lunes, 29 de septiembre de 2014

La naturaleza de la naturaleza. Phýsis y Arkhé.


El problema más fundamental de la filosofía es siempre el mismo: saber qué es la realidad. O como decían los primeros filósofos griegos, saber qué es la “physis (la “naturaleza”). Ahora bien, para conocer la naturaleza no basta con observarla. Lo único que inmediatamente observamos en ella es un montón de cosas o seres en perpetuo movimiento y cambio. En otras palabras: un caos (ya lo decían los mitos: al principio era el caos...). Pero la razón nos pide más, nadie puede vivir pensando que todo es caótico. La razón pide siempre lo mismo: dar orden a las cosas...

Imaginad que sois unos inteligentes extraterrestres y aterrizáis en una selva llena de todo tipo de seres en movimiento (plantas, animales...) que jamás habéis visto.
Vuestra razón se pondría inmediatamente a trabajar. En primer lugar reduciría las diferencias: unificaría ciertas cosas como partes de un mismo objeto o ser (uniendo todas las partes, por ejemplo, de un león --o como quieran llamarlo ellos--, o las partes de un árbol determinado, etc.). Luego unificaría unas cosas con otras, descubriendo lo que tienen en común (por ejemplo, todas las cosas que compartan ciertas características permanentes serán animales, otras con otras características serán plantas, etc.). Finalmente, es posible que la razón se preguntara por lo que todas las cosas (sean del tipo que sean, e incluyéndose a sí misma) tienen en común. A este elemento constitutivo y permanente de todo, es decir, a lo que todas las cosas son siempre, por muchas y diferentes que sean, y por mucho que cambien, le llamaban los filósofos griegos, el “arkhé” o principio de todo. 

Pero con esto no basta. Dado que todo está moviéndose y cambiando, la razón también busca poner orden en el cambio, y para ello busca descubrir las causas y las leyes (no cambiantes) que gobiernan o determinan los cambios, es decir, que explican por qué, cómo y para qué ocurren esos cambios, permitiendo predecirlos y estar prevenidos frente a ellos. A estas causasleyes supremas del cambio también las incluían los griegos en el concepto de “arkhé” o principio de todo.

Así, frente a la experiencia de la naturaleza (physis) tal como se aparece a nuestros sentidos (caótica: plural, cambiente), la razón busca ordenarla, descubriendo o estableciendo un principio supremo de orden (arkhé) que es, a la vez:
Un principio constitutivo: lo común a todo, la unidad de las diferencias, lo que todas las cosas son siempre en el fondo, lo permanente de lo cambiante, de lo que todas las cosas “están hechas”, de donde todo viene y a donde todo vuelve, etc.
Un principio causal o fuerza: lo que lo mueve todo, dándole movimiento y vida.
Un principio legal: la ley suprema según la cual se mueve todo en un cierto orden.

Si “physis” significa “naturaleza” (en el sentido de todo lo que hay, el conjunto de las cosas que vemos, etc.), “arkhé” significa algo así como la “naturaleza de la naturaleza”, es decir: su principio o ser común y permanente que lo causa y lo gobierna todo según ley. La “arkhé” es, así, algo omnipresente, eterno, causa animadora de todo, y que todo lo gobierna. No es raro que para muchos filósofos presocráticos la “arkhé” fuera una entidad divina.




¿Basta observar el mundo para entenderlo? ¿Qué más cosas hay que hacer?
¿Cómo crees que soluciona el problema de la arkhé la religión? ¿Y la ciencia actual?

viernes, 26 de septiembre de 2014

De los rayos de Zeus a los pedos de Estrepsíades. El paso del mito al lógos según Aristófanes.


