Como todos los cuentos, el de la
Navidad dice mucho más de lo que muestra a través de sus hermosas y
emocionantes imágenes. Aunque su origen pueda relacionarse con los
ritos de renovación del solsticio de invierno, la celebración
cristiana aporta un significado nuevo y más profundo.
En el rito cristiano se celebra la
llegada de un Salvador, un Dios-hombre que anuncia algo más que el
renacimiento de la vida tras el invierno: el fin de toda falsedad,
maldad e injusticia. En el lenguaje de los cuantos de hadas Jesús
es algo parecido a un Príncipe (hijo del Rey), que fuera enviado a
la gruta del deforme Dragón (el Mundo), a librarnos (a nuestras
Almas que son la Princesa cautiva) de la oscuridad y el Mal en que
nos hallamos, y conducirnos así al Reino, pues hijos de reyes (o de
dioses) somos también nosotros.
Este mito (o estructura mítica) es más antiguo que el tiempo, pero ¿qué puede significar en el lenguaje de la filosofía? El Mesías o Príncipe salvador simboliza la Idea o Forma materializada (“hecha carne”). Tanto en el Mundo, en el que es la Estructura racional bajo la que éste resulta posible y adquiere sentido, como en el Lenguaje. En este último aspecto, el Salvador es el Verbo o “Lógos”, la enunciación de la Palabra (la Teoría) verdadera, “hija” o reflejo de lo Real (como el Príncipe es hijo o reflejo del Rey y Jesús lo es de Dios). Este “Lógos – Príncipe – Mesías” viene a liberarnos de la apariencia de realidad que es el tiempo, de la apariencia de verdad que es la ignorancia, de la apariencia de justicia que es el gobierno de los hombres... Filosóficamente hablando, Jesús es una personificación mítica de la Luz de la razón, es decir, de la Verdad. A esta Verdad que viene del Cielo (como la estrella que guía hacia Belén) para iluminar la tierra, se subordinan todos los poderes terrenos (la Fuerza y los instintos – los animales – , la pura Emotividad – la madre virgen – , la Voluntad – el laborioso José –, y la mera Inteligencia –los magos de oriente – )…
La Natividad celebra así la llegada o revelación de la Luz, o, si quieren, el Beso del Príncipe que devuelve al alma a la Consciencia. Este luminoso beso representa, a la vez, al Dios hecho Hombre, y al Hombre que se hace Dios. Simboliza, en suma, la Conmensurabilidad entre lo Divino y lo Humano. Esta misma idea, dada en una forma más pura y abstracta, es la que suponen el filósofo, o el hombre de ciencia, cuando buscan la Estructura que explica el Sentido de la realidad mundana: la milagrosa relación entre lo eterno de los principios racionales o las leyes de la naturaleza, y la temporalidad del Mundo a la que dichos principios y leyes dan forma. Esto simboliza la Navidad (y, quizá, todos los cuentos que contarse pueden): la supuesta y buscada Identidad entre lo Trascendente y este Mundo (en el) que soñamos...
Sin esta increíble Conmensurabilidad
no solo no es posible la ciencia, o nuestra propia identidad como
personas (sin suponer un vínculo con lo intemporal no podríamos ser
el mismo ser de una navidad a otra), sino tampoco ese deseo de
bondad y justicia que tantos tienen (o desearían tener). Para que
tenga sentido ser buenos hemos de suponer que la vida es algo
más que un puro hacer (y deshacerse en) tiempo; que hay una forma
de ser humanos eternamente valiosa, a la que siempre y a todos
nos convendría aspirar más allá de nuestros intereses mundanos.
Esa “forma” que nos corresponde y el arquetipo moral en que se
expresa puede imaginarse de un modo mítico o religioso – con la
figura del Salvador que celebramos en estos días – pero también
concebirse de modo racional, tal como lo plantea y discute la ética
filosófica. Dado que en nuestra época no hay más arquetipo que el
del pobre de espíritu (el millonario, el personaje famoso, el
sofista encumbrado) nos conviene mucho celebrar una fiesta que, como
la Navidad, enaltece – por muy ritual o formalmente que sea –
justo el arquetipo contrario. Así pues: ¡Felices navidades a
todos! O lo que es decir lo mismo – sin el imaginario del mito –
: ¡Renovemos la certeza en la necesidad de la Verdad y la
Justicia!
Para leer el artículo en El Periódico Extremadura, pulsar aquí.
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Rafael. La Escuela de Atenas (1510-12). Museos Vaticanos |
S. Botticelli. Virgen con Niño y seis santos (1470) Galería de los Uffizi |
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