miércoles, 17 de septiembre de 2025

Cómo tener éxito en la prueba PAU

 


Aunque poco o nada tenga que ver con nuestra historia, es conveniente hablar un poco de la prueba PAU vigente y de cómo prepararse para afrontarla. Cómo sabéis, en la prueba dispondréis de una hora y media para resolver una serie de cuestiones. Actualmente son cinco (divididas en dos bloques, uno con dos preguntas sobre un texto y otro con tres preguntas más generales, una de las cuales incluye también un texto o documento con el que trabajar). Las cinco preguntas  comprenden: la detección de ideas en un breve fragmento filosófico; el ejercicio de relacionar estas ideas con otras opuestas o complementarias de otros autores y épocas distintos a los del texto (o bien con algún tema de actualidad); el desarrollo de una teoría filosófico sobre un tema y en un periodo histórico dados (sobre eso hay dos preguntas); y la reflexión a partir de un documento no filosófico (como un artículo) relacionándolo con cualquier teoría o idea filosófica perteneciente a un determinado periodo (véase esquema a continuación).


Para resolver de manera eficaz este tipo de prueba es preciso trabajar con tres objetivos: 

(1)  El dominio del temario organizado por áreas temáticas y periodos históricos, comprendiendo y relacionando ideas y generando así un bagaje suficiente de conocimientos. Para esto se recomienda emplear las técnicas habituales de estudio: aprovechamiento de las clases (atención, toma de apuntes, participación…); lectura comprensiva con subrayados en casa de los materiales proporcionados por el profesor/a; realización de esquemas, mapas conceptuales, fichas; desarrollar una opinión propia bien documentada...




(2) El desarrollo de la capacidad para comprender textos filosóficos breves, identificando sus ideas y argumentos y exponiéndolos por escrito. Esta capacidad la entrenaremos en clase a través de ejercicios específicos. Desde la Universidad de Extremadura se han seleccionado una serie de fragmentos textuales orientativos para que sepamos cómo pueden ser los que nos encontremos en la primera pregunta del examen (ojo: esto no quiere decir que esos mismos textos orientativos tengan que ser obligatoriamente los que nos encontremos en la prueba). Para el curso 2024/25 los textos orientativos fueron estos.

(3) El desarrollo de la competencia expresiva, especialmente por escrito. Ser capaces de escribir textos mínimamente complejos con la suficiente corrección y eficacia expresiva es fundamental para superar el examen (y la materia). No se trata solo de no cometer faltas ortográficas o gramaticales, sino de poder explicarse de forma inteligible, con orden y coherencia, y utilizando el vocabulario adecuado. Escribir sobre filosofía no es fácil, por eso es necesario tener un buen dominio previo del lenguaje.  Saber escribir correctamente es esencial para todo, y la mejor manera de aprender es leyendo buenos libros y escribiendo (apuntes, diarios, reflexiones, cuentos, lo que se os antoje...). También hay muchos manuales y métodos para ayudarnos a escribir mejor (los podéis encontrar en librerías y en la red). No descuidéis este aspecto.

Un resumen de lo dicho y unas cuantas instrucciones y recomendaciones más las tenéis en este cuadro: 


El enlace a la página web de la UNEX con el modelo de prueba, los textos, los criterios de evaluación explicados por extenso y las pruebas del curso pasado, es este: https://vrestudiantes.unex.es/funciones/coordinacion-ebau/coordinacion-bachillerato/curso-2024-25/filosofia/

NOTA IMPORTANTE: El diseño de la prueba aquí expuesto puede experimentar algunos cambios durante el presente curso; estos cambios, caso de producirse, serán explicados con la suficiente antelación.








lunes, 15 de septiembre de 2025

Cuatro temas de conversación para seducir a un filósofo. Áreas y periodos históricos de la filosofía



Creo que tenemos ya claro que nos interesa estar con gente interesante con las que compartir y medir nuestras ideas y aprender. ¿Y habrá alguien más loco por las ideas que un filósofo? Durante este curso vamos a traer aquí a la caverna a los más grandes. Ya veremos mediante qué técnicas parapsicológicas. La cosa es que una vez se nos aparezcan se (nos) queden (dentro). Ya os podéis imaginar que son gente inquieta que no tolera el aburrimiento. Pues bien, para seducir a un filósofo o filósofa nada mejor que sacar los siguientes cuatro temas de conversación, que son también las cuatro grandes preguntas o ramas de la filosofía. Y las cuatro cosas que más importa pensar y saber en la vida, creo yo (aunque esto también habrá que discutirlo, claro). 


