domingo, 25 de octubre de 2020

Todo lo que quiso saber sobre la teoría de las ideas de Platón (pero nunca se atrevió a preguntar)...








La llamada “teoría de las ideas” es la teoría ontológica de Platón, es decir, la teoría platónica acerca de la realidad. Platón nunca la expuso, que sepamos, de manera sistemática. Como buen filósofo lo que hace es pensarla y discutirla, una y otra vez, tal como muestra en sus diálogos.

¿QUÉ SON LAS IDEAS PLATÓNICAS?

En sus diálogos, Platón habla constantemente de ciertas “formas” o “ideas”, con lo que se refiere al menos, a tres cosas.

Primero: aquello que permite conocer e identificar a las cosas. Es decir, los rasgos o propiedades con los que definimos a las cosas (blancura, belleza, grandeza, circularidad, etc.). Y también la suma de propiedades con que definimos a cada individuo (Sócrates, este caballo...) o a cada clase de individuos (los hombres, los caballos...). La idea de Sócrates sería la suma de propiedades que caracteriza e identifica a Sócrates (lo que Sócrates tienen en común consigo mismo en todos sus momentos y partes). La idea de hombre sería la suma de propiedades que tienen en común todos los hombres. Fijaos que estas propiedades o sumas de propiedades no son cosas concretas: se puede señalar con el dedo a una cosa blanca, pero no a la blancura; a Sócrates en este o aquel lugar y momento, pero no a la idea de Sócrates; a este o aquel hombre, pero no a la idea de hombre.

Segundo: aquello que permite que las cosas sean o tengan identidad. Es decir: la suma de rasgos o propiedades que caracteriza a algo en todos sus momentos y partes. Por ejemplo, la idea de Sócrates es lo que caracteriza a Sócrates en todo momento (sea joven o viejo), y en cada uno de los aspectos o partes de sí mismo (en cada una de las cosas que hace, en su forma de sentir, en sus deseos, sus pensamientos, etc.). Del mismo modo, la idea de hombre es lo que caracteriza a todo hombre, sea cual sea, en todo momento.

Tercero: aquello en relación a lo cual una cosa es más o menos lo que es, o más o menos buena, bella o verdadera. Es decir: el modelo ideal por el que podemos juzgar o valorar a las cosas (y en relación al cual éstas se desarrollan). Por ejemplo: algo es más o menos blanco en relación a la blancura en sí (la blancura absoluta o perfecta); Sócrates está más o menos desarrollado en relación a la idea o modelo de Sócrates (el Sócrates absoluto o perfecto); un caballo es mejor o peor que otro en relación a la idea o modelo de caballo (el caballo en sí, perfecto). Del mismo modo, algo es bueno o malo, bello o feo, verdadero o falso en relación a modelos, normas o criterios ideales (la idea de virtud, la idea de belleza, la idea de verdad...).

¿CÓMO SON LAS IDEAS PLATÓNICAS?

Una forma o idea es lo que tienen en común muchas cosas o partes distintas, y en cada uno de sus momentos (la idea de blancura es lo que –en mayor o menor grado— tienen en común todas las cosas blancas de todos los tiempos, la idea de caballo es lo que –en mayor o menor grado— tienen en común todos los caballos sean jóvenes o viejos, la idea de Sócrates es lo que tendrían en común todos los distintos momentos y partes de Sócrates). De este modo, es como si la misma idea “estuviera”, a la vez, en muchos lugares y momentos distintos, sin dividirse ni cambiar. Las ideas serían, por tanto, ajenas al espacio (lo divisible) y al tiempo (lo cambiante). Tendrían un carácter “trascendente” (lo trascendente es lo que no es afectado por el espacio y el tiempo). Por ser ajenas al espacio y al tiempo no pueden ser como las cosas físicas (ni por tanto visibles). Pero tampoco pueden ser meras cosas psíquicas o mentales, pues las cosas o fenómenos mentales (los sentimientos, deseos, pensamientos...) están sujetos al tiempo. Así pues, las ideas no son físicas (como lo es un cuerpo), ni mentales (como lo es un pensamiento), sino ideales. Aunque no se pueden ver, las ideas se pueden pensar (aunque no son pensamientos –son el objeto del pensamiento— ni dependen de los pensamientos para ser –aunque nadie piense en la belleza o en el dos, la belleza o el dos siguen siendo lo que son, según Platón—), por lo que son realidades inteligibles (captables por el intelecto o pensamiento).

