jueves, 29 de noviembre de 2012

Qué son las cosas, según Aristóteles.



  Aristóteles fue un buen alumno de Platón pero, como todo buen alumno filósofo, no estuvo de acuerdo con las teorías de su maestro y se empeño en elaborar sus propias explicaciones. Platón es amigo mío, decía, pero más amiga mía es la verdad…

Aristóteles no aceptaba la teoría platónica de las Ideas porque ésta (amén de algunos problemas lógicos) suponía negar la existencia plena del mundo sensible. Esto resultaba demasiado chocante para ese apasionado científico de la naturaleza que fue Aristóteles. ¿Cómo negar que este mundo visible y cambiante sea verdadero? Aristóteles era un hombre con sentido común. El problema es que, además, era…filósofo.

Si como científico Aristóteles observaba y describía la naturaleza, como filósofo quería descubrir los elementos últimos o fundamentales (la “arché”) de la realidad. Y como suelen hacer los filósofos, antes de construir su teoría, le dio un “repaso” a las teorías anteriores.

Según algunos filósofos, como los milesios, la realidad es una única materia originaria (el agua de Tales, el aire según Anaxímenes, etc.) que va adoptando distintas formas o configuraciones. Curiosamente, esta teoría –que podemos llamar “materialismo”— se parece mucho a la de los científicos actuales (para los que todas las cosas son una transformación de la energía primordial). Ahora bien. Si las cosas son distintas formas de una única materia, ésta ha de ser originariamente informe. ¿Y cómo surge la forma a partir de lo informe? ¿O cómo, a partir de algo que es único surge lo múltiple? Esto parece lógicamente imposible. Además, si la materia está continuamente cambiando resulta difícil pensar que exista nada estable (como son los objetos). El materialismo, pues, no explica adecuadamente el mundo.

En el otro extremo (sigue razonando Aristóteles) están los filósofos que, como Platón y otros (Parménides, los pitagóricos), afirman que la realidad consiste en formas (ideas) estáticas e incorpóreas, sin espacio ni tiempo. Esto tampoco es válido, pues, como dijimos, en lugar de explicar el mundo que vemos, lo niega como una ilusión (y afirma que la realidad es un extraño mundo ideal que no vemos). ¿Entonces?
En esto, como en otros asuntos, Aristóteles afirma que la verdad está en el término medio. El mundo no es ni pura materia (pues entonces carecería de forma, sería un caos informe), ni pura forma (pues entonces carecería de corporalidad y movimiento, lo cual no concuerda con nuestra experiencia), sino una mezcla o unión de materia y de forma. Aristóteles es, por tanto, un filósofo dualista. Piensa que la realidad solo puede explicarse suponiendo que hay dos “elementos” fundamentales, y relativamente independientes, interactuando entre sí.

Más concretamente, la realidad consta, según Aristóteles, de substancias. Cada substancia es una unión inseparable de dos elementos o aspectos: la materia y la forma (a esta teoría se le llama “hilemorfismo”, de “hyle”, en griego “materia”, y “morphe”, que significa “forma”). La forma es el aspecto estructural de cada cosa, lo que permite definirla como tal o cual cosa. Es, por así decir, el conjunto de propiedades que definen a una cosa. Por ejemplo, un caballo es aquello que posee la estructura orgánica que corresponde a los mamíferos, cuadrúpedos, herbívoros, etc. La materia, en cambio, es como el substrato o “relleno” en que se implementa la forma. En el caballo sería la materia orgánica en general (los tejidos, la “carne” del caballo). En términos gramaticales, la forma son los predicados que atribuimos al sujeto (en este caso, al sujeto que es tal o cual caballo), y la materia el sujeto de tales predicados (aquello de lo que decimos que es mamífero, cuadrúpedo, etc.). 

En rigor, materia y forma son inseparables. Solo podemos separarlas artificialmente, mediante el pensamiento. Cuando pensamos por separado la forma (las propiedades) obtenemos los conceptos, que son realidades abstractas construidas por la mente (¡Y no cosas reales e independientes de las cosas, como creía Platón que eran sus Ideas!). A los conceptos los llama a veces Aristóteles “substancias segundas” (son reales, pero de una realidad de segundo orden, y dependientes de la mente). 


Cuando pensamos por separado la materia llegamos al concepto de “materia prima” (una supuesta materia sin forma alguna), pero esto no es ninguna cosa real, pues nada puede ser nada sin forma (es solo un “concepto límite”, sin significado real).

En las substancias, el aspecto material es el más visible (aunque nunca sin forma) y el aspecto formal el más pensable o definible (aunque cuando lo separamos de la materia nos recluimos en un mundo abstracto y dejamos de pensar en las cosas verdaderamente reales). Así pues, igual que las cosas o substancias son una unión inseparable de materia y forma, el conocimiento más verdadero es una síntesis entre la experiencia sensible y el pensamiento racional. Como veis, casi ningún científico actual podría estar en desacuerdo con Aristóteles.

Ahora bien. Aunque todo (o casi) está hecho de materia y forma, la forma es siempre más fundamental que la materia. La forma es la causa de que las cosas sean lo que son (la materia, en último término, es lo mismo siempre), y lo que permite conocerlas y definirlas como tales (definir algo es decir sus propiedades, describir su estructura). Además, como veremos, es la parte más “activa” de las cosas (la materia es lo más pasivo, se limita a “recibir” la forma). 

En función de esta mayor importancia de la forma, Aristóteles clasifica las substancias (de menor a mayor grado de “ser”) en su cosmología. Las substancias “sublunares” (las que forman la Tierra y su atmósfera) son las más “cargadas” de materia y, por tanto, las más indeterminadas y pasivas, las más irracionales. Se dividen a su vez en substancias debidas al azar (sin causa conocida), artificiales (tienen la causa de su actividad o movimiento fuera de sí mismas) y naturales (tienen la causa de su movimiento en sí mismas). Entre estas últimas están las substancias inertes, las plantas, los animales y los seres humanos, cuya forma (el alma inteligible) es la más activa de todas las del mundo sublunar. Por encima del mundo sublunar (en el resto del “espacio”) están las substancias celestes, que son los astros (estrellas, planetas), que son casi pura forma (con una materia muy sutil, a la que se llamó “éter” o “quinto elemento”). Y por encima de todo (fuera del cosmos) está la substancia divina, que es pura forma (sin materia) y pura actividad.