  1. La pregunta ontológica (o metafísica): ¿QUÉ ES LA REALIDAD? Ojo, que esta pregunta admite variaciones: ¿Qué significa serexistir? ¿Qué cosas son realmente reales? (de esto se ocupa la ontología general) ¿Qué es la naturaleza? (este es el tema de la cosmología o filosofía de la naturaleza) ¿Existe una realidad perfecta o divina?  (de esto se ocupa la teología filosófica)… ¿Y qué decir de esa realidad que parece estar entre la naturaleza y Dios: nosotros, los seres humanos, la sociedad, la historia, la cultura…? ¡Un momento! Esta última pregunta es tan importante que merece un apartado propio…

    2. La pregunta antropológica (o psicológica): ¿QUÉ ES EL SER HUMANO? ¿Qué lugar ocupamos en el cosmos? ¿Somos algo más que animales muy complicados? ¿Qué nos diferencia de las máquinas? ¿Qué es la mente? ¿Cómo influye la cultura en lo que somos? ¿De dónde venimos, para qué estamos aquí, y a dónde vamos cuando llega la muerte?...        
                                                                                                                 3. La pregunta epistemológica (o gnoseológica), que se refiere a la relación teórica que hay entre el ser humano y la realidad, es decir, al conocimiento. ¿EN QUÉ CONSISTE EL CONOCIMIENTO? ¿Cómo podemos estar seguros de que estamos seguros de algo? ¿Cómo sabemos que lo que pensamos, decimos, oímos, teorizamos...es verdadero? ¿Qué es de verdad la verdad?...                                        

                                                   
    4. La pregunta ética y política (e incluso estética) que atiende también a la relación entre nosotros y el mundo, pero esta vez, a la relación práctica.  ¿QUÉ  DEBERÍAMOS HACER PARA QUE LA REALIDAD FUERA MEJOR DE LO QUE ES? ¿Qué es lo que hay que hacer para ser buenos y felices? ¿Y para que la sociedad sea más justa? ¿Y para que las cosas sean más hermosas? ¿Qué es lo bueno? ¿Qué es lo justo? ¿Qué es lo bello?

El mundo, la existencia humana, la verdad, la bondad, la justicia, la belleza.... Lo que es todo, lo que somos nosotros, lo que podemos saber, lo que debemos hacer... ¿Se pueden tener ideas más grandes y poderosas que aquellas que tratan de todo eso? ¿Hay algún otro tema de conversación interesante que no esté relacionado de algún modo con estos cuatro? ¿Cuál? Decídmelo si lo encontráis.







Por otra parte, todas estas ideas y preguntas han sido tratadas por filósofos y filósofas a lo largo de un buen número de siglos que, en el caso de Occidente, solemos dividir en eras o etapas: la Antigüedad, la Edad Media, la Edad Moderna y la Edad Contemporánea. 


La filosofía antigua comienza en torno al siglo VII a. C, con los filósofos jonios y, según algunos, acaba en torno al siglo V d. C. (El emperador romano Justiniano cierra la Academia platónica un poco después, en el 529 d. C). Sin embargo esto es ambiguo, pues filósofos muy importantes, a los que consideramos medievales, como San Agustín de Hipona, nacen y escriben aún en el siglo IV d. C. Nosotros preferimos pensar que la filosofía antigua (griega y latina) se solapa con los inicios de la filosofía medieval hasta el siglo V aproximadamente, teniendo en cuenta que desde el siglo I d.C. comienza a cultivarse también, mezclada con ella, la teología y la filosofía cristiana.


La filosofía medieval comienza en un periodo que va del siglo I al siglo V d. C y acaba en torno al siglo XIV, con la muerte Guillermo de Ockham y el desarrollo del Renacimiento en Italia. 

La filosofía moderna comienza en torno al siglo XIV, con el desarrollo del Renacimiento, y se da por aproximadamente acabada a principios del siglo XIX, con la muerte de Immanuel Kant. 

La filosofía contemporánea comprende desde principios del siglo XIX hasta nuestros días. 


Como veis, la filosofía antigua y medieval ocupa, cada una de ellas, unos catorce siglos, mientras que la filosofía moderna y contemporánea transcurren durante un número mucho más modesto de años; sin embargo, el caudal de filósofos y filósofas que conocemos bien es, obviamente, mayor en la época moderna y contemporánea. 



En cualquier caso, es importante retener bien el nombre y localización de estos periodos, pues será en torno a ellos y a las áreas ya citadas de la filosofía (ontología, antropología, etc.) como organizaremos las teorías y filósofos a estudiar y como se organizaran también las preguntas de los exámenes. 







sábado, 6 de septiembre de 2025

La primera clase de Historia de la Filosofía

 

Todos los años me pregunto por qué quiero yo dar un curso de filosofía. Y también me pregunto por qué habéis de quererlo vosotros (si la filosofía fuera solo una cuestión mía o de unos pocos, como la astronomía o el rugby, no sería cosa de mucho valor, ¿no?).