Allá por el siglo V a.C., la filosofía estaba de moda (decían que servía para triunfar en sociedad, aprender a convencer a los demás de lo que quisieras, aparentar inteligencia, etc.). Pues bien, aquí vemos como Estrepsíades, un campesino viejo y anticuado, para estar a la moda (y resolver algunos problemillas con la justicia) pretende entrar en una "escuela para filósofos", dirigida por un tal Sócrates...  Nos lo cuenta Aristófanes, el gran cómico ateniense:


Estrepsíades.- Pero Zeus, según vosotros, a ver, ¡por la Tierra!: ¿Zeus Olímpico, no es un dios?
Sócrates.- ¿Qué Zeus? No digas tonterías. Zeus ni siquiera existe.
E.- Pero, ¿tu qué dices? Pues, ¿quién hace llover? Esto, acláramelo antes de nada.
S.- ¡Esas, claro! [señalando a las Nubes] Y te lo demostraré con pruebas de gran peso. A ver: ¿dónde has visto tú que alguna vez llueva sin nubes? Sin embargo, lo que tendría que ser es que él [Zeus] hiciera llover con el cielo despejado y que éstas estuvieran ausentes.
E.- ¡Por Apolo!, con lo que acabas de decir le has dado un apoyo al asunto éste. Y la cosa es que yo antes creía a pies juntillas que Zeus orinaba a través de una criba. Pero explícame quién es el que produce los truenos, eso que me hace a mí temblar de miedo.
S.- Estas [las Nubes] producen los truenos al ser empujadas por todas partes.
E.- A ver, a ti que no se te pone nada por delante: ¿cómo?
S.- Cuando se saturan de agua y por necesidad son forzadas a moverse, como están llenas de lluvia, necesariamente son impulsadas hacia abajo; entonces, chocan unas contra otras y, como pesan mucho, se rompen con gran estrépito.
E.- Pero el que las obliga a moverse, ¿quién es? ¿No es Zeus?
S.- Ni mucho menos; es un torbellino etéreo.
E.- ¿Torbellino? No me había dado cuenta de eso, de que Zeus no existe y de que en su lugar reina ahora Torbellino. Pero aún no me has explicado nada del estruendo y el trueno.
S.- ¿No me has oído? Las nubes, al estar llenas de agua, te digo que chocan unas con otras y hacen ruido porque son muy densas.
E.- Vamos a ver: eso, ¿quién se lo va a creer?
S.- Te lo voy a explicar poniéndote a ti como ejemplo. En las Panateneas, cuanto ya estás harto de sopa de carne, ¿no se te revuelven las tripas y de pronto se produce un movimiento en ellas que empieza a producir borborigmos?
E.- Sí, por Apolo, y al momento provoca un jaleo horrible y un alboroto; y la dichosa sopa produce un ruido y un estruendo tremendo, como un trueno; primero flojito, “papax, papax”, después más fuerte “papapapax”, y cuando cago, talmente un trueno, “papapapax”, como hacen ellas.
S.- Pues fíjate qué pedos tan grandes han salido de ese vientre tan pequeño. Y el aire éste, que es infinito, ¿cómo no va a ser natural que produzca truenos tan grandes?

(Aristófanes, Las nubes. 366-394, versión de E. García Novo. Alianza editorial, 1987)

¿Qué novedades presenta las explicaciones de Sócrates en comparación con las explicaciones míticas que cita Estrepsíades?

¿Por qué crees que tanta gente sigue prefiriendo las explicaciones míticas y religiosas a las científicas y filosóficas?  

martes, 23 de septiembre de 2014

Oriente y Occidente. El nacimiento de la filosofía. El paso del mito al logos.


Como ya hemos dicho la filosofía es reflexión, pensar en lo que pensamos, mirarnos en las ideas que tenemos para así conocernos y mejorarnos. También hemos dicho que las ideas más grandes y profundas, que son las que más nos interesan, son las que tienen que ver con la existencia (la realidad), con nuestra identidad como personas, con el problema de la verdad, y con los valores (lo bueno, lo justo, lo bello). Y que el curso que hemos empezado va de esto: de la historia de estas ideas, de como los hombres las descubrieron, las convirtieron en preguntas e intentaron darles respuesta.

