anaxágoras.- Señores, silencio por favor (Se oyen múltiples rumores en la sala; al parecer la indumentaria del filósofo Empédocles ha levantado revuelo; Demócrito, entre tanto, ríe a carcajadas mientras conversa con algunos periodistas). ¡Silencio! (el público de la sala, abarrotada, al fin se calla). Ejem. Señores. En la filosofía se abre hoy una nueva etapa, la etapa pluralista. Durante estos últimos cien años, nuestros antecesores han extendido creencias que, pese a su esfuerzo y buena intención, han llenado de errores las cabezas de nuestros contemporáneos. Desde el ínclito Tales y sus secuaces hasta el agudo Parménides, pasando por los sabios pitagóricos y por el oscuro y soberbio Heráclito, se ha mantenido la peregrina idea de que todo se reduce, en realidad, a una única cosa o principio. Ya sea el agua de Tales, el aire de Anaxímenes o el número de Pitágoras. Pero el gran Parménides demostró que de una sola cosa solo puede provenir ella misma, y que además ésta, por su soledad, no tiene motivo ni ocasión ninguna para moverse o cambiar, negando así lo que parece a todas luces evidente: que el mundo está lleno de múltiples cosas que cambian y se mueven.
Empédocles.- ¡Inadmisible, eso es inadmisible! Pero nosotros, gracias a nosotros mismos (especialmente a mí) y no a los dioses, hemos descubierto la Verdad, que más luminosa aún que el sagrado Sol ha incendiado nuestras almas del fuego de la...
Anaxágoras.- Abreviando. La naturaleza, afirmamos nosotros, consta de múltiples principios, infinitos diríamos yo y mi colega Demócrito aquí presente, o tal vez cuatro como afirma el venerable Empédocles…
Empédocles (con voz cavernosa y afectada).- ¡Cuatro son las raíces de las cosas: Zeus resplandeciente, Hera avivadora, Aidoneo y Nesti que de lágrimas destila la fuen…!
Empédocles (con voz cavernosa y afectada).- ¡Cuatro son las raíces de las cosas: Zeus resplandeciente, Hera avivadora, Aidoneo y Nesti que de lágrimas destila la fuen…!
Anaxágoras (interrumpiéndolo bruscamente).- Es decir, fuego, aire, tierra y agua, ¿no maestro? (Empedocles hace un gesto de desprecio y se calla). Pues bien, de estos elementos, finitos o infinitos, hemos descubierto que están hechas todas las cosas, muchas y cambiantes ellas, pero únicos y permanentes aquellos.
Demócrito.- A ver, ¿nadie en esta sala ha gozado de pequeño con esos juegos de construcción en los que, con pequeñas piezas, bien duras y diferentes, se podían imitar, engarzándolas con habilidad, el Partenón o el teatro de Dionisos? Pues a imagen de esos juegos de construcción está hecha la realidad. Cada uno de los objetos y seres que vemos no son más que combinaciones afortunadas de esas infinitas y minúsculas piezas, indivisibles ellas, que yo llamo átomos. Las múltiples cosas visibles se construyen y se destruyen, nacen y mueren, pero los átomos invisibles, sus piezas, son siempre los mismos y jamás se destruyen. ¿Habéis entendido?
Periodista 1.- Aristóbulo, de Noticias del Ática. ¿Cómo se reúnen y se desunen esos átomos o lo que sea para formar las cosas? ¿Algún dios, quizás, es el que juega con ellos?
Anaxágoras.- ¡Dios no, sino “Nous” se llama la suprema Inteligencia que hace torbellino de esos elementos minúsculos y da lugar a los compuestos que conocemos!
Demócrito.- Ja, ja, ja… Mi estimado colega Anaxágoras persiste en viejas creencias de viejas. No hace falta “Nous” ninguno, querido. Mis átomos, al menos, se mueven ellos sólitos y sin quererlo nada ni nadie se unen y se desunen oportunamente para formar este sol que nos alumbra o tu anticuada y venerable cabeza.
Anaxágoras.- Te recuerdo, Demócrito de Abdera, que por negar todo tipo de viejas creencias, y afirmar que el sol no es más que una piedra llameante, me ando jugando esa cabeza ante las ignorantes multitudes. Un poder inteligente, mi “Nous”, es, quieras tú o no quieras, necesario para que el movimiento de esas semillas, de las que todo está hecho, tenga dirección y sentido.