Pensad un momento y decidme por qué acudís al instituto, o a cualquier otro lugar que os guste más (es decir, cualquiera). ¿Por qué preferís vivir como vivís, dejándoos llevar o decidiendo hacer esto o aquello? O, sencillamente: ¿por qué vivís, para qué?.. Me apuesto mi sueldo de todo el curso a que la respuesta es esta: todo lo que hacéis (o dejáis de hacer) es... por algo que tenéis en la cabeza, es decir: por eso que llamamos... "ideas". Seamos o no conscientes de ellas, sean nuestras o de otros, sean buenas o malas, tenemos la cabeza llena de ideas, y todo lo que hacemos, percibimos, sentimos, deseamos y pensamos (sobre el mundo, sobre nosotros mismos, sobre los demás...), todo-todo depende de esas ideas... 


Pues bien, la filosofía no es más que el deseo de hacerte consciente y dueño de tus propias
 ideas y, por tanto, de tu propia vida. Aquel que es consciente de las ideas que le mueven puede criticarlas y mejorarlas (y, así, mejorar también su vida). 

¿Y esto de hacerse uno consciente de las ideas como se hace? Fácil (¿fácil?): a través de la reflexión. ¿De la qué? La reflexión es algo así como obtener un "reflejo" de las ideas que tenemos en la cabeza; como ponerlas "frente a un espejo". Es pensar en lo que pensamos. 

La reflexión se hace de dos formas: el monólogo (me "flexiono" y me pienso hacia dentro), y el diálogo (que es el arte de "flexionarme hacia fuera", y de hacerme flexible para con las ideas de los demás, para comprenderlas y asimilarlas y así no ser un... "idiota").

Fotografía de Chema Madoz

El idiota es el que cree que sus ideas son "las ideas" (es decir, el que se cree sabio). Pero esto suele ser falso. Ni nuestras ideas son nuestras (casi siempre las hemos aprendido de otros), ni son más que verdades a medias (y eso en el mejor de los casos). Para que sean mejores (y nosotros con ellas) conviene verlas y buscarlas como piezas de un puzle que solo podemos completar con las ideas de los otros, esas a las que nos asomamos a través del diálogo. Tal vez  completando ese puzle podamos acercarnos a esa quimera que es la verdad...  


Dejar de ser un idiota (ese es el objetivo de la filosofía) tiene que ver, pues, con buscarnos en el espejo y el eco de los demás. Los demás, los otros, son... las ideas que no tenemos. Por eso es tan importante el diálogo, la comunicación, el amor... Es decir, el deseo de comprender a los demás (de comprender sus ideas) y de compartir con ellos nuestros pensamientos. Comprender (escuchar, leer...) a los demás, y comunicarnos con ellos (hablar, escribir...), es como abrazarlos en esa parte suya que no se ve ni se toca, en la más íntima, allí donde están de verdad y de donde proviene toda su vida, en la parte de... sus ideas. 


¿Y a quién preferimos amar, al que más ideas tiene para comprender o al que menos? Parece obvio que al primero (¿Para qué amar a alguien que sea tan tonto o más que nosotros?) ... ¡Y eso vamos a hacer aquí! Tener amores con los filósofos y filósofas, con esos que más se han aventurado en la jungla de las ideas y más pueden darnos a comprender. Los invocaremos uno a uno, y frotaremos nuestras ideas con las suyas hasta quedarnos preñados de... ¡de nosotros mismos!   



Porque, en el fondo, las ideas de esos filósofos son... nosotros, nuestra misma raíz (aunque no lo tengamos muy claro). Conocer la historia del pensamiento es conocer la forma con que hemos llegado a ver, sentir, desear y pensar tal como lo hacemos ahora. Y también abrirse a la posibilidad de cambiarla y, de esa manera, cambiar el mundo... 

A veces la historia de la filosofía me parece como la historia de una única Mente que fuera dialogando consigo misma, pensándose siglo a siglo, a través de cada uno de los grandes filósofos y filósofas. Y así hasta conocerse del todo, hasta hacerse totalmente transparente, toda luz sin sombra. Tal vez nosotros somos parte de ese proceso, y tal vez esa mente, ahora, piense y hable a través de nosotros. 
Tal vez.

Bienvenidos de nuevo a este curso de amor y filosofía (si es que no son lo mismo).





Entrevistas iniciales "qué es para ti la filosofía" en 2B, 2D y 2F





viernes, 9 de abril de 2021

¡Juicio a la razón! Una divertida crónica de la filosofía de Kant, y otras sorpresas...



