lunes, 30 de noviembre de 2015

Instrucciones platónicas para ser bueno y feliz

1. Conócete y sé tú mismo. Nadie puede ser bueno ni feliz intentando ser lo que no es. Busca y cultiva tu propia identidad. Vive de acuerdo con lo que eres.

2. Sé tú mismo lo mejor o más virtuosamente posible. Nadie puede ser bueno ni feliz siendo menos de lo que puede ser. Busca ser un ser humano virtuoso del mismo modo que un músico busca ser un músico virtuoso, o un zapatero busca ser un zapatero virtuoso: haciendo lo que eres y te define (como ser humano) con la mayor competencia con la que seas capaz.


3. Vive de acuerdo a la razón. Piensa en lo que eres y te darás cuenta que “estás” en el alma, no en el cuerpo. Y que, en el alma, estás en ese “tú” que piensa y razona. Eres un ser racional, así que compórtate como tal.

4. Ama la sabiduría sobre todas las cosas. El amor te hace uno con lo que amas. El que ama la sabiduría y descubre la Unidad y Perfección de todas las cosas, se hace Uno con la Realidad, y también uno y bueno consigo mismo y con todos los demás.


La virtud o excelencia del alma racional es la sabiduría. Solo el que sabe qué es bueno, puede ser bueno. No hagas caso de los sofistas que dicen que es imposible saberlo (acuérdate de cómo se engañan y contradicen…). La ética es una ciencia.

5. Convierte tu sabiduría en valor. Que la fuerza y el valor de tu voluntad no radique en el deseo de reconocimiento o riqueza, ni en el miedo al castigo, sino en la razón de lo que has de realizar. Comprender es querer.

La virtud o excelencia del alma irascible (la voluntad) es el valor que nace de comprender racionalmente lo necesario que es afrontar o hacer lo que has de hacer.


6. Modera tus pasiones. Reduce tus necesidades y prefiere aquellas pasiones y placeres cuya ausencia o exceso no suponga dolor. Serás más feliz si tus placeres son la música o la amistad, en lugar de la embriaguez de alguna droga o la pasión por algún cuerpo.


La virtud o excelencia del alma concupiscible (la pasión) es la moderación o templanza, que provienen de la comprensión del dolor que va asociado a todo placer o pasión inmoderada, y del valor de la voluntad (movida por la razón) para rechazarlos.

7. Cultiva la armonía en el alma. Como si tu alma fuera un maravilloso instrumento musical en el que la razón fuera la nota dominante y el resto de las cuerdas (la voluntad, la pasión...) se armonizaran con ella formando un sublime acorde.

O como si tu alma fuera un carro conducido por caballos distintos (la voluntad, la pasión...), pero con un auriga experto que supiera mantenerlo equilibrado y bello en su carrera al cielo. La armonía o justicia en el alma es la mayor virtud y felicidad a la que podemos aspirar los seres humanos.

8. No juzgues con severidad a los cobardes o inmoderados, ni en general a los “malos” o “injustos”. Recuerda que su injusticia es fruto de ignorancia, y que ninguno de ellos actúa con maldad, sino con una bondad mal concebida. En lugar de castigarles, enséñales.

En aquellos en que predomina el alma irascible, la voluntad se entrega, por falta de entendimiento, a la fuerza sin motivo, la conquista y la ambición de honores y riquezas. Todavía es peor el caso de aquellos, aún más ignorantes, en que predomina el alma concupiscible: el vida de estos desdichados es arrastrada por la pasión hacia el consumo constante de placeres cada vez más costosos y alienantes...



jueves, 26 de noviembre de 2015

Ver y pensar. La teoría platónica del conocimiento.


A ver. Ver, por mucho que lo parezca, no es lo mismo que conocer. Conocer es “tomar contacto” con las cosas reales. Pero ver un gato no es conocer o "contactar" con el gato real. ¿Por qué? Porque el gato real es una cosa igual a sí misma, una unidad de partes y momentos gatunos, y eso (la igualdad, la unidad) no está en el mundo que se ve o se imagina: en el mundo visible todo es desigualdad y división. Pero entonces, ¿qué veo cuando veo un gato? No al gato real, sino una imagen suya, fugaz, fragmentaria, diferente de las demás imágenes de ese mismo gato. La imagen no es el gato, sino que solo parece serlo, es… su apariencia. Por eso, el supuesto conocimiento sensible es, en el fondo, un “parece que…”; y también un “me parece a mi que…” (¡La visión o la imaginación son cosas tan subjetivas!). Es decir, es opinión (doxa, en griego), no conocimiento de verdad. Es como un cuento (lleno de imágenes, como los cuentos), y los cuentos no son verdaderos, sino, a lo sumo, verosímiles (similares a lo verdadero), creíbles, pero no demostrables. En suma: el “conocimiento” sensible, cuyo origen es la sensación, solo proporciona apariencia de conocimiento (opiniones), imágenes cambiantes y subjetivas o, menos aún, imágenes de estas imágenes (como cuando me miro en el espejo o como cuando un artista pinta un gato).
A lo primero, a las imágenes que veo y que me parecen objetos o seres físicos les llama Platón creencias (pistis, en griego), a lo segundo, a las imágenes de esas imágenes, le llama imaginaciones, o conjeturas (eikasía, en griego).
Pero esa apariencia de conocimiento que es ver o imaginar no equivale a una completa ignorancia, algo se sabe viendo. O, mejor, algo se recuerda viendo (porque saber es recordar, dice Platón). Pues si vemos gatos o montañas es porque, antes está ya en nosotros el conocimiento de lo que es un gato o una montaña. ¿Podríamos ver o imaginar un gato sin conocer previamente lo que es un gato? No, imposible (dice Platón). Por eso ver o imaginar (un gato, una montaña…) es una forma, defectuosa, indirecta, de conocer (o, mejor, de reconocer o recordar) a los gatos y montañas de verdad, objetivos, iguales a sí mismos… Es decir: a las ideas de gato o de montaña… Las cosas o imágenes (o imágenes de imágenes) que vemos no son totalmente falsas ni inútiles, nos enseñan y hacen recordar aquello de lo que son imágenes. Nos abren la puerta al verdadero conocimiento.