Muy al principio, en la "infancia" de la humanidad, los hombres confiaban como niños en lo cuentos y en los mitos. En ellos se daba respuesta a todo, y las ciencias, despreocupadas de las grandes preguntas, se limitaban a resolver problemas prácticos. Los hombres miraban a las estrellas, pero no por afán de comprender su naturaleza, sino para guiar sus barcos y para buscar señales del dios que dirigía sus vidas.
Teoría del tiempo axial de Karl Jaspers

Más adelante, allá por el primer milenio antes de nuestra era, la humanidad pareció despertar, como un adolescente que empezara a cuestionarlo todo. Aparecieron personajes extravagantes que preferían el ocio al negocio y discutir en las plazas en vez de pontificar en el templo. Estos estrafalarios seres se preguntaban en voz alta por la verdadera realidad (más allá de las apariencias), por el verdadero hombre (más allá del cuerpo), por una forma de vivir más verdadera (más allá del comer y el vivir bien), y por la verdad misma (más allá de nuestros engañosos sentidos).
Imagen de Confucio
Eran los sabios de la China (Lao-Tsé, Confucio), los brahamanes hindús, los magos de la lejana Persia (seguidores de Zaratustra), los profetas de Palestina... Y, también, los filósofos griegos. Entre todos ellos provocaron una “revolución mental” en el mundo, aunque no todos del mismo modo...

Los sabios de Oriente (desde la China a Palestina) acabaron por dar una respuesta religiosa a las grandes preguntas. Crearon nuevas religiones en las que la realidad se concebía como un Dios innombrable y oculto a los ojos, el hombre como un alma deseosa de librarse del cuerpo, la verdad como un asunto del espíritu, y la vida buena como una negación de los deseos mundanos... Estas religiones son el origen de las que conocemos hoy: el judaísmo y el cristianismo, el mazdeísmo, el hinduísmo, el budismo, el taoísmo...


Los sabios de Occidente (los filósofos), en cambio, apostaron por algo radicalmente nuevo: la crítica de toda verdad religiosa y la búsqueda de una respuesta racional a aquellas mismas cuestiones. 
En lugar de un Dios innombrable, los filósofos propusieron un principio racional como explicación de todo. En vez de un alma negadora del mundo, los filósofos pensaron al hombre como un alma capaz de comprender y dominar ese mismo mundo. Además de un asunto del espíritu, los filósofos consideraron a la verdad como experiencia de los sentidos. Y en las antípodas de la negación de los deseos, los filósofos creyeron que la vida buena consistía en desear y superarse constantemente. Esta “apuesta” por la explicación y el diálogo racional, por el dominio técnico de la naturaleza, por la experiencia mundana y por el deseo de progresar fue, desde entonces, la seña de identidad de nuestra civilización. Con ella la humanidad despertó del todo (o eso creemos nosotros, los occidentales) y fue desarrollando a lo largo de los siglos todo el conocimiento racional que, según solemos decir, nos caracteriza a los seres humanos. Con la filosofía, especialmente, nació un modo de saber puramente teórico (un saber por saber, no vinculado a necesidades prácticas ni a prácticas religiosas), reflexivo (un saber del saber mismo, dirigido no solo a explicar, sino a explicar el por qué de la propia explicación) y siempre crítico (un saber desconfiado, carente de fe, interrogativo)...


Este “despertar” filosófico de Occidente ocurrió en torno al siglo VI a.C, en las prósperas colonias griegas del Mediterráneo, en pequeñas ciudades en que la gente estaba acostumbrada a negociar y discutirlo todo en plazas y asambleas, y en las que la religión estaba a cargo de poetas que igualaban a dioses y hombres bajo una misma Ley común (la Necesidad o el Destino). No siendo el mundo fruto de la voluntad incomprensible de los dioses, sino cosa de leyes, los filósofos se lanzaron al descubrimiento de esas leyes, buscaron explicaciones “naturales” (basadas en la observación y la lógica) a lo que antes se explicaba con mitos y leyendas, cambiaron la revelación por el descubrimiento, la creencia ingenua por la reflexión crítica, la repetición por la innovación, el lenguaje imaginativo por los argumentos y los conceptos abstractos...


