viernes, 9 de abril de 2021

¡Juicio a la razón! Una divertida crónica de la filosofía de Kant, y otras sorpresas...



Ya sabéis que la filosofía de Kant consiste en un análisis crítico de la razón en su uso teórico y práctico. Por lo primero Kant establece su teoría del conocimiento y la imposibilidad de la metafísica (la razón pura) como ciencia. Por lo segundo propone una teoría ética fundada en esa misma razón pura y en la suposición de las ideas de la metafísica. Ambas aportaciones de Kant a la filosofía (su teoría del conocimiento y su teoría ética) las presentó en dos de sus obras más importantes: la Crítica de la razón pura, de 1781, en la que presenta su teoría del conocimiento, y la Crítica de la razón pura práctica, de 1788, en la que expone su teoría ética. En ambas Kant asegura que su objetivo es hacer un "juicio" a la razón (en su uso teórico y práctico) para averiguar si son legítimas sus pretensiones (las de la razón) de explicarlo todo (la metafísica) y de poder determinar lo bueno y lo malo (la ética)


Nuestro querido cavernicolega, Juan Antonio Negrete, nos presenta esta divertida crónica de estos dos "juicios" a la razón, en dos partes. Esta (pulsar con el ratón en la palabra) dedicada a la razón en su uso teórico (el conocimiento). Y esta otra  (pulsar) dedicada a la razón práctica (la ética). 


No os lo perdáis, tampoco el encuentro entre Kant y Platón tras el juicio.

Y, finalmente, aquí unos magníficos vídeos de otro colega genial,  Daniel Rosende, sobre la teoría del conocimiento de Kant y sobre la ética kantiana.

Ah, también os enlazo también unas imágenes del célebre partido de fútbol Alemania-Grecia en el que participó Kant y en el que podéis ver también las primeras imágenes de nuestro próximo filósofo: Karl Marx... 

martes, 6 de abril de 2021

La filosofía de la historia de Kant.

La Historia es una de las preocupaciones centrales de la filosofía kantiana. Ya al escribir su famoso artículo sobre la ilustración, Kant se preguntaba: ¿qué es este tiempo que nos ha tocado vivir? ¿cómo puede lograrse la “mayoría de edad” (la autonomía racional del hombre) en la historia? En otras obras, como en Idea para una historia universal en sentido cosmopolita (1784) o en La paz perpetua (1795), Kant profundiza en su concepción de la historia.

Kant entiende que la Historia (tal como la Naturaleza, de la que la Historia es parte) progresa según un plan preestablecido. Es decir, tiene unas determinadas fases, una dirección y una finalidad, aunque los individuos y los pueblos que participan en ella no lo sepan. Pero obrando sin saberlo, y de forma aparentemente irregular y sin sentido, los individuos y los pueblos contribuyen a ese “plan” o “hilo conductor” de la Historia. Es lo que luego llamará Hegel “la astucia de la razón”: las acciones humanas, procediendo sin un plan propio, se ajustan a un plan determinado de la naturaleza y la historia (esto, en cierto modo, es una "secularización" de la idea cristiana de Providencia).

Ese plan está dirigido a la plena realización de las disposiciones naturales del ser humano: la autonomía racional, la emancipación, la justicia... Esta plena realización no se da pues, al nivel de los individuos, sino al nivel de la especie, y está, en cierto modo, predeterminada.

El medio del que se valen la Naturaleza y la Historia para lograr esta realización plena de la razón es la lucha, la contraposición, el conflicto (esto nos recuerda a Heráclito, y también a la dialéctica posterior de Hegel y de Marx). La lucha entre los intereses de cada individuo y el interés común (entre individuo y sociedad), la competencia entre unos individuos y otros, y entre unos pueblos y otros, es lo que empuja al hombre a superarse y a desarrollar su racionalidad y su sentido moral y político (cumpliendo, así, el “plan de la Historia”).

El mayor conflicto que afronta la Historia de la especie humana es el de la instauración de una sociedad civil en que la libertad de cada individuo sea compatible con la libertad de los demás. Solo en una sociedad así podrá desarrollar el hombre todas sus potencialidades racionales.


Esta sociedad civil precisa de una ley y de un “señor” con autoridad suprema que la haga cumplir, pues de lo contrario los hombres tenderán a abusar de su libertad contra sus semejantes. El problema es que este “señor” tendría que ser perfectamente justo, y esto no existe entre los hombres. Esta dificultad hace que la historia humana sea un intento constante (y casi siempre fracasado) de instituir una sociedad completamente justa. Las guerras y los conflictos son una prueba de que el hombre no deja de persistir en su intento.

La instauración de una sociedad civil perfecta no solo depende de encontrar un gobernante justo, sino también de crear una asociación política entre los distintos Estados particulares que asegure un orden internacional justo. Los Estados particulares tienden a mirar sólo por su propio bien, son egoístas, y eso es un obstáculo que se debe superar. La guerra se convierte, desde esta óptica, en el modo en que la historia realiza sus ensayos imperfectos que, tras mucha desolación y sangre, conducirá a una unión de pueblos. La barbarie y la opresión son pasos intermedios necesarios para realizar la unión de todos los pueblos. Kant no es, ni mucho menos, un defensor de la guerra (otra de sus obras lleva por título La paz perpetua , y es una reflexión sobre la capacidad de la humanidad de alcanzar un estado de paz duradero), pero sí entiende la función que ésta desempeña en el desarrollo de las capacidades humanas. El hombre aprende de sus errores, y estos le empujan precisamente a una “gran unión de pueblos”.

