El carnaval parece un caso raro de ritual
festivo. En el no se consagra la majestad o el rigor del orden y la
ley, sino todo lo contrario: lo irrisorio de todo orden y el gozo de
lo sin ley. El carnaval es lo que llaman una “fiesta de inversión”,
en la que en vez de celebrar el poder real, la nobleza del héroe o
la virtud del santo, se encumbra al personaje más bufonesco, truhan
y lascivo, otorgándole, por unos días, el cetro de un “mundo al
revés” en que los esclavos son los amos, los varones se comportan
como mujeres, los burros celebran misa y los clérigos retozan como
animales... En los viejos carnavales, las fiestas de esclavos, las
misas de locos del Medievo, o las antiguas saturnales latinas
imperaba un mismo espíritu de subversión, desenfreno, y burla sin
término … ¿Pero cómo es que se permitía esto? ¿Qué sentido
tenía esta fiesta?…
No es difícil imaginarlo. El carnaval es la
ficción con que se compensa y regenera esa otra ficción que es la de la legitimidad de la estructura social. Así, en el carnaval se
escenifican de la manera más grotesca posible las pulsiones que el
poder “contiene” – la violencia, la sexualidad sin ley, la
crítica revulsiva – para, llevando al extremo la ceremonia del
desorden, renovar el deseo de orden y la necesaria conformidad con
él. De ese modo, al final del carnaval, y una vez cumplida su
función, se sacrifica al “rey de burlas” y se representa el
glorioso retorno del rey verdadero – del dios renacido – eje en
torno al que todo vuelve a su lugar natural.
Pocos verán, sin embargo, todo esto en los
carnavales actuales, que apenas son ya más que una amable fiesta
turística. Tal vez porque hoy el “verdadero carnaval” ya no se
celebra colectivamente en la calle, ni en una fecha determinada, sino
de una forma tan diluida como el mismo poder al que sirve. El
carnaval – la ilusión de ser otro, la ruptura con los límites, la
desinhibición sexual, la violencia a discreción, la risa
descarnada... – se celebra ahora en esos particulares mundos de
ficción que nos proporcionan los medios y las redes sociales. Medios
y redes a través de los que también se nos ordena, normaliza y
vigila constantemente. Siempre y en todo lugar es, hoy, carnaval.
Pero también control y sumisión. El baile de máscaras jamás ha
sido tan perfecto.
De todo esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí.
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