Podéis ver también esta entrada sobre Aristóteles, o profundizar en el tema de la materia y la forma, o en el del dualismo filosófico en general.

martes, 20 de noviembre de 2012

La Constitución de Platón


Platón no redactó ninguna Constitución, ¡ojo! Pero caso de haberle hecho caso algún redactor de constituciones la cosa hubiera sido, quizá, de este estilo:

CONSTITUCIÓN DE LA NUEVA CIUDAD DE PLATONEA.
Año 1 de la Era de la Justicia y la Sabiduría.
Comité de Filósofos fundadores presidido por Platón.
Secretario: Dión de Siracusa.  



I. DE LOS FINES Y LA ESTRUCTURA DEL ESTADO JUSTO.
  
  1. El fin de la política es el bien y la felicidad de todos los ciudadanos. El Estado justo es aquel que hace posible este objetivo.  
  1. El Estado es un reflejo del estado del alma de los ciudadanos, y a viceversa, el alma de los ciudadanos es un reflejo del Estado en el que viven. Un Estado justo es a la vez hijo y padre de ciudadanos justos. 
  1. Al igual que en el alma hay tres partes: la razón, la voluntad y las pasiones, en todo Estado hay tres partes o grupos principales: los gobernantes, los guardianes o guerreros, y los productores (agricultores, artesanos…).

II. DE LA JUSTICIA EN EL ESTADO Y LA FUNCIÓN DE CADA UNA DE SUS PARTES.

  1. La justicia o armonía del Estado es análoga a la justicia o armonía en el alma. Consiste en que cada parte de ese Estado se entregue virtuosamente a su función más propia. Los gobernantes a legislar y gobernar, los guardianes a defender al Estado de las agresiones externas o internas, y los productores a producir los bienes materiales necesarios para todos.

  1. Los gobernantes han de ser respecto a la sociedad, como la razón es respecto al alma: su parte racional. Su virtud es la sabiduría. Un Estado Justo es aquel en el que gobiernan los más sabios o filósofos. Solo los que conocen lo que es el Bien y la Justicia en sí mismos (la Idea de Bien) pueden legislar, gobernar y juzgar justamente.

  1. Los guardianes han de ser respecto a la sociedad, como la voluntad es respecto al alma: su parte irascible. Su virtud es el valor y la obediencia a los gobernantes. Un Estado Justo es aquel cuyos guerreros son los más valientes y disciplinados, valor y disciplina que nacen de su educación y de la convicción de que las leyes que defienden son las más sabias.


  1. Los productores han de ser respecto a la sociedad, como la pasión es respecto al alma: su parte concupiscible. Su virtud es la moderación. Un Estado Justo es aquel cuyos productores moderan su afán por el lucro y el disfrute de los bienes materiales (que producen y con los que comercian). Su moderación es fruto de la educación recibida y, por ello, aunque viven para los placeres, evitan los excesos y los goces más perjudiciales.




III.  SOBRE LA EDUCACIÓN Y LA PERTENENCIA DE LOS CIUDADANOS A UNA U OTRA CLASE.


  1. Los ciudadanos serán adscritos a una parte u otra del Estado (productores, guardianes o gobernantes) en función de sus méritos, y no de su nacimiento o condición social. Esto es: según sus cualidades naturales y su aptitud para el aprendizaje.

  1. Todos los ciudadanos (varones o hembras) serán igualmente educados, hasta la edad de 20 años, en la gimnasia, la música (solo aquella que fortalezca la moderación y el valor), la poesía y los mitos (solo aquellos que sean más verdaderos), y algunos otros saberes prácticos. Esta educación se hará sin forzarlos, a través del juego y el diálogo. Los que tengan menos capacidad y afán por el conocimiento dejarán los estudios y serán integrados en el grupo de los productores.

  1. Los ciudadanos con más competencia intelectual iniciarán un segundo ciclo de estudios en el que, durante 10 años, aprenderán matemáticas y otras ciencias. Aquellos que no demuestren capacidad para completar este ciclo serán integrados en el grupo de los guardianes.

  1. Los ciudadanos con mayor capacidad y vocación por el estudio, proseguirán su educación científica y añadirán a esta, durante 5 años más, la formación dialéctica o filosófica, investigando las Ideas en sí mismas, especialmente la Idea de Bien.  A estos estudios (que ya no abandonarán en toda la vida) seguirán 15 años de prácticas en distintos cargos de la administración del Estado. Estos ciudadanos, una vez completamente educados, serán obligados a gobernar, por turnos, el Estado.


IV.   SOBRE LA FORMA DE VIDA DE LOS PRODUCTORES, GUARDIANES Y GOBERNANTES.

  1. Solo los productores tendrán derecho a la propiedad de sus bienes y a tener familia. Los guardianes y gobernantes no poseerán nada propio ni vivirán en familia, sino todos juntos, compartiendo bienes, mujeres e hijos. Vivirán de forma austera, con lo necesario. Dado que, por su naturaleza y educación darán más valor al honor y al conocimiento que a los bienes y placeres materiales, tal género de vida no supondrá un perjuicio para ellos, sino un privilegio.

  1. Los más sabios (los que culminan el proceso educativo) serán obligados a gobernar por riguroso turno, aunque se resistan a abandonar sus estudios. Deberán pagar así la deuda contraída con la sociedad que hizo posible su educación.


V. SOBRE CÓMO EVITAR LA DEGENERACIÓN DEL ESTADO.


  1. Un Estado degenera cuando sus partes no ejercen virtuosamente la función que les corresponde, especialmente cuando gobierna quienes no son competentes para ello. Los Estados degenerados son, por orden de menos a más (degenerado), los siguientes:

(a) Timocracia. Gobiernan los guardianes o guerreros, cuya virtud es el valor, la disciplina y el honor (como en Esparta, la potencia rival de Atenas). Pero el valor sin sabiduría es ciego, no sabe a qué hay que aplicarse, y acaba aplicándose a sí mismo (el valor por el valor, el poder por el poder), o a fines innobles (la fama que da la victoria, la riqueza arrebatada a los enemigos…). Así, los gobernantes-guardianes acaban volviéndose codiciosos y amantes del lujo y la riqueza. Esto conduce a la oligarquía.