En Grecia, este tránsito desde el saber mítico al saber racional, o como suele decirse: el paso del mito al logos (logos significa “razón” o “argumento”), no ocurrió de la noche a la mañana, sino muy lentamente, hasta el punto de que los primeros filósofos aún hablaban en un lenguaje mítico, daban nombres de dioses a las causas naturales y se expresaban a través de poemas y cuentos... Pero aunque lento, el proceso fue imparable. Los hombres acabaron por olvidar a los dioses y empezaron a dar razón de todo por sí mismos. La filosofía y, con ella, la civilización occidental, habían nacido... 

La Escuela de Atenas, pintada por Rafael 

En Occidente nació la filosofía y la ciencia (la cultura racional y humanística), en Oriente permaneció la religión y la tradición (la cultura de la fe). Occidente representa un tipo de cultura dinámica, sujeta a crítica y a cambios. Oriente representa una cultura más estática, donde prima el respeto sagrado a la tradición. En Occidente no hay más autoridad que los argumentos. En Oriente las discusiones acaban con el argumento de autoridad. Los occidentales (los griegos, nosotros) creemos que nuestra manera de vivir es la mejor: ser libres es tener ideas propias, ser bueno depende de saber qué es lo bueno, "realizarse" como persona es esforzarte por ser más consciente y lograr todo lo que deseas, la vida humana es cambio, progreso, investigación,  transformación de la realidad... Pero los orientales también creen que su forma de vida es la mejor. Para ellos ser libre es liberarse de uno mismo, dejarse llevar, confiar en la divinidad; la bondad es entrega a Dios, no a una sabiduría que nos aleje de él; la felicidad es reconocer nuestra insignificancia, ser humilde, anular la inquietud y el deseo (desear cosas es lo que nos hace desgraciados); este gozo supone comprender que nada cambia, y consiste en contentarse con como son las cosas de este mundo (pues, al fin y al cabo, este no es el mundo de verdad)... 



¿Estáis de acuerdo con todo esto? ¿Son tan diferentes la civilización occidental y la oriental? ¿Quién pensáis que se equivocó? ¿Qué tipo de vida es mejor? ¿No cometimos los occidentales un tremendo error al probar del árbol de la sabiduría? ¿No sería mejor volver "atrás"? ¿No estará la felicidad más en la entrega confiada y la inocencia (la fe) que en el conocimiento y el "progreso"?


Os enlazo, por cierto, esta entrada del maravilloso blog de nuestro amigo y vecino de caverna Juan Antonio Negrete, y que trata también de los orígenes de la filosofía.


lunes, 22 de septiembre de 2014

De sabio y filósofos. Del Oriente y el Occidente.



En las primeras edades del mundo los hombres parecían niños. Pensaban y tenían ideas, pero parecían carecer de reflexión. Sus amplios saberes tenían carácter práctico y mítico. Miraban a las estrellas no por afán de comprender su naturaleza, sino para guiar sus barcos y para buscar señales del dios que dirigía sus vidas. 



Pero a mediados del primer milenio antes de Cristo comenzaron a pasar cosas extrañas. Por doquier, desde Oriente a Occidente, aparecieron unos tipos extravagantes y vagabundos, a los que la gente llamaba sabios (en la China), brahamanes (en la India), magos (en Persia), profetas (en Palestina) o... filósofos (en Grecia). En lugar del negocio, preferían el ocio. En vez de pontificar en el templo, elegían dialogar en las plazas. Y ya no repetían las mismas ideas e historias de siempre, sino que ponían en cuestión esas mismas ideas, para así, decían, "despertar" a las gentes que, según ellos, vivían como sonámbulos o niños, inconscientes de casi todo. 


