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Königsberg, 3 de marzo de 1771.
¿Cómo es posible un conocimiento que sea tan universal y
necesariamente verdadero (como exige el racionalista) y que describa el mundo
que vemos (como pide el empirista)? Esos conocimientos existen; ahí está la
ciencia para probarlo. Sí. ¿Pero cómo son posibles?... Pues bien, después de muchos meses
estoy a punto de gritar ¡¡Eureka!! Llevo unos días poseído por un entusiasmo
que me hace perder la noción habitual del tiempo y del espacio. Mi mente da
vueltas como un planeta alrededor del Sol. Y ese Sol es una enorme y brillante
idea que me mantiene sujeto como un imán y deslumbrado. ¡¡Creo que he hallado
una solución para mis juicios sintéticos a priori!!
¿Qué es conocer? Hasta ahora pensábamos que nuestra mente
había de adaptarse a los objetos del mundo para conocerlo. Esto es cierto y no
lo es. Los objetos también han de adaptarse a nuestra mente para ser conocidos.
¡Mi teoría ha dado un giro copernicano a la cuestión! Ahora es también el mundo
el que ha de girar alrededor de nuestra mente, como la Tierra de Copérnico gira
alrededor del Sol. ¿Cómo no se me había ocurrido antes?
¿Cómo conoce nuestra mente los objetos? Solo un ingenuo
pensaría que la mente se limita a reflejar como un espejo lo que ocurre frente
a ella. La mente es una poderosa y compleja máquina de producir conocimientos.
Opera como un telescopio al mirar el cielo.
Del mismo modo que las lentes y
tubos del telescopio deforman, reconducen y reconstruyen la fuente de luz, la
mente recoge lo que llega a nuestros ojos deformándolo y construyéndolo a la
medida de sus “lentes” y “tubos”. Jamás vemos el mundo tal como es, sino según
la forma en que nuestra mente puede captarlo y pensarlo. Podemos pensar que
exista la cosa tal como es en sí misma (y a esto le llamaré el "noúmeno"), pero
nunca podré conocerla como tal, sino como mi mente la transforma al captarla,
es decir, como “fenómeno” producido por mi propia mente al entrar en contacto
con el “noúmeno”. El conocimiento es una síntesis terriblemente compleja entre
lo que pone mi mente (la forma en que veo y pienso) y lo que me viene de fuera
(la materia ignorada del noúmeno).
¡Y lo tremendo es que no puedo “salirme” de
mi forma de ver y pensar el mundo! ¡Todo lo que vea y piense será una
representación o idea que mi mente produzca según su particular forma de ver y pensar! En conclusión: lo que tengo ante mis ojos no
son las cosas, sino la idea que mi mente fabrica a partir de esas supuestas
cosas. ¡Idealismo! Este es el nombre adecuado a esta teoría que desde ahora
mantengo.
Sigo cavilando. Apenas como ni duermo. Estoy seguro de haber
dado con algo grande. Supongamos que el conocimiento es, como decía, una
síntesis entre lo que pone el mundo y lo que pone la mente. Es decir, entre la
materia bruta del estímulo y la forma que nuestra mente tiene de procesarlo.
¿Cómo será esa forma en que nuestra mente trata lo que le llega de “fuera”
(informándolo, es decir, dándole su forma y produciendo así la información o
conocimiento)?
Veamos. Esa forma es a priori, es decir, previa a toda
experiencia o contacto con el mundo, pues es como el conjunto de piezas de que
está hecha nuestra mente como “máquina del conocimiento”. Si en un futuro
existieran máquinas artificiales para almacenar y organizar el conocimiento
(podrían llamarse ordenadores o algo así), éstas tendrían que poseer como unas
instrucciones previas (un “programa” diseñado a priori) con las que reconocer y
catalogar los datos que le introdujéramos. Pues bien. Si la mente es algo así,
su forma de conocer y ordenar lo que el mundo le introduce a través de los
sentidos, responde a un “programa” a priori. Este “programa” es, además, ¡universal!, común a todos los seres
racionales, pues todos tenemos, en esencia, una misma “máquina” cognoscitiva.
¡¡Dios!! ¡Casi no me atrevo a decir lo que tengo en la cabeza!... Si fuera tal
como digo, los conocimientos tendrían la validez universal a priori que le
presta nuestra forma a priori y universal de conocer, y darían información
sobre el mundo en cuanto dichas formas se apliquen al material de la
experiencia, a lo que nos llega de fuera… ¡¡Así sí que son posibles los juicios
sintéticos a priori!!
¿Cómo son posibles verdades universales sin aceptar un mundo
platónico o trascendente más allá de lo particular? Ahora lo veo sencillísimo.
Mis conocimientos son universales y necesarios en cuanto lo que en ellos se
dice no puede ser de otro modo (como cuando digo que “todo suceso tiene una
causa” o “la recta es la distancia más corta entre dos puntos”). Y no puede ser
de otro modo, ¡¡porque no puedo pensar de otro modo!! Las causas, o las leyes de
la geometría, son parte de nuestra forma de pensar y ver el mundo. No están en
un mundo lejano de ideas platónicas, sino en el inmediato mundo de la mente, en
la forma inevitable que tenemos los seres racionales de razonar y percibir. Me
parece tan claro que todo ocurra por alguna causa porque la mente no puede
concebir el mundo sin ciertos conceptos, entre ellos el de causalidad. Me
parece tan verdadero que la recta sea la menor distancia entre dos puntos porque la mente no puede
percibir nada si no es según ciertas leyes geométricas.
Los principios y las
leyes de la física y la matemática no están en el mundo empírico, pero tampoco
en el mundo de Platón… ¡¡Están en el mundo de nuestra mente racional!! ¡¡Forman
parte de nuestra forma universal de ver y comprender, de ese “programa”
instalado en toda mente racional, y que yo llamaría “subjetividad
trascendental”!!
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