Así, tras una fase de destrucción y guerras, la Historia dará lugar, al fin, a una sociedad y una civilización mundial, con unas leyes internacionales y un progreso científico, artístico y moral generalizado, y en el que todos los Estados colaboren. Solo en este marco social y político podrá realizarse plenamente el propósito que la naturaleza y la historia guardan para el hombre: la plena realización de su naturaleza racional y moral.

Aunque el tiempo transcurrido (de la historia humana) es aún breve, Kant cree que, en su propio presente, la Ilustración significa un gran paso en pos del logro del fin de la historia. Así, la Ilustración es, en palabras kantianas, “un gran bien que el género humano debe extender” al resto del mundo..

Kant no pretende una descripción empírica y “objetiva” de la historia. Él quiere explicar los criterios normativos que regulan el desarrollo histórico, y, además, cree que la difusión de cultura, o la misma discusión de esta idea, contribuye a este desarrollo, aportando un pequeño impulso más a este gran proceso transformador y emancipador. Para Kant, la historia elaborada por la posteridad será precisamente la historia de la liberación de la humanidad, la historia de la justicia, la autonomía, de la unión cosmopolita de Estados...



Preguntas:
  1. Resume las principales ideas sobre la Historia que tiene Kant,
  2. ¿Qué significa que la Historia de desarrolle según un plan preestablecido? ¿Es esto compatible con la idea de libertad y moralidad que mantiene Kant? ¿Cuál sería el “fin” u “meta” de la Historia?
  3. ¿Qué crees que significa la expresión la “astucia de la razón”?
  4. ¿Qué opinión tiene Kant de la lucha y la guerra entre individuos y naciones?
  5. ¿Qué condiciones tendría que tener la sociedad para asegurar o acelerar el progreso de la Historia? ¿Y cuáles son los principales escollos para este desarrollo?


domingo, 4 de abril de 2021

El retorno de las ideas metafísicas: el alma, el mundo y Dios, como "postulados" de la razón práctica... Fragmentos del diario de Kant (y 9)



Fragmentos del diario personal de Kant 
* NOTA IMPORTANTE. El equipo de investigación de este blog no garantiza la fiabilidad de estos documentos (ni la fiabilidad de nada, en general). 

Königsberg. 22 de febrero de 1789.


¿Es persona libre y moral aquella que actúa por interés? Nunca. En ningún caso. La conducta moral es un fin en sí misma. Si obedeces una regla moral esperando obtener algún beneficio o premio, tu conducta no es moral, aunque exteriormente pueda parecerlo a los que te observan.  Ni libre, pues actúas sumido en el mecanismo causal que relaciona el cumplimiento de la ley con el premio que obtienes de ello. Tal vez la ley legal, en la que el castigo es esencial, pueda reducirse a ese actuar interesado, pero no la ley moral... Naturalmente, algunos filósofos con el espíritu corroído por el pragmatismo me dirán que lo importante es que la gente cumpla con su deber, sin importar si lo hacen por puro deber o por evitar castigos o lograr premios. Pero bajo ese presupuesto es indistinguible la conducta de una persona libre y moral de la de un perro bien adiestrado. La diferencia es sutil e invisible, pero existe, y es tan importante como que, por ella y solo por ella, podemos optar a la dignidad de personas. Esa diferencia está, claro, en la intención y el sentimiento con que hacemos algo, no en la conducta observable. 

Tan noble y buena parece la persona que es generosa por puro deber, como aquella otra que lo es por afán de reconocimiento o de algún otro premio. La diferencia es que la primera obra con la intención de hacer el bien, por el valor racional que concede a la generosidad, y la segunda obra con la intención de obtener su premio. La una tiene al bien como fin en sí mismo, la otra como medio para intereses particulares. Aquella actúa por puro respeto a la ley moral, por el sentimiento del deber; esta actúa por deseos subjetivos, egoístas. Negarle importancia a todas estas diferencias es negar la moral y la razón misma. ¡Más aún: es negarnos a nosotros mismos como personas!


Königsberg. 3 de marzo de 1789.
¿Cómo ser bueno? ¿Qué debo hacer? Mi respuesta no deja de sorprender a los que me escuchan, pero no puedo hallar otra. Porque no se trata de lo que debo hacer, sino de lo que debo querer. La moral es asunto de la voluntad, no de las manos o la conducta pública. Lo que importa es el querer, la intención. Ser bueno es tener buena voluntad o intención, querer lo correcto, en lucha perpetua con los deseos e intereses particulares. Solo en ese ámbito del puro querer puede moverme a mis anchas como persona racional, solo allí soy libre, y solo allí puedo darle la forma de lo ideal a mi vida. 
En cuanto salgo al mundo, en cuanto paso de la intención a las acciones, me sumerjo en el engranaje de las causas y los efectos, de los medios y los fines particulares que nada tienen que ver con la libertad y el ideal universal del deber ser. Ahora bien. ¿Quiero esto decir que la moral se reduce a un puro querer ideal sin consecuencias? ¡Eso es absurdo! ¿Pero en qué mundo ha de cumplirse, entonces, ese querer ideal? No, desde luego, en el mundo de los fenómenos que describe la ciencia. ¿Entonces? ¿En cuál?...

Königsberg. 19 de marzo de 1789.
Algunos de mis críticos dicen que mi interés por explicar cómo es posible el conocimiento no era acabar con la metafísica, sino más bien separarla de la ciencia...¡para salvarla! A ella y a la religión. No puedo estar de acuerdo con esto. Mi interés no es salvar nada que no sea racionalmente salvable. Y es cierto que la razón, en su uso moral, no tiene más remedio que salvar aquello mismo que en el uso teórico negaba: ¡Las ideas de la metafísica! Pero esto no un deseo o interés mío, sino una necesidad de la propia razón práctica. Si la intención o el querer libre e ideal de las personas no puede cumplirse en el mundo natural de los fenómenos, ¿no habrá que creer que hay un mundo ideal, no natural, distinto al de los fenómenos? ¿No habrá que suponer una realidad objetiva, tan objetiva y universal como lo son las leyes morales de la pura razón? 