Empédocles.- ¡La Discordia, como veis, pero también el Amor, mueven el mundo! Son estas viejas fuerzas en movimiento las que unen y desunen, alternativamente, y según antiquísimas leyes, las raíces del cosmos!
Demócrito.- ¡Qué diablos de leyes! ¡De qué Amor y Discordia hablas! Me desconciertas con ese lenguaje, impropio de filósofos. ¡El cosmos no es más que una colección de infinitos átomos moviéndose en el vacío y creando mundos y cosas diversas al chocar unos con otros!
Periodista 2.- Aristógato, del Maratón Noticiero. Si no he entendido mal ustedes pretenden justificar con argumentos la existencia de la pluralidad y el movimiento. ¿No es así?
Anaxágoras.- Así es, joven.
Periodista 2.- Pero comienzan su argumento diciendo que el principio de la realidad son muchos átomos, semillas o lo que sea, y que estas cositas están en movimiento, bien por sí solas, bien ayudadas por el Amor, el Odio y cosas así. ¿No es esto?
Empédocles.- Más o menos.
Periodista 2.- Entonces, o mucho me equivoco, o están ustedes demostrando la pluralidad y el movimiento con el astuto argumento de que por principio existen la pluralidad y el movimiento. ¿No es así?
Empédocles.- Hum. Noto en este joven cierta ironía…
Periodista 3.- Aristópsema, de La Verdad de Elea. El sabio Parménides decía que ni el cambio ni el movimiento eran posibles, pues lo que cambia, en tanto cambia, es y no es lo mismo, y lo que se mueve, en tanto se mueve, está y no está en el mismo sitio. No veo por ninguna parte que sus teorías pluralistas contradigan en nada estos argumentos.
Periodista 2.- ¡Cierto! Si el Amor hace el milagro de unir las piezas de mi mente para que logre comprender a Empédocles, yo entonces he cambiado, pero en ese caso soy el mismo aunque ya no lo sea. ¿Cómo se explica esto?
Empédocles (muy enfadado).- Sigo notando mucha ironía en ese joven.
Demócrito.- Ja, ja, ja… ¡Pero tiene toda la razón! Los argumentos de Parménides contra la pluralidad y el cambio son irrefutables. La única prueba de que existen muchas cosas y de que cambian es… Que lo vemos. Pero, ¿es cierto lo que vemos? Yo estoy convencido de que no. En realidad la realidad son átomos y vacío. Todo lo que vemos es ilusión. En fin…
Anaxágoras.- (Estallando) ¡Vacío! ¿Pero de qué hablas? Te ríes tú de mi “Nous” y no te ríes de tu absurda noción de vacío!
Demócrito.- Oye, yo me río de todo. Pero lo más risible de todo es que tú y ese poeta de Agrigento (señalando a Empédocles) penséis que vuestras extrañas partículas puedan ser muchas y moverse en ausencia de vacío. ¿Qué las distingue entonces? ¿Cómo pueden desplazarse si todo está lleno de ellas? ¿Me lo podéis explicar, por favor?
Empédocles.- (cada vez más enfadado) ¡¿Y puedes tú explicarnos, sin artificios poéticos por supuesto, qué diablos es ese “algo que no es nada” y a lo que tú llamas "vacío"?!
Demócrito.- ¡¡Pregúntaselo a los físicos de dentro de veinte siglos, a ver si ellos te lo saben decir!!
Periodista 2.- Ja, ja, ja. Parece que entre Empédocles y Demócrito ha estallado la Discordia, ja, ja…
Empédocles.- ¡Te lo avisé! (Le tira una de sus sandalias de bronce al periodista 2). ¡Mira a ver si nace el Amor entre esa y tu cabeza, insolente!
Demócrito.- (Con una amarga sonrisa) Veis, todo esto demuestra que el mundo no está regido por ninguna “Inteligencia”.
¿Qué os ha parecido, en general, la teoría de los pluralistas? ¿Os parece más acertada que las teorías del resto de los filósofos presocráticos? ¿Por qué?
Aquí tenéis la presentación de clase.
jueves, 9 de octubre de 2014
Ser o no ser. He ahí la cuestión (de Parménides)
Si para los milesios el ser (arkhé) de las cosas es una materia misteriosa (viva como un animal y armoniosa como un dios), y para los pitagóricos una serie de formas o estructuras matemáticas, los eleatas dan una respuesta aún más extraña, más que matemática, puramente lógica... ¿Qué son en el fondo las cosas? ¡Pues... que son! ¡Y que no pueden no ser! Este es el son que repiten al unísono Parménides de Elea y sus discípulos (el más conocido de ellos fue Zenón, famoso por sus increíbles paradojas)...