El verdadero conocimiento o ciencia (episteme, en griego) lo es de las cosas reales, de las ideas (no de sus imágenes o apariencias). Las ideas no son visibles (de iguales a sí mismas que son, de unitarias consigo mismas que son…), solo son pensables. Por eso, conocer no es ver, sino pensar, razonar, inteligir… Pensar es... dejarse de imágenes y cuentos. Aunque, a veces, no del todo. Hay un tipo de pensamiento que aún está muy ligado a las cosas o imágenes sensibles. Platón lo llama “diánoia” (razonamiento discursivo). Es aquel en el que se piensa con ideas acerca de las cosas sensibles, usando a estas como datos o ejemplos. Además, este tipo de pensamiento parte de hipótesis no pensadas, sino asumidas como creencias o conjeturas (como axiomas), que se suponen verdaderos, sin saber si lo son. Este es el conocimiento propio a las matemáticas (que es como Platón denomina a lo que hoy llamaríamos "ciencias"). El matemático parte de creencias acerca de lo que son los números, los puntos, lo finito y lo infinito, etc., y, partiendo de ahí, empieza a razonar y demostrar sus teoremas (las ideas matemáticas), haciendo uso de imágenes, aunque esquemáticas o abstractas (como las figuras geométricas). El físico, tanto entonces como hoy, hace lo mismo: hace como que sabe lo que es el espacio, el tiempo, el movimiento, etc., y, a partir de ahí, demuestra razonadamente sus leyes. (Hay que añadir que el físico, sobre todo el de nuestros tiempos, además de suponer ciertas creencias como punto de partida, solo se cree del todo sus razonamientos si encuentra por ahí imágenes --datos, hechos-- que “cuadren” con esos razonamientos). 

Al conocimiento puro, sin imágenes, le denomina Platón "inteligencia" (nóesis), o “dialéctica”, y es el que debe corresponder a la filosofía. La dialéctica no consiste en pensar en ideas, a partir de hipótesis, para explicar las cosas o imágenes, sino en pensar en ideas, a partir de ideas fundamentales, para explicar todas las otras ideas. El dialéctico parte de las hipótesis e ideas de la ciencia para descubrir las ideas más fundamentales desde las que cabe comprender a aquellas. La dialéctica o filosofía es un saber de los principios (autoevidentes, innegables para la razón) desde los que todas las demás ideas se comprenden y se unen. 

El momento culminante llega cuando el filósofo llega a intuir la idea más fundamental y unitaria de todas, la idea de Bien. Desde ahí, sin tener que suponer ya ninguna hipótesis, el filósofo tiene una visión intelectual (una especie de intuición) completa, unitaria, eterna, de todo lo real. Es decir: de todas las ideas en el orden que les corresponde. ¡Eso si es, del todo, conocimiento!




martes, 24 de noviembre de 2015

Cuatro cuentos platónicos sobre el alma.


¿Qué somos los seres humanos

Como cualquier otro ser, los humanos tenemos una naturaleza doble: somos, de un lado, seres sensibles; pero, de otro lado, somos lo que somos por participar de lo inteligible (es decir: por participar de las las ideas que nos definen como humanos y como individuos). 

Como les ocurre a otro seres, nuestra naturaleza sensible se divide a su vez en dos: el cuerpo y el alma (lo físico y lo psíquico). El cuerpo es siempre lo movido, y el alma lo que mueve o anima. Este movimiento que nos imprime el alma es nuestra forma de ser, pues el alma es la parte que está en contacto con la forma ideal que somos y, conociéndola, "tira" de nosotros hacia ella...

 El alma humana es especialmente consciente de lo inteligible, por ello, se divide a su vez en dos tipos de "movimiento anímico": el querer (que comparte con los animales), y el pensar, la razón, que en el hombre se convierte en la guía del querer... Aunque no siempre. En el ser humano, el querer se divide también en dos: un querer pasivo, pasional, que no obedece al pensamiento (son los deseos o apetitos animales), y un querer activo, voluntarioso, que obedece al pensamiento. 

Como veis, en el ser humano, todo se duplica una y otra vez, como en un juego de espejos. Somos una realidad inteligible pero también aparentemente sensible. Como seres sensibles somos cuerpo y alma. Y en el alma: pensar y querer. Y en el querer: acción (voluntad) y pasión (deseo). Platón llamó a estas tres partes del alma con términos que han pasado a la historia: el alma racional (el pensar), el alma irascible (el querer activo, la voluntad) y alma concuspiscible (el querer pasivo, los deseos animales, la pasión). 

Siendo dobles como parece que somos, tal vez tengamos que hablar en mitos (que son un doble de la verdad) de eso que somos y parecemos. Así que escuchad estos dos pares de mitos, que son cuatro, cuatro cuentos sobre el alma, que os deberían recordar, si están bien compuestos, a un único cuento verdadero...


El carro alado o la reencarnación.

Cuenta un viejo cuento que el alma cuenta con dos cosas: la alada carrocería (el cuerpo) y lo que la mueve y levanta, y a esto último llaman más bien alma, o ánima, porque anima a moverse al cuerpo. Dicen que este alma también es doble, tiene motor y guía, es decir, querer y pensamiento. Y dicen también que el querer es como un motor de dos caballos. Uno es la pasión (es un caballo negro y salvaje, al que llaman Apetito) y el otro es la acción voluntaria y esforzada (es un caballo blanco y sensato, al que llaman Coraje). El conductor o Auriga de este carro de dos caballos es la Razón, y desde que el mundo se hizo, dando alma (que es la forma de la Forma en la materia) a cada cosa, todo Auriga conduce su carro según quedó establecido por las leyes de circulación del cosmos. En esa armonía de movimientos, las almas humanas vuelan lo más alto posible, pues es allí, sobre las propias espaldas del cielo y a los pies de los dioses inmortales (las ideas), donde crece su alimento favorito (el conocimiento o contemplación de las ideas). No hay felicidad más grande que revolotear allí. Pero, ay, el vuelo de las almas humanas es inestable. Apetito, el caballo negro, se desboca a veces, atraído por los olores de la tierra, y entonces hace descarrilar el carro y el alma descarriada y con las alas rotas cae sobre el mundo, en donde cambia su carrocería brillante y alada (hecha del material de las estrellas) por la de la triste carne que padecemos. Pero el alma humana, caída como un ángel caído, no se conforma nunca, y tras recuperarse de la inconsciencia tras el golpe, recuerda vagamente el lugar aquel donde vagaba feliz. Y si logra en este mundo enderezar al caballo negro y, con ayuda de Coraje, alzar de nuevo el carro, poco a poco, hacia alimentos cada vez más celestiales y propios al alma, tal como la belleza más pura, la virtud y la sabiduría, se irá reencarnando en la forma de seres cada vez más alados, desde el animal o el labriego hasta el noble guerrero o el sabio, hasta que encarnándose, como los buenos pensamientos se encarnan, de sabio en sabio, generación tras generación, logrará de nuevo merecerse alas y cielo y, así, volver a la casa de las Ideas, que es la suya propia.