¿POR QUÉ CREE PLATÓN QUE EXISTEN LAS IDEAS?

Primero: Si la realidad fuese de carácter fundamentalmente físico o psíquico, no podría ser conocida. Si las cosas fueran físicas (corpóreas y cambiantes), no podrían conocerse, pues lo corpóreo es infinitamente divisible (tiene infinitas partes diferentes, carece de unidad, de límite o fin, y es por tanto indefinible) y está continuamente cambiando (nunca es lo mismo de un momento a  otro). Algo que posee infinitas partes y que está siempre cambiando es imposible de conocer. Nunca podríamos decir: “es una misma cosa...”, pues siempre se puede dividir en dos (dos partes, diferentes una de otra). Tampoco podríamos decir: “es esta cosa...”, pues al decirlo ya sería otra (pues habría cambiado). De otro lado, si la realidad fuese de carácter psíquico o mental, tampoco podría ser conocida, pues lo mental está sujeto al tiempo y, por tanto, estaría siempre cambiando.

Segundo: Si la realidad fuese de carácter fundamentalmente físico o psíquico, no podría ser, carecería de identidad. Si las cosas fueran físicas serían corpóreas y cambiantes. Si fueran corpóreas carecerían de unidad, pues serían divisibles hasta el infinito, y carecerían de una identidad estable, pues cambiarían a cada momento. Ahora bien, nada puede ser sin unidad (sin ser “una” cosa) ni sin cierta identidad estable (sin ser "lo mismo" de un instante a otro). Dicho de otro modo, ninguna cosa sería lo mismo que sí misma (A=A), pues por ser corpórea sería siempre divisible en partes diferentes (Ap1#Ap2), y por ser temporal sería siempre divisible en momentos diferentes (Am1#Am2). Si la realidad fuese de carácter psíquico o mental, tampoco podría ser en sí misma, pues lo mental es de carácter temporal y, por tanto, estaría toda ella sujeta al cambio, por lo que carecería de identidad estable.

Tercero: Si la realidad fuese de carácter físico y psíquico, no podríamos juzgar o valorar las cosas. Por ejemplo, sin un modelo de caballo perfecto, no podríamos juzgar a un caballo concreto como mejor que otro; sin un modelo de círculo perfecto no podríamos evaluar las cosas como más o menos circulares; sin un modelo o norma de verdad no podríamos evaluar lo que pensamos y decimos como más o menos verdadero, etc. Esos modelos perfectos no pueden pertenecer al mundo físico ni psíquico: nada hay en el mundo sensible ni psíquico que sea perfecto. Tampoco lo verdadero, lo bueno o lo bello, están en el mundo físico o psíquico: la verdad no es una cosa, ni un mero pensamiento (los pensamientos pueden ser verdaderos o no), y lo mismo ocurre con la bondad o la belleza. En el mundo que experimentamos ocurren “hechos” no verdades o bondades; esta valoración de los hechos (como bueno o malos, bellos o feos, etc.), exige normas o modelos más allá de los hechos.

Conclusión: dado que el conocimiento es posible (el escéptico se contradice, pues cree conocer que nada se puede conocer), y que las cosas son y tienen identidad (si no, no podrían ser), y dado, también, que podemos enjuiciar y valorar las cosas, la realidad no puede ser fundamentalmente física ni mental. Ha de ser trascendente al espacio (lo corporeo) y al tiempo (lo cambiante). A ese tipo de realidad trascendente o ideal pertenecen las formas o ideas de Platón.