Este mundo que hay que suponer, si la moralidad ha de tener sentido, es el mundo del noúmeno, el mundo en sí, el mundo ideal del metafísico... Por otra parte, si mi razón pura y su puro querer ideal no pueden existir en la nada, ¿no será necesario suponer que existe un alma, no ya como mera forma subjetiva del conocimiento, sino como realidad en sí en la que sustentar la objetividad y racionalidad de la ley moral? Esta alma no puede ser, por supuesto, un objeto natural, dada su libertad y su carácter ideal. Ni mortal, claro, pues ¿qué sentido tendría la infinita búsqueda del ideal y la perfección si nuestro esfuerzo estuviera limitado al breve lapso de nuestra vida natural? Ninguno... Como tampoco tendría ningún sentido esta insoportable dualidad (de ser cierta) entre el mundo ideal de mi alma inmortal y el mundo natural de mis deseos, entre la persona que soy y el ser natural que habito, entre mi anhelo de justicia y razón y mi deseo de felicidad... Es imposible que estén desconectados, pues entonces yo mismo sería un ser doble, contradictorio, imposible. Un mundo, el ideal, ha de dar forma al otro hasta vencer y hacerse uno.
De esta necesidad de unidad absoluta, a la que los filósofos llaman Dios, no nos da ninguna información la ciencia, ni tampoco la metafísica; es un supuesto de la razón moral… El Mundo en sí, el Alma inmortal, Dios… Son las tres grandes ideas de la razón pura. Es imposible conocer o demostrar científicamente todo esto. Pero son supuestos (o, como prefiero llamarlos: “postulados”) necesarios de la razón en su aplicación a la vida moral. Sin ellos, el hecho moral sería racionalmente inexplicable. Si cabe hablar de una “fe racional” es esa fe lo que se precisa para afirmar tales postulados. El retorno de las ideas metafísicas en mi pensamiento no ocurre pues, del lado de la ciencia y el conocimiento (de allí se les expulsó para siempre), sino del lado de mis necesidades racionales como persona. ¡No debe haber otras para un ser en cuanto ser libre y moral! 



viernes, 2 de abril de 2021

¡El imperio de la Razón!... Fragmentos del diario de Kant (8)

Fragmentos del diario personal de Kant 
* NOTA IMPORTANTE. El equipo de investigación de este blog no garantiza la fiabilidad de estos documentos (ni la fiabilidad de nada, en general). 

Königsberg. 8 de octubre de 1785.
Por más que lo pienso solo una cosa me convence de nuestra condición de seres libres: el uso puro, libre, que podemos hacer de nuestra razón. Si para el conocimiento del "mundo tal como es" la razón no es libre (está atada a los fenómenos y condicionada por ellos), para la moral, es decir, para decidir "como debería ser el mundo" (no cómo es), la razón no está atada ni condicionada por nada, vuela libre, sin hacer caso más que a ella misma. En ese mundo ideal que la pura razón concibe es dónde únicamente podemos ser personas libres y morales (¡es decir: personas!)… Ahora bien. Ese mundo ideal está muy alejado de mí. ¡Yo no soy como debería ser! Mi conducta no es del todo racional. En mi batallan constantemente el animal y el ser racional que llevo dentro. Y no soy del todo ni una cosa ni otra.
Si fuera completamente racional, carente de cuerpo y deseos naturales, tal como un ángel, bastaría mi razón para dirigir mi vida. Y si fuera un mero animal, haría lo que desease mi cuerpo, sin dudas, como actúa una máquina. Pero no, soy algo intermedio, ni ángel ni animal... ¡Pero justo por eso soy un ser moral, es decir, un ser que ha de luchar constantemente por imponer el ideal de la razón sobre los deseos de  mi naturaleza animal, lo que “debo” sobre lo que “deseo”! ... Supongo que para ayudarnos en esa esforzada tarea se nos ha dado la voluntad, que es la fuerza o facultad moral, la facultad para querer lo que debemos y negarnos a lo que no debemos. La voluntad es el “soldado” de la razón y, como tal, recibe de ella órdenes o, como suelo decir yo, imperativos: “¡debes querer hacer esto, te guste o no!”, eso es lo que ordena siempre la razón a la voluntad. Y así son las leyes morales que produce la razón: ¡órdenes, imperativos!... 


De este modo, la razón pura quizás no proporcione juicios para el entendimiento (eso solo lo puede hacer la razón cuando se mezcla con la experiencia y se vuelve "impura"), pero sí imperativos para la voluntad…. De hecho he escrito todo esto por imperativo, por fuerza de voluntad, pues el deseo que tengo desde hace rato es el de retirarme a descansar…