Eros o el amor.


Cuentan los amantes de los cuentos que el alma es el Amor que mueve todo cuerpo y  mundo. Y dicen que este Amor (al que algunos llaman Eros) fue en tiempos un dios, nacido de dioses.  Dicen que se celebraba el nacimiento de Afrodita, diosa de la Belleza, y que tras el banquete divino, Poros, el dios de los Recursos, que estaba borracho, fue asaltado por Penia, diosa de la Pobreza, que quedó embarazada de aquel. El hijo de este accidentado encuentro fue precisamente Eros, quien desde entonces va buscando la belleza de Afrodita con todas sus fuerzas y recursos (como hijo de Poros), pero sin llegar a tenerla nunca del todo (por ser hijo de Penia). Pues bien, el alma humana es como ese dios caído o venido a menos que es Eros. Como él, somos hábiles e inteligentes (Poros), pero también débiles y menesterosos (Penia). Y también, como él, recordamos siempre la divina belleza del cielo del que provenimos. Y la buscamos, primero, en el deseo por los cuerpos jóvenes y bien parecidos, pues es en ellos donde antes se refleja o recuerda la belleza. Y así, el alma amante va de un cuerpo a otro, descubriendo que lo bello es uno en muchos. Pero descontenta el alma de la belleza física, pues siendo efímera no es posible permanecer ni sembrar en ella nada --ni siquiera hijos-- que no sea también pasajero y olvidadizo, busca entonces la belleza que hay en las buenas acciones. Y así el alma se enamora de otras almas buenas y ambas emprenden, con coraje y valor, hermosos proyectos en común. Y si bien es cierto que esta belleza es más perdurable y alta, tanto en sí misma como en sus hijos (las proezas y la fama), no basta tampoco al alma, que recuerda y busca una belleza aún más pura y eterna. Por eso el alma se enamora al fin de otras almas, más sabias, con las que poder razonar y dialogar. Y junto a ellas logra recordar la mayor y más imperecedera belleza, la Belleza en sí, la idea o forma por la que todo lo bello lo es. Contemplando esta Idea eterna, el alma recuerda ya del todo quién es y de donde viene, y así vuelve al cielo donde nació y donde nada falta ni acaba.

La Caverna o el conocimiento.


Cuenta el mito que las almas humanas estamos prisioneras de un cuerpo o caverna, oscura como la noche y en la que, a falta de luz, vivimos en sombra soñando que vivimos en un mundo que es todo de sombras y de sueños. Lo peor es que las almas no parecen apetecer más que esa vida ignorante e infrahumana. Pero si alguna de ellas, por la fuerza de otro o la propia de su coraje, se liberara, vería las cosas origen de aquellas sombras, y el fuego que las alumbra, y comprendería que lo que sabía y quería antes no era más que copia de lo que ahora descubre digno de querer y ver. Pero si, una vez despertada de las sombras por su asombro, sigue esforzadamente camino arriba y sale fuera de la gruta, sus ojos se le quedarán inútiles de tanta luz, y solo podrá guiarse ya por la razón. Y descubrirá allí que aquellas cosas que asombraron sus ojos no son más que copias de estas otras que ahora iluminan su inteligencia. Y sabrá entonces, al pasar de la noche de los sentidos al día de la razón, que este nuevo mundo es más celeste, amable, bueno y verdadero, pues en él habitan la luz, la belleza, la bondad y la verdad puras, sin cuerpo ni tiempo, perfectas en sí mismas, hijas todas de la Perfección que, como un Sol, a todo ilumina y hace ser y vivir. Cuando esto comprende el alma se comprende a sí misma y queda comprendida y unida allí en lo más alto, como una más entre las Ideas, justo allí donde está su soleado hogar.

El Reino o la educación.


Una perfección falta al alma allá en su cielo de marfil, en el que feliz y plena contempla las Ideas y se descubre cada vez más sabia. Aunque nada le apetece más que su vida de retiro y filosofía, el alma del antiguo cavernícola, hoy alma libre, recuerda y razona que no es justo abandonar a esas partes olvidadas de sí que son los otros, las otras almas, las de la multitud de prisioneros que permanecen allá abajo en la caverna. Entonces, domando con coraje su más natural y verdadero apetito, el alma del filósofo baja a la caverna a educar y gobernar al resto, para que todos puedan gozar de su misma libertad y conocimiento. Así, y aún a riesgo de que lo tomen por loco, el alma del filósofo se empeña valientemente en educarlos. Primero como a niños, con cuentos, mitos, canciones y juegos, hechos de imágenes o sombras, como aquellas que están acostumbrados a ver, les enseña a fortalecer el carácter y a vencer el apetito viciado en la costumbre. Una vez libres de esas primeras cadenas, el alma del filósofo les muestra el saber que hace útil a los objetos, y así, moderados en sus apetitos y expertos del saber práctico, los nombra artesanos y productores de un nuevo Reino. Luego, a los más capaces, el alma maestra los saca de la caverna y les muestra el difícil arte de la ciencia, por el que, mirando con inteligencia las Ideas descubren su forma tanto en las cosas como en las acciones de allá abajo, en la caverna. A estos, el filósofo los nombrará gobernantes o guardianes del Reino. Pero de entre estas almas, ya libres, hará de nuevo dos grupos. Las almas con más coraje que razón, no aprenderán mucho más y quedarán destinados a guardar, como soldados, y a gobernar, como auxiliares. Y a las almas con más capacidad racional les enseñará mucho más, pues aprenderán algo más que ciencia: a saber de las Ideas en sí mismas, de las relaciones entre ellas y de su unión bajo la Idea suprema, la Idea de Bien. Solo este conocimiento supremo, que da la filosofía, podrá hacerles saber qué es la Perfecta Justicia, y solo en posesión de ese conocimiento podrán gobernar perfecta y justamente el Reino, descubriendo el Cielo acá en la Tierra.    