La solución de los milesios al problema de la realidad está todavía empapada de mitología y está cercana a la experiencia común. La que dan los pitagóricos se parece más a una respuesta científica, como la que daría hoy un físico matemático. Y la que dan los eleatas es, por vez primera, puramente racional o lógica, es decir: estrictamente filosófica
La solución de los milesios al problema de la realidad está todavía empapada de mitología y está cercana a la experiencia común. La que dan los pitagóricos se parece más a una respuesta científica, como la que daría hoy un físico matemático. Y la que dan los eleatas es, por vez primera, puramente racional o lógica, es decir: estrictamente filosófica
Zenón muestra las puertas a la verdad y la falsedad (Veritas et Falsitas). Fresco en la Biblioteca de El Escorial, Madrid. |
Si le preguntáramos a Parménides, el más destacado entre los eleatas, que en qué consiste la realidad y qué ley la gobierna nos diría algo así:
- La realidad consiste en que es. Lo que tienen en común todas las cosas es que son, que las hay, que las podemos pensar como siendo.
- Lo que gobierna la realidad son una especie de leyes “lógicas”. Y estas leyes dicen que “lo que es, es, y lo que no es, no es; y que nada puede ser y no ser” (Más claro, agua –pero no la de Tales—; a estas leyes se le llamarán luego: el principio de identidad y el principio de no contradicción).
La realidad consiste en que es. Pero ¿cómo es? Las dos ideas más interesantes de Parménides al respecto son estas:
- La realidad es una sola cosa e indivisible. ¿Y cómo es eso? Razonemos (cerrando los ojos, que nos confunden). Si la realidad fuera más de una (múltiple) estaría dividida en partes, pero entonces cada parte sería y no sería: seria la parte que es pero no sería las demás partes. Además, estas partes serían diferentes una de otras, pero como todas tienen en común el ser, sólo podrían diferenciarse en algo distinto del ser, es decir, en el no ser, es decir, en nada. Pero si no se diferencian en nada, no se diferencian. Luego son la misma. Luego no hay partes. Todo es uno.
- La realidad es invariable e inmóvil. Es invariable porque, si cambiara sería y no sería la misma, como cuando yo digo “yo he cambiado”, con lo cual refiero que “yo” sigo siendo el mismo (porque he sido yo el que he cambiado) pero no sigo siendo el mismo (porque he cambiado). Si cambiara en parte, tendría partes, lo que ya hemos demostrado que es imposible. Además, la parte que cambia pasaría del ser (lo que era) al no ser (pues ya no es lo que era). Por todo esto, la realidad no nace ni muere, es eterna. Para nacer tendría que no ser antes de nacer y ser después. Y para morir tendría que ser antes de morir y no ser después. Imposible. Además, ¿cómo se explica que las cosas aparezcan (nazcan) y desaparezcan (mueran) así, como si fueran los objetos en el sombrero de un mago?... La realidad tampoco se mueve, porque lo que se mueve tendría que estar y no estar en el lugar en el que se mueve, lo cual no es menos imposible.
Así que, la realidad es que es. Y como tal es única, indivisible, invariable, eterna, inmóvil…
Muchos filósofos (por no hablar de la gente común) han tachado de insensata la teoría de Parménides (escrita, por cierto, en forma de poema, lo que tiene su miga, siendo un filósofo tan racional). Unos dicen que, diga lo que diga el pensamiento, ellos ven la diferencia entre las cosas y los cambios de unas en otras (Parménides les diría que los sentidos nos engañan. Para ver cómo lo hacen pulsa en la siguiente figura).
Otros piensan que la lógica de Parménides está equivocada, que confunde los múltiples sentidos en que se dice "ser", o que no distingue las "cosas" de sus "propiedades" (Parménides les diría que admitir esas distinciones es admitir ya lo inadmisible: las partes, la pluralidad).
Lo que de todas todas es cierto, es que Parménides nos hace pensar. ¿Se le puede pedir más a un filósofo?
¿Y, POR CIERTO, QUÉ PIENSAS TÚ DE TODO ESTO?
¿Quieres saber más sobre Parménides? Pulsa aquí y aquí también.
Y para leer en directo las extrañas discusiones que tenía Zenón (discípulo de Parménides) con sus paisanos, pulsa aquí y luego acá.
Aquí tienes, también, la presentación de clase
Suscribirse a:
Entradas (Atom)