(b) Oligarquía. Gobiernan los ricos, cuyo principal objetivo es mantener o aumentar su patrimonio. Nace de la degeneración de la timocracia. Este Estado tiene dos grandes defectos: la desunión entre ricos y pobres, y la falta de moderación en el afán por la riqueza y los placeres que esta procura. En el Estado oligárquico todos acaban queriendo ser ricos, y vivir con el mismo lujo y libertinaje con que viven los gobernantes. Esto conduce a la democracia.


(c) Democracia. Gobierna la mayoría (es decir, los productores, el pueblo). Nace de la degeneración de la oligarquía. La virtud de los productores debería ser la moderación, pero el pueblo no es sabio y no puede moderarse a sí mismo. Así que funda su propio Estado en el exceso de libertad y de igualdad. Por la creencia en una igualdad excesiva nadie aprende nada (se cree que nadie es mejor que nadie) y se cae en el relativismo (cada uno cree tener su propia idea sobre lo bueno). La libertad, para el ignorante, es (como para los niños) hacer lo que se le antoje. Relativismo y libertinaje conducen a una lucha desenfrenada por los placeres y la riqueza (Es obvio que Platón se refiere aquí a la Atenas de su tiempo). Cuando el desorden se vuelve imposible de soportar se recurre a la tiranía.

(d) Tiranía. Gobierna un solo hombre ignorante y violento. Nace de la degeneración de la democracia y es el peor de los Estados. No hay ninguna virtud. El tirano llega al gobierno, y se mantiene en él mediante la violencia y el engaño (haciendo creer que va a beneficiar a todos, cuando solo busca su propio beneficio).




domingo, 18 de noviembre de 2012

Instrucciones (platónicas) para ser bueno y feliz.

1. Conócete y sé tú mismo. Nadie puede ser bueno ni feliz intentando ser lo que no es. Busca y cultiva tu propia identidad. Vive de acuerdo con lo que eres.

2. Sé tú mismo lo mejor o más virtuosamente posible. Nadie puede ser bueno ni feliz siendo menos de lo que puede ser. Busca ser un ser humano virtuoso del mismo modo que un músico busca ser un músico virtuoso, o un zapatero busca ser un zapatero virtuoso: haciendo lo que eres y te define (como ser humano) con la mayor competencia con la que seas capaz.


3. Vive de acuerdo a la razón. Piensa en lo que eres y te darás cuenta que “estás” en el alma, no en el cuerpo. Y que, en el alma, estás en ese “tú” que piensa y razona. Eres un ser racional, así que compórtate como tal.

4. Ama la sabiduría sobre todas las cosas. El amor te hace uno con lo que amas. El que ama la sabiduría y descubre la Unidad y Perfección de todas las cosas, se hace Uno con la Realidad, y también uno y bueno consigo mismo y con todos los demás.


La virtud o excelencia del alma racional es la sabiduría. Solo el que sabe qué es bueno, puede ser bueno. No hagas caso de los sofistas que dicen que es imposible saberlo (acuérdate de cómo se engañan y contradicen…). La ética es una ciencia.

5. Convierte tu sabiduría en valor. Que la fuerza y el valor de tu voluntad no radique en el deseo de reconocimiento o riqueza, ni en el miedo al castigo, sino en la razón de lo que has de realizar. Comprender es querer.

La virtud o excelencia del alma irascible (la voluntad) es el valor que nace de comprender racionalmente lo necesario que es afrontar o hacer lo que has de hacer.


6. Modera tus pasiones. Reduce tus necesidades y prefiere aquellas pasiones y placeres cuya ausencia o exceso no suponga dolor. Serás más feliz si tus placeres son la música o la amistad, en lugar de la embriaguez de alguna droga o la pasión por algún cuerpo.


La virtud o excelencia del alma concupiscible (la pasión) es la moderación o templanza, que provienen de la comprensión del dolor que va asociado a todo placer o pasión inmoderada, y del valor de la voluntad (movida por la razón) para rechazarlos.

7. Cultiva la armonía en el alma. Como si tu alma fuera un maravilloso instrumento musical en el que la razón fuera la nota dominante y el resto de las cuerdas (la voluntad, la pasión...) se armonizaran con ella formando un sublime acorde.

O como si tu alma fuera un carro conducido por caballos distintos (la voluntad, la pasión...), pero con un auriga experto que supiera mantenerlo equilibrado y bello en su carrera al cielo. La armonía o justicia en el alma es la mayor virtud y felicidad a la que podemos aspirar los seres humanos.

8. No juzgues con severidad a los cobardes o inmoderados, ni en general a los “malos” o “injustos”. Recuerda que su injusticia es fruto de ignorancia, y que ninguno de ellos actúa con maldad, sino con una bondad mal concebida. En lugar de castigarles, enséñales.

En aquellos en que predomina el alma irascible, la voluntad se entrega, por falta de entendimiento, a la fuerza sin motivo, la conquista y la ambición de honores y riquezas. Todavía es peor el caso de aquellos, aún más ignorantes, en que predomina el alma concupiscible: el vida de estos desdichados es arrastrada por la pasión hacia el consumo constante de placeres cada vez más costosos y alienantes...



miércoles, 14 de noviembre de 2012

Test sobre ética platónica


Poned a prueba vuestra sabiduría y conocimientos de Platón. Elige primero, de cada cuestión, la opción que te parece a ti más verdadera. Y luego, por lo que conoces, imaginas o intuyes del pensamiento ético de Platón, ponte sus barbas e intenta adivinar las opciones que escogería él. (Las soluciones al final).


  1. ¿SE PUEDE SER BUENO SIN SABER LO QUE ES BUENO?
  1. Imposible. Igual que nadie puede ser zapatero sin saber qué es un zapato. Solo se puede ser bueno en la medida en que se conoce la Idea de Bien (el ideal de perfección).
  2. Hay que conocer ciertas normas, pero ser bueno no consiste solo en conocer esas normas, sino en cumplirlas, y para eso lo que hace falta es fuerza de voluntad. Ser bueno es esforzarse por hacer lo que se debe.
  3. Pues sí. Se puede ser bueno por instinto, o por tener buen corazón, como los niños o los inocentes. O simplemente haciendo, cada uno, lo que le gusta o le hace feliz, y esto no tiene que ver con saber mucho, sino con sentir (placer, felicidad…). De hecho muchos intelectuales parecen unos amargados, eso no puede ser bueno.

