Rubén
Cuellar y Marta Mayo nos dieron ayer a todos, empezando por
profesores y padres, una lección inolvidable de dignidad y madurez.
Fueron elegidos para dar el discurso de graduación para padres,
profesores y compañeros. Pero no les pareció adecuado el típico
discurso, simpático y adulador, con el que usualmente se acababa
mendigando unas décimas de nota a los profesores. Sin previo aviso,
Ruben rompió a hablar de economía, de la desastrosa política de
becas y de la desigualdad social que genera, y Marta hizo una crítica
tan sensata como contundente de ese modelo de educación, memorístico
y obsesionado con los exámenes, que produce zombies antes que
personas creativas, críticas, lúcidas y amantes del conocimiento
como, tan excepcionalmente, demuestran ser ellos. En ninguna otra
graduación me he sentido tan orgulloso de mis alumnos (de todos, porque que muchos de ellos hubieran hecho lo mismo que Rubén y Marta), y en ninguna
he visto esta exhibición real de mayoría de edad (la de verdad, la
kantiana, no la de las corbatas y los vestidos de puesta de largo). A
ver quién dice ahora que somos unos ingenuos y que no hay razones
para la esperanza.
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