Hacían estos sabios unas distinciones muy extrañas. Decían, por ejemplo, que los hombres estaban como ciegos, aunque vieran como linces, pues la verdadera realidad, decían, no era lo que a-parecía a la vista (distinción realidad/apariencia). También hablaban de que los hombres tienen un alma incorpórea que, como tal, no podía enfermar ni morir, y que provenía de algún lugar más allá de la tierra y los cielos (distinción alma/cuerpo). Contaban que la verdad era el fruto de la meditación interior y no de la experiencia (distinción intelecto/sentidos), que el hombre bueno era el que anteponía la verdad y el deber al deseo de felicidad (distinción deber/felicidad), y que frente al poder absoluto de los imperios, debía prevalecer la libre espiritualidad del individuo y las leyes de los más sabios (distinción sociedad/individuo). Esto y todas las otras cosas que decían fueron calando en los más jóvenes, arruinando su inocencia y volviéndolos, a veces, desobedientes del poder y las más viejas tradiciones...

Entre estos sabios, los más extraños eran, acaso, los filósofos griegos. De entrada no se llamaban a si mismos sabios, sino “filósofos”, es decir, “los-que-desean-ser-sabios” (porque no creían serlo, salvo en el saber de su propia ignorancia). A diferencia del resto de los nuevos sabios, el conocimiento que buscaban estos filósofos era puramente teórico, no tenía como fin hacer casas o guiar naves, pero tampoco liberar el alma y unirse a Dios. Parecía el suyo un puro saber por saber... Y también un saber del saber mismo, pues eran tan desconfiados (tan faltos de fe) que no se limitaban a explicar las cosas, sino que también querían explicar cómo habían llegado a explicarlas y cómo de mejor o peor era esa explicación. En esto también se diferenciaban del resto de los nuevos sabios, pues estos anclaron su sabiduría en la palabra de los profetas y en sagrados textos que revelaban la verdad más allá de todo razonamiento y explicación. 

 La filosofía surgió, pues, en Grecia, como una forma absolutamente distinta (teórica, demostrativa, crítica...) de conocer el mundo. Y esa forma es la que nos caracteriza a nosotros, los griegos, los europeos, los occidentales. Aunque influidos por los sabios judíos y otras más lejanas tradiciones, somos, en la raíz, hijos de esos extraños filósofos griegos. Por eso nos encanta discutirlo y explicarlo todo, por eso pedimos siempre razones, y no hay poder ni dogma que detenga nuestra incansable e incierta aventura en pos del saber. 

Así, si los sabios de oriente dieron lugar a una cultura estática de verdades inamovibles y prácticas rituales orientadas a la negación mística del mundo y la unión del individuo con Dios, nuestros filósofos abrieron paso a otra cultura, dinámica, movida por la crítica y el cambio, y dirigida al conocimiento teórico del mundo, y a la afirmación del hombre a través del poder de la razón.

¿Habrá diferencia más grande entre Oriente y Occidente? En todo caso, y siendo como somos, habrá que volver a pensarlo...



¿Estás de acuerdo con todo esto? ¿Son tan diferentes la civilización oriental y la occidental? ¿Estará la diferencia justo en la filosofía y la ciencia (que no se han desarrollado apenas en oriente)? 

Os enlazo, por cierto, esta entrada del maravilloso blog de nuestro amigo y vecino de caverna Juan Antonio Negrete, y que trata también de los orígenes de la filosofía.


jueves, 18 de septiembre de 2014

Cuatro temas de conversación para seducir a un filósofo

Creo que tenemos ya claro que nos interesa estar con gente interesante, con las que podamos compartir y medir nuestras ideas y aprender. ¿Y habrá alguien más loco por las ideas que un filósofo? Durante este curso vamos a traer a la caverna a los más grandes. Ya veremos mediante qué técnicas parapsicológicas. La cosa es que una vez se nos aparezcan se (nos) queden (dentro). Ya os podéis imaginar que son gente muy inquieta y que no tolera el aburrimiento. Para enrollarse con un filósofo nada mejor que sacar los siguientes cuatro temas de conversación, que son también las cuatro grandes preguntas o ramas de la filosofía. Y las cuatro cosas que más importa pensar y saber en la vida, creo yo (aunque esto también habrá que discutirlo, claro). 