Ya sabéis que la filosofía de Kant consiste en un análisis crítico de la razón en su uso teórico y práctico. Por lo primero Kant establece su teoría del conocimiento y la imposibilidad de la metafísica (la razón pura) como ciencia. Por lo segundo propone una teoría ética fundada en esa misma razón pura y en la suposición de las ideas de la metafísica. Ambas aportaciones de Kant a la filosofía (su teoría del conocimiento y su teoría ética) las presentó en dos de sus obras más importantes: la Crítica de la razón pura, de 1781, en la que presenta su teoría del conocimiento, y la Crítica de la razón pura práctica, de 1788, en la que expone su teoría ética. En ambas Kant asegura que su objetivo es hacer un "juicio" a la razón (en su uso teórico y práctico) para averiguar si son legítimas sus pretensiones (las de la razón) de explicarlo todo (la metafísica) y de poder determinar lo bueno y lo malo (la ética)


Nuestro querido cavernicolega, Juan Antonio Negrete, nos presenta esta divertida crónica de estos dos "juicios" a la razón, en dos partes. Esta (pulsar con el ratón en la palabra) dedicada a la razón en su uso teórico (el conocimiento). Y esta otra  (pulsar) dedicada a la razón práctica (la ética). 


No os lo perdáis, tampoco el encuentro entre Kant y Platón tras el juicio.

Y, finalmente, aquí unos magníficos vídeos de otro colega genial,  Daniel Rosende, sobre la teoría del conocimiento de Kant y sobre la ética kantiana.

Ah, también os enlazo también unas imágenes del célebre partido de fútbol Alemania-Grecia en el que participó Kant y en el que podéis ver también las primeras imágenes de nuestro próximo filósofo: Karl Marx... 

martes, 6 de abril de 2021

La filosofía de la historia de Kant.

La Historia es una de las preocupaciones centrales de la filosofía kantiana. Ya al escribir su famoso artículo sobre la ilustración, Kant se preguntaba: ¿qué es este tiempo que nos ha tocado vivir? ¿cómo puede lograrse la “mayoría de edad” (la autonomía racional del hombre) en la historia? En otras obras, como en Idea para una historia universal en sentido cosmopolita (1784) o en La paz perpetua (1795), Kant profundiza en su concepción de la historia.

Kant entiende que la Historia (tal como la Naturaleza, de la que la Historia es parte) progresa según un plan preestablecido. Es decir, tiene unas determinadas fases, una dirección y una finalidad, aunque los individuos y los pueblos que participan en ella no lo sepan. Pero obrando sin saberlo, y de forma aparentemente irregular y sin sentido, los individuos y los pueblos contribuyen a ese “plan” o “hilo conductor” de la Historia. Es lo que luego llamará Hegel “la astucia de la razón”: las acciones humanas, procediendo sin un plan propio, se ajustan a un plan determinado de la naturaleza y la historia (esto, en cierto modo, es una "secularización" de la idea cristiana de Providencia).

Ese plan está dirigido a la plena realización de las disposiciones naturales del ser humano: la autonomía racional, la emancipación, la justicia... Esta plena realización no se da pues, al nivel de los individuos, sino al nivel de la especie, y está, en cierto modo, predeterminada.

El medio del que se valen la Naturaleza y la Historia para lograr esta realización plena de la razón es la lucha, la contraposición, el conflicto (esto nos recuerda a Heráclito, y también a la dialéctica posterior de Hegel y de Marx). La lucha entre los intereses de cada individuo y el interés común (entre individuo y sociedad), la competencia entre unos individuos y otros, y entre unos pueblos y otros, es lo que empuja al hombre a superarse y a desarrollar su racionalidad y su sentido moral y político (cumpliendo, así, el “plan de la Historia”).

El mayor conflicto que afronta la Historia de la especie humana es el de la instauración de una sociedad civil en que la libertad de cada individuo sea compatible con la libertad de los demás. Solo en una sociedad así podrá desarrollar el hombre todas sus potencialidades racionales.


Esta sociedad civil precisa de una ley y de un “señor” con autoridad suprema que la haga cumplir, pues de lo contrario los hombres tenderán a abusar de su libertad contra sus semejantes. El problema es que este “señor” tendría que ser perfectamente justo, y esto no existe entre los hombres. Esta dificultad hace que la historia humana sea un intento constante (y casi siempre fracasado) de instituir una sociedad completamente justa. Las guerras y los conflictos son una prueba de que el hombre no deja de persistir en su intento.

