Pero este nihilismo ha llegado a su culminación en la época
moderna, pues en ella esas ilusiones (el Ser de los metafísicos, la Verdad
objetiva, la Bondad de la moral cristiana) empiezan a revelarse como lo que
son: nada, humo que se desvanece…
La propia Verdad se relativiza. Toda verdad es
interpretación, incluso las verdades de la ciencia. ¿Quién cree hoy que sea
posible la verdad absoluta sobre el mundo, el hombre, la historia…?
De igual modo ocurre con la moral. Toda afirmación sobre lo
que es bueno y malo se torna relativa, subjetiva. ¿Quién cree hoy que nadie
tenga la última palabra sobre qué es bueno y qué es malo? La moral tradicional,
en especial, enraizada en el cristianismo, hace aguas al igual que el
cristianismo mismo. En la sociedad burguesa no hay más valor universal que el
dinero…
Este nihilismo consumado, por el que ya no se cree en nada,
torna al hombre moderno en un ser decadente y pasivo, apoltronado entre sus
mercancías, e incapaz de apasionarse realmente por nada.
Pero frente a este nihilismo pasivo e impotente, Nietzsche
cree posible un nihilismo activo y creador. Este nihilismo activo será el de aquel
que, sobre las cenizas de la decadencia de occidente, sea capaz de reencarnar
en sí la voluntad de poder que mueve el mundo y fundirse a sí mismo como un
hombre nuevo, creador de nuevos valores que afirmen (y no nieguen) el propio
poder y la creatividad de la vida. A este le llama Nietzsche el “superhombre”
(o “suprahombre”).
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