Sócrates.-
Ea, pues, aquí estamos otra vez. Algún maestrillo aprendiz de brujo
me ha traído acá, desde otro lugar más dulce, y me obliga de nuevo
a vagabundear por estas queridas callejas. ¡Hola, pero si tengo un
compañero de desgracia! ¿Quién eres tú, espectro?
Sofistófeles.-
Un sofista soy, Sócrates, o eso dicen de mí.
S.-
¿Uno de mis viejos amigos, acaso? ¿Eres el venerable Protágoras?
¿El incisivo Gorgias? ¿O acaso el feroz Trasímaco? Mi vista ya no
es como era, y al venir del reino de la Luz, me cuesta mirarte y
reconocerte.
Sf.-
No soy ninguno de los que dices, y los soy todos a la vez. Allá
donde purgamos nuestras penas, acusados de ser unos sinsustancia, me
han amasado como una albóndiga, para que tenga algo de miga, y me
han hecho uniendo los trozos de unos y de otros, y añadido alguno de
la novelle cousine…
S.-
Ya, ya me han dicho que en esta época sois también los amos del
cotarro de lo que el vulgo llama cultura y que ahora enseñáis en
todos sitios con solo asomaros a unas extrañas ventanas en las
realmente no estáis, pero parece que estáis.
Sf.-
Sí, todo cambia para no cambiar nunca. Ahora enseñamos a través de
la televisión y otras extrañas máquinas.
S.-
¿Que nada cambia, dices? ¿Has cambiado tú y has dejado de ser
sofista tras tantos siglos de purgatorio?
Sf.-
Aún no lo logre, Sócrates, por eso pasé el casting para
esta invocación de espíritus. Sigo pensando lo que pensaba: que no
hay nada de bueno ni de malo, de cierto ni de incierto, fuera del
tiempo que pasa y que todo lo cambia, tanto en mí como en los otros
hombres, en este lugar y en tantos otros tan diferentes. Soy un
relativista, sin lugar a dudas.
S.-
Entonces, mantienes, como siempre, que nada valioso existe siempre,
pero que esta misma opinión tuya merece eternamente la pena.
Sf.-
Siempre es bueno atenerse a la verdad de que nada hay verdaderamente
bueno que lo sea para siempre.
S.-
Veo que amáis tanto la paradoja, como yo la ironía. Crees entonces
que lo bueno y lo justo depende siempre de lo que cada uno estime
como tal, en cada época, lugar y circunstancia.
Sf.-
Así lo creo, Sócrates.
S.-
Pero entonces, sabio Sofistófeles, qué diréis, ¿que es de lo
mismo, es decir de lo bueno, de lo que tú y yo hablamos ahora, o de
algo que, por ser diferente para ti y para mí, no merece ser
definido por las mismas palabras?
Sf.-
Las dos cosas diré, oh Sócrates, al mismo tiempo. Discutimos ambos
de la misma cosa, lo bueno, pero sin que sea exactamente la misma
para ambos.
S.-
Entonces, ¿es tan bueno lo que yo tengo por bueno que lo que piensas
tú al respecto? Si para mí es bueno llevar esta capa raída y vivir
con lo puesto, y para ti vestir con elegancia y vivir en la
opulencia, ¿diremos acaso que yo o tú llevemos mejor vida que el
otro?
Sf. De
ninguna manera, Sócrates, tan buena es tu forma de vivir como la
mía.
S.-
¿Dirás entonces que mi opinión de lo bueno y la tuya son, ambas,
igualmente buenas, sin que tengamos, ni sea posible, una idea igual
de bondad?
Sf.-
Eso diré. Es justo que cada uno conciba lo justo a su manera.
S.-
Luego si digo que esto que dices no es justo, será justo que lo
diga, y tu opinión será injusta, al menos tanto como justa dices
que es, pues todas lo son, según dices.
Sf.-
Justamente, Sócrates, me haces incurrir en contradicción. Pero eso
solo demuestra que la justicia y la bondad no son cuestión de
razones. Veinticinco siglos después de tus insensatos intentos, la
gente ha convenido ya definitivamente que lo justo y bueno es fruto
de convenciones y acuerdos entre todos.
S.-
Debo ser entonces el mayor retrasado mental de la historia. Pero
dime, Sofistófeles. ¿Crees que los hombres convienen en lo que es
justo por serlo, o más bien que lo es porque así lo convienen
ellos?
Sf.-
Lo segundo, Sócrates. No lo convenimos por ser justo, sino que es
justo porque lo convenimos.
S.-
¿Y por qué lo convenimos entonces, si no es por que sea justo?
Sf.-
Fácil. Porque nos conviene y nos resulta útil.