lunes, 23 de noviembre de 2015

Escenas de la vida de las Ideas platónicas


Idea1.- Esto no puede ser.
Idea2.- Explícate.
Idea1.- Que haya por ahí compañeras nuestras que ni idea tienen de lo ideales que ellas mismas son.
Idea2.- Cierto, misterio.
Idea1. – Que anden creyendo que son cosas tales como caballos o aceitunas de carne y hueso…Cuando todas deberíamos saber que tales cosas no son más que…un sueño.
Idea2.- ¿Ah, pero acaso no hay realmente caballos y aceitunas, de esos que corretean por ahí o que caen de los árboles?
Idea1.- ¿Pero de dónde te has caído tú? ¿Cómo dices eso?
Idea2.- No sé, chica. Yo siempre he creído que existen los caballos que veo correr en el hipódromo o arrastrar los carros… O las aceitunas, que están tan ricas.
Idea1.- Dime qué es una aceituna.
Idea2.- Pues esas cosas verdes o negras que te sirven en la taberna al pedir una consumición.
Idea1.- ¿No podrías ser más clara? ¿Cómo sabes que esas “cosas” son todas ellas aceitunas?
Idea2.- Jo, porque son iguales, todas ellas son redondeadas, pequeñas, aceitosas, más o menos sabrosas... Qué preguntas haces, ¿no?
Idea1.- ¿Dirías entonces que todas ellas son aceitunas por tener una misma forma o aspecto común?
Idea2.- Sí, ya te digo, todas se parecen entre sí.
Idea1.- Pero son distintas.
Idea2.- Claro, son distintas pero... se parecen entre sí.
Idea1.- Y si se parecen se parecerán en algo.
Idea2.- Mujer, no se van a parecer en nada, entonces no se parecerían.
Idea1.- Luego hay algo que es igual en todas ellas.
Idea2.- Me parece que sí.
Idea1.- Es decir que son distintas pero también iguales.
Idea2.- Vale, lista. Son distintas en algunos aspectos pero iguales en otros.
Idea1.- ¿Y cualquiera de esos aspectos en que son iguales dirías que está, a la vez, en todas las aceitunas?
Idea2.- Sí, ese aspecto es común a todas las aceitunas del mundo.
Idea1.- Incluso a las aceitunas que imaginamos o recordamos, supongo. Pero dime ahora: ¿ese aspecto común a todas, acaso puede verse con los ojos de la cara?
Idea2.- ¿Cómo si no? Se ve al mirar las aceitunas.
Idea1.- ¿Podrías ver algo que no fuera un objeto físico?
Idea2.- No veo como podría ver algo que no fuera físico.
Idea1.- ¿Y dirías que todo objeto físico está en algún lugar y solo allí en tanto no se mueva a otro sitio, en cuyo caso estará en este sitio y ya no en aquel?
Idea2.- Lo diría.
Idea1.- ¿Y no ocurre que ese "aspecto de aceituna" está, a la vez, en todos los lugares en los que hay aceitunas, incluso en ese lugar tan raro que es la imaginación?
Idea2.- Eso es cierto.
Idea1.- ¿Y en todos esos lugares es ese aspecto siempre el mismo?
Idea2.- Ha de serlo.
Idea1.- Luego no podrá ser nunca un objeto físico, pues está, a la vez, y siendo el mismo, no en uno, sino en innumerables lugares, como si fuera un dios.
Idea2.- No podría decirte que no.
Idea1.- ¿Cómo puedes decir entonces que lo ves?
Idea2.- Pues no veo claro que pueda verlo, no. Por Atenea que no sé cómo digerir esto que dices.
Idea1.- Cambiemos de tema si prefieres. Qué me dirás de los caballos. ¿Tienen todos ellos algún aspecto común?
Idea2.- No uno, sino muchos. Es por ellos que reconocemos como caballo a cada uno de los caballos que se pueden ver.
Ideas1.- Vale. Ahora dime, ¿ese aspecto común será el mismo en los caballos que montaban los héroes de Homero y en los que monten los caballeros del futuro?
Idea2.- Claro. Siempre que en el futuro queden caballos, claro.
Idea1.- ¿Y si no existieran en el futuro caballos, dejaría por ello de existir aquello que hace que todo caballo sea caballo?
Idea2.- Supongo que no. Igual que ahora no existen dinosaurios pero puedo decirte qué tendría que tener algo para ser un dinosaurio.
Idea1.- Exacto. Y responde ahora a esto: ¿son los caballos de carne y hueso, cada uno de ellos, algo que deje alguna vez de moverse, tanto por dentro como por fuera?
Idea2.- No te entiendo.
Idea1.- ¿No es cierto lo que dicen tus amigas, las ideas de la física, acerca del universo?
Idea2.- ¿Qué dicen?
Idea1.- Que todo lo que existe en el cosmos se mueve y cambia a cada momento.
Idea2.- Sí, todo está moviéndose en el tiempo.
Idea1.- ¿Y los caballos? ¿Serán una excepción?
Idea2.- No, por ellos también pasa el tiempo.
Idea1.- Eso dicen. Así que cada caballo es un poco más viejo cada segundo que pasa, y se mueve no solo por fuera, cuando corre o cuando se agita durante el sueño, sino que también se mueve y cambia por dentro, pues cada una de sus partes y órganos cambia y envejece cada día.
Idea2.- Cierto, es lo que tienen las cosas de este mundo, nada es eterno.
Idea1.- Pero un caballo concreto es ese mismo caballo, sea más joven o más viejo, ¿no es eso?
Idea2.- Bueno, hay algo en ese caballo que no cambia, y que permite reconocerlo hoy como el mismo de ayer.
Idea1.- ¿Un cierto aspecto común a todos sus momentos?
Idea2.- Yo no lo diría mejor.
Idea1.- Pero querida, ese aspecto común no puede cambiar como cambia el cuerpo del caballo.
Idea2.- No claro, si cambiara no podríamos reconocer al mismo caballo de un día para otro.
Idea1.- Eso es. Luego, ¿será ese aspecto común a todos sus momentos una parte del cuerpo del caballo, o alguna otra cosa o aspecto físico que se pueda ver con los ojos?
Idea2.- No. Porque ese aspecto que dices tiene que ser siempre el mismo, y las cosas físicas cambian cada día.
Idea1.- Muy bien. Pues tenemos entonces que las cosas que vemos las reconocemos como aceitunas o caballos porque poseen cierto aspecto o forma, de aceituna unas, y de caballo otros, que no puede ser nada físico, pues no parece afectarles para nada ni el espacio ni el tiempo.
Idea2.- Me he perdido.
Idea1.- No les afecta el espacio porque la forma de aceituna o de caballo es la misma esté donde esté cada aceituna y caballo, y no les afecta el tiempo porque son la misma sea cuando sea cada caballo o aceituna.
Idea2.- Ahora lo entiendo.
Idea1.- Ahora bien, si esas formas, por las que conocemos lo que es un caballo o cualquier otra cosa, no son afectadas por el espacio y el tiempo, ¿diremos que son cosas físicas, de carne y hueso?
Idea2.- No me dejarían pensar eso las ideas sobre física que conozco.
Idea1.- Luego el conocimiento de un caballo y cosas así no será por los ojos, ni por ningún otro de los sentidos, pues aquello que reconocemos como caballo de los caballos no es nada físico.
Idea2.- ¿Cómo se conocerán entonces?
Idea1.- Tal como yo me relaciono contigo, por el puro pensamiento, al cual no le son necesarios los ojos.
Idea2.- Pero tengo una duda.
Idea1.- No dudes en decírmela.
Idea2.- Un caballo no solo tiene el mismo aspecto que otros caballos, también puede ser diferente de ellos en muchas otras cosas. Por ejemplo, tal vez este caballo de aquí sea tuerto, o este otro sea más alto que los demás.
Idea1.- Bien dicho. Pero dime tú ahora. ¿Dirías que un caballo es tuerto, o alto, porque tiene ciertos rasgos en común con todo lo que es tuerto o alto?
Idea2.- Para, para, lo he entendido. Ya veo que ibas a volver a empezar.
Idea1.- ¿Y te imaginas cuál ha de ser la conclusión?
Idea2.- Difícilmente.
Idea1.- Cierto, es difícil de imaginar. Pero no de pensar. Las cosas son, todas ellas y todo lo que son ellas, algo que no es físico.
Idea2.- ¿Y qué son entonces?
Idea1.- Ideas, como nosotras. Si quieres llamo a la idea de caballo y que te lo explique ella.
Idea2. – Bien. Pero no sé cómo te va a oír ni venir sin tener orejas ni patas.
Idea1.- ¿Pero en qué mundo crees que vives? ¿Has visto, sin ojos, que no los tienes, que en este mundo ideal nuestro haya espacio alguno que recorrer o en el que hagan eco las palabras? ¿Crees que la idea de caballo habita acaso en alguna cuadra o cueva?
Idea2.- Mmm. Eso de cueva que has dicho me recuerda a alguna idea mítica que conozco...