La instauración de una sociedad civil perfecta no solo depende de encontrar un gobernante justo, sino también de crear una asociación política entre los distintos Estados particulares que asegure un orden internacional justo. Los Estados particulares tienden a mirar sólo por su propio bien, son egoístas, y eso es un obstáculo que se debe superar. La guerra se convierte, desde esta óptica, en el modo en que la historia realiza sus ensayos imperfectos que, tras mucha desolación y sangre, conducirá a una unión de pueblos. La barbarie y la opresión son pasos intermedios necesarios para realizar la unión de todos los pueblos. Kant no es, ni mucho menos, un defensor de la guerra (otra de sus obras lleva por título La paz perpetua , y es una reflexión sobre la capacidad de la humanidad de alcanzar un estado de paz duradero), pero sí entiende la función que ésta desempeña en el desarrollo de las capacidades humanas. El hombre aprende de sus errores, y estos le empujan precisamente a una “gran unión de pueblos”.

Así, tras una fase de destrucción y guerras, la Historia dará lugar, al fin, a una sociedad y una civilización mundial, con unas leyes internacionales y un progreso científico, artístico y moral generalizado, y en el que todos los Estados colaboren. Solo en este marco social y político podrá realizarse plenamente el propósito que la naturaleza y la historia guardan para el hombre: la plena realización de su naturaleza racional y moral.

Aunque el tiempo transcurrido (de la historia humana) es aún breve, Kant cree que, en su propio presente, la Ilustración significa un gran paso en pos del logro del fin de la historia. Así, la Ilustración es, en palabras kantianas, “un gran bien que el género humano debe extender” al resto del mundo..

Kant no pretende una descripción empírica y “objetiva” de la historia. Él quiere explicar los criterios normativos que regulan el desarrollo histórico, y, además, cree que la difusión de cultura, o la misma discusión de esta idea, contribuye a este desarrollo, aportando un pequeño impulso más a este gran proceso transformador y emancipador. Para Kant, la historia elaborada por la posteridad será precisamente la historia de la liberación de la humanidad, la historia de la justicia, la autonomía, de la unión cosmopolita de Estados...



Preguntas:
  1. Resume las principales ideas sobre la Historia que tiene Kant,
  2. ¿Qué significa que la Historia de desarrolle según un plan preestablecido? ¿Es esto compatible con la idea de libertad y moralidad que mantiene Kant? ¿Cuál sería el “fin” u “meta” de la Historia?
  3. ¿Qué crees que significa la expresión la “astucia de la razón”?
  4. ¿Qué opinión tiene Kant de la lucha y la guerra entre individuos y naciones?
  5. ¿Qué condiciones tendría que tener la sociedad para asegurar o acelerar el progreso de la Historia? ¿Y cuáles son los principales escollos para este desarrollo?


domingo, 4 de abril de 2021

El retorno de las ideas metafísicas: el alma, el mundo y Dios, como "postulados" de la razón práctica... Fragmentos del diario de Kant (y 9)



Fragmentos del diario personal de Kant 
* NOTA IMPORTANTE. El equipo de investigación de este blog no garantiza la fiabilidad de estos documentos (ni la fiabilidad de nada, en general). 

Königsberg. 22 de febrero de 1789.


¿Es persona libre y moral aquella que actúa por interés? Nunca. En ningún caso. La conducta moral es un fin en sí misma. Si obedeces una regla moral esperando obtener algún beneficio o premio, tu conducta no es moral, aunque exteriormente pueda parecerlo a los que te observan.  Ni libre, pues actúas sumido en el mecanismo causal que relaciona el cumplimiento de la ley con el premio que obtienes de ello. Tal vez la ley legal, en la que el castigo es esencial, pueda reducirse a ese actuar interesado, pero no la ley moral... Naturalmente, algunos filósofos con el espíritu corroído por el pragmatismo me dirán que lo importante es que la gente cumpla con su deber, sin importar si lo hacen por puro deber o por evitar castigos o lograr premios. Pero bajo ese presupuesto es indistinguible la conducta de una persona libre y moral de la de un perro bien adiestrado. La diferencia es sutil e invisible, pero existe, y es tan importante como que, por ella y solo por ella, podemos optar a la dignidad de personas. Esa diferencia está, claro, en la intención y el sentimiento con que hacemos algo, no en la conducta observable. 

Tan noble y buena parece la persona que es generosa por puro deber, como aquella otra que lo es por afán de reconocimiento o de algún otro premio. La diferencia es que la primera obra con la intención de hacer el bien, por el valor racional que concede a la generosidad, y la segunda obra con la intención de obtener su premio. La una tiene al bien como fin en sí mismo, la otra como medio para intereses particulares. Aquella actúa por puro respeto a la ley moral, por el sentimiento del deber; esta actúa por deseos subjetivos, egoístas. Negarle importancia a todas estas diferencias es negar la moral y la razón misma. ¡Más aún: es negarnos a nosotros mismos como personas!