¿CUÁNTOS TIPOS DE REALIDAD EXISTEN, SEGÚN PLATÓN?

Platón habla a menudo de dos tipos de realidad o mundo: el mundo sensible y el mundo inteligible (dualismo platónico). El mundo sensible es el mundo de las cosas físicas (y psíquicas), sujetas al tiempo y al espacio, divisibles y cambiantes (nacen, cambian, mueren...). Es el mundo que se nos aparece ante los sentidos (el mundo visible o experimentable). De otro lado, el mundo inteligible es el mundo de las formas o ideas trascendentes, ajenas al tiempo y al espacio, cuyos seres (las ideas) son incorpóreos, indivisibles, eternos (no nacen ni cambian ni mueren). Es un mundo que no podemos experimentar con los sentidos, pero sí podemos captar con la inteligencia, especialmente cuando filosofamos.

De esos dos mundos, el mundo verdadero y fundamental es el mundo inteligible. El mundo sensible es descrito por Platón como un reflejo o imagen del mundo inteligible, y que no puede ser en sí mismo nada. Como hemos visto en el punto anterior, las cosas físicas (o psíquicas) no tienen ser o identidad por sí mismas (son infinitamente divisibles y cambiantes). Solo son en cuanto se relacionan con las ideas (lo unitario, lo permanente de cada cosa). Un caballo no pueden ser (ni ser pensado) sino por participar de la forma o idea de caballo. Son las formas lo que dan unidad y permanencia a las cosas. Por el contrario, el mundo inteligible existe por sí mismo. Las ideas son lo que son por sí mismas, no necesitan a las cosas físicas para ser. La idea de caballo es lo que es, y siempre será así, haya o no caballos particulares en el mundo. La idea de dos o de círculo es lo que es, aunque nadie las piense o descubra. Sin las ideas las cosas físicas (o psíquicas) no pueden ser nada. Pero sin las cosas físicas (o psíquicas) las ideas siguen siendo exactamente lo que son.

Platón establece algunas distinciones más, tanto en el mundo sensible como en el mundo de inteligible. En el mundo sensible diferencia las cosas físicas (por ejemplo, los caballos, los árboles, etc.) de sus imágenes y reflejos (por ejemplo, una pintura representando un caballo o un árbol). Esto último (las imágenes de los objetos físicos) representan para la ontología platónica el menor grado de realidad, pues dado que los objetos físicos son imágenes o reflejos de las ideas, las imágenes de los objetos físicos serían como “imágenes de imágenes” (Por esto Platón dice en ocasiones que el arte está alejado “dos veces” de la realidad).


En el mundo inteligible diferencia, en primer lugar, entre las ideas reflejadas en el mundo sensible, y las ideas consideradas en sí mismas. Las ideas reflejadas en el mundo sensible (tal como se narra en el mito de la caverna, los objetos reales no se pueden mirar directamente, sino que primero han de contemplarse reflejados en el agua, etc.) son las ideas en tanto explicación científica del mundo sensible, esto es, entendidas como hipótesis desde las que comprender y organizar los datos sensibles. De estas ideas científicas, las más fundamentales (las menos mezcladas con el mundo sensible) son las matemáticas, aunque las ideas matemáticas no dejan de tener cierta relación con lo inmanente: el espacio (la geometría) y el tiempo (la aritmética). Más allá de las ideas tal como se reflejan en las cosas sensibles, están las ideas consideradas en sí mismas, independientemente de lo sensible. La forma de tratarlas en sí mismas es pensarlas, y esto, el pensamiento puro es la actividad típica del filósofo.

Ahora bien, las ideas consideradas en sí mismas pueden ser de muchos tipos. Platón parece sugerir a veces que hay tantas ideas como cosas o individuos (por ejemplo, la idea o forma de cada caballo...), aunque casi siempre menciona ideas de género (idea de caballo, de hombre, etc.) y de cualidad (idea de blancura, grandeza, etc.), sobre todo de cualidades morales y estéticas (ideas de virtud, valentía, belleza...). En algún diálogo plantea ciertas ideas más fundamentales (las ideas de ser, identidad, diferencia, movimiento, reposo...), de las que “participarían” las demás. Pero la idea más fundamental de todas, la idea o forma de todas las demás, es la que denomina “Idea de bien”, con la que se representa la unidad y perfección que comparten todas las ideas.

¿CÓMO SE RELACIONA EL MUNDO SENSIBLE Y EL MUNDO INTELIGIBLE?

Platón explica de distintos modos (a veces de modo imaginativo o mítico) la relación entre las ideas y los seres sensibles. En algunos casos utiliza el concepto de “participación”: las cosas sensibles participan de las ideas, y por eso son lo que son (por ejemplo: algo es un caballo blanco porque participa de las ideas de caballo y de blancura). En algún diálogo, como el Timeo, Platón emplea otra metáfora típica: las ideas son el modelo de las cosas sensibles, que serían meras copias. A través de mitos (recurso muy frecuente en Platón), cuenta como un dios creador (el “demiurgo”) da “forma” o límite a la materia fijándose en el modelo que son las ideas. Otra manera, más psicológica, de entender la relación entre ideas y cosas alude al alma humana, que contiene en sí el recuerdo de las ideas y las proyecta y reconoce en las cosas sensibles al percibirlas o conocerlas (las ideas serían algo que “pone” el alma al ver las cosas, aunque esta interpretación no es literalmente platónica –Platón no dice esto-- sino una interpretación que cabría hacer de sus teorías).

¿CÓMO SE RELACIONAN LAS IDEAS? ¿QUÉ ES LA IDEA DE BIEN?

Platón no deja claro cómo es la relación entre esas realidades que son las ideas. Desde el punto de vista del conocimiento humano, se relacionan a través del pensamiento (sobre todo del pensamiento filosófico, al que Platón denomina “dialéctico”, ya veremos por qué). Desde el punto de vista de las propias ideas, podríamos interpretar que unas se comprenden en otras, hasta llegar a la idea que las comprende a todas de forma absolutamente unitaria. Esta “idea de ideas” es la “idea de bien”. Si cada idea particular representa lo unitario y perfecto de cada cosa o clase de cosas (lo unitario y perfecto de todos y cada uno de los caballos, lo unitario y perfecto de todos y cada uno de los hombres, etc.), la idea de todas y cada una de las ideas representará lo unitario y perfecto en sí mismo, es decir: la máxima unidad y perfección. Esta idea absolutamente una y perfecta ya no puede ser pensada bajo ninguna otra idea (su existencia solo puede ser “intuida” como necesaria), está “más allá de todo”, pero es lo que permite que todo sea (incluyendo a las ideas) y pueda ser conocido. Platón la simboliza con la imagen del Sol, que lo alumbra todo, permitiendo que las cosas sean y sean conocidas (pero sin que nada pueda "alumbrarla" a ella).

¿QUÉ OBJECIONES PODRÍAN HACERSE A LA TEORÍA DE LAS IDEAS?

Primera: La relación entre el mundo sensible y el inteligible es muy problemática. ¿Cómo pueden relacionarse “realidades” tan distintas? El dualismo presenta siempre este problema. El concepto de participación quizás no sea satisfactorio, pues, por ejemplo, si los hombres concretos son hombres por participar o parecerse a la idea de hombre, esto querría decir que hay otra idea, la de la forma en común de los hombres particulares con el hombre ideal, y así hasta el infinito (la forma en común de la forma en común de los hombres y el hombre ideal con el hombre ideal, etc., etc.). A esto se le llama “el problema del tercer hombre”.