Si quieres seguir leyendo:
Escenas de la vida de las Ideas platónicas (II)
Escenas de la vida de las Ideas platónicas (III)
Escenas de la vida de las Ideas platónicas (y IV)

jueves, 19 de noviembre de 2015

Día Mundial de la Filosofía.

Hoy era el Día Mundial de la Filosofía, establecido así por la UNESCO en 2005. Lo hemos celebrado, entre otras cosas, con una carrera por todos los institutos de Mérida. También ha habido entrevistas en televisión




y otras actividades (una de ellas, super interesante, y promovida por la UNESCO, os la enlazo aquí). 

Gracias a todos por tener un filósofo dentro y por participar!!!










Todo lo que quiso saber sobre la teoría de las ideas de Platón (pero nunca se atrevió a preguntar)...








La llamada “teoría de las ideas” es la teoría ontológica de Platón, es decir, la teoría platónica acerca de la realidad. Platón nunca la expuso, que sepamos, de manera sistemática. Como buen filósofo lo que hace es pensarla y discutirla, una y otra vez, tal como muestra en sus diálogos.

¿QUÉ SON LAS IDEAS PLATÓNICAS?

En sus diálogos, Platón habla constantemente de ciertas “formas” o “ideas”, con lo que se refiere al menos, a tres cosas.

Primero: aquello que permite conocer e identificar a las cosas. Es decir, los rasgos o propiedades con los que definimos a las cosas (blancura, belleza, grandeza, circularidad, etc.). Y también la suma de propiedades con que definimos a cada individuo (Sócrates, este caballo...) o a cada clase de individuos (los hombres, los caballos...). La idea de Sócrates sería la suma de propiedades que caracteriza e identifica a Sócrates (lo que Sócrates tienen en común consigo mismo en todos sus momentos y partes). La idea de hombre sería la suma de propiedades que tienen en común todos los hombres. Fijaos que estas propiedades o sumas de propiedades no son cosas concretas: se puede señalar con el dedo a una cosa blanca, pero no a la blancura; a Sócrates en este o aquel lugar y momento, pero no a la idea de Sócrates; a este o aquel hombre, pero no a la idea de hombre.

Segundo: aquello que permite que las cosas sean o tengan identidad. Es decir: la suma de rasgos o propiedades que caracteriza a algo en todos sus momentos y partes. Por ejemplo, la idea de Sócrates es lo que caracteriza a Sócrates en todo momento (sea joven o viejo), y en cada una de los aspectos o partes de sí mismo (en cada una de las cosas que hace, en su forma de sentir, en sus deseos, sus pensamientos, etc.). Del mismo modo, la idea de hombre es lo que caracteriza a todo hombre, sea cual sea, en todo momento.

Tercero: aquello en relación a lo cual una cosa es más o menos lo que es, o más o menos buena, bella o verdadera. Es decir: el modelo ideal por el que podemos juzgar o valorar a las cosas (y en relación al cual éstas se desarrollan). Por ejemplo: algo es más o menos blanco en relación a la blancura en sí (la blancura absoluta o perfecta); Sócrates está más o menos desarrollado en relación a la idea o modelo de Sócrates (el Sócrates absoluto o perfecto); un caballo es mejor o peor que otro en relación a la idea o modelo de caballo (el caballo en sí, perfecto). Del mismo modo, algo es bueno o malo, bello o feo, verdadero o falso en relación a modelos, normas o criterios ideales (la idea de virtud, la idea de belleza, la idea de verdad...).