  1. La pregunta ontológica (o metafísica): ¿QUÉ ES LA REALIDAD? Ojo, que esta pregunta admite variaciones: ¿qué es la realidad en general? ¿Qué significa existir? ¿Qué cosas son realmente reales? (ontología general) ¿Qué es la naturaleza? (cosmología o filosofía de la naturaleza) ¿Existe una realidad perfecta o divina?  (teología filosófica)… ¿Y qué decir de esa realidad que parece estar entre la naturaleza y Dios: la cultura, la sociedad, el ser humano…? ¡Un momento! Esta última pregunta es tan importante que merece un apartado propio…

    2. La pregunta antropológica (o psicológica): ¿QUÉ ES EL SER HUMANO? ¿Qué lugar ocupa en el cosmos? ¿Somos simples animales o algo más que eso? ¿Somos cómo somos por pertenecer a tal o cual cultura y época, o hay cosas que compartimos todos? ¿De dónde venimos, para qué estamos aquí, y a dónde vamos cuando llega la muerte?...

    3. La pregunta epistemológica (o gnoseológica), que se refiere a la relación teórica que hay entre el ser humano y la realidad, es decir, el conocimiento. ¿EN QUÉ CONSISTE EL CONOCIMIENTO? ¿Cómo podemos estar seguros de que estamos seguros de algo? ¿Cómo sabemos que lo que pensamos, decimos, oímos, teorizamos...es verdad? ¿Qué es de verdad la verdad?...

    4.La pregunta ética y política (y también estética) que atiende también a la relación entre nosotros y el mundo, pero esta vez, a la relación práctica.  ¿QUÉ  DEBERÍAMOS HACER PARA QUE LA REALIDAD FUERA MEJOR DE LO QUE ES? ¿Qué es lo que hay que hacer para ser buenos y felices, y para que la sociedad sea más justa, y el mundo más hermoso? ¿Qué es lo bueno? ¿Qué es lo justo? ¿Qué es lo bello?

La belleza, la justicia, la bondad, la verdad, la existencia humana, el mundo.... Lo que es todo, lo que somos nosotros, lo que podemos saber, lo que debemos hacer... ¿Se pueden tener ideas más grandes y poderosas que aquellas que tratan de todo eso? ¿Hay algún otro tema de conversación interesante que no esté relacionado de algún modo con estos cuatro? ¿Cuál? Decídmelo si lo encontráis.



martes, 16 de septiembre de 2014

La primera clase de la historia de la filosofía.

Todos los años me pregunto por qué quiero yo dar un curso de filosofía (o, en este caso, de historia de la filosofía). Y también me pregunto por qué habéis de quererlo vosotros (Si la filosofía fuera solo una cuestión mía o de unos pocos, como la numismática o el rugby, no valdría nada, ¿no?).

Pensad un momento y decidme por qué acudís al instituto, o a cualquier otro lugar (es decir, cualquiera) que os guste más. Por qué preferís vivir como vivís, dejándoos llevar o decidiendo hacer esto o aquello. O, sencillamente, por qué vivís, para qué... Me apuesto mi sueldo de todo el curso a que la respuesta es esta: todo lo que hacéis (o dejáis de hacer) es... por algo que tenéis en la cabeza, es decir: por ideas. Seamos o no conscientes de ellas. Sean vuestras o de otros. Sean buenas o malas. Todo (nuestros sentimientos, nuestros deseos, nuestra visión de las cosas y de nosotros mismos) depende de ideas. Hasta respirar lo hacemos (mecánicamente) porque pensamos que mola vivir; en otro caso nos pondríamos la soga al cuello y dejaríamos de hacerlo...
Fotografía de Chema Madoz

