¿Debemos cumplir la ley cuando nos parece injusta o
irracional? ¿Tenemos derecho a
rebelarnos o desobedecer al poder?
La respuesta de Kant a ambas cuestiones es negativa. Los
argumentos que ofrece Kant pretenden ser en parte lógicos y en parte “empíricos”
o propiamente políticos. Desde un punto de vista lógico Kant niega todo derecho a saltarse el derecho. Por ello, el derecho a la rebelión (que defiende, por ejemplo, Locke) le parece un
contrasentido. Los actos que se salen de la ley no tienen más “legitimidad”,
según él, que la fuerza. La ruptura revolucionaria del orden vigente supone
“salirse” de la civilidad y retornar al “estado de naturaleza”, en el que solo
imperan la violencia y los hechos consumados. ¿Y los derechos naturales del
individuo? Para Kant, éstos ya no existen como tales una vez que, fundada la
comunidad política, han sido transferidos al gobernante que representa la
voluntad popular. Hay que aclarar que en ese acto de transferencia lo que se
cede al gobernante, según Kant, no es solo la representatividad sino también la
soberanía por lo que el gobernante, y no el pueblo, es realmente el soberano (la soberanía
popular queda reducida a mero ideal regulativo: el gobernante ha de ejercer
su poder de manera que dicho ejercicio pudiera ser aceptado –en algún momento—
por la voluntad popular, posibilidad cuya estimación queda, por lo demás, al
arbitrio del gobernante). Como veis, la doctrina kantiana es la expresión filosófica casi perfecta del llamado despotismo ilustrado.
El argumento “empírico” o político reza que el único modo
racional y real de generar un cambio político y social consiste en cambiar el
estado de opinión de la mayoría y, singularmente, del Estado, de manera que sea
la convicción racional del gobierno con respecto a la necesidad del cambio lo
que genere dicho cambio por los cauces legales vigentes. Una revolución o
ruptura repentina de la legalidad solo conduciría, según Kant, a un conflicto
violento cuyo resultado sería un estado similar al que se pretendía sustituir,
dada la ausencia de un cambio real (es decir, un cambio de ideas) en la mayoría
y en el gobierno representativo que se instituya. Nada se puede asentar
realmente sobre la violencia (y sí todo sobre la convicción), esta sería, quizás,
la moraleja kantiana
En base a estos argumentos esgrime Kant su célebre distinción entre “uso público” y “uso privado” de la razón. Kant defendía que al ciudadano (o, más bien, el ciudadano-súbdito, en su caso) había de permitírsele una completa libertad de opinión (un libre uso “público” de la razón) sobre cualquier asunto, sobre todo si se tratara de un ciudadano docto o competente para opinar, pero que de ninguna manera esa libertad había de extenderse a sus obligaciones sociales como súbdito del Estado ni a su actividad profesional “privada”.
Es decir, como ciudadano del mundo podía opinar lo que quisiera sobre, por ejemplo, la política fiscal, el ejército o la Iglesia, pero como súbdito de un Estado concreto, había de pagar sus impuestos y cumplir con sus obligaciones militares o religiosas sin rechistar (máxime si fuera, además, militar o sacerdote).
Estas afirmaciones han levantado siempre una gran polémica. Un contemporáneo de Kant (Hammam) caricaturizó la postura kantiana diciendo que está consistía en “vestir el traje de la libertad los días de fiestas, pero usar el delantal de la obediencia en casa”. ¿Qué cabe objetar a la teoría de Kant? ¿Qué ocurre si el gobernante no hace ningún caso a la opinión pública, aunque esta sea libre de manifestarse? Desde la posición de Kant, nada, pues el gobernante, como soberano, es la única fuente de derecho legítima, con lo que la doctrina kantiana deja la puerta abierta al despotismo más absoluto (y menos ilustrado), riesgo este que a Kant le parece necesario asumir.
Kant tampoco parece que tuviera en cuenta una posibilidad amenazante de ese único mecanismo legítimo de cambio que propone. ¿Qué pasaría si el gobernante, pese a admitir la libertad de expresión, manipulara a la opinión pública de acuerdo con sus intereses, dando más apoyo y medios a aquellos que opinan como él? Por cierto, ¿a qué os suena esto último?
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