¿Qué somos los seres humanos? Como todo lo demás, según Platón, los hombres somos realmente ideas: una forma de ser que se mantiene estable y unifica todos nuestros momentos y aspectos, como seres humanos (nos caracteriza la forma común a todo ser humano) y como individuos peculiares (nuestra personal forma de ser). Esta forma de ser es también un ideal o modelo: el ideal de ser humano, nuestro Yo ideal. Un ideal que, por cierto, nunca coincide con lo que efectivamente somos y hacemos (claro, por eso es un ideal, dirá alguien). Los hombres que vivimos en "la caverna del mundo" solo somos parecidos a lo que real o idealmente somos (pues para Platón lo más real es lo ideal). Y por eso, por ser algo deshecho en dos (la realidad y la apariencia, el ideal que soñamos y el sueño que no llega a ser…), estamos hechos de mitades y de espejos que se buscan y se aman. Las primeras dos mitades que somos son el alma y el cuerpo. Y en el alma también hay dos: el querer y el pensar. Y en el querer otro par: la pasión y la acción. Y… Por encima de todo (y es lo único único que aquí somos): el recuerdo de aquello ideal que alguna vez...¿Fuimos?
Siendo dobles como parecemos ser, nos toca hablar en
mitos (que son un doble de la verdad) de eso que somos y parecemos. Así que
escuchad estos dos pares de mitos, que son cuatro, cuatro cuentos sobre el
alma, que os recordarán, si están bien compuestos, a un único cuento (el verdadero)...
El carro alado o la reencarnación.
Cuenta un viejo cuento que el alma cuenta con dos cosas: la
alada carrocería (el cuerpo) y lo que la mueve y levanta, y a esto último
llaman más bien alma, o ánima, porque anima a moverse al cuerpo. Dicen que este
alma también es doble, tiene motor y guía, es decir, deseos y pensamiento. Y
dicen también que los deseos son como un motor de dos caballos. Uno es la
pasión (es un caballo negro y salvaje, al que llaman Apetito) y el otro es la
acción voluntaria y esforzada (es un caballo blanco y sensato, al que llaman
Coraje). El conductor o Auriga de este carro de dos caballos es la Razón, y
desde que el mundo se hizo, dando alma (que es la forma de la Forma en la
materia) a cada cosa, todo Auriga conduce su carro según quedó establecido por
las leyes de circulación del cosmos. En esa armonía de movimientos, las almas
humanas vuelan lo más alto posible, pues es allí, sobre las propias espaldas
del cielo y a los pies de los dioses inmortales (las ideas), donde crece su alimento
favorito (el conocimiento o contemplación de las ideas). No hay felicidad más grande que revolotear allí. Pero, ay, el vuelo
de las almas humanas es inestable. Apetito, el caballo negro, se desboca a
veces, atraído por los olores de la tierra, y entonces hace descarrilar el
carro y el alma descarriada y con las alas rotas cae sobre el mundo, en donde
cambia su carrocería brillante y alada (hecha del material de las estrellas)
por la de la triste carne que padecemos. Pero el alma humana, caída como un
ángel caído, no se conforma nunca, y tras recuperarse de la inconsciencia tras el
golpe, recuerda vagamente el lugar aquel donde vagaba feliz. Y si logra en este
mundo enderezar al caballo negro y, con ayuda de Coraje, alzar de nuevo el
carro, poco a poco, hacia alimentos cada vez más celestiales y propios al alma,
tal como la belleza más pura, la virtud y la sabiduría, se irá reencarnando en la forma de seres cada vez más
alados, del animal o el labriego hasta el noble guerrero o el sabio, hasta que
encarnándose, como los buenos pensamientos se encarnan, de sabio en sabio,
generación tras generación, logrará de nuevo merecerse alas y cielo y, así, volver
a la casa de las Ideas, que es la suya propia.
Eros o el amor.