  1. ¿SE PUEDE ENSEÑAR A SER BUENO? (¿ES LA ÉTICA UNA CIENCIA?).
  1. Claro que sí. Lo bueno ha de poder conocerse y explicarse. Es decir, lo bueno tiene que ser algo “lógico”, objetivo. Si lo bueno fuera subjetivo, según cada uno, la misma cosa sería igualmente buena (para unos) y mala (para otros), y esto no es lógico, y lo ilógico no se puede comprender o saber. Y si no puedes saber qué es bueno, no puedes ser bueno…
  2. Se puede enseñar qué es bueno (las normas morales), pero enseñar a ser bueno no es tan fácil, pues eso depende del carácter, de la fuerza de voluntad. Y todo esto no hay ciencia que lo enseñe, tiene que salir de uno mismo, como una fuerza o sentimiento del deber.
  3. No se puede enseñar lo que es subjetivo. Se puede enseñar matemáticas, lengua, etc. Pero no a ser buenos, pues lo bueno y lo malo es lo que a cada uno le gusta o le conviene, y sobre eso cada uno es su propio maestro y legislador.

  1. Y BUENO, ¿QUÉ ES LO BUENO O VIRTUOSO (EN GENERAL)?
  1. Lo bueno para una cosa es ser ella misma lo mejor posible, ser o vivir de acuerdo con su verdadera naturaleza, haciendo lo que le es propio lo mejor posible. Cuando esto ocurre decimos (los griegos decían) que esa cosa ha logrado su virtud o excelencia (areté, en griego). Un animal excelente es aquel que crece y se reproduce todo lo posible. Un violinista virtuoso es aquél que ha logrado cierta perfección como violinista. Etc.
  2. Lo bueno es una virtud solo accesible a los seres humanos, y consiste en poder actuar libremente, por principios morales estipulados por uno mismo, aunque sean opuestos a las inclinaciones naturales.
  3. Lo bueno es, en efecto, vivir de acuerdo con lo que uno es. Aunque esto, más que “bueno” es, simplemente lo “natural”. La “virtud” es satisfacer tus necesidades e inclinaciones naturales. Esto no es desarrollar ninguna excelencia, es simplemente vivir buscando lo que necesitas y te satisface.

  1. ¿QUÉ ES UNO MISMO? (Y, POR TANTO, EN QUÉ CONSISTE SER UNO MISMO LO MEJOR O MÁS VIRTUOSAMENTE POSIBLE)
  1. Uno mismo es una persona, es su alma o mente (no su cuerpo). Y en cuanto al alma, uno mismo es su conciencia y su razón (el alma racional). Somos seres racionales, así que, ser uno mismo (realizarse como persona) consiste en desarrollar nuestra naturaleza racional, vivir de acuerdo a la razón.
  2. Uno mismo es una persona, un compuesto de alma (ideales) y cuerpo (naturaleza). Lo más importante es el alma y, en ella, la razón y la voluntad. Ser uno mismo consiste en imponer voluntaria y libremente la razón (los ideales o normas universales) sobre la pasión (las tendencias naturales y particulares del cuerpo); el deber sobre el placer.
  3. Uno mismo es un animal (complejo, pero animal), con cuerpo y mente (o cerebro). Y en cuanto a la mente, somos seres emotivos, pasionales. Ser uno mismo es buscar la satisfacción placentera de nuestras necesidades y deseos naturales y particulares, es decir, sentirnos bien. Dado que somos animales complejos y diferentes culturalmente unos de otros, esas necesidades y deseos son muy variables (ser uno mismo puede ser relativamente diferente en cada cultura y época, o incluso para cada etapa de nuestra vida). 

  1. ¿EN QUÉ CONSISTE “VIVIR DE ACUERDO A LA RAZÓN”?
  1. Unificar o armonizar todo lo que somos (pasión, voluntad…) bajo la guía de la razón. Esta armonía racional (o “justicia en el alma”, dikaosyne, en griego) es la mayor virtud o bondad a la que podemos aspirar los seres humanos, y depende de que el alma racional conozca lo que es el Bien (la idea de Bien) y se haga sabia. La virtud o excelencia de la parte racional del alma es la sabiduría (phronesis, en griego).
  2. Querer vivir según la razón, aunque esto nunca sea posible (al menos en este mundo, en el que los ideales se contraponen a la naturaleza). Tener siempre la voluntad de ser racionales.
  3. Utilizar la razón como un instrumento para lograr satisfacer, con el mínimo coste, nuestros deseos.   
    
  1. ¿QUÉ RELACIÓN DEBE HABER ENTRE LA RAZÓN Y LA PASIÓN?
  1. Las pasiones son buenas (se desarrollan virtuosamente) si son moderadas o dominadas por la razón. Es decir, si comprendemos que es más racional preferir ciertos placeres a otros: los placeres no ligados a necesidades (tal como los placeres espirituales: la música, el arte…, cuya ausencia no genera dolor) a los placeres ligados a necesidades o instintos muy fuertes (la pasión sexual, por ejemplo, tan ligada al dolor), que son un “barril con agujeros”, nunca se llena, siempre queremos más y más (como cuando nos rascamos una herida), hasta hacernos daño. La virtud o excelencia del alma pasional (o concupiscible) es, así, la moderación o templanza (sophrosyne, en griego): tener pocas necesidades y preferir placeres sin dolor.
  2. Pasión y razón se oponen sin remedio en nosotros mismos (al menos en este mundo, en el que somos seres con alma y cuerpo). No podemos conciliar cosas tan contrarias. Lo único que cabe es querer, es decir, tener la voluntad, siempre, de vivir de acuerdo a ideales racionales.
  3. La razón tiene valor en cuanto sirve a la pasión. Lo bueno es lo que deseamos (aquello a que nos mueve la pasión). Y la razón participa de esa bondad en cuanto es un instrumento útil para lograr lo que deseamos, justificarlo, etc.