Königsberg. 3 de marzo de 1789.
¿Cómo ser bueno? ¿Qué debo hacer? Mi respuesta no deja de sorprender a los que me escuchan, pero no puedo hallar otra. Porque no se trata de lo que debo hacer, sino de lo que debo querer. La moral es asunto de la voluntad, no de las manos o la conducta pública. Lo que importa es el querer, la intención. Ser bueno es tener buena voluntad o intención, querer lo correcto, en lucha perpetua con los deseos e intereses particulares. Solo en ese ámbito del puro querer puede moverme a mis anchas como persona racional, solo allí soy libre, y solo allí puedo darle la forma de lo ideal a mi vida. 
En cuanto salgo al mundo, en cuanto paso de la intención a las acciones, me sumerjo en el engranaje de las causas y los efectos, de los medios y los fines particulares que nada tienen que ver con la libertad y el ideal universal del deber ser. Ahora bien. ¿Quiero esto decir que la moral se reduce a un puro querer ideal sin consecuencias? ¡Eso es absurdo! ¿Pero en qué mundo ha de cumplirse, entonces, ese querer ideal? No, desde luego, en el mundo de los fenómenos que describe la ciencia. ¿Entonces? ¿En cuál?...

Königsberg. 19 de marzo de 1789.
Algunos de mis críticos dicen que mi interés por explicar cómo es posible el conocimiento no era acabar con la metafísica, sino más bien separarla de la ciencia...¡para salvarla! A ella y a la religión. No puedo estar de acuerdo con esto. Mi interés no es salvar nada que no sea racionalmente salvable. Y es cierto que la razón, en su uso moral, no tiene más remedio que salvar aquello mismo que en el uso teórico negaba: ¡Las ideas de la metafísica! Pero esto no un deseo o interés mío, sino una necesidad de la propia razón práctica. Si la intención o el querer libre e ideal de las personas no puede cumplirse en el mundo natural de los fenómenos, ¿no habrá que creer que hay un mundo ideal, no natural, distinto al de los fenómenos? ¿No habrá que suponer una realidad objetiva, tan objetiva y universal como lo son las leyes morales de la pura razón? 


Este mundo que hay que suponer, si la moralidad ha de tener sentido, es el mundo del noúmeno, el mundo en sí, el mundo ideal del metafísico... Por otra parte, si mi razón pura y su puro querer ideal no pueden existir en la nada, ¿no será necesario suponer que existe un alma, no ya como mera forma subjetiva del conocimiento, sino como realidad en sí en la que sustentar la objetividad y racionalidad de la ley moral? Esta alma no puede ser, por supuesto, un objeto natural, dada su libertad y su carácter ideal. Ni mortal, claro, pues ¿qué sentido tendría la infinita búsqueda del ideal y la perfección si nuestro esfuerzo estuviera limitado al breve lapso de nuestra vida natural? Ninguno... Como tampoco tendría ningún sentido esta insoportable dualidad (de ser cierta) entre el mundo ideal de mi alma inmortal y el mundo natural de mis deseos, entre la persona que soy y el ser natural que habito, entre mi anhelo de justicia y razón y mi deseo de felicidad... Es imposible que estén desconectados, pues entonces yo mismo sería un ser doble, contradictorio, imposible. Un mundo, el ideal, ha de dar forma al otro hasta vencer y hacerse uno.
De esta necesidad de unidad absoluta, a la que los filósofos llaman Dios, no nos da ninguna información la ciencia, ni tampoco la metafísica; es un supuesto de la razón moral… El Mundo en sí, el Alma inmortal, Dios… Son las tres grandes ideas de la razón pura. Es imposible conocer o demostrar científicamente todo esto. Pero son supuestos (o, como prefiero llamarlos: “postulados”) necesarios de la razón en su aplicación a la vida moral. Sin ellos, el hecho moral sería racionalmente inexplicable. Si cabe hablar de una “fe racional” es esa fe lo que se precisa para afirmar tales postulados. El retorno de las ideas metafísicas en mi pensamiento no ocurre pues, del lado de la ciencia y el conocimiento (de allí se les expulsó para siempre), sino del lado de mis necesidades racionales como persona. ¡No debe haber otras para un ser en cuanto ser libre y moral! 



viernes, 2 de abril de 2021

¡El imperio de la Razón!... Fragmentos del diario de Kant (8)

Fragmentos del diario personal de Kant 
* NOTA IMPORTANTE. El equipo de investigación de este blog no garantiza la fiabilidad de estos documentos (ni la fiabilidad de nada, en general). 

