¿Por qué existen la sociedad, el poder político o las leyes? ¿Y por qué hemos de obedecer esas leyes y a quiénes los gobiernos o Estados que las administran?... Estos son algunas de las preguntas más interesantes de la filosofía política. Veamos qué tienen que decir al respecto los teólogos medievales.
Su explicación del origen de la sociedad y la ley parece un tanto mítica, aunque no será muy diferente, en el fondo, de la que oiremos en algunos filósofos modernos. Antes del pecado los hombres vivíamos en el paraíso natural (en una especie de “estado de naturaleza”), donde éramos autosuficientes (todo lo necesario a la vida nos era dado) y buenos, por lo que vivíamos en perfecta armonía con los demás. Pero tras el pecado nos volvimos menesterosos y egoístas. Por lo primero, tuvimos que asociarnos con otros para paliar nuestras necesidades (el trabajo en equipo, según los antropólogos actuales, permitió que pudiéramos adaptarnos y sobrevivir). Por lo segundo (por volvernos malos y egoístas) tuvimos que instituir las leyes, para resolver con ellas los conflictos de intereses y poder convivir juntos.
Ahora bien, ¿qué leyes hemos de instituir y respetar? Para que las leyes generen orden social y garanticen la convivencia hay que respetarlas incluso cuando no nos convenga. ¿Por qué vamos a respetarlas en ese caso? ¿En qué se fundamenta el respeto a la ley y la conformidad con el poder que las instituye y aplica? Hay muchas respuestas a esta pregunta, pero en la Edad media la respuesta suele ser esta: por que las leyes legítimas vienen de Dios. Los teólogos medievales afirman que las leyes deben fundamentarse en el “derecho natural”, que es aquel que se justifica en las Escrituras y la doctrina cristiana.
Ahora bien, si el fundamento de las leyes civiles son las “leyes de Dios”, ¿no debería ser la Iglesia quien las estipulara e hiciese cumplir? En otras palabras: ¿no debería ser la Iglesia quien ostentara el poder político?
A lo largo de la Edad media europea, el Estado y la Iglesia (el emperador y el Papa) mantienen una lucha abierta por acaparar el poder político. Las posturas al respecto son variadas, pero podemos nombrar estas cuatro.
El cesaropapismo es la doctrina que defiende la acumulación del poder político y religioso en manos del emperador (a la manera de los emperadores antiguos, que reunían en sí el poder político y el sacerdotal). La teoría de “las dos espadas” reza que el poder debe ser compartido por el emperador y el Papa (sin que esto deba generar conflictos pues, al fin y al cabo, el fin de ambos es el mismo y lo mismo: el bien común y la salvación). Las posiciones más teocráticas postulan la asunción de todo el poder por parte del Papa (que es el máximo representante del Legislador divino en la Tierra).
Y, finalmente, a finales de la Edad media, se impone la teoría de la separación de poderes: el Estado debe administrar todo el poder político y la Iglesia debe limitarse a la salvación de las almas. Esta división de tareas (pareja a la que se produce, en el mismo periodo, entre la fe y la razón) es una de las escisiones que determinan el paso desde la época medieval a la época moderna. Separada y reducida al ámbito de lo profano, la ley civil pierde su autoridad sagrada. ¿En qué habrá de fundamentarse, entonces, el respeto y la conformidad con el poder? ¿En la divinidad de los Reyes? ¿En el sagrado amor a la Patria y la Nación? ¿En los Derechos individuales (sobre todo, el derecho a la propiedad de los ricos burgueses)? ¿En el interés de la Voluntad Popular expreso en un Contrato social?... La respuesta en próximos capítulos. Mientras tanto podéis ir pensando hasta qué punto es cierta o posible, aún hoy, la separación entre Iglesia y Estado.
El cesaropapismo es la doctrina que defiende la acumulación del poder político y religioso en manos del emperador (a la manera de los emperadores antiguos, que reunían en sí el poder político y el sacerdotal). La teoría de “las dos espadas” reza que el poder debe ser compartido por el emperador y el Papa (sin que esto deba generar conflictos pues, al fin y al cabo, el fin de ambos es el mismo y lo mismo: el bien común y la salvación). Las posiciones más teocráticas postulan la asunción de todo el poder por parte del Papa (que es el máximo representante del Legislador divino en la Tierra).
Y, finalmente, a finales de la Edad media, se impone la teoría de la separación de poderes: el Estado debe administrar todo el poder político y la Iglesia debe limitarse a la salvación de las almas. Esta división de tareas (pareja a la que se produce, en el mismo periodo, entre la fe y la razón) es una de las escisiones que determinan el paso desde la época medieval a la época moderna. Separada y reducida al ámbito de lo profano, la ley civil pierde su autoridad sagrada. ¿En qué habrá de fundamentarse, entonces, el respeto y la conformidad con el poder? ¿En la divinidad de los Reyes? ¿En el sagrado amor a la Patria y la Nación? ¿En los Derechos individuales (sobre todo, el derecho a la propiedad de los ricos burgueses)? ¿En el interés de la Voluntad Popular expreso en un Contrato social?... La respuesta en próximos capítulos. Mientras tanto podéis ir pensando hasta qué punto es cierta o posible, aún hoy, la separación entre Iglesia y Estado.
Siguiente con la tradición de los anónimos, me gustaría preguntar: el trabajo se entrega el primer día que tengamos clase del mes de febrero no? Gracias
ResponderEliminarD.M
No se quien eres, pero en 2ºA te queremos fichar. Grande!!
EliminarDesde mi punto de vista, el Estado y la religión el único objetivo que tienen en común es facilitar la convivencia.
ResponderEliminarEl Estado se basa en leyes, algunas de las cuales cambian o no según el partido político que gobierne, y según los votos de la población. Además, se ocupa de intentar mantener la economía, una "buena" educación, etc. Las funciones del Estado van mucho más allá que las de la Iglesia.
El Papa representa al cristianismo, y las "leyes" en las que se basa sólo rigen una buena convivencia. Lo demás, no lo dice la Biblia, por lo que las funciones del Papado con el tiempo se han visto mucho más limitadas.
Creo que el decir que el poder político de más de una nación lo podría dirigir la Iglesia es un poco insensato. Además, el pueblo está más conforme (por llamarlo de alguna manera) si ellos participan en la política (de ahí la democracia) por lo que un sistema eclesiástico que no permite la participación de los ciudadanos y que lleva al país a una crisis como la que estamos pasando, generaría mucho más conflicto y huelgas. Tan segura estoy de esto que hasta estallarían revueltas.
Por ello, aunque el Estado y la Iglesia tengan un objetivo común, opino que el respeto y la conformidad del poder va mucho más allá de lo que ambas instituciones puedan hacer. Al igual que hay gente que se ve obligada a decidir entre una de las dos, hay personas que piensan que una complementa a la otra, y que dos instituciones favorecen más la convivencia que una sola.
En conclusión, opino que el respeto tanto a la divinidad como a las leyes va en los ideales que tenga cada uno, y por tanto, alguien que esté a favor de que haya un representante de la fe y otro de la razón para lograr el orden social no tiene por qué ver una separación entre ambas instituciones, si bien el fin es el mismo.