¿CÓMO SON LAS IDEAS PLATÓNICAS?

Una forma o idea es lo que tienen en común muchas cosas o partes distintas, y en cada uno de sus momentos (la idea de blancura es lo que –en mayor o menor grado— tienen en común todas las cosas blancas de todos los tiempos, la idea de caballo es lo que –en mayor o menor grado— tienen en común todos los caballos sean jóvenes o viejos, la idea de Sócrates es lo que tendrían en común todos los distintos momentos y partes de Sócrates). De este modo, es como si la misma idea “estuviera”, a la vez, en muchos lugares y momentos distintos, sin dividirse ni cambiar. Las ideas serían, por tanto, ajenas al espacio (lo divisible) y al tiempo (lo cambiante). Tendrían un carácter “trascendente” (lo trascendente es lo que no es afectado por el espacio y el tiempo). Por ser ajenas al espacio y al tiempo no pueden ser como las cosas físicas (ni por tanto visibles). Pero tampoco pueden ser meras cosas psíquicas o mentales, pues las cosas o fenómenos mentales (los sentimientos, deseos, pensamientos...) están sujetos al tiempo. Así pues, las ideas no son físicas (como lo es un cuerpo), ni mentales (como lo es un pensamiento), sino ideales. Aunque no se pueden ver, las ideas se pueden pensar (aunque no son pensamientos –son el objeto del pensamiento— ni dependen de los pensamientos para ser –aunque nadie piense en la belleza o en el dos, la belleza o el dos siguen siendo lo que son, según Platón—), por lo que son realidades inteligibles (captables por el intelecto o pensamiento).

¿POR QUÉ CREE PLATÓN QUE EXISTEN LAS IDEAS?

Primero: Si la realidad fuese de carácter fundamentalmente físico o psíquico, no podría ser conocida. Si las cosas fueran físicas (corpóreas y cambiantes), no podrían conocerse, pues lo corpóreo es infinitamente divisible (tiene infinitas partes diferentes, carece de unidad, de límite o fin, y es por tanto indefinible) y está continuamente cambiando (nunca es lo mismo de un momento a  otro). Algo que posee infinitas partes y que está siempre cambiando es imposible de conocer. Nunca podríamos decir: “es una misma cosa...”, pues siempre se puede dividir en dos (dos partes, diferentes una de otra). Tampoco podríamos decir: “es esta cosa...”, pues al decirlo ya sería otra (pues habría cambiado). De otro lado, si la realidad fuese de carácter psíquico o mental, tampoco podría ser conocida, pues lo mental está sujeto al tiempo y, por tanto, estaría siempre cambiando.

Segundo: Si la realidad fuese de carácter fundamentalmente físico o psíquico, no podría ser, carecería de identidad. Si las cosas fueran físicas serían corpóreas y cambiantes. Si fueran corpóreas carecerían de unidad, pues serían divisibles hasta el infinito, y carecerían de una identidad estable, pues cambiarían a cada momento. Ahora bien, nada puede ser sin unidad (sin ser “una” cosa) ni sin cierta identidad estable (sin ser "lo mismo" de un instante a otro). Dicho de otro modo, ninguna cosa sería lo mismo que sí misma (A=A), pues por ser corpórea sería siempre divisible en partes diferentes (Ap1#Ap2), y por ser temporal sería siempre divisible en momentos diferentes (Am1#Am2). Si la realidad fuese de carácter psíquico o mental, tampoco podría ser en sí misma, pues lo mental es de carácter temporal y, por tanto, estaría toda ella sujeta al cambio, por lo que carecería de identidad estable.

Tercero: Si la realidad fuese de carácter físico y psíquico, no podríamos juzgar o valorar las cosas. Por ejemplo, sin un modelo de caballo perfecto, no podríamos juzgar a un caballo concreto como mejor que otro; sin un modelo de círculo perfecto no podríamos evaluar las cosas como más o menos circulares; sin un modelo o norma de verdad no podríamos evaluar lo que pensamos y decimos como más o menos verdadero, etc. Esos modelos perfectos no pueden pertenecer al mundo físico ni psíquico: nada hay en el mundo sensible ni psíquico que sea perfecto. Tampoco lo verdadero, lo bueno o lo bello, están en el mundo físico o psíquico: la verdad no es una cosa, ni un mero pensamiento (los pensamientos pueden ser verdaderos o no), y lo mismo ocurre con la bondad o la belleza. En el mundo que experimentamos ocurren “hechos” no verdades o bondades; esta valoración de los hechos (como bueno o malos, bellos o feos, etc.), exige normas o modelos más allá de los hechos.

Conclusión: dado que el conocimiento es posible (el escéptico se contradice, pues cree conocer que nada se puede conocer), y que las cosas son y tienen identidad (si no, no podrían ser), y dado, también, que podemos enjuiciar y valorar las cosas, la realidad no puede ser fundamentalmente física ni mental. Ha de ser trascendente al espacio (lo corporeo) y al tiempo (lo cambiante). A ese tipo de realidad trascendente o ideal pertenecen las formas o ideas de Platón.

¿CUÁNTOS TIPOS DE REALIDAD EXISTEN, SEGÚN PLATÓN?

Platón habla a menudo de dos tipos de realidad o mundo: el mundo sensible y el mundo inteligible (dualismo platónico). El mundo sensible es el mundo de las cosas físicas (y psíquicas), sujetas al tiempo y al espacio, divisibles y cambiantes (nacen, cambian, mueren...). Es el mundo que se nos aparece ante los sentidos (el mundo visible o experimentable). De otro lado, el mundo inteligible es el mundo de las formas o ideas trascendentes, ajenas al tiempo y al espacio, cuyos seres (las ideas) son incorpóreos, indivisibles, eternos (no nacen ni cambian ni mueren). Es un mundo que no podemos experimentar con los sentidos, pero sí podemos captar con la inteligencia, especialmente cuando filosofamos.

