viernes, 15 de marzo de 2013

Elogio de la razón pura, o de cómo ser libres y buenos... Fragmentos del diario de Kant (7)


Fragmentos del diario personal de Kant 
* NOTA IMPORTANTE. El equipo de investigación de este blog no garantiza la fiabilidad de estos documentos (ni la fiabilidad de nada, en general), ni sabe de dónde han salido, ni si son verdaderos "a priori" o "a posteriori" o a "vete-tu-a saber (¡que ya eres mayor de edad!)". 

Königsberg. 26 de abril de 1784.
Hace un tiempo estupendo y las praderas de Königsberg están radiantes, así que esta tarde he decidido pasear por el campo, lejos de la ciudad, donde además mis conocidos, en su afán por agradar, no dejan de agasajarme por el éxito de mi libro, la Crítica de la razón pura, impidiéndome meditar a gusto. Tras caminar un buen rato, lejos de los caminos más concurridos, llegué ante un gran árbol y me senté a descansar y a observar, maravillado, todo lo que sucedía a mí alrededor. La naturaleza desarrollaba ante mí, con absoluta precisión y fluidez, el eterno rito de todas las primaveras. Casi podía sentir crecer las flores, buscando el sol y la fértil caricia de las abejas; las pertinaces hormigas corrían incansables en largas hileras sin un gesto de duda o curiosidad ante ese enorme ser que las contemplaba; los pájaros construían sus nidos sobre las ramas con idéntica indiferencia y habilidad; el viento esparcía las semillas sobre la tierra renovada; todo se desenvolvía como un enorme mecanismo inconsciente del que yo formo y no formo parte, con el que siento un profundo y maternal lazo, pero del que me separa mi consciencia, mi reflexión y mi… ¿libertad?... 
Justo en esto llevo pensando intensamente desde hace meses. ¿Soy yo libre? ¿O, por el contrario, soy  un "fenómeno" natural más, cuyo trayecto vital está tan exactamente determinado por las leyes de la naturaleza como el de la flor al crecer o el del pájaro al construir sus nidos? ¿Actúo entonces del mismo modo que las manzanas de Newton caen del árbol, sin elección posible, de la única manera que permiten las leyes naturales?... Esta reflexión conduce a una disyuntiva que hemos de afrontar con toda seriedad. O bien formo parte de la naturaleza, en cuyo caso no soy libre. O bien soy libre, en cuyo caso soy un ser en cierto modo...¡sobrenatural!


La primera opción me parece por principio absurda. Es un hecho, tan válido como cualquier otro, que experimento en mí la ley moral, el sentimiento del deber, la duda ante lo que he de hacer y no hacer... Ahora bien, este hecho no podría ocurrir jamás si mi alma careciera de la libertad para decidir y actuar. ¡¡La libertad es una suposición necesaria!! Pero esta suposición supone, a su vez, que hay algo en mí que desborda a la naturaleza y, en cierto modo, se opone a ella. ¿No es esto extraño?


Königsberg. 2 de mayo de 1784.
Nadie puede negar que somos personas libres y morales. Pero esa libertad moral no puede tener lugar en la naturaleza. ¿Dónde entonces? ¿Somos algo más que seres naturales? Debemos serlo. Algo hay en nosotros que escapa y sobresale a lo natural. ¿Qué es ese "algo"? Los filósofos suelen recurrir a la razón. El hombre, decía Aristóteles, es el animal racional. Esto puede explicar muchas cosas. Cuando nos dejamos llevar, como animales, por los deseos y los instintos, nos sumergimos en esa mecánica secuencia de causas y efectos que rige, sin libertad posible, la vida de todo ser natural. 
Pero cuando actuamos como personas racionales, guiándonos solo por razones, en vez de por deseos o necesidades, nos liberamos de las cadenas de las leyes naturales. ¿Es esto cierto? Solo con una condición: que cuando nos guiemos por la razón, no la empleemos como simple medio para satisfacer nuestros deseos y necesidades materiales, pues en ese caso seguiríamos siendo animales (más astutos e inteligentes, pero animales). Solo si usamos la razón, no como medio, sino como fin en sí misma, desinteresada de toda finalidad natural, podremos liberarnos del mecanismo inflexible de la naturaleza. ¡¡Solo en el uso puro de la razón podemos ser libres!!... Alguien dirá que obedecer a la pura razón (en lugar de a la naturaleza) no es sino cambiar unas leyes por otras (las de la naturaleza por las de la razón). Ahora bien, si la razón es lo que me define como persona, obedecer sus leyes es como obedecerme a mí mismo. ¿Y no es tal cosa la libertad y la autonomía? 

Königsberg. 10 de mayo de 1784.
Solo cuando me comporto de manera puramente racional soy libre y, por tanto, una persona moral, capaz de decidir entre lo bueno y lo malo. Porque ni la libertad ni lo bueno y lo malo existen en la naturaleza. En el mundo natural nada es libre (todo obedece causas y leyes físicas), ni nada es bueno ni malo (¿es malo el león que mata a la gacela? ¿es malo y culpable el terremoto que devora ciudades enteras?). Lo bueno y lo malo no pueden darse en el mundo natural, en el mundo "que es", sino en otro "mundo": el mundo de lo "que debería ser". Es decir, en el mundo ideal, el mundo perfecto de las ideas con el que nos pone en "contacto" la razón pura del metafísico. Nunca podremos tener certeza científica de ese mundo, pero como seres morales debemos de aceptarlo, pues sin él la moral carece de sentido y finalidad. Si no existiera más mundo que el "que es", ¿para qué hablar de lo que "debería ser" (aunque no sea)? 

Es en vista a la perfección de ese supuesto mundo ideal por lo que tiene sentido la ley moral que nos imponemos a nosotros mismos a través de la razón pura. ¡E insisto: solo la razón pura! Cuando usamos la razón mezclada con los deseos, como medio para justificar tales deseos (como cuando deseamos mucho algo y luego lo justificamos, a posteriori, con razones), no actuamos como seres morales. Lo bueno no es lo que subjetivamente nos interesa (y por eso lo justificamos con la razón), sino lo que es objetivamente justificable (y por eso nos interesa racionalmente quererlo). Lo bueno, si es racional, ha de ser bueno para todos, universalmente, por eso no puede estar ligado a intereses particulares y egoístas. 

Königsberg. 12 de mayo de 1784.
A muchos les extrañará este apego que muestro por la razón pura, libre del mundo sensible; sobre todo después de haberle negado todo valor en el campo del conocimiento. Pero ambas cosas no se contradicen. Es cierto que la pura razón, desligada de su relación con la naturaleza, es inservible para el conocimiento, pero eso no quiere decir que sea inservible para todo. La razón pura del metafísico no puede describir las leyes del mundo natural, pero sí que puede prescribir las leyes del mundo moral, es decir, las leyes que hablan de lo ideal, de lo que debería ser, de lo que deberíamos tener la intención de hacer...  

Estos juicios o leyes morales surgidas de la razón pura son libres porque se las pone el hombre a sí mismo, de forma autónoma, desde su parte más racional (y más propiamente humana). Y son morales porque solo ellas proponen fines ideales, perfectamente racionales, y libres de todo interés que no sea el de mi propia y absoluta realización como persona racional. ¿Y no es esa realización el máximo bien al que debe aspirar un hombre?


No hay comentarios:

Publicar un comentario