El problema más fundamental de la
filosofía es siempre el mismo: saber qué
es la realidad. O como decían los primeros filósofos griegos, saber qué es la “physis” (la “naturaleza”). Ahora bien, para conocer la naturaleza
no basta con observarla. Lo único que podemos concluir de la observación es que
el mundo es un montón de cosas y seres en perpetuo movimiento y transformación.
En otras palabras: un caos (así es la realidad dada al principio, también en los
mitos cosmogónicos, que siempre comienzan con aquello de “al principio era el
caos…”). Pero la razón nos pide más, nadie puede vivir pensando que todo es
caótico. ¿Qué pide la razón? Siempre lo mismo: la unidad en las diferencias (lo
común a todo…), lo permanente frente a lo cambiante (dar permanencia e
identidad a las cosas), el orden frente al desorden (relacionar las cosas,
jerarquizarlas, ordenarlas por categorías, como la ropa del armario: aquí los
pantalones, allí los abrigos…), la regularidad de las causas frente al azar
imprevisible (explicar por qué suceden las cosas, descubrir las leyes que
permiten predecir lo que va a pasar…), incluso, a veces, el sentido o finalidad
de todo (explicar para qué existe lo que existe).
Así, cuando los primeros filósofos se
preguntan por la “physis”, lo que andan buscando, guiados por su “instinto
racional”, no es simplemente observar el mundo, sino algo más, mucho más. Lo que
de verdad buscan es descubrir la naturaleza
de la naturaleza, esto es:
- El elemento originario y común a todas las cosas: aquello que todas
las cosas (en el fondo) son, por muchas y variables que sean, y aquello de lo
que todo proviene (y a lo que todo vuelve)…
- La ley suprema que explica por qué pasan las cosas y para qué ocurren,
aquello que permite comprender el mundo como algo regular, ordenado,
previsible…
A todo esto, a la raíz originaria, común y
permanente a todas las cosas, y a la ley suprema de la realidad, le llamaron a
veces “arkhé” (lo originario, lo fundamental, lo que gobierna todo). Ni la
filosofía (empezando por los presocráticos), ni, más modestamente, la ciencia,
han dejado nunca de preguntarse por esta “arkhé”, pregunta que es, también, el
principio mismo del deseo humano por el conocimiento...
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