Königsberg. 20 de octubre de 1785.
No creo tener un espíritu vanidoso, pero creo estar a punto de obligar a la filosofía a otro “giro copernicano”, esta vez en el terreno moral. ¿Cómo es eso? Hasta ahora la mayoría de las teorías éticas se han construido con imperativos que carecen de validez moral. ¿Por qué? Los imperativos de la ética tradicional suelen ser de esta forma “debes hacer lo que debes porque así conseguirás un premio” (Y el “premio” puede ser el placer, la felicidad, la utilidad, el cielo… según la teoría ética de que se trate). Ahora bien, lo que estos imperativos dicen, en el fondo, es que “hacer lo que se debe es la causa de que obtengamos tal o cual premio”. Es decir, son juicios causales, parecidos a los de la ciencia. ¡Pero no imperativos morales! ¡No es moral hacer lo que se debe buscando un premio o interés ajeno al propio deber!... 
¿Por qué no? Primero, porque así nos negamos a nosotros mismos como seres libres (pues actuar por premios y castigos es ser como un animal, esclavo de las causas y los efectos y de los deseos y fines ajenos a la pura razón). Segundo, porque al condicionar la conducta a un premio concreto o un deseo subjetivo, ya no actuamos de modo universal y objetivo, que es como pide la razón que actuemos.  La conducta moral, en cuanto racional, ha de ser universal y objetivamente valiosa, desinteresada de lo particular y subjetivo. Poner la razón al servicio de otros fines es ponernos a nosotros mismos, como personas racionales que somos, al servicio de un poder ajeno, es rebajarnos, no ser lo que somos. Y eso no puede ser bueno, porque no es lógico… ¡Y, sin embargo, todas las teorías éticas que conozco incurren en este error! Sus imperativos están condicionados a esos fines ajenos a la propia razón. Yo los llamo imperativos “hipotéticos”, pues no enuncian un deber sino una hipótesis (la hipótesis de que “si te comportas como debes lograrás ese premio que deseas”). ¡¡Eso no es moral!! El verdadero imperativo dice: “debes comportarte como debes (como la razón te manda) porque eso es lo que debe ocurrir (es lo racional)”. Y punto. Así de categórico. Solo haciendo lo que se debe por puro deber, lo racional por lo racional, nos comportaremos como seres libres y autónomos. 
A estos imperativos yo les llamo “categóricos”, para diferenciarlos de los “imperativos hipotéticos” de las otras teorías éticas. Así que: la razón pura, en su uso práctico o moral, produce imperativos categóricos, no hipotéticos. ¡Ese es el giro copernicano que yo propongo para la ética! ¡¡Así debe ser el deber!!

Königsberg. 14 de noviembre de 1785.
¿Cómo establecer unas reglas morales? ¿Cómo decidir lo que debo hacer? Las reglas morales que me imponga han de ser, desde luego, imperativas: han de ordenar a la voluntad lo que debe querer hacer. Pero también tienen que ser categóricas, es decir, establecidas por la razón, solo por la razón, sin dejarse influir o condicionar por nada más (como deseos, necesidades, intereses materiales y cosas por el estilo). Sólo las reglas que me impongo a mi mismo de este modo son libres y morales, pues el pensamiento puro es la única parte de mí que escapa al determinismo del mundo físico, y es también la única manera de aspirar al mundo ideal, al mundo que debería ser…
 Ahora bien, me pregunto: ¿en qué consiste una regla así, un imperativo puramente racional o “categórico”, que es como prefiero llamarlo?... No lo sé del todo, pero sí sé una cosa: un imperativo así ha de ser válido para toda persona y toda situación, tal como son las leyes racionales. Es decir: ha de expresar una verdad universal y necesaria, como las verdades a priori, pero que sea aplicable, a la vez, a toda posible situación moral concreta. ¡Pero! ¿Cómo encontrar algo así? Llevaba varias semanas madurando este problema. Es más: pensaba escribir una lista de imperativos racionales o universales. Pero luego reparé en que acaso tal cosa no fuera posible. De hecho, todo imperativo que se me ocurría (por ejemplo: "debes ayudar a tu prójimo", o "debes rechazar la violencia", etc.) era excesivamente concreto, y resultaba difícil entenderlo como norma universal (¿debes ayudar a tu prójimo en cualquier circunstancia, incluso si le ayudas a hacer el mal? ¿debes rechazar todo tipo de violencia?...). ¡Hasta que por fin esta tarde creo haber hallado la solución! La dejaré reposar durante la noche, y mañana, a la luz del Sol, volveré a examinarla.

Königsberg. 15 de noviembre de 1785.
Hoy ha amanecido lloviendo. Pero me da igual. ¡Llevo una verdad nueva y radiante como un Sol en mi interior!... ¡¡¡ La fórmula del imperativo categórico!!!... He dicho “formula”, sí. Y lo es. Pues he descubierto que la única manera en que un imperativo puede ser puramente racional y universal es así, como una fórmula. Tal como las fórmulas y leyes científicas expresan cómo ha ser, en general, un fenómeno gravitatorio o una transformación química, la fórmula del imperativo categórico expresa como ha de ser, en general, una regla moral. Mi imperativo categórico es como una regla de reglas, da la forma que ha de tener cualquier regla moral válida, solo eso… Reconozco, eso sí, que mi teoría ética puede parecer un tanto extraña, pues no aporta reglas morales concretas y materiales (tipo “no mientas”, “no robes”, etc.), sino solo una forma o fórmula “vacía”. Para distinguirla propondré llamar a mi ética así: “formal”, y a las éticas que, en cambio, dictan reglas concretas, les llamaré “materiales”. 
Pues bien, mi teoría ética es formal, pues solo dicta una fórmula, la fórmula que ha de satisfacer cualquier norma moral que pretenda serlo. Y ahí va. Esta es mi fórmula, el imperativo categórico: “Obra sólo según una regla tal, que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal, valida para todo ser racional”… ¿No es genial?... Su aplicación es simple. Veamos un par de ejemplos. El primero: ¿debo querer engañar a alguien o no? Si aplicamos la fórmula del imperativo categórico solo debo quererlo si puedo, a la vez, querer que el acto de engañar se convierta en ley moral universal, es decir, si quiero que todas las personas engañen a los demás. ¿Y podría querer esto? Evidentemente, no. Si así fuera debería empezar por querer engañarme a mi mismo, es decir, por querer lo falso. Pero esto es imposible, pues si debo querer lo falso, también debo querer que esta misma regla moral sea falsa, ¿y eso no es contradictorio? La ley de la contradicción, que es la máxima ley de la razón, es también el supremo criterio moral. Pues lo moral es lo mismo que lo racional. 
Veamos este otro ejemplo. ¿Debo querer matar a las personas? Solo si soy capaz de concebir esto como ley universal, de manera que todos deban querer lo mismo. Pero, de nuevo, esto supone que, de entrada, deba querer morir yo mismo (matarme o que me maten), pero querer morir es querer no ser y, por tanto, querer no querer (pues solo el que es puede querer), y esto es otra enorme contradicción… ¿O no? 