  1. ¿QUÉ RELACIÓN DEBE HABER ENTRE LA RAZÓN Y LA VOLUNTAD?
  1. La voluntad es buena en cuanto quiere, sin titubeos, valerosa y enérgicamente, lo que lo que la razón juzga como bueno y querible, oponiéndose y venciendo, si es necesario, a los deseos pasionales. Una buena voluntad no actúa así de valerosamente por miedo al dolor (castigos, amenazas), esto sería como “ser valiente por cobardía” (y estar dominada, en el fondo, por las pasiones), sino porque comprendemos racionalmente la necesidad de lo que hemos de hacer. La virtud o excelencia del alma volitiva (o irascible) es, así, el valor (andreia, en griego) que nace de comprender racionalmente lo necesario que es afrontar o hacer algo. Comprender es querer.
  2. La voluntad es buena en cuanto quiere lo que la razón juzga como bueno, aunque no pueda imponerse a los deseos pasionales (somos contradicción, lucha constante). Comprender racionalmente que algo es bueno no equivale a quererlo (uno puede querer lo contrario, lo que la pasión desea). Por eso la virtud o valor de la voluntad es lograr querer (quererlo al menos) lo que la razón indica. Comprender no es siempre querer.
  3. La voluntad es buena en cuanto expresión de los deseos y pasiones, es decir, en cuanto quiere lo que nuestro corazón ha decidido querer (lo que nuestras emociones dictaminan como deseable).

  1. ¿CUÁL ES EL MODELO DE HOMBRE BUENO?
  1. El sabio o, mejor, el buscador de la sabiduría (el filósofo). Solo él puede comprender qué es lo bueno y, por tanto, serlo, aplicando la razón a todo lo que hace, desea, quiere…
  2. El hombre voluntarioso y esforzado, que lucha por querer siempre lo que la razón le dicta, en oposición a sus invencibles pasiones.
  3. El hombre pasional e inteligente, que logra satisfacer sus gustos y deseos.



  1. ¿QUÉ HOMBRES SON, EN GENERAL, MALOS?
  1. No hay, estrictamente hablando, hombres “malos” (que quieran ser malos). Sino hombres ignorantes o poco sabios. Como han desarrollado poco su alma racional, se dejan arrastrar por las pasiones, sin prever el dolor que se avecina (son los intemperantes o inmoderados); y son incapaces de imponer la voluntad sobre las pasiones o la utilizan para lograr cosas poco valiosas en si mismas, como posesiones materiales, conquistas, prestigio (son los ambiciosos), pues no entienden aún lo que ellos mismos son (ni, por tanto, lo que verdaderamente les conviene ser y hacer).
  2. Malo es el que tiene mala voluntad, es decir, el que comprendiendo que lo racional es hacer X, quiere hacer lo contrario, movido por pasiones e intereses emotivos y pasionales.
  3. Malo es el que contraviene su naturaleza pasional, reprimiendo con la voluntad sus deseos y necesidades naturales, e incluso haciendo caso de creencias falsas acerca de la naturaleza espiritual y puramente racional del hombre.

  1. ¿EN QUÉ CONSISTE SER FELIZ?
  1. Solo el hombre bueno, el que actúa siendo lo que es, realizando y desarrollando su naturaleza, puede ser plenamente feliz (nadie es feliz siendo lo que no es, o siéndolo peor de lo que lo puede ser). Ahora bien, como el ser humano es, ante todo, un ser racional, ser feliz equivale a ser sabio, vivir de acuerdo a la razón. Una prueba es que todo aquel que ha alcanzado una vida de gran actividad intelectual, pasando, primero, por una vida más ignorante (probando los placeres de ambas), no quiere ya volver a ser ignorante (el que ya sabe muchas matemáticas o tocar la batería no querrá volver a vivir en la “felicidad” de aprender a multiplicar o de tocar simplemente un bombo).
  2. El hombre bueno no siempre es feliz. De hecho, a menudo tiene que elegir entre placer y deber, es decir, entre la felicidad que le reportan los placeres pasionales y la dignidad que supone seguir sus principios racionales. La razón no puede proporcionar una felicidad plena, al menos en este mundo, porque no todo en él (ni en nuestra vida) es racional.
  3. El hombre bueno, que es el que satisface lo más plenamente posible sus deseos, ha de ser feliz. Pues la felicidad consiste, no en realizar de forma armónica tu naturaleza o algo así, sino, sencillamente, en disfrutar de emociones placenteras (la felicidad es ese estado de bienestar emotivo en que tales emociones o placeres proliferan).

SOLUCIONES (¿SOLUCIONES?)

Si has escogido todo A, eres un platónico consumado, es decir, un "intelectualista moral".
Si has escogido todo B, eres un "voluntarista moral" (como Kant, y otros filósofos que veremos).
Si has escogido todo C, eres un "emotivista moral" (con un poco de "naturalismo moral", como los empiristas y otros filósofos que veremos). 
Si has escogido una mezcla, eres una mezcla (seguramente explosiva). Mira a ver cuál es el ingrediente principal (A, B, o C).
Si te apetece (o quieres, o te convence) dar otras respuestas, a una o todas las cuestiones, o necesitas alguna aclaración, ahí tienes los botones para comentar...

martes, 13 de noviembre de 2012

Sentido común, Ciencia y Filosofía.




La gente común, tanto en la época de Platón como ahora, cree que el mundo se conoce a través de la experiencia sensible. A esta creencia se le puede llamar “realismo ingenuo”, pues se cree ingenuamente (con poca o ninguna reflexión) que la realidad equivale al mundo físico que se nos aparece ante lo sentidos. Estas personas viven, según Platón, en una caverna que simboliza la ignorancia, la oscuridad, la incapacidad para ver más allá. Unos, como niños, viven en un mundo imaginario, puramente mítico: son los cavernícolas que están en el fondo de la caverna, atados (por sus prejuicios) de manera tal que solo pueden ver las imágenes (eikasía) de los objetos físicos. Otros logran volverse y descubrir los propios objetos físicos, pero se estancan ahí, en la creencia ingenua (pistis) de que el mundo son las cosas que podemos ver y tocar. Es lo que también podríamos llamar "sentido común".

Y, por cierto: ¿Qué hay de malo en creer que el mundo son las cosas que vemos y tocamos? Nada, si no lo pensamos. Lo que ocurre es que los seres humanos no podemos dejar de pensar: somos así.