S.-
¿Y no estarás, entonces, llamando propiamente “justo” a lo que
es útil y conveniente?
Sf.-
Precisamente a eso.
S.-
¿Y sabrías responder si te pregunto entonces qué es lo útil y
conveniente para todos y cada uno?
Sf.-
No, por todos los dioses. Cada uno tendrá por útiles cosas
diversas. Aunque me temo que vas a pedirme, aquí también, que te
explique cómo es que “útil” designa lo mismo diciendo lo
diferente.
S.-
No, no voy a insistir en eso. Dime, mejor, que es para ti lo útil,
pues esto sí que debes saberlo.
Sf.-
Claro, Sócrates. Lo útil es lo que conviene a mis deseos.
S.-
¿Y estás tú seguro de que deseas lo que te conviene?
Sf.- ¿Cómo
no?
S.-
¿Quién crees que sabe mejor lo que conviene a una semilla, el
experto jardinero o la semilla misma?
Sf.-
El primero, está claro. La semilla se deposita al azar, sin ciencia
alguna, a veces sobre la tierra en la que, sin saberlo ella, jamás
va a fructificar.
S.-
Pues dime ahora, ¿eres tú como la semilla o más bien como un
experto jardinero de ti mismo?
Sf.- Si
he de desear lo que me conviene, y no lo que me perjudica, he de ser
experto acerca de mi mismo, claro está.
S.-
¿Y realmente lo eres?
Sf..- ¿Pero
quién si no, Sócrates, puede conocerse mejor a sí mismo que uno
mismo?
S.- Esta
bien. ¿Pero de qué conocimiento hablas? ¿Del que proporciona
verdades reconocibles por todos, como las que cree descubrir el
experto en alguna ciencia?
Sf.
Ese conocimiento no es posible. La verdad, tal como ocurre a la
justicia o la bondad, es siempre relativa. Cada uno tiene las suyas,
que son, siempre, las que más les conviene creer.
S. Luego
tú serás conocido por ti mismo como lo que más te conviene creer
que eres. Pero dime, ¿lo que conviene a algo no es lo que mejor se
adapta a su naturaleza, tal como la hierba, y no la carne, al
cervatillo, y la carne, y no la hierba, al león comedor de
cervatillos?
Sf.- Eso
he de reconocerlo.
S.-
¿Y cómo reconoces esto último como cierto? ¿Acaso también porque
te conviene creerlo así?
Sf.-
Cómo si no, si he de ajustarme a lo que dije antes.
S.-
Pero entonces fíjate que extraño es lo que dices.
Sf.- ¿El
qué, Sócrates?
S.- Que
lo útil para ti es lo que más conviene a aquello que te conviene
creer que conviene al que te resulta conveniente creer que eres.
Sf.-
No estoy seguro de que me convenga seguir esta conversación de
locos, oh, Sócrates.
S.-
Pues yo creo que no hay nada que te convenga más. A ver, ¿convendrás
conmigo ahora que la verdad es más útil cuando es verdad respecto a
lo que son las cosas, y no respecto a lo que te conviene creer que
son?
Sf.-
Explícate.
S.- Si
fueras marino, ¿te sería más útil creer que es el viento el que
hincha las velas, o más bien que lo son las colas de las sirenas al
contonearse tentadoramente?
Sf.-
Lo primero me convendría mucho más.
S.-
Y si fueras Sofistófeles, ¿te sería útil creer que es el alma la
que empuja el cuerpo, o que más bien son sus piernas las que le
llevan y le traen por sí solas?
Sf.-
También lo primero que dices, Sócrates. Ahora que soy un espectro
sin piernas ni brazos lo veo clarísimo.
S.-
¿Te será enormemente útil, entonces, conocer, como buen marinero
de ti mismo, tanto el complejo mecanismo de cordajes y costuras que
compone la vela del alma, como la fuerza y disposición de esos
vientos, llamados ideas, que la mueven de un puerto a otro?
Sf.-
Lo es, Sócrates. Mis maestros me enseñaron precisamente a insuflar
las ideas que yo quisiera en las alas del alma de los que me
escuchan.
S.- Ea,
pues. Arribemos ahora a alguna conclusión. Si lo mejor es lo más
útil, ¿no será mejor que cualquier otra cosa ocupar nuestro tiempo
en conocer nuestra alma y las ideas que la habitan?
Sf.-
Sí que lo parece, según lo que llevamos dicho.
S.-
¿Y no será ese conocimiento la condición inexcusable para que cada
uno pueda ser bueno y útil para sí mismo?
Sf.- ¿Cómo
Sócrates?
S.- Pues
tal como has visto aquí. ¿No ha sido útil este diálogo para saber
lo que es realmente útil y bueno?
Sf.-
Pues sí.