Cuentan los amantes de los cuentos que el alma es el Amor
que mueve todo cuerpo y mundo. Y dicen
que este Amor (al que algunos llaman Eros) fue concebido entre dos dioses el
día que, allá en el cielo, se celebraba el nacimiento de la divina Belleza (a
la que también llaman Afrodita). Fue Amor hijo del dios de Todo, que ese día, olvidado de sí, no estaba para nada, y de la diosa de Nada que, por un día, olvidando lo que es, lo tuvo
Todo. Así nacido, de Belleza, de Todo y del olvido que es la Nada, Eros fue luego enviado a la
Tierra para sembrarla de deseos, y que por estos deseos todo en el mundo se moviera y creciera, en pos del amor de lo bello y contra aquel olvido de la nada. Pues bien, este armonioso baile que imprime Amor a los seres y los hombres es primero por
deseo (o Apetito) de los cuerpos jóvenes y bien parecidos, pues en ellos es
donde más pronto se refleja o recuerda la belleza. Y así, el alma amante va de
un cuerpo a otro, descubriendo que lo bello es uno en muchos. Pero descontenta
el alma de la belleza física, pues siendo efímera no es posible permanecer ni
sembrar en ella nada que no sea (ni siquiera hijos) pasajero y olvidadizo, busca entonces la
belleza que hay en las buenas acciones. Y así el alma se enamora de otras
almas buenas y ambas emprenden, con coraje y valor, hermosos proyectos en
común. Y si bien es cierto que esta belleza es más perdurable y alta, tanto en
sí misma como en sus hijos (las proezas y la fama), no basta tampoco al alma,
que recuerda y busca una belleza aún más pura y eterna. Por eso el alma se
enamora al fin de otras almas, más sabias, con las que poder razonar y
dialogar. Y junto a ellas logra recordar la mayor y más imperecedera belleza,
la Belleza en sí, por la que todo lo bello es bello. Contemplando esta Idea
eterna, el alma recuerda ya del todo quién es y de donde viene, y así vuelve al
cielo donde nació y donde nada falta ni acaba.
La Caverna o el conocimiento.
Cuenta el mito que las almas humanas estamos prisioneras de
un cuerpo o caverna, oscura como la noche y en la que, a falta de luz, vivimos en sombra soñando que vivimos en un mundo que es todo de sombras y de sueños. Lo peor es
que las almas no parecen apetecer más que esa vida ignorante e infrahumana.
Pero si alguna de ellas, por la fuerza de otro o la propia de su coraje, se
liberara, vería las cosas origen de aquellas sombras, y el fuego que las
alumbra, y comprendería que lo que sabía y quería antes no era más que copia de
lo que ahora descubre digno de querer y ver. Pero si, una vez despertada de las
sombras por su asombro, sigue esforzadamente camino arriba y sale fuera de la
gruta, sus ojos se le quedarán inútiles de tanta luz, y solo podrá guiarse ya por
la razón. Y descubrirá allí que aquellas cosas que asombraron sus ojos no son
más que copias de estas otras que ahora iluminan su inteligencia. Y sabrá
entonces, al pasar de la noche de los sentidos al día de la razón, que este
nuevo mundo es más celeste, amable, bueno y verdadero, pues en él habitan la
luz, la belleza, la bondad y la verdad puras, sin cuerpo ni tiempo, perfectas
en sí mismas, hijas todas de la Perfección que, como un Sol, a todo ilumina y
hace ser y vivir. Cuando esto comprende el alma se comprende a sí misma y
queda comprendida y unida allí en lo más alto, como una más entre las Ideas,
justo allí donde está su soleado hogar.
El Reino o la educación.
Una perfección falta al alma allá en su cielo de marfil, en
el que feliz y plena contempla las Ideas y se descubre cada vez más sabia.
Aunque nada le apetece más que su vida de retiro y filosofía, el alma del
antiguo cavernícola, hoy alma libre, recuerda y razona que no es justo
abandonar a esas partes olvidadas de sí que son los otros, las otras almas, las
de la multitud de prisioneros que permanecen allá abajo en la caverna.
Entonces, domando con coraje su más natural y verdadero apetito, el alma del filósofo baja a la
caverna a educar y gobernar al resto, para que todos puedan gozar de su misma
libertad y conocimiento. Así, y aún a riesgo de que lo tomen por loco, el alma
del filósofo se empeña valientemente en educarlos. Primero como a niños, con cuentos, mitos,
canciones y juegos, hechos de imágenes o sombras, como aquellas que están
acostumbrados a ver, les enseña a fortalecer el carácter y a vencer el apetito
viciado en la costumbre. Una vez libres de esas primeras cadenas, el alma del
filósofo les muestra la ciencia que hace útil a los objetos, y así, moderados
en sus apetitos y expertos del saber práctico, los nombra artesanos y productores
de un nuevo Reino. Luego, a los más capaces, el alma maestra los saca de la
caverna y les muestra el difícil arte de la ciencia, por el que, mirando con
inteligencia las Ideas descubren su forma tanto en las cosas como en las
acciones de allá abajo, en la caverna. A estos, el filósofo los nombrará
gobernantes o guardianes del Reino. Pero de entre estas almas, ya libres, hará
de nuevo dos grupos. Las almas con más coraje que razón, no aprenderán mucho
más y quedarán destinados a guardar, como soldados, y a gobernar, como
auxiliares. Y a las almas con más capacidad racional les enseñará mucho más, pues
aprenderán algo más que ciencia: a saber de las Ideas en sí mismas, de las
relaciones entre ellas y de su unión bajo la Idea suprema, la Idea de Bien. Solo
este conocimiento supremo, que da la filosofía, podrá hacerles saber qué es la
Perfecta Justicia, y solo en posesión de ese conocimiento podrán gobernar
perfecta y justamente el Reino, descubriendo el Cielo acá en la Tierra.
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