Pensemos en cómo conocemos las cosas. Cuando creemos ver un gato, ¿qué vemos? Realmente no más que un montón de “manchas” de luz moviéndose ante nosotros. Pasa que, desde pequeños, nos han enseñado a identificar ese montón de manchas móviles como algo unitario y constante: un gato. Es decir, nos han enseñado a relacionar esas manchas con el concepto de “gato”. Sin el concepto de gato no veríamos gatos (sino, a lo sumo, manchas en movimiento). Ahora bien: ¿de dónde ha salido ese concepto? Algunos piensan que del gato que se ve. Pero esto es imposible pues, como acabamos de decir, no se puede ver ningún gato sin tener previamente el concepto de gato. Además, esas manchas son muchas, diferentes, móviles, por lo que carecen de la unidad, identidad y permanencia del concepto (justamente, lo que hace el concepto es unificar y dar permanencia a las manchas o impresiones visibles). 

Tampoco parece lógico afirmar que el concepto de gato sea una abstracción o generalización mental fruto de haber visto muchos “conjuntos de manchas con parecida forma (gatuna)”, pues, como acabamos de decir, en las impresiones visibles no hay unidad (conjunción), ni nada permanece igual (por lo que no puede haber rasgos iguales en las manchas, de manera que sean “parecidas”), ni nada que pueda ser “gatuno” si antes no contamos con el concepto de “gato”. Finalmente, tampoco puede ser que dicho concepto sea una pura invención de nuestra mente, pues ¿de dónde lo habría sacado la mente? Además, ¿qué es nuestra mente sino un montón de pensamientos sucediéndose en el tiempo? La unidad y permanencia del concepto no puede ser creación de algo tan disperso y cambiante… La única solución que queda, afirma el platonismo, es asumir que el concepto remite a realidades que no son ni físicas ni mentales, sino ideales. Un concepto (de gato o de lo que sea) es una Idea (o, mejor, una Idea tal como se aparece –más o menos imperfectamente— en nuestra mente). Los conceptos “vienen” del mundo de las Ideas. Y el conocimiento, depende, pues, de ellas, de las Ideas. Vemos lo que vemos en función de las Ideas que somos capaces de conocer y convertir en conceptos. Así pues, todo conocimiento es, fundamentalmente, pensamiento, pues las Ideas no se pueden ver, solo se pueden pensar.


Cuando se piensa todo esto, se sale de la caverna (es decir, del “realismo ingenuo"). Se descubre que el conocimiento depende de realidades que están más allá de lo que se puede ver, y que, por tanto, el verdadero conocimiento (episteme) consiste en entender (con la razón) tales Ideas. Sin embargo, también en este nivel de conocimiento racional o intelectual hay grados. El grado inferior lo representa el conocimiento científico (lo que Platón llama diánoia, o matemáticas, entendiendo por matemáticas el conjunto de lo que hoy denominaríamos “ciencias teóricas”). Las ciencias son conocimiento racional, pero no pura ni completamente racional. Las ciencias no son puramente racionales porque presuponen (creen) que las cosas físicas mantienen una existencia independiente de las Ideas (por mucho que no se puedan conocer sin Ideas), con lo que la sensación o la experiencia aún tienen un papel cognoscitivo junto a la razón (por eso las ciencias se conciben como dependientes de la observación y los experimentos). 

Las ciencias no han descubierto que las “manchas de luz” o las propiedades físicas que observamos no solo no pueden ser identificadas como “gatos” o “átomos” sin las Ideas correspondientes, sino que ellas mismas no pueden ser nada (carecen de identidad) sin las Ideas. Ni siquiera una “mancha”, ni la “luz”, ni ningún otro rasgo físico es algo sin la Idea de mancha, de luz, etc. Así, el recién liberado cavernícola que, sin comprender aún todo esto, comienza a conocer las Ideas, las reconoce primero (dice el mito) “reflejadas en el agua y en otras cosas”, esto es: proyectadas en las cosas físicas en las que aún cree (y a las que cree explicar mediante esa proyección o aplicación de conceptos). Todavía no está preparado para comprender que no hay otra cosa más que Ideas (sin reflejos ni sombras). 

De otro lado, las ciencias no son completamente racionales porque, aunque utilizan Ideas para explicar las supuestas cosas físicas, estas Ideas que utilizan (sus definiciones, leyes, teoremas…) se apoyan en hipótesis o axiomas racionalmente indemostrables por esa ciencia. En otras palabras: las Ideas fundamentales de la ciencia (sus suposiciones acerca del mundo, sus conceptos fundamentales, sus ideas acerca del método con que han de conocerse las cosas, etc.) carecen de fundamentación científica.

El conocimiento racional superior es lo Platón llama “dialéctica” o “nóesis” (y se correspondería con la filosofía, según la concibe Platón). El que alcanza este nivel último ya sabe que no hay más realidad que las Ideas y que, por tanto, el verdadero conocimiento ha de ser puramente racional. El dialéctico parte de las Ideas fundamentales de la ciencia tomándolas como lo que son, hipótesis (no principios axiomáticos, el filósofo no acepta axiomas), para comprobar si admiten alguna demostración deduciéndolas de Ideas más fundamentales aún y ya demostradas. 
El conocimiento dialéctico busca deducir racionalmente todas las Ideas a partir de unas pocas, cuantas menos mejor. Y, finalmente, deducir estas pocas de una sola y única Idea suprema que sea, además, absolutamente racional (imposible de poner en duda). Esta Idea suprema es la Idea de Bien.

 ¿Qué representa la Idea de Bien? Platón dice que conocerla y explicarla es enormemente difícil. La compara más de una vez con el sol, en cuanto éste parece causa del ser y condición del conocimiento de las cosas (sin su luz no podríamos verlas). ¿Qué significa esto? La Idea de Bien es la Idea de todas las Ideas, la Forma de todas las Formas. Es decir: lo que todas las Ideas tienen en común: la perfección (todas las Ideas son el modelo perfecto de algo), la unidad (todas las Ideas son el aspecto unitario o común del algo), la identidad o ser (todas las Ideas representan la identidad o ser de alguna cosa), etc.  La Idea de Bien es, así, la Perfección, la Unidad, la Identidad absolutas (de la que participan en cuanto perfectas, unitarias, idénticas… las demás Ideas). Ahora entendemos porque la Idea de Bien es la causa del ser de todas las cosas: de las Ideas en cuanto éstas participan de la Identidad absoluta (por eso son Ideas), y de las cosas físicas en cuanto estás participan de la identidad que les prestan las Ideas (por eso son la cosa o imagen que son). Y también entendemos ahora porque la Idea de Bien es la condición del conocimiento de todas las Ideas y cosas. Conocer es identificar, unir lo múltiple bajo una unidad mayor: la multiplicidad de las imágenes (los reflejos, las reproducciones de un caballo) bajo la unidad de la cosa física de la que son imágenes (el caballo físico), la multiplicidad de las cosas físicas (los caballos físicos, las partes y momentos de cada caballo físico) bajo la unidad de la Idea (la Idea de caballo), la multiplicidad de las Ideas (la Idea de caballo, la de gato, etc.) bajo Ideas aún más unitarias (la Idea de mamífero, la de evolución, etc.), y todas las Ideas bajo la unidad de la Idea de Unidad, de Perfección… 
Sin la Idea de Unidad en sí misma nada sería unitario e idéntico (nada sería) y nada sería identificado (nada sería conocido). El principio de Identidad es la causa fundamental del ser y del conocer.

