jueves, 19 de marzo de 2015

El sueño de la razón (y el insomnio de la sinrazón). Fragmentos del diario de Kant.

Fragmentos del diario personal de Kant 
* NOTA IMPORTANTE. El equipo de investigación de este blog no garantiza la fiabilidad de estos documentos (ni la fiabilidad de nada, en general), ni sabe de dónde han salido, ni si son verdaderos "a priori" o "a posteriori" o a "vete-tu-a saber (¡que ya eres mayor de edad!)". 

Königsberg. 26 de febrero de 1769. 
Hoy al fin me he despertado, después de muchos años, del sueño racionalista. Debe ser que he estado leyendo a Hume hasta muy tarde. Era un sueño bonito, grandioso, pero un sueño al fin. Soñé que con la pura razón podría conocerlo todo sin moverme, no ya de mi querido Königsberg, sino tan siquiera de mi gabinete. Soñé que, como decía Leibniz, podría deducir cualquier cosa a partir de principios evidentes y desplegar, por así decir, todo lo que ya tenía desde siempre en mí sin saber que lo tenía. ¡Con cuánta ingenuidad y fe ciega he estado soñando esto durante años (que yo recuerde, desde la escuela)! Ahora sé que es falso. La mayoría de esas verdades que la razón saca de sí misma no tienen valor alguno para el conocimiento, no añaden nada nuevo a lo que ya sabemos. Decir que “todos los cuerpos son extensos”, o que “dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí”, es como decir que “ningún soltero está casado”. Serán verdades segurísimas, cierto, necesarias y universales, imborrables por el tiempo y la experiencia (¡como que no tienen nada que ver con ella!). Ahora bien, ¿qué dicen? Casi nada. A lo sumo en ellas se analiza el significado del sujeto explicándolo en el predicado. Sí (se viene a decir), que algo sea un cuerpo significa que es extenso, claro. Y que alguien este soltero significa que no está casado. ¡Clarísimo! ¿Pero y qué? ¿De qué nos sirven estos juicios “analíticos” a priori?... El sueño de que con ellos iba a descubrirlo todo es falso y dogmático. Y no menos que ese que me convenció de que toda idea está ya innata en mi mente. ¡Narices! ¿Y cómo que no lo sé ya todo, entonces, en lugar de despertarme una y otra vez como un pobre ignorante ávido de conocimientos?... No volveré a soñar con este racionalismo pomposo y dogmático...

 Königsberg. 27 de febrero de 1769. 
(...) Hoy intenté dormir tras el almuerzo, sentía mi cuerpo pesado, pero me fue imposible. Pensaba en mi sueño racionalista de tantos años. Ahora había despertado de él, sí, pero ¿a qué?...  Me daba cuenta de que los pensamientos que me proporcionaban un verdadero conocimiento sobre el mundo (porque añadían a mi mente algo nuevo, provocando una “síntesis” entre ella y la realidad –por eso me gusta llamar a estos pensamientos o juicios “sintéticos”—), como “todos los cuerpos son pesados”, o “la Tierra gira alrededor del Sol”, dependen en muchos casos de la experiencia (son “a posteriori”), pero… ¡Eso querría decir que su verdad es tan variable y particular como ella! ¿Cómo podría yo estar seguro de que todos los cuerpos, en efecto, son pesados? ¿Iré uno por uno pesándolos y repesándolos por todo el mundo y todo el cielo? ¿O cómo se yo que la Tierra siempre girará alrededor de este Sol que nos alumbra? ¿Me procuraré la inmortalidad para comprobar que esto es algo más que un hecho pasajero?... 
Además (y esto aumentó mi insomnio y pesadez de estómago), ¿qué me dice la experiencia de la estabilidad de las cosas, o de la intervención de causas y leyes naturales? ¡Nada de nada! Como bien sabía Hume, creer que existan cosas (¡O yo mismo!), o que unas son causas de otras, no son más que prejuicios. ¿Se ven acaso tales cosas y causas? No. ¿Pero necesita mi mente creen en ellas para poder entender el mundo? ¡Sí!... Si el conocimiento de la pura razón es vacío e inútil, el conocimiento de los puros sentidos es ciego e imposible: una suma de impresiones en movimiento, sin nada estable en que fijar la mente, sin una verdad que no sea tan fugaz como el río de Heráclito. ¿Quién puede dormirse así? Si el racionalismo te hace reposar como a un niño en una seguridad dogmática, el empirismo te deshace en inquietud, sin otro descanso que la triste resignación del escéptico. En fin. Mañana será otro día. ¡Espero! Porque desde la perspectiva de Hume, ¡nunca se sabe!...  



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