Königsberg. 8 de octubre de 1785.
Por más que lo pienso solo una cosa me convence de nuestra condición de seres libres: el uso puro, libre, que podemos hacer de nuestra razón. Si para el conocimiento del "mundo tal como es" la razón no es libre (está atada a los fenómenos y condicionada por ellos), para la moral, es decir, para decidir "como debería ser el mundo" (no cómo es), la razón no está atada ni condicionada por nada, vuela libre, sin hacer caso más que a ella misma. En ese mundo ideal que la pura razón concibe es dónde únicamente podemos ser personas libres y morales (¡es decir: personas!)… Ahora bien. Ese mundo ideal está muy alejado de mí. ¡Yo no soy como debería ser! Mi conducta no es del todo racional. En mi batallan constantemente el animal y el ser racional que llevo dentro. Y no soy del todo ni una cosa ni otra.
Si fuera completamente racional, carente de cuerpo y deseos naturales, tal como un ángel, bastaría mi razón para dirigir mi vida. Y si fuera un mero animal, haría lo que desease mi cuerpo, sin dudas, como actúa una máquina. Pero no, soy algo intermedio, ni ángel ni animal... ¡Pero justo por eso soy un ser moral, es decir, un ser que ha de luchar constantemente por imponer el ideal de la razón sobre los deseos de  mi naturaleza animal, lo que “debo” sobre lo que “deseo”! ... Supongo que para ayudarnos en esa esforzada tarea se nos ha dado la voluntad, que es la fuerza o facultad moral, la facultad para querer lo que debemos y negarnos a lo que no debemos. La voluntad es el “soldado” de la razón y, como tal, recibe de ella órdenes o, como suelo decir yo, imperativos: “¡debes querer hacer esto, te guste o no!”, eso es lo que ordena siempre la razón a la voluntad. Y así son las leyes morales que produce la razón: ¡órdenes, imperativos!... 


De este modo, la razón pura quizás no proporcione juicios para el entendimiento (eso solo lo puede hacer la razón cuando se mezcla con la experiencia y se vuelve "impura"), pero sí imperativos para la voluntad…. De hecho he escrito todo esto por imperativo, por fuerza de voluntad, pues el deseo que tengo desde hace rato es el de retirarme a descansar…

Königsberg. 20 de octubre de 1785.
No creo tener un espíritu vanidoso, pero creo estar a punto de obligar a la filosofía a otro “giro copernicano”, esta vez en el terreno moral. ¿Cómo es eso? Hasta ahora la mayoría de las teorías éticas se han construido con imperativos que carecen de validez moral. ¿Por qué? Los imperativos de la ética tradicional suelen ser de esta forma “debes hacer lo que debes porque así conseguirás un premio” (Y el “premio” puede ser el placer, la felicidad, la utilidad, el cielo… según la teoría ética de que se trate). Ahora bien, lo que estos imperativos dicen, en el fondo, es que “hacer lo que se debe es la causa de que obtengamos tal o cual premio”. Es decir, son juicios causales, parecidos a los de la ciencia. ¡Pero no imperativos morales! ¡No es moral hacer lo que se debe buscando un premio o interés ajeno al propio deber!... 
¿Por qué no? Primero, porque así nos negamos a nosotros mismos como seres libres (pues actuar por premios y castigos es ser como un animal, esclavo de las causas y los efectos y de los deseos y fines ajenos a la pura razón). Segundo, porque al condicionar la conducta a un premio concreto o un deseo subjetivo, ya no actuamos de modo universal y objetivo, que es como pide la razón que actuemos.  La conducta moral, en cuanto racional, ha de ser universal y objetivamente valiosa, desinteresada de lo particular y subjetivo. Poner la razón al servicio de otros fines es ponernos a nosotros mismos, como personas racionales que somos, al servicio de un poder ajeno, es rebajarnos, no ser lo que somos. Y eso no puede ser bueno, porque no es lógico… ¡Y, sin embargo, todas las teorías éticas que conozco incurren en este error! Sus imperativos están condicionados a esos fines ajenos a la propia razón. Yo los llamo imperativos “hipotéticos”, pues no enuncian un deber sino una hipótesis (la hipótesis de que “si te comportas como debes lograrás ese premio que deseas”). ¡¡Eso no es moral!! El verdadero imperativo dice: “debes comportarte como debes (como la razón te manda) porque eso es lo que debe ocurrir (es lo racional)”. Y punto. Así de categórico. Solo haciendo lo que se debe por puro deber, lo racional por lo racional, nos comportaremos como seres libres y autónomos. 
A estos imperativos yo les llamo “categóricos”, para diferenciarlos de los “imperativos hipotéticos” de las otras teorías éticas. Así que: la razón pura, en su uso práctico o moral, produce imperativos categóricos, no hipotéticos. ¡Ese es el giro copernicano que yo propongo para la ética! ¡¡Así debe ser el deber!!