Ahora bien, si la Idea de Bien es lo que da el ser a todo y lo que permite conocerlo todo, ¿cómo conocerla a ella misma? No se puede: conocerla sería identificarla o unificarla bajo otra Idea mayor. Pero no hay otra Idea mayor y más unitaria y perfecta que la propia Idea de Unidad y Perfección. La Idea de las Ideas no “cabe” bajo ninguna otra Idea, no puede ser pensada, ni expresada (pensarla o expresarla sería suponerla como parte de un pensamiento o una frase, que sería mayor que ella, pero no hay nada por encima de ella). Por eso dice Platón que el conocimiento de la Idea de Bien es… Indescriptible. Es un momento de intuición intelectual supremo, por el que el conocimiento se une de tal modo a la Idea suprema (y a todo lo que se comprende con esa Idea) que desaparecen las diferencias que permiten el pensamiento y la expresión. En ese instante todo se descubre como Uno (ya no hay conocedor y conocido, pensamiento y objeto de pensamiento, expresión y lo expresado en ella, una Idea y otra distinta...). Solo Uno. Nada más se puede conocer ni decir. Pues nada más hay para conocer y decir.   


jueves, 8 de noviembre de 2012

Ver y pensar.


A ver. Ver, por mucho que lo parezca, no es lo mismo que conocer. Conocer es “tomar contacto” con las cosas reales. Pero ver un gato no es conocer o "contactar" con el gato real. ¿Por qué? Porque el gato real es una cosa igual a sí misma, una unidad de partes y momentos gatunos, y eso (la igualdad, la unidad) no está en el mundo que se ve o se imagina: en el mundo visible todo es desigualdad y división. Pero entonces, ¿qué veo cuando veo un gato? No al gato real, sino una imagen suya, fugaz, fragmentaria, diferente de las demás imágenes de ese mismo gato. La imagen no es el gato, sino que solo parece serlo, es… su apariencia. Por eso, el supuesto conocimiento sensible es, en el fondo, un “parece que…”; y también un “me parece a mi que…” (¡La visión o la imaginación son cosas tan subjetivas!). Es decir, es opinión (doxa, en griego), no conocimiento de verdad. Es como un cuento (lleno de imágenes, como los cuentos), y los cuentos no son verdaderos, sino, a lo sumo, verosímiles (similares a lo verdadero), creíbles, pero no demostrables. En suma: el “conocimiento” sensible, cuyo origen es la sensación, solo proporciona apariencia de conocimiento (opiniones), imágenes cambiantes y subjetivas o, menos aún, imágenes de estas imágenes (como cuando me miro en el espejo o como cuando un artista pinta un gato).
A lo primero, a las imágenes que veo y que me parecen objetos o seres físicos les llama Platón creencias (pistis, en griego), a lo segundo, a las imágenes de esas imágenes, le llama imaginaciones, o conjeturas (eikasía, en griego).
Pero esa apariencia de conocimiento que es ver o imaginar no equivale a una completa ignorancia, algo se sabe viendo. O, mejor, algo se recuerda viendo (porque saber es recordar, dice Platón). Pues si vemos gatos o montañas es porque, antes está ya en nosotros el conocimiento de lo que es un gato o una montaña. ¿Podríamos ver o imaginar un gato sin conocer previamente lo que es un gato? No, imposible (dice Platón). Por eso ver o imaginar (un gato, una montaña…) es una forma, defectuosa, indirecta, de conocer (o, mejor, de reconocer o recordar) a los gatos y montañas de verdad, objetivos, iguales a sí mismos… Es decir: a las ideas de gato o de montaña… Las cosas o imágenes (o imágenes de imágenes) que vemos no son totalmente falsas ni inútiles, nos enseñan y hacen recordar aquello de lo que son imágenes. Nos abren la puerta al verdadero conocimiento.


El verdadero conocimiento o ciencia (episteme, en griego) lo es de las cosas reales, de las ideas (no de sus imágenes o apariencias). Las ideas no son visibles (de iguales a sí mismas que son, de unitarias consigo mismas que son…), solo son pensables. Por eso, conocer no es ver, sino pensar, razonar, inteligir… Pensar es... dejarse de imágenes y cuentos. Aunque, a veces, no del todo. Hay un tipo de pensamiento que aún está muy ligado a las cosas o imágenes sensibles. Platón lo llama “diánoia” (razonamiento discursivo). Es aquel en el que se piensa con ideas acerca de las cosas sensibles, usándolas como datos o ejemplos. Además, este tipo de pensamiento parte de hipótesis no pensadas, sino asumidas como creencias o conjeturas (como axiomas), que se suponen verdaderos, sin saber si lo son. Este es el conocimiento propio a las matemáticas (que es como Platón denomina a lo que hoy llamaríamos "ciencias"). El matemático parte de creencias acerca de lo que son los números, los puntos, lo finito y lo infinito, etc., y, partiendo de ahí, empieza a razonar y demostrar sus teoremas (las ideas matemáticas), haciendo uso de imágenes, aunque esquemáticas o abstractas (como las figuras geométricas). El físico, tanto entonces como hoy, hace lo mismo: hace como que sabe lo que es el espacio, el tiempo, el movimiento, etc., y, a partir de ahí, demuestra razonadamente sus leyes. (Hay que añadir que el físico, sobre todo el de nuestros tiempos, además de suponer ciertas creencias como punto de partida, solo se cree del todo sus razonamientos si encuentra por ahí imágenes --datos, hechos-- que “cuadren” con esos razonamientos). 