S- ¿Y
podrá ser bueno y útil para sí mismo aquel que no sepa, como
nosotros sabemos ya, lo que es útil y bueno?
Sf.-
Pues no, Sócrates, salvo por casualidad, y sin saberlo ni él mismo.
S.-
Y dime, Sofistófeles, ¿crees que cualquiera que nos escuchara ahora
no llegaría acaso a la misma conclusión?
Sf.- La
fuerza de las razones a eso obliga, Sócrates. Nadie puede liberarse
del lazo del argumento, si no es haciéndose el loco, o siéndolo del
todo.
S.-
Así pues, si las razones nos obligan a pensar que tal o cual cosa es
la más útil o buena, como hemos hecho hace un momento, ¿no
obligaran a pensar así a todo el que cuerdamente nos atienda?
Sf.-
¿Dónde vas a parar ahora?
S.- A
esto. Si lo útil o bueno es lo que razón dictamina, lo será para
todos, y no según cada distinta cabeza.
Sf.-
De acuerdo, pese a mi mismo.
S.-
¿Diremos entonces que lo bueno para todos es lo que la razón en
cada momento dictamina, con sus mejores argumentos, y que, por eso
mismo, no hay nada mejor para nosotros, mortales ignorantes, que
pasar el día razonando para conocer lo que conviene, tanto a
nosotros mismos como a los demás?
Sf.-
No sé, Sócrates. No son pocos los que afirman que nada de lo que
conocemos es seguro.
S.-
Pero fíjate que, a la vez, afirman eso mismo con notable seguridad.
¿No crees que hay que ser muy sabio para saber que nada se puede
saber?
Sf.-
¡Por los dioses, no dejas de ser razonable, Sócrates, pese a que
dices no saber nada de nada!
S.-
Y es cierto, Sofistófeles. Nada sé, pero sí creo saber cómo
paliar mi ignorancia, hablando y preguntando a jóvenes tan
ambiciosos de saber como tú. Por cierto, ¿de qué dioses
hablabas?
Sf.- De
los de la ciudad, Sócrates, esos que nadie ha visto, pero que se
aseguran de que cumplamos la ley incluso cuando nadie nos ve.
S.- ¿Crees
que la gente no sabe ser justa y buena sin la vigilancia de los
dioses?
Sf.-
Eso creo, Sócrates. Hacen lo que les conviene y punto.
S.-
Pero sin saber lo que realmente les conviene.
Sf.-
Pero Sócrates, hay quien elige lo malo incluso conociendo muy bien
que no es nada bueno ni conveniente para sí mismo.
S.-
¿De qué loco me hablas? Ni el peor de los sofistas escogería lo
peor creyendo saber adecuadamente lo que es mejor. Toda maldad es
ignorancia.
Sf.-
Pero los sofistas se tienen por sabios, y no ignorantes, y perjudican
a muchos en los juicios, incluso no siendo aquellos nada injustos,
siempre que alguno les pague muy bien por hacerlo.
S. ¿Y
no crees que esos sabios sofistas están seguros de que les conviene
confundir lo justo con lo injusto?
Sf.
¡Claro, si así consiguen fama y dinero, aun perjudicando a otros!
S. No
solo por eso, Sofistófeles. Recuerda que, para ellos, como para tí
hace un rato, lo justo y lo injusto son justamente confundibles.
Sf.
No son tan sabios, entonces, como creen.
S. Ni
tan malos como creías tú.
Sf.-
No sé, Sócrates, Pero me temo que, a diferencia de ellos, ni tú ni
yo seremos nunca nada en la vida. Tú por ser el vagabundo de
pensamientos que eres, y yo por haberme dejado convencer por ti. Mi
padre me mataría, si no estuviera ya muerto, si supiera que ando
contigo, y si pudiera te mataría de nuevo a ti también.
S.-
Ja, ja, ja. Tienes razón, querido. Por eso, alejémonos de aquí,
donde siempre seremos pobres espectros, y volvamos al mundo ideal del
que nos ha sacado este que nos escribe ahora.
Sf.-
Eso. ¡Eh, tú, el que escribe, Platón de pacotilla, devuélvenos al
mundo real!
En conclusión Sócrates defendía a la persona buena y justa, incluso si era pobre, a un hombre rico como el alcalde que era malo injusto y le era infiel a su mujer. El bueno al final será el que más se beneficiará.
ResponderEliminarExacto, Daniel. El bueno es el que se beneficia, porque hacer lo bueno es lo mismo (según Sócrates) que hacer lo que te conviene, y hacer lo que te conviene es beneficioso. Ahora bien, para ser un buen bueno tienes que saber primero lo que es bueno y conveniente. Por eso, solo los sabios son buenos y felices, dice Sócrates. Aunque habría que ver si tiene razón. Muchos sabios no parecen tan buenos ni tan felices. ¿No?