jueves, 1 de abril de 2021

Elogio de la razón pura, o de cómo ser libres y buenos... Fragmentos del diario de Kant (7)


Fragmentos del diario personal de Kant 
* NOTA IMPORTANTE. El equipo de investigación de este blog no garantiza la fiabilidad de estos documentos (ni la fiabilidad de nada, en general), 

Königsberg. 26 de abril de 1784.
Hace un tiempo estupendo y las praderas de Königsberg están radiantes, así que esta tarde he decidido pasear por el campo, lejos de la ciudad, donde además mis conocidos, en su afán por agradar, no dejan de agasajarme por el éxito de mi libro, la Crítica de la razón pura, impidiéndome meditar a gusto. Tras caminar un buen rato, lejos de los caminos más concurridos, llegué ante un gran árbol y me senté a descansar y a observar, maravillado, todo lo que sucedía a mí alrededor. La naturaleza desarrollaba ante mí, con absoluta precisión y fluidez, el eterno rito de todas las primaveras. Casi podía sentir crecer las flores, buscando el sol y la fértil caricia de las abejas; las pertinaces hormigas corrían incansables en largas hileras sin un gesto de duda o curiosidad ante ese enorme ser que las contemplaba; los pájaros construían sus nidos sobre las ramas con idéntica indiferencia y habilidad; el viento esparcía las semillas sobre la tierra renovada; todo se desenvolvía como un enorme mecanismo inconsciente del que yo formo y no formo parte, con el que siento un profundo y maternal lazo, pero del que me separa mi consciencia, mi reflexión y mi… ¿libertad?... 
Justo en esto llevo pensando intensamente desde hace meses. ¿Soy yo libre? ¿O, por el contrario, soy  un "fenómeno" natural más, cuyo trayecto vital está tan exactamente determinado por las leyes de la naturaleza como el de la flor al crecer o el del pájaro al construir sus nidos? ¿Actúo entonces del mismo modo que las manzanas de Newton caen del árbol, sin elección posible, de la única manera que permiten las leyes naturales?... Esta reflexión conduce a una disyuntiva que hemos de afrontar con toda seriedad. O bien formo parte de la naturaleza, en cuyo caso no soy libre. O bien soy libre, en cuyo caso soy un ser en cierto modo...¡sobrenatural!


La primera opción me parece por principio absurda. Es un hecho, tan válido como cualquier otro, que experimento en mí la ley moral, el sentimiento del deber, la duda ante lo que he de hacer y no hacer... Ahora bien, este hecho no podría ocurrir jamás si mi alma careciera de la libertad para decidir y actuar. ¡¡La libertad es una suposición necesaria!! Pero esta suposición supone, a su vez, que hay algo en mí que desborda a la naturaleza y, en cierto modo, se opone a ella. ¿No es esto extraño?


Königsberg. 2 de mayo de 1784.
Nadie puede negar que somos personas libres y morales. Pero esa libertad moral no puede tener lugar en la naturaleza. ¿Dónde entonces? ¿Somos algo más que seres naturales? Debemos serlo. Algo hay en nosotros que escapa y sobresale a lo natural. ¿Qué es ese "algo"? Los filósofos suelen recurrir a la razón. El hombre, decía Aristóteles, es el animal racional. Esto puede explicar muchas cosas. Cuando nos dejamos llevar, como animales, por los deseos y los instintos, nos sumergimos en esa mecánica secuencia de causas y efectos que rige, sin libertad posible, la vida de todo ser natural. 
Pero cuando actuamos como personas racionales, guiándonos solo por razones, en vez de por deseos o necesidades, nos liberamos de las cadenas de las leyes naturales. ¿Es esto cierto? Solo con una condición: que cuando nos guiemos por la razón, no la empleemos como simple medio para satisfacer nuestros deseos y necesidades materiales, pues en ese caso seguiríamos siendo animales (más astutos e inteligentes, pero animales). Solo si usamos la razón, no como medio, sino como fin en sí misma, desinteresada de toda finalidad natural, podremos liberarnos del mecanismo inflexible de la naturaleza. ¡¡Solo en el uso puro de la razón podemos ser libres!!... Alguien dirá que obedecer a la pura razón (en lugar de a la naturaleza) no es sino cambiar unas leyes por otras (las de la naturaleza por las de la razón). Ahora bien, si la razón es lo que me define como persona, obedecer sus leyes es como obedecerme a mí mismo. ¿Y no es tal cosa la libertad y la autonomía? 

Königsberg. 10 de mayo de 1784.
Solo cuando me comporto de manera puramente racional soy libre y, por tanto, una persona moral, capaz de decidir entre lo bueno y lo malo. Porque ni la libertad ni lo bueno y lo malo existen en la naturaleza. En el mundo natural nada es libre (todo obedece causas y leyes físicas), ni nada es bueno ni malo (¿es malo el león que mata a la gacela? ¿es malo y culpable el terremoto que devora ciudades enteras?). Lo bueno y lo malo no pueden darse en el mundo natural, en el mundo "que es", sino en otro "mundo": el mundo de lo "que debería ser". Es decir, en el mundo ideal, el mundo perfecto de las ideas con el que nos pone en "contacto" la razón pura del metafísico. Nunca podremos tener certeza científica de ese mundo, pero como seres morales debemos de aceptarlo, pues sin él la moral carece de sentido y finalidad. Si no existiera más mundo que el "que es", ¿para qué hablar de lo que "debería ser" (aunque no sea)? 