Königsberg. 14 de noviembre de 1785.
¿Cómo establecer unas reglas morales? ¿Cómo decidir lo que debo hacer? Las reglas morales que me imponga han de ser, desde luego, imperativas: han de ordenar a la voluntad lo que debe querer hacer. Pero también tienen que ser categóricas, es decir, establecidas por la razón, solo por la razón, sin dejarse influir o condicionar por nada más (como deseos, necesidades, intereses materiales y cosas por el estilo). Sólo las reglas que me impongo a mi mismo de este modo son libres y morales, pues el pensamiento puro es la única parte de mí que escapa al determinismo del mundo físico, y es también la única manera de aspirar al mundo ideal, al mundo que debería ser…
 Ahora bien, me pregunto: ¿en qué consiste una regla así, un imperativo puramente racional o “categórico”, que es como prefiero llamarlo?... No lo sé del todo, pero sí sé una cosa: un imperativo así ha de ser válido para toda persona y toda situación, tal como son las leyes racionales. Es decir: ha de expresar una verdad universal y necesaria, como las verdades a priori, pero que sea aplicable, a la vez, a toda posible situación moral concreta. ¡Pero! ¿Cómo encontrar algo así? Llevaba varias semanas madurando este problema. Es más: pensaba escribir una lista de imperativos racionales o universales. Pero luego reparé en que acaso tal cosa no fuera posible. De hecho, todo imperativo que se me ocurría (por ejemplo: "debes ayudar a tu prójimo", o "debes rechazar la violencia", etc.) era excesivamente concreto, y resultaba difícil entenderlo como norma universal (¿debes ayudar a tu prójimo en cualquier circunstancia, incluso si le ayudas a hacer el mal? ¿debes rechazar todo tipo de violencia?...). ¡Hasta que por fin esta tarde creo haber hallado la solución! La dejaré reposar durante la noche, y mañana, a la luz del Sol, volveré a examinarla.

Königsberg. 15 de noviembre de 1785.
Hoy ha amanecido lloviendo. Pero me da igual. ¡Llevo una verdad nueva y radiante como un Sol en mi interior!... ¡¡¡ La fórmula del imperativo categórico!!!... He dicho “formula”, sí. Y lo es. Pues he descubierto que la única manera en que un imperativo puede ser puramente racional y universal es así, como una fórmula. Tal como las fórmulas y leyes científicas expresan cómo ha ser, en general, un fenómeno gravitatorio o una transformación química, la fórmula del imperativo categórico expresa como ha de ser, en general, una regla moral. Mi imperativo categórico es como una regla de reglas, da la forma que ha de tener cualquier regla moral válida, solo eso… Reconozco, eso sí, que mi teoría ética puede parecer un tanto extraña, pues no aporta reglas morales concretas y materiales (tipo “no mientas”, “no robes”, etc.), sino solo una forma o fórmula “vacía”. Para distinguirla propondré llamar a mi ética así: “formal”, y a las éticas que, en cambio, dictan reglas concretas, les llamaré “materiales”. 
Pues bien, mi teoría ética es formal, pues solo dicta una fórmula, la fórmula que ha de satisfacer cualquier norma moral que pretenda serlo. Y ahí va. Esta es mi fórmula, el imperativo categórico: “Obra sólo según una regla tal, que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal, valida para todo ser racional”… ¿No es genial?... Su aplicación es simple. Veamos un par de ejemplos. El primero: ¿debo querer engañar a alguien o no? Si aplicamos la fórmula del imperativo categórico solo debo quererlo si puedo, a la vez, querer que el acto de engañar se convierta en ley moral universal, es decir, si quiero que todas las personas engañen a los demás. ¿Y podría querer esto? Evidentemente, no. Si así fuera debería empezar por querer engañarme a mi mismo, es decir, por querer lo falso. Pero esto es imposible, pues si debo querer lo falso, también debo querer que esta misma regla moral sea falsa, ¿y eso no es contradictorio? La ley de la contradicción, que es la máxima ley de la razón, es también el supremo criterio moral. Pues lo moral es lo mismo que lo racional. 
Veamos este otro ejemplo. ¿Debo querer matar a las personas? Solo si soy capaz de concebir esto como ley universal, de manera que todos deban querer lo mismo. Pero, de nuevo, esto supone que, de entrada, deba querer morir yo mismo (matarme o que me maten), pero querer morir es querer no ser y, por tanto, querer no querer (pues solo el que es puede querer), y esto es otra enorme contradicción… ¿O no?