Al conocimiento puro, sin imágenes, le denomina Platón "inteligencia" (nóesis), o “dialéctica”, y es el que debe corresponder a la filosofía. La dialéctica no consiste en pensar en ideas, a partir de hipótesis, para explicar las cosas o imágenes, sino en pensar en ideas, a partir de ideas fundamentales, para explicar todas las otras ideas. El dialéctico parte de las hipótesis e ideas de la ciencia para descubrir las ideas más fundamentales desde las que cabe comprender a aquellas. La dialéctica o filosofía es un saber de los principios (autoevidentes, innegables para la razón) desde los que todas las demás ideas se comprenden y se unen. 

El momento culminante llega cuando el filósofo comprende la idea más fundamental y unitaria de todas, la idea de Bien. Desde ahí, sin tener que suponer ya ninguna hipótesis, el filósofo tiene una visión intelectual (una especie de intuición) completa, unitaria, eterna, de todo lo real. Es decir: de todas las ideas en el orden que les corresponde. ¡Eso si es, del todo, conocimiento!




miércoles, 7 de noviembre de 2012

El amor platónico

 

Como está más que demostrado, el alma, el ser humano, no es un dios que haga surf por las espaldas del cielo, pero tampoco un animal condenado a arrastrarse tan solo por la tierra. Es, somos, dicen los demonios más viejos, un ángel de pies y alas, un anfibio de lo inmortal y lo mortal, hijo de lo ideal y lo corpóreo, de la forma y la materia, de las luminosas matemáticas y el oscuro fango de los átomos. Dice el divino Platón que el alma es Eros, dios del amor y del deseo, y que Eros nació de Poros y de Penia, de la Abundancia y la Carestía, del Ser y del No ser. Entre ambos somos, llegando a ser lo que Somos, esa sombra móvil de la eternidad que es el tiempo, el tejer a destajo que es nuestra vida. Tiempo somos, es decir, movimiento, es decir, deseo o amor por lo que soñamos aún sin serlo, el anhelo que lo anima todo, eso las ánimas somos. Pero hubo un tiempo (verdadero Tiempo, eternidad, instante uno) en el que vivíamos en un Edén en compañía de los dioses o, como diría el filósofo, de las Ideas (que son lo mismo, pero sin ropa), contemplándolas con arrobo, admirados de su pura belleza, pasmados en su perfecta bondad y traspasados por esa verdad translúcida tan suya. Pero luego hubo otro tiempo (con ese luego y ese otro empezó a ser el tiempo que cuenta para los mortales) en que, por diabólica imperfección o pecado, nuestras almas, las más débiles, giraron torpemente sus alas y, rota su atenta levitación frente con frente a las Ideas, cayeron al mundo, y en el quedaron encadenoencarnadas. Algunos dicen que al caer a la pantanosa Tierra las almas dieron su forma degradada a las cosas que aquí vemos. Otros, seguramente más sabios, dicen que la oscura penumbra del mundo no es sino la estela del alma en su caída. Sea como fuere, nuestro ser se rebajó a un aquí estamos. Tras la caída todo fue inconsciencia (que es lo único que puede ser la muerte): el mundo giraba ciego alrededor del alma bella y dormida, pues la Idea que era el alma estaba vuelta a la cavernosa tierra y olvidada de sí. Pero tenía que pasar, como todo lo que está de paso, que el alma despertara. Los poetas cantan que fue por un beso. Los filósofos piensan que fue la sensación (quizás el golpe de otra alma que caía). Pero ambos coinciden en que el saber empieza por el sabor y la textura: el sabor de un príncipe besucón y matadragones, y el saber de un maestro hablador que mata la ignorancia. Tan solo el dragón que, sin espejos, irreflexivo, acusaba al sabio príncipe de serpiente corruptora, no entendió que amar a Dios es rescatar al Alma de ese desalmado y deforme monstruo que es la nada del olvido y la ceguera. Porque, como todo el mundo sabe, despertar es recordar.

Al contacto, no con el mundo (que nada es), sino con los labios de otras almas, el alma encuentra el primer reflejo y recuerdo de si misma. Ama la bella sensualidad del príncipe, pintor de sueños, y mirándose en sus poéticas imágenes, recuerda el mundo ideal del que todo procede. Busca entonces con sus ojos las Ideas haciendo brotar en lo que ve cosas y cuerpos parecidos en todo, menos en ser, a lo que busca. Y aún así les da su fuerza, la del amor, y con ellos y ella forma, como un demiurgo, el mundo que asombrados en sombra vemos. Pero este mundo de copias no basta al alma enamorada por ellas del modelo. Un beso no es realmente principesco si nos deja satisfechos. Los labios y miradas que dan vértigo y temblor son solo aquellas por las que se vislumbra el cielo. Por eso el alma joven busca y rebusca lo inmortal fuera de sí, entre la carne de mil labios de mortal y efímera belleza. Hasta que harta de la orgía de sudor sin aire de los cuerpos, el alma mira hacia arriba para respirar y es despertada, otra vez, por esos otros labios, descarnados labios de las ideas, que son las palabras. Y el alma entonces se alza enamorada de su Maestro, Príncipe que por serlo de verdad no lo parece, y entusiasmada de nuevo se hace amante de las bellas acciones y explicaciones, de lo justo y lo verdadero, y se reconoce y quiere a sí misma en las ideas que fuerzan y ordenan el mundo, y en la fuerza y orden de ese mundo de las ideas. En este amor el alma se refleja y reproduce, buscando siempre lo inmortal, no a través de los tornasolados hijos del sentido y la emoción, sino en los más luminosos frutos de la voluntad y el intelecto, y así ama al otro de sí misma por su bondad y sabiduría, y se expresa y se adueña de sí y de su otro en los nobles proyectos y en la lucidez del diálogo son sus otras razones. Y es ahora cuando al fin es el ahora de remontar el vuelo y liberarse descubriendo que nada, en realidad, la cubría. Mirándose desnuda y libre, frente con frente en las ideas, el alma se recuerda entera, recuerda lo que nunca dejo de ser y olvida el estar que fue su olvido. En ese instante en que nada le es extraño, por serle todo amable y propio, y en que se ha roto el dos de todos los espejos (hasta el de la lógica, como en la Alicia del mito) el alma comprende y es, en Uno, la Verdad y la pura Belleza y Bondad ya sin reflejos ni palabras en el tiempo. Esto es Amor. Quien lo probó, acabará por saberlo.