Es en vista a la perfección de ese supuesto mundo ideal por lo que tiene sentido la ley moral que nos imponemos a nosotros mismos a través de la razón pura. ¡E insisto: solo la razón pura! Cuando usamos la razón mezclada con los deseos, como medio para justificar tales deseos (como cuando deseamos mucho algo y luego lo justificamos, a posteriori, con razones), no actuamos como seres morales. Lo bueno no es lo que subjetivamente nos interesa (y por eso lo justificamos con la razón), sino lo que es objetivamente justificable (y por eso nos interesa racionalmente quererlo). Lo bueno, si es racional, ha de ser bueno para todos, universalmente, por eso no puede estar ligado a intereses particulares y egoístas. 

Königsberg. 12 de mayo de 1784.
A muchos les extrañará este apego que muestro por la razón pura, libre del mundo sensible; sobre todo después de haberle negado todo valor en el campo del conocimiento. Pero ambas cosas no se contradicen. Es cierto que la pura razón, desligada de su relación con la naturaleza, es inservible para el conocimiento, pero eso no quiere decir que sea inservible para todo. La razón pura del metafísico no puede describir las leyes del mundo natural, pero sí que puede prescribir las leyes del mundo moral, es decir, las leyes que hablan de lo ideal, de lo que debería ser, de lo que deberíamos tener la intención de hacer...  

Estos juicios o leyes morales surgidas de la razón pura son libres porque se las pone el hombre a sí mismo, de forma autónoma, desde su parte más racional (y más propiamente humana). Y son morales porque solo ellas proponen fines ideales, perfectamente racionales, y libres de todo interés que no sea el de mi propia y absoluta realización como persona racional. ¿Y no es esa realización el máximo bien al que debe aspirar un hombre?


miércoles, 31 de marzo de 2021

La hormiga científica y la cigarra metafísica... Fragmentos del diario de Kant (6)



Fragmentos del diario personal de Kant 
* NOTA IMPORTANTE. El equipo de investigación de este blog no garantiza la fiabilidad de estos documentos (ni la fiabilidad de nada, en general), ni sabe de dónde han salido, ni si son verdaderos "a priori" o "a posteriori" o a "vete-tu-a saber (¡que ya eres mayor de edad!)". 

Königsberg. 15 de julio de 1775.
He dado un largo paseo por el camino que bordea los acantilados. No hacía frío y tras ponerse el sol me he sentado a descansar junto al faro. Pocas cosas hay más fascinantes que contemplar el cielo en una noche despejada. ¿Qué habrá más allá de ese mar inmenso y oscuro en el que navega nuestro pequeño planeta? ¡¡Qué insondable misterio es existir!! Tan solo la pobre antorcha oscilante de la Razón y la Ciencia alumbran un poco este misterio que nos rodea y nos habita por dentro… ¿Pero hasta dónde podemos llegar con esa titubeante luz? ¿Qué podemos realmente conocer? ¿Desvelaremos alguna vez esos gigantescos enigmas que son el alma, el mundo, Dios…? 

Königsberg. 13 de agosto de 1775.
El mundo se nos presenta como un caos en movimiento, como una infinitud variopinta de impresiones y  acontecimientos… Tantos que es fácil que colapsen nuestros sentidos y nuestro pensamiento. Tan solo la Razón puede salvarnos, dando orden al mundo, unificando lo múltiple y diferente. A veces imagino la mente a la manera de un industrioso taller. En su planta baja, correspondiente a la sensibilidad, la materia bruta de la experiencia es espacio-temporalmente "envasada" en la forma de objetos o intuiciones sensibles. Una vez elaboradas, estas intuiciones son transportadas a la planta superior, la del entendimiento, en la que una extraña "máquina" llena de brazos que son los conceptos, las identifican y relacionan unas con otras dándoles la forma de los juicios (entre ellos, los juicios sintéticos a priori, que son los más productivos). 
De este modo el conocimiento (que es ese industrioso y febril taller) nos proporciona la visión unitaria y ordenada de los fenómenos que necesita nuestro espíritu. Hay que añadir que en ese imaginario taller no hay mejor artesano que el científico. Pienso así en el concienzudo matemático, capaz de unificar toda intuición posible (todo posible objeto para nuestros sentidos) bajo unas mismas leyes, las del espacio y el tiempo (es decir, bajo las leyes universales de la geometría y la aritmética). Sus juicios (que son sintéticos y a priori) hablan de los objetos sensibles en general, es decir, de la estructura espacial y temporal unitaria, universal y a priori de todos ellos... Más allá, junto a la "máquina de los conceptos", el físico descubre las leyes que rigen el mundo unificando nuestras intuiciones bajo los conceptos o categorías a priori del entendimiento... En cualquier caso, tanto unos como otros, al mando de esa compleja maquinaria, tienen la misma función: poner orden, unificar, simplificar… ¡Esa es la suprema tarea de la razón!
Es admirable comprobar como las leyes del movimiento desveladas por el genio de Newton son capaces de explicar, de "un solo golpe", infinitos procesos (la caída de una manzana, la rotación de la Tierra, el movimiento de un proyectil…). El resto de las ciencias se aplican, cada una en su campo, al mismo objetivo: unificar los fenómenos de la experiencia, ordenar el caos del mundo que se nos aparece a los sentidos… ¿Pero y la filosofía? --me pregunto-- ¿Y la metafísica, su rama más importante y característica? ¿De qué se ocupa la metafísica? ¿Es una ciencia más? ¿Está más allá de toda ciencia o es, acaso, un intento fallido de ciencia particular? ¿Son posibles los juicios sintéticos a priori en la metafísica? En unas cuantas semanas comenzaré un curso sobre, justamente, metafísica, así que me urge resolver estos asuntos.