EliminarPienso que Sócrates define lo bueno como aquellas persona humilde y justa y malo a las personas que como el alcalde son injustas. Pero yo aun no consigo comprender porque si en otras ocasiones hemos dicho que todo es invento del hombre quiere decir que lo bueno y lo malo tambien lo a sido y por lo tanto para todos los hombres ¿lo bueno y lo malo debe ser lo mismo, o solo en ocasiones o quizas nunca?.
ResponderEliminarVictor losiento pero por más vueltas que le doy no consigo comprender esto porque desde mi punto de vista todos tenemos el mismo concepto de bueno y malo y es que aunque todos sepamos lo que es bueno y malo no por ello todos tenemos que hacer solo lo bueno porque quizas algunas personas prefieren hacer lo malo no? y no por ello aya que llega a pensar que cada una tiene su propio concepto de lo bueno y lo malo.
Marina. En otras ocasiones hemos dicho que lo bueno y lo malo eran un invento o convención humana, pero en esas ocasiones hablaban los sofistas. Sócrates piensa otra cosa: que si algo es de verdad bueno, ha de ser bueno para todos. Por ejemplo, si ser humilde o generoso son cosas de verdad buenas han de ser buenas para todos (y no para unos sí y para otros no). Es decir, Sócrates es antirrelativista. ¿Estás de acuerdo con él?... Otro problema muy distinto es que, aun teniendo todos el mismo concepto o idea de lo que es bueno, haya gente que es buena (es decir, que aplica ese concepto a sus acciones) y gente que no, que prefieren hacer lo malo, aun sabiendo que es malo. Esto para Sócrates es imposible. Una persona que prefiere hacer X es porque considera que X es bueno (no malo). Y si lo que hace no es considerado bueno por los demás una de dos: o se equivoca él, al considerar eso como "bueno", o se equivocan los demás. Lioso, ya lo sé. Pero justamente de esto hablaremos en la próxima clase. ¿Te parece "bien"? :-)
ResponderEliminarYo pienso que lo bueno y lo malo es lo mismo para todos en cuanto a su concepto y definición, pero no por ello, pero así y todo es un poco lioso. Porque por ejemplo lo que puede ser malo para alguien (robar) para otro es bueno y lo hace porque necesita alimentar a su familia, y sigue estando el concepto de que eso es malo, en ese caso está haciendo lo mejor, y no por eso es "malo". Es raro la manera de concebir lo bueno y lo malo...porque relativo no es, porque se sabe perfectamente si algo es bueno o malo, en la sociedad, pero luego cada cuál hace una cosa u otra pensando que hace lo mejor.
ResponderEliminarDesde luego que es lioso, Sara. Pero deshacer ese lío, Sócrates introduce la noción de "error moral". Lo bueno y lo malo es lo mismo para todos, pero no todos lo comprenden bien. Por eso algunos se equivocan y creyendo que hacen lo bueno están haciendo, en el fondo (y sin que lo sepan) lo malo. De ahí la idea principal del intelectualismo moral: "el mal es ignorancia".
EliminarYo despues de haber visto el video. Socrates defiende a las personas que sean buenas e justas y a las malas a los que son injusto como el alcade.Yo definaria como bueno lo que a mi me conviene,pero si yo tuviera que elegir en una cosa que me conviene y a otros no, en otra cosa que me conviene y a los demas tambien.Elegeria obviamente las que nos conviene a ambos
ResponderEliminarBien, David. Aunque lo que más importa es: ¿por qué elegirías lo que conviene a todos? Para Sócrates, ser bueno es también ser racional. Es decir: has de tener razones para justificar que tu elección es la buena. La moral es cuestión de... sabiduría (según, al menos, la teoría de Sócrates: el "intelectualismo moral").
EliminarEs que todo esto es muy relativo porque en cada cultura tienen cosas buenas y otras malas que son distintas a la de las demás. Yo pienso que cada persona tiene su propia idea de lo que es bueno y malo para el como puede tener cualquier otra idea. Aunque mucha gente piense que eso no puede ser posible o opino que si porque si tu haces cualquier cosa siempre va a ser porque tu crees que lo que haces es bueno para ti o te beneficia al hacerlo, pero nunca la vas a hacer si sabes que es malo para uno mismo.
ResponderEliminar¿Y qué crees que cree alguien: que algo es más bueno por ser bueno para él, o por ser realmente bueno? Yo creo que todo el que cree que X es bueno es porque cree que X es realmente bueno y, por tanto, no solo para él (si algo es real tiene que serlo para todos, no, en otro caso sería una fantasía mía).
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