Pues bien, la filosofía no es más que el deseo de ser el dueño de tus ideas, es decir, de tu propia vida. Quien es consciente de las ideas que mueven su vida, puede mejorarlas y, así, mejorar también su vida. ¿Y esto como lo hace? Fácil (¿fácil?): a través de la reflexión. ¿De la qué? La reflexión es obtener un reflejo de las ideas que tenemos en el coco. Es pensar en lo que pensamos. Y eso se hace de dos formas: el monólogo (me flexiono y me pienso hacia dentro), y el diálogo (que es el arte de flexionarme hacia fuera, y de hacerme flexible para con las ideas de los demás, intentando comprenderlas --poniendo entre paréntesis las mías--, valorándolas y alimentándome con ellas para, así, no ser un "idiota" --"idiota" significa en griego algo así como el que se cree autosuficiente--).

El idiota es el que cree que sus ideas son "las ideas". Pero esto es falso. Ni nuestras ideas son nuestras (las hemos recibido de otros), ni son más que verdades a medias (y eso en el mejor de los casos). Así que, para que sean grandes y hermosas (y nosotros con ellas) tenemos que verlas como piezas de un enorme puzzle del que participamos todos, y hacer que se miren y se oigan en el espejo y el eco de los demás. Por eso es tan importante el diálogo, la comunicación, el amor, es decir, el deseo de comprender a los otros (es decir, de comprender sus ideas). Comprender a los demás es como abrazarlos en la parte que no se ve ni se toca, en la más íntima, allí donde están de verdad y de donde proviene toda su vida, en la parte de sus ideas.


¿Y a quién preferimos amar, al que más ideas tiene para comprender o al que menos? Parece obvio que al primero (¿Para qué amar a alguien tan tonto o más que nosotros?)... ¡Y eso vamos a hacer aquí! Tener amores con los filósofos, con esos que más se han aventurado en la jungla de las ideas y más pueden darnos a comprender. Los invocaremos uno a uno, y frotaremos nuestras ideas con las suyas hasta quedarnos preñados de... ¡de nosotros mismos! Porque, en el fondo, las ideas de esos filósofos son...  nosotros, nuestra misma raíz. Conocer la historia del pensamiento es conocer la forma con que hemos llegado a ver, sentir, desear y pensar tal como lo hacemos ahora. Y también abrirse a la posibilidad de cambiarla y, así, de cambiar el mundo...

...A veces la historia de la filosofía me parece como la historia de una única mente que fuera dialogando consigo misma, pensándose siglo a siglo, a través de cada uno de los grandes filósofos. Y así hasta conocerse del todo, hasta hacerse totalmente transparente, toda luz sin sombra. Tal vez nosotros somos parte de ese proceso, y tal vez esa mente, ahora, piense y hable a través de nosotros. Tal vez.


Bienvenidos a este curso de amor y filosofía (si es que no son lo mismo).  

Como regalo de bienvenida aquí os dejo esta película sobre la historia de la filosofía (El mundo se Sofía, basada en el famoso libro de Jostein Gaarder), y un enlace hacia una historia de la filosofía en comic realizada por José Angel Castaño. También podéis ir echándole un ojo a la programación del curso, a la información sobre las pruebas de selectividad, o al tema introductorio (Introducción. Filosofía e historia de la filosofía), pero esto último solo si queréis mucho, mucho, pues me salió un poco denso (si lo preferís comenzad por el tema 1 del primer bloque, el de filosofía antigua). Ah, y naturalmente, podemos seguir hablando abajo, en los comentarios, donde podéis escribir lo que os dé la gana, como debe ser.



Filosofía para Principiantes from José Ángel Castaño Gracia