Königsberg. 7 de septiembre de 1775.
¿Qué es la metafísica? ¿Es posible la metafísica como ciencia? ¿Son posibles los juicios sintéticos a priori en la metafísica?... Con estas preguntas he comenzado hoy mi clase. La metafísica es el intento de llevar al límite esa función unificadora que caracteriza a la Razón. Si las ciencias pretenden unificar las intuiciones bajo conceptos, leyes y principios generales, la metafísica quiere unificar esos mismos conceptos y leyes bajo conceptos y leyes aún más unitarios y generales, relacionando unos juicios con otros sin ningún anclaje ya en la experiencia, buscando una unión o síntesis absoluta, un conocimiento unitario de “todo”. Quiere lograr, en otras palabras, juicios sintéticos uniendo conceptos entre sí, de manera puramente racional, sin hacer caso alguno a la experiencia, sin ese trabajo paciente que la ciencia se trae, acumulando datos como las hormigas acumulan alimento en verano...
Y no se puede negar que la metafísica sea un proyecto atractivo (de hecho, ha entretenido a muchas de las mentes más brillantes de todos los tiempos, aunque sin demasiado resultado, todo hay que decirlo). ¿Pero es posible tal proyecto?... Creo que no. Los conceptos del entendimiento están diseñados para aplicarse a los fenómenos sensibles, ¡no a sí mismos! ¡Y es esto lo que intenta el metafísico con sus razonamientos! Y lo hace en tres direcciones. En la primera, intenta aplicar el concepto de sustancia al conjunto entero de la mente (es decir, a todos sus conceptos y formas a priori), buscando el conocimiento del alma o mente como una unidad. Pero esto resulta imposible: la mente o sujeto pensante no puede ser, a la vez, mente o sujeto pensado. Una "psicología racional", que explique objetivamente la subjetividad es, por principio, imposible… 
En la segunda de sus direcciones, la metafísica pretende aplicar el concepto de causa a todo, también a los propios conceptos, y lograr así un conocimiento integral del mundo como un sistema de causas y efectos (y a esto le llama "cosmología racional"). Pero este proyecto lleva a la razón a múltiples contradicciones (o antinomias, como me gusta llamarlas), ya que ese mundo como totalidad tendría que ser a la vez infinito (¿pues qué causa habría sin ser, a la vez, efecto de otra causa anterior?) y finito (pues un mundo infinito e ilimitado, ¿sería acaso un mundo?)... Desde luego que siempre cabe recurrir a  Dios (como causa primera e incausada), y esta es la tercera de las direcciones de la metafísica (la de la "teología racional"). ¿Pero cómo demostrar la existencia de Dios? ¡Esto resulta imposible para la razón! San Anselmo lo intentó, junto a muchos otros, pero su famosa prueba supone un salto ilegítimo desde el concepto de “perfección” a la existencia real de ese supuesto ser perfecto. De un concepto solo se puede deducir otro concepto, no ninguna realidad más allá de los conceptos…. 

La metafísica es, pues, imposible como ciencia. La síntesis entre conceptos (el juicio sintético puramente racional) es una quimera, un exceso de la razón que solo conduce a contradicciones. Y por muy atractivo que nos resulte poseer un conocimiento absoluto, nouménico, de la mente y del mundo en sí, y de lo que unifica ambas cosas (el Absoluto mismo o Dios), hemos de ser más sensatos y humildes. La razón humana tiene un límite. Y ese límite es la experiencia. Cuando la razón se aplica a sí misma, y no a la experiencia, no da otro fruto que quimeras y razonamientos imposibles...

Königsberg. 2 de octubre de 1775.
¿He de arrojar al fuego todos mis libros de metafísica? –me preguntaba, hoy, un alumno, no sin cierta ironía (pues se matriculó, tras mucho esfuerzo, en mis clases de… ¡metafísica!)—. Le respondí, también en broma: ¡solo si has acabado ya de quemar todos los que no traten de física matemática!... No, no hay que abominar de la metafísica, pues esta, sin reportarnos conocimientos contrastables y rigurosos, alimenta, a cambio, nuestra imaginación y nuestro deseo de conocer, elementos ambos imprescindibles para el avance de la ciencia. 
La metafísica proporciona lo que me gusta llamar “ideales regulativos”. Las ideas del alma, del mundo o de Dios, no pueden constituir ningún conocimiento serio, pero expresan el anhelo de unidad que define a la razón. Son, por así decir, el horizonte, el faro que ha de guiar a la ciencia, cuyo objetivo es lograr cotas cada vez mayores de unidad en sus conocimientos. Los puros conceptos de la metafísica, sin el “relleno” de la experiencia, son en sí mismos huecos, fantasmales, carecen de valor teórico. Pero el conocimiento de la ciencia, sin la guía de esas ideas generales que interesan al metafísico, se acaba volviendo ciego y desnortado. Es un modesto papel el que he reservado a la metafísica, al menos en el ámbito del conocimiento teórico, pero, nos guste o no, no puede tener otro. 








martes, 30 de marzo de 2021

La forma matemática (y científica) de la mente... Fragmentos del diario de Kant (5)


 Fragmentos del diario personal de Kant 
* NOTA IMPORTANTE. El equipo de investigación de este blog no garantiza la fiabilidad de estos documentos (ni la fiabilidad de nada, en general).