De esos dos mundos, el mundo verdadero y fundamental es el mundo inteligible. El mundo sensible es descrito por Platón como un reflejo o imagen del mundo inteligible, y que no puede ser en sí mismo nada. Como hemos visto en el punto anterior, las cosas físicas (o psíquicas) no tienen ser o identidad por sí mismas (son infinitamente divisibles y cambiantes). Solo son en cuanto se relacionan con las ideas (lo unitario, lo permanente de cada cosa). Un caballo no pueden ser (ni ser pensado) sino por participar de la forma o idea de caballo. Son las formas lo que dan unidad y permanencia a las cosas. Por el contrario, el mundo inteligible existe por sí mismo. Las ideas son lo que son por sí mismas, no necesitan a las cosas físicas para ser. La idea de caballo es lo que es, y siempre será así, haya o no caballos particulares en el mundo. La idea de dos o de círculo es lo que es, aunque nadie las piense o descubra. Sin las ideas las cosas físicas (o psíquicas) no pueden ser nada. Pero sin las cosas físicas (o psíquicas) las ideas siguen siendo exactamente lo que son.

Platón establece algunas distinciones más, tanto en el mundo sensible como en el mundo de inteligible. En el mundo sensible diferencia las cosas físicas (por ejemplo, los caballos, los árboles, etc.) de sus imágenes y reflejos (por ejemplo, una pintura representando un caballo o un árbol). Esto último (las imágenes de los objetos físicos) representan para la ontología platónica el menor grado de realidad, pues dado que los objetos físicos son imágenes o reflejos de las ideas, las imágenes de los objetos físicos serían como “imágenes de imágenes” (Por esto Platón dice en ocasiones que el arte está alejado “dos veces” de la realidad).


En el mundo inteligible diferencia, en primer lugar, entre las ideas reflejadas en el mundo sensible, y las ideas consideradas en sí mismas. Las ideas reflejadas en el mundo sensible (tal como se narra en el mito de la caverna, los objetos reales no se pueden mirar directamente, sino que primero han de contemplarse reflejados en el agua, etc.) son las ideas en tanto explicación científica del mundo sensible, esto es, entendidas como hipótesis desde las que comprender y organizar los datos sensibles. De estas ideas científicas, las más fundamentales (las menos mezcladas con el mundo sensible) son las matemáticas, aunque las ideas matemáticas no dejan de tener cierta relación con lo inmanente: el espacio (la geometría) y el tiempo (la aritmética). Más allá de las ideas tal como se reflejan en las cosas sensibles, están las ideas consideradas en sí mismas, independientemente de lo sensible. La forma de tratarlas en sí mismas es pensarlas, y esto, el pensamiento puro es la actividad típica del filósofo.

Ahora bien, las ideas consideradas en sí mismas pueden ser de muchos tipos. Platón parece sugerir a veces que hay tantas ideas como cosas o individuos (por ejemplo, la idea o forma de cada caballo...), aunque casi siempre menciona ideas de género (idea de caballo, de hombre, etc.) y de cualidad (idea de blancura, grandeza, etc.), sobre todo de cualidades morales y estéticas (ideas de virtud, valentía, belleza...). En algún diálogo plantea ciertas ideas más fundamentales (las ideas de ser, identidad, diferencia, movimiento, reposo...), de las que “participarían” las demás. Pero la idea más fundamental de todas, la idea o forma de todas las demás, es la que denomina “Idea de bien”, con la que se representa la unidad y perfección que comparten todas las ideas.

¿CÓMO SE RELACIONA EL MUNDO SENSIBLE Y EL MUNDO INTELIGIBLE?

Platón explica de distintos modos (a veces de modo imaginativo o mítico) la relación entre las ideas y los seres sensibles. En algunos casos utiliza el concepto de “participación”: las cosas sensibles participan de las ideas, y por eso son lo que son (por ejemplo: algo es un caballo blanco porque participa de las ideas de caballo y de blancura). En algún diálogo, como el Timeo, Platón emplea otra metáfora típica: las ideas son el modelo de las cosas sensibles, que serían meras copias. A través de mitos (recurso muy frecuente en Platón), cuenta como un dios creador (el “demiurgo”) da “forma” o límite a la materia fijándose en el modelo que son las ideas. Otra manera, más psicológica, de entender la relación entre ideas y cosas alude al alma humana, que contiene en sí el recuerdo de las ideas y las proyecta y reconoce en las cosas sensibles al percibirlas o conocerlas (las ideas serían algo que “pone” el alma al ver las cosas, aunque esta interpretación no es literalmente platónica –Platón no dice esto-- sino una interpretación que cabría hacer de sus teorías).

¿CÓMO SE RELACIONAN LAS IDEAS? ¿QUÉ ES LA IDEA DE BIEN?

Platón no deja claro cómo es la relación entre esas realidades que son las ideas. Desde el punto de vista del conocimiento humano, se relacionan a través del pensamiento (sobre todo del pensamiento filosófico, al que Platón denomina “dialéctico”, ya veremos por qué). Desde el punto de vista de las propias ideas, podríamos interpretar que unas se comprenden en otras, hasta llegar a la idea que las comprende a todas de forma absolutamente unitaria. Esta “idea de ideas” es la “idea de bien”. Si cada idea particular representa lo unitario y perfecto de cada cosa o clase de cosas (lo unitario y perfecto de todos y cada uno de los caballos, lo unitario y perfecto de todos y cada uno de los hombres, etc.), la idea de todas y cada una de las ideas representará lo unitario y perfecto en sí mismo, es decir: la máxima unidad y perfección. Esta idea absolutamente una y perfecta ya no puede ser pensada bajo ninguna otra idea (su existencia solo puede ser “intuida” como necesaria), está “más allá de todo”, pero es lo que permite que todo sea (incluyendo a las ideas) y pueda ser conocido. Platón la simboliza con la imagen del Sol, que lo alumbra todo, permitiendo que las cosas sean y sean conocidas (pero sin que nada pueda "alumbrarla" a ella).

¿QUÉ OBJECIONES PODRÍAN HACERSE A LA TEORÍA DE LAS IDEAS?

Primera: La relación entre el mundo sensible y el inteligible es muy problemática. ¿Cómo pueden relacionarse “realidades” tan distintas? El dualismo presenta siempre este problema. El concepto de participación quizás no sea satisfactorio, pues, por ejemplo, si los hombres concretos son hombres por participar o parecerse a la idea de hombre, esto querría decir que hay otra idea, la de la forma en común de los hombres particulares con el hombre ideal, y así hasta el infinito (la forma en común de la forma en común de los hombres y el hombre ideal con el hombre ideal, etc., etc.). A esto se le llama “el problema del tercer hombre”.

