Platón: ver y pensar.
A ver. Ver, por mucho que lo parezca, no es lo mismo que conocer. Conocer es “tomar
contacto” con las cosas reales. Pero ver un gato no es conocer o "contactar" con el gato real. ¿Por qué? Porque el gato real es una cosa igual a sí misma, una
unidad de partes y momentos gatunos, y eso (la igualdad, la unidad) no está en
el mundo que se ve o se imagina: en el mundo visible todo es desigualdad y
división. Pero entonces, ¿qué veo cuando veo un gato? No al gato real, sino una imagen
suya, fugaz, fragmentaria, diferente de las demás imágenes de ese mismo gato. La imagen no es el gato,
sino que solo parece serlo, es… su apariencia. Por eso, el supuesto conocimiento
sensible es, en el fondo, un “parece que…”; y también un “me parece a mi que…” (¡La
visión o la imaginación son cosas tan subjetivas!). Es decir, es opinión (doxa,
en griego), no conocimiento de verdad. Es como un cuento (lleno de imágenes, como
los cuentos), y los cuentos no son verdaderos, sino, a lo sumo, verosímiles
(similares a lo verdadero), creíbles, pero no demostrables. En suma: el
“conocimiento” sensible, cuyo origen es la sensación, solo proporciona
apariencia de conocimiento (opiniones), imágenes cambiantes y subjetivas o,
menos aún, imágenes de estas imágenes (como cuando me miro en el espejo o como cuando un artista pinta un gato).
A lo
primero, a las imágenes que veo y que me parecen objetos o seres físicos les llama Platón creencias (pistis, en griego), a lo segundo, a las imágenes de esas
imágenes, le llama imaginaciones, o conjeturas (eikasía, en griego).
Pero esa apariencia de conocimiento que es ver o imaginar no
equivale a una completa ignorancia, algo se sabe viendo. O, mejor, algo se recuerda viendo (porque saber es recordar, dice Platón). Pues si vemos gatos o montañas es porque, antes está ya en nosotros el conocimiento de lo que es un gato o una
montaña. ¿Podríamos ver o imaginar un gato sin conocer previamente lo que es
un gato? No, imposible (dice Platón). Por eso ver o imaginar (un gato, una
montaña…) es una forma, defectuosa, indirecta, de conocer (o, mejor, de
reconocer o recordar) a los gatos y montañas de verdad, objetivos, iguales a sí mismos… Es
decir: a las ideas de gato o de montaña… Las cosas o imágenes (o imágenes de imágenes) que vemos no son
totalmente falsas ni inútiles, nos enseñan y hacen recordar aquello de lo que
son imágenes. Nos abren la puerta al verdadero conocimiento.
El verdadero conocimiento o ciencia (episteme, en griego) lo
es de las cosas reales, de las ideas (no de sus imágenes o apariencias). Las
ideas no son visibles (de iguales a sí mismas que son, de unitarias consigo
mismas que son…), solo son pensables. Por eso, conocer no es ver, sino pensar,
razonar, inteligir… Pensar es... dejarse de imágenes y cuentos. Aunque, a
veces, no del todo. Hay un tipo de pensamiento que aún está muy ligado a las cosas o imágenes sensibles. Platón lo llama “diánoia” (razonamiento discursivo). Es aquel en el
que se piensa con ideas acerca de las cosas sensibles, usando a estas como datos o ejemplos. Además, este tipo de pensamiento parte de hipótesis no pensadas, sino asumidas como creencias o conjeturas (como axiomas), que se suponen verdaderos, sin saber si lo son. Este es el conocimiento propio a las matemáticas (que es como Platón denomina a lo que hoy llamaríamos "ciencias"). El matemático parte de creencias acerca de lo que son
los números, los puntos, lo finito y lo infinito, etc., y, partiendo de ahí,
empieza a razonar y demostrar sus teoremas (las ideas matemáticas), haciendo uso de imágenes, aunque esquemáticas o abstractas (como las figuras geométricas). El físico,
tanto entonces como hoy, hace lo mismo: hace como que sabe lo que es el
espacio, el tiempo, el movimiento, etc., y, a partir de ahí, demuestra
razonadamente sus leyes. (Hay que añadir que el físico, sobre todo el de
nuestros tiempos, además de suponer ciertas
creencias como punto de partida, solo se cree del todo sus razonamientos si
encuentra por ahí imágenes --datos, hechos-- que “cuadren” con esos
razonamientos).
Al conocimiento puro, sin imágenes, le denomina
Platón "inteligencia" (nóesis), o “dialéctica”, y es el que debe corresponder a la filosofía. La
dialéctica no consiste en pensar en ideas, a partir de hipótesis, para explicar las cosas o imágenes, sino en pensar en ideas, a partir de ideas fundamentales, para explicar todas las otras ideas. El dialéctico parte de las hipótesis e ideas de la ciencia para descubrir las ideas más fundamentales desde las que cabe comprender a aquellas. La dialéctica o filosofía es un saber de los principios (autoevidentes, innegables para la razón) desde los que todas las demás ideas se comprenden y se unen.
El momento
culminante llega cuando el filósofo llega a intuir la idea más fundamental
y unitaria de todas, la idea de Bien. Desde ahí, sin tener que suponer ya
ninguna hipótesis, el filósofo tiene una visión intelectual (una especie de
intuición) completa, unitaria, eterna, de todo lo real. Es decir: de todas las
ideas en el orden que les corresponde. ¡Eso si es, del todo, conocimiento!
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