Königsberg, 23 de abril de 1773.
¿Cómo son posibles las matemáticas? ¿De qué extraña realidad eterna y abstracta hablan Lambert, Laplace y otros geniales matemáticos? Los juicios de la matemática no pueden referirse directamente al mundo físico, pues este es inestable, cambiante, compuesto de hechos particulares (y las leyes y teoremas de las aritmética o la geometría son invariablemente ciertos, universales, abstractos). ¿Entonces? Algunos, como Platón, creían que las matemáticas se referían a un mundo ideal más allá de este que pisamos. Esto resulta increíble. Ni el mundo es matemático, ni la matemática es un mundo. La única solución que veo es esta: las matemáticas están en nuestra cabeza, en la mente. Son parte de la forma en que la mente conoce el mundo. 
No es que las invente la mente. Sino que son la forma en que funciona la mente, el “molde” con el que recibe los datos del mundo. 
¿Cómo he llegado a esta conclusión? Veamos. La matemática se ocupa de estudiar las leyes del espacio y del tiempo. La geometría descubre y analiza la forma abstracta y a priori del espacio; y la aritmética se ocupa de la sucesión (el uno, el dos…), es decir, de la forma abstracta y a priori del tiempo. Ahora bien: ¿dónde está el espacio? ¿Cuándo ocurre el tiempo?... Los espíritus ingenuos creen que el espacio y el tiempo son y ocurren en el mundo. Yo creo que son nuestra forma de ver el mundo, la forma a priori de nuestra sensibilidad. 
El espacio es la forma en que nuestra mente ordena todo lo que ve fuera de sí, delimitando y distinguiendo objetos, a partir de sí misma (delante, atrás, arriba, abajo…). 
El tiempo es la forma en que la mente se experimenta a si misma: la propia sucesión de sus impresiones y pensamientos. Pues bien, las matemáticas se refieren a estas formas que tiene la mente, a la forma de nuestra sensibilidad o facultad de percibir (de percibir el mundo y de percibir a la propia mente perceptora). La matemática pura estudia estas formas tal como son a priori, antes de su uso como “molde” de la experiencia sensible. Pero los juicios matemáticos también pueden referirse al mundo físico (pueden ser sintéticos), y darnos información sobre él, por la sencilla razón de que ese mundo físico no es el mundo en sí (el noúmeno), sino el mundo tal como lo ve nuestra mente (como fenómeno) aplicándole esas formas (matemáticas) de la sensibilidad. Así, la matemática, cuando describe el mundo…¡También se describe a sí misma! ¿No es fenomenal?


Königsberg. 2 de mayo de 1773.
Mi trabajo avanza a toda velocidad. Tengo la impresión de que cuando lo dé a la imprenta (todavía no sé cuándo) va a ocasionar un considerable revuelo. Algunos amigos me animan a publicar ya algo, pero yo me resisto, lo que ando pensando es… ¡Tan extraño y novedoso¡ Me muevo con cautela, como en una selva virgen de pensamientos. Y esta selva infinita es… ¡nuestra propia mente! Es ella, desde su facultad sensible, la que crea los objetos o fenómenos, dándole su propia forma espacial y temporal a esa misteriosa materia que viene del mundo. ¡Pero esto es solo el principio! El conocimiento no se reduce a la sensibilidad. Más allá de ella, la mente fabrica pensamientos o ideas, relaciona de formas muy distintas los fenómenos o intuiciones sensibles, aplicándoles ciertos conceptos que solo de la mente provienen. 
Si nuestra sensibilidad “recibe” al mundo sensible “acomodándolo” en esos “moldes” que son espacio y tiempo, nuestro entendimiento lo comprende bajo ciertas categorías o conceptos, como el concepto de unidad, o el de causalidad, u otros tantos (creo haber descubierto exactamente doce, tantos como formas tiene mi mente de entender, en general, los fenómenos). Si esto que digo es cierto, lo que he descubierto es... ¡¡La naturaleza misma de la lógica o razón!! Gracias a mi descubrimiento será posible entender y justificar cómo es posible la ciencia en general (y no solo la matemática).


 Königsberg. 5 de mayo de 1773.
Cuando un físico afirma “todo cambio ocurre por alguna causa”, ¿de dónde proviene aquello que nombra? ¿Cómo sabemos que es verdad? No de la pura experiencia, desde luego, pues “allí” no existen los “todos” ni las “causas” (a lo sumo existen los cambios, que es lo que nos parece ver en todo momento). Pero tampoco de un increíble mundo de ideas platónicas e innatas. Vuelvo la reflexión hacia mi mismo y descubro allí lo que buscaba: esos “todos” y “causas” son parte del “aparato” lógico con que la mente entiende y razona las cosas. Son los conceptos o categorías del entendimiento. Y son, naturalmente, a priori, independientes de todo fenómeno o cosa que pueda pensar, ¡¡pues son la forma misma del pensamiento!! De hecho, no puedo pensar los fenómenos sin pensarlos como “uno” o como “totalidad” o como siendo unos la “causa” de otros. 

¡Esto nos salva del escepticismo de Hume, sin dormirnos en las quimeras de los racionalistas! Las formas a priori del entendimiento (esos conceptos o categorías con los que pienso) dan a los juicios de la ciencia la necesidad y universalidad que requiere un conocimiento científico, pero a la vez describen con una precisión admirable el mundo físico (siempre que se apliquen a los fenómenos de la sensibilidad). ¿¡¡Y cómo no habría de ser así, dado que el mundo físico adquiere, en cuanto lo pensamos, la forma de nuestro propio entendimiento!!?