Segundo: Si suponemos un mayor grado de monismo en Platón, y comprendemos el mundo sensible como una realidad aparente o ilusoria (en el fondo, las cosas sensibles no serían realidades, sino apariencias), aparece otro problema. ¿Qué tipo de realidad es lo aparente (lo que parece que es, pero no es)? 

Tercero: Para muchos filósofos, negar o minusvalorar la realidad del mundo que vemos no es admisible, pues de alguna manera la realidad de este mundo es evidente, y hay que explicarla mejor. La explicación de Platón no solo no es suficiente sino que, además, supone la existencia de otro mundo (el inteligible), lo cual lleva a multiplicar los problemas más que a resolverlos. ¿Cómo puede existir “otro” mundo distinto al que vemos? ¿Cómo se relaciona con el que vemos? Etc.

Cuarto: la existencia de realidades trascendentes (“fuera” del espacio y el tiempo) resulta también inadmisible a muchos filósofos (por ejemplo, a los filósofos materialistas o “inmanentistas”), para los cuales nada puede existir si no es en el espacio y el tiempo. ¡Ni los "fantasmas" (seres incorpóreos) ni los "vampiros" (seres inmortales) existen, diríamos en broma, no hay ángeles ni dioses, todo eso son mitos, igual que las ideas platónicas. En realidad las ideas no serían, según estos filósofos, más que abstracciones que produce la mente a partir de la experiencia del único mundo real, que sería el mundo sensible...



Aquí, la presentación de clase







lunes, 16 de noviembre de 2015

Platón: pensar antes de actuar.


 Aristocles, apodado Platón, es el mayor filósofo de la antigüedad, y uno de los más importantes de toda la historia de la filosofía. Discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, forma con ellos la gran triada de la filosofía griega. Es difícil exagerar su influencia. Casi toda la filosofía posterior se ha hecho con él, o contra él, pero nunca sin él. En sus diálogos expuso y discutió sobre todos los asuntos de la filosofía: la realidad, el ser humano, la verdad, la bondad y la justicia, la belleza... De todos sus diálogos el más famoso es el titulado La República, que es de donde procede el texto que vais a leer y que trata del mito de la caverna.

Platón nació en Atenas en el 427 a.C., en el seno de una familia aristocrática y vinculada al poder político. Parece ser que su primera intención fue la de ser poeta, pero su encuentro con Sócrates, a los 20 años, le despertó la vocación por la filosofía. 

Al joven Platón le tocó contemplar la decadencia de su ciudad tras el esplendor de la época clásica. La larga guerra del Peloponeso sumió a la democracia ateniense en una grave crisis, y acabó con la hegemonía económica y política de Atenas sobre el resto de Grecia. 
En el 404, tras la victoria definitiva de Esparta y sus aliados, los vencedores imponen en Atenas el gobierno de los Treinta tiranos. Algunos de los dirigentes del nuevo gobierno eran familiares de Platón, e invitaron al joven a participar en política, pero este se negó, espantado por la violencia y la injusticia que caracterizaba al nuevo régimen. 

 Muy poco después, cuando cae el gobierno de los Treinta y se reinstaura la democracia, Platón vuelve a albergar esperanzas, pero la actuación política de los nuevos dirigentes vuelve a decepcionarle, especialmente tras el proceso y ejecución de su amigo y maestro Sócrates, al que Platón consideraba “el hombre más justo de Atenas”.



 Convencido de que, en gran parte, la decadencia de Atenas se debía al relativismo moral difundido por los sofistas, Platón se entregó al esfuerzo filosófico por demostrar la existencia de principios y valores absolutos desde los que reconstruir la vida política. En la República, Platón esboza las lineas maestras de un nuevo régimen político basado en la educación y en el gobierno de los más sabios. 

Movido por su discípulo y amigo Dion, Platón viajó varias veces a Siracusa con objeto de poner en práctica su teoría política, aunque todos sus intentos fueron en vano. Mientras, en Atenas, funda la Academia, como un centro de investigación para filósofos.

En cierto modo, la vida de Platón parece encarnar la del sabio que, en su obra la República, se siente moralmente compelido a “volver a la caverna” a educar y liberar a los hombres.

Como podéis leer, el mismo Platón escribió sobre todo esto en esta carta (la llamada Carta VII):

"Antes, cuando yo era joven, sentí lo mismo que les pasa a otros muchos: tenía la idea de dedicarme a la política tan pronto como fuera dueño de mis actos. Entonces se produjo una revolución; al frente de este cambio político se establecieron como jefes cincuenta y un hombres. Ocurría que algunos de ellos eran parientes míos y me invitaron a colaborar en trabajos que, según ellos, me interesaban. Lo que me ocurrió no es de extrañar, dada mi juventud: yo creí que iba a gobernar la ciudad sacándola de un régimen injusto para llevarla a un sistema justo, de modo que puse una enorme atención en ver lo que podía conseguir. En realidad, lo que vi es que en poco tiempo hicieron parecer de oro al antiguo régimen; entre otras cosas enviaron a mi querido y viejo amigo Sócrates, de quien no pondría ningún reparo en afirmar que fue el hombre más justo de su época, para que, acompañado de otras personas, detuviera a un ciudadano y lo condujera violentamente a la ejecución. Pero Sócrates no obedeció y se arriesgó a toda clase de peligros antes que colaborar en sus iniquidades. Viendo, pues, todas estas cosas, me indigné y me abstuve de las vergüenzas de aquella época.
Poco tiempo después cayó el régimen de los Treinta, y otra vez me arrastró el deseo de dedicarme a la política. Pero la casualidad quiso que algunos de los que ocupaban el poder hicieran comparecer ante el tribunal a nuestro amigo Sócrates y presentaran ante él la acusación más inicua y más inmerecida. Al observar yo todas estas cosas, cuanto más atentamente lo observaba más difícil me parecía administrar bien los asuntos públicos. Entonces me vi obligado a reconocer, en alabanza de la filosofía verdadera, que sólo a partir de ella es posible distinguir lo que es justo, tanto en la vida pública como en la privada"
.[Platón. Carta VII. Extractos]



¿Qué pensáis de todo esto? ¿Creéis que es necesario pensar sobre lo que es lo justo antes de actuar en política? ¿Crees que es así, investigando sobre lo que es justo, como se llega habitualmente a la política?...






Aquí, la presentación de clase: