miércoles, 27 de enero de 2016

Suicidio y acoso escolar

Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Correo Extremadura



Hace unos días se hizo pública la impresionante carta de despedida de Diego, un chico de once años, que se suicidó hace unos meses en Madrid para evitar ir al colegio. Se aventura la hipótesis de que sufría acoso escolar, aunque el chico no reveló nada a sus padres, ni en el colegio – dicen – tenían el más mínimo indicio de la situación. Esto no prueba, en absoluto, que no existiera tal acoso: es muy normal que un niño acosado no denuncie el caso (ni a sus padres ni al centro), no ya solo porque corre el riesgo de que se ensañen con él, sino también – y esto es lo verdaderamente grave – por vergüenza y por miedo al rechazo de los otros. No hace falta ser psicólogo para saber que un adolescente que se presenta como víctima de sus iguales compromete seriamente su “prestigio” ante el grupo, incluso ante su familia y ante sí mismo. Y esto por más que su denuncia genere comprensión y compasión en otros muchos.

Por esto, creo que la solución al problema del acoso escolar no consiste, simplemente, en vigilar y castigar, ni en pedir al niño acosado que (¡encima de todo!) se enfrente al poder y se convierta en “delator”. Nada de eso sirve para casi nada. Incluso puede ser contraproducente. Todavía recuerdo cuando, de niño (cómplice pasivo, yo mismo, de acosadores), la más leve denuncia o queja ante los profesores condenaba al acosado (que todavía tenía cierta esperanza si aguantaba, se endurecía, y se encontraba otra víctima más débil que él) a la marginación absoluta – algo mucho peor, para un adolescente, que los golpes o los insultos –.

Tampoco vale hablar de derechos y valores como el que habla de la Santísima Trinidad. La Educación para la Ciudadanía y materias afines (borradas del mapa educativo, por cierto, por la malhadada LOMCE) son inútiles si en ellas no se discute, con argumentos comprensibles y convincentes, sobre los asuntos morales que subyacen al acoso escolar. Si algo no son los niños y adolescentes es tontos. Saben que la mayoría de los discursos sobre valores que rutinariamente declaman los adultos son hipócritas y vacuos. Es difícil encontrar a algún educador que sepa dar razones realmente convincentes de por qué hay que tolerar a los que son diferentes, o ser solidario con los más débiles (cuando, además, es mucho más divertido y “natural” burlarse o aprovecharse de ellos). Cuando yo estaba en la escuela, los floridos discursos de los profesores invitándonos a compadecer o respetar al alumno marginado no servían, normalmente, más que para aumentar nuestra antipatía por él.

De hecho, casi todo lo que representa realmente la institución y la vida escolar desmiente todo discurso posible contra el acoso. Como he escuchado decir estos días al filósofo y pedagogo Juan Antonio Negrete, el colegio es, intrínsecamente, una institución dirigida al acoso. Esto es, dirigida a inculcar en los niños la “dureza de la vida”, la competencia, el afán por el triunfo o, como gusta de decirse ahora, la excelencia, tanto en el aula (en donde se violenta constantemente a los niños con instrucciones, tareas obligadas y evaluaciones diarias), como fuera del aula, en donde los chicos se socializan en torno a modelos que destilan violencia y acoso (el emprendedor voraz, el deportista agresivo y obsesionado por competir, la mujer como objeto sexual...). Maltratar al chico, casi siempre demasiado sensible o inteligente, que no encaja en esos estereotipos, es parte del proceso de afirmación de quien los cultiva. Y esos valores y estereotipos son omnipresentes. En el centro educativo donde trabajo, y como conté aquí mismo hace unos meses (“Hijo, no quiero que acabes como BillGates”, 11/10/2015), las paredes de muchas aulas están adornadas con un panfleto donde se enuncian las reglas del éxito según un famoso empresario. En realidad, tales reglas se reducen a una: que la vida es un juego cruel de ganadores y perdedores, y que hay que prepararse y endurecerse para estar entre los primeros.

Así que, si de verdad queremos que casos como el de Diego no se vuelvan a repetir, tenemos que reflexionar sobre todos esos modelos que empujan a muchos chicos (y a no menos adultos) a percibir el mundo como una jungla en la que hay que pelear, competir, vencer y humillar a otros, para ser alguien en la vida. Porque esa percepción no se corrige, simplemente, con renuevos didácticos o recursos psicológicos. Se corrige, más bien, con el desarrollo del pensamiento crítico imprescindible para que los chicos puedan relativizar y eventualmente escapar de esos valores y modelos morales que los tiranizan (tanto a las víctimas como a sus verdugos). En educación no faltan innovaciones técnicas y pedagógicas, lo que faltan son teorías y decisión para afrontar lo que nadie parece querer afrontar de modo explícito: el problema de decidir en qué modelos y con qué valores queremos y debemos educar a nuestros jóvenes. Si la escuela ha de ser un instrumento de transformación social, y no solo un reflejo servil del statu quo imperante, debemos ser capaces de cuestionar y relativizar los valores vigentes e impedir que, como se desprende de la nueva ley educativa en vigor, se eduque a los chicos como a estudiantes coreanos, más pendientes de su rendimiento que de su bienestar y su integridad como personas. ¿Saben, por cierto, cuál es la principal causa de mortandad entre los adolescentes en Corea del Sur? Adivinen. El suicidio.


5 comentarios:

  1. Buenas tardes,

    Estoy de acuerdo en toda la reflexión, pero al fin y al cabo creo que es imposible obtener algo positivo sin la implicación de generar algo negativo; en este caso el formarse, adquirir conocimientos, desgraciadamente implica en parte la competición, que dejará a unos por encima de otros, a lo que se le suma la actitud de la gente según el entorno en el que se haya criado, que podrá ser mejor o peor. Además, en los centros educativos, creo que sería importante preocuparse por el alumnado no sólo a nivel académico, pero es complicado conocer a cada estudiante para saber cuándo ayudarle con posibles problemas escolares.

    Saludos. Alejandro Martín (Bach. 2º E).

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    1. Hola Alejandro. Gracias por tu interesante comentario. Aunque no entiendo bien esa relación que supones entre aprender y competir. ¿Qué tienen que ver las calificaciones y las clasificaciones de alumnos, con que cada uno, particularmente, aprenda o no aprenda? ¿No podríamos dedicarnos a aprender, sin más -- sin calificar, numerar o clasificar a la gente --? Un cordial saludo.

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    3. Buenas noches,

      Lo que he comentado ha sido respecto a la manera de formarse y calificar existente hoy en día, así como al caso de este chico que se suicidó por acoso escolar.
      En cuanto a las calificaciones - clasificaciones en la formación del alumnado, creo que la relación se logra, por ejemplo, en cuanto un alumno comienza a sacar las mejores notas y el resto le envidia y por consiguiente inician un maltrato verbal hacia él, o gente que tenga el prejuicio de que un chaval sea mala persona con sólo observar que tiene unas notas pésimas. La enseñanza no sólo debería formar a los alumnos a nivel académico, sino además en cuanto a valores y sin calificarles por ello.

      Saludos.

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  2. Me gustaría decir que, en cuanto a las calificaciones, nos han educado de tal manera que nos hacen creer que una nota define nuestra madurez, nuestro conocimiento, nuestra educación… Un simple numerito. Lo más triste es que esto nos persigue toda la vida estudiantil, ahora que estoy en la Universidad, aseguro que es igual o peor el tema de las calificaciones. Todos peleamos (sí, me incluyo) por una Matrícula de Honor, que no es sólo un 10, sino que es una ayuda económica (muy triste pensar que la educación cueste dinero, cuando es un derecho y no un privilegio). Y luchamos por ella, porque sólo dan 1 cada 20 personas. Estoy en un grado en el que somos 21 alumnos, ¿es justo que todos tengamos la misma pasión, ganas de conocer, descubrir, ansia de transmitir lo que estudiamos y sólo uno sea "el mejor" por haber hecho un mejor examen en el que no se valora lo dicho anteriormente? Este sistema educativo crea soldados de competición sometidos a presión, y a no personas que enseñen y transmitan lo que creo que es más importante: convivir con más personas de cualquier lugar, compartir culturas y conocimientos, respetar, enseñar, saber y, a partir de todos tus conocimientos, pensar qué es mejor para ti y para los demás (poniendo en duda todo, incluso lo que crees que es obvio para ti). Si todos tuviéramos más empatía, diésemos más importancia a los conocimientos de los demás y no al físico; si en lugar de tener envidia por alguien que sabe más que tú, le pidiéramos que nos enseñe lo que tú no sabes; si intercambiásemos más conocimientos… Quizás no se suicidaran tantas personas y haríamos una convivencia un poco mejor.
    Un saludo.

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