Segundo: Si suponemos un mayor grado de monismo en Platón, y comprendemos el mundo sensible como una realidad aparente o ilusoria (en el fondo, las cosas sensibles no serían realidades, sino apariencias), aparece otro problema. ¿Qué tipo de realidad es lo aparente (lo que parece que es, pero no es)? 

Tercero: Para muchos filósofos, negar o minusvalorar la realidad del mundo que vemos no es admisible, pues de alguna manera la realidad de este mundo es evidente, y hay que explicarla mejor. La explicación de Platón no solo no es suficiente sino que, además, supone la existencia de otro mundo (el inteligible), lo cual lleva a multiplicar los problemas más que a resolverlos. ¿Cómo puede existir “otro” mundo distinto al que vemos? ¿Cómo se relaciona con el que vemos? Etc.

Cuarto: la existencia de realidades trascendentes (“fuera” del espacio y el tiempo) resulta también inadmisible a muchos filósofos (por ejemplo, a los filósofos materialistas o “inmanentistas”), para los cuales nada puede existir si no es en el espacio y el tiempo. ¡Ni los "fantasmas" (seres incorpóreos) ni los "vampiros" (seres inmortales) existen, diríamos en broma, no hay ángeles ni dioses, todo eso son mitos, igual que las ideas platónicas. En realidad las ideas no serían, según estos filósofos, más que abstracciones que produce la mente a partir de la experiencia del único mundo real, que sería el mundo sensible...



Aquí, la presentación de clase






 



miércoles, 21 de octubre de 2020

El mito de la caverna.



Imagina, dice Platón, unos hombres prisioneros desde niños en una oscura caverna. En ella viven atados de tal modo que sólo pueden mirar hacia la pared del fondo. Detrás de ellos se encuentra un pequeño muro y detrás de él, sin que los prisioneros puedan verlos, pasan unos extraños hombres hablando entre sí y portando objetos con figuras de cosas, hombres y animales; un poco más allá de ellos hay una hoguera. La luz de la hoguera ilumina a esos extraños seres y sus objetos de manera que la sombra de tales objetos se proyecta en el fondo de la cueva. ¿Qué será el mundo (pregunta Platón) para los prisioneros? Ellos creerán, sin duda, que la realidad serán esas sombras, así como los ecos de las voces de los portadores...

¿Pero qué pasaría si liberáramos a uno de esos prisioneros? Se quedaría asombrado al comprobar que lo que creía que era el mundo no era más que la sombra de cosas y seres que desconocía. Y si lograra salir de la cueva y ver, no objetos que figuran otras cosas, sino las mismas cosas iluminadas por el sol, se sorprendería aún más, pues comprendería que los objetos y sombras de la caverna no son sino copias de las cosas, aún más reales, que existen fuera. Mientras se acostumbrase a la luz solar, el prisionero tendría que mirar estas cosas reales en sus reflejos en el agua y otras superficies, pero más tarde podría mirarlas directamente, e incluso percatarse de que es el sol el que permite admirarlas a todas. 

Imaginaos que este hombre quisiera volver a la caverna a contarle a sus compañeros todo lo que ha visto. Al principio, y mientras se acostumbrara de nuevo a la oscuridad, se comportaría torpemente y sería el hazmerreir de todos. Pero cuando contara a los demás lo que ha visto fuera, sería aún peor: lo tomarían por loco e incluso algunos lo amenazarían de muerte. 

 


Esto es, en esencia, el contenido del mito. Aunque lo mejor es que lo leáis por vosotros mismos (en la carpeta de Textos PAU lo tenéis en una buena traducción). Una vez leído, claro, toca interpretarlo, que es lo interesante. ¿Qué creéis que nos quiere decir este mito? ¿Qué es lo que más os ha llamado la atención en él? ¿Creéis que nos revela algo importante? ¿Tiene algo que ver con vuestra vida cotidiana, o con lo que hacéis todos los días aquí en clase?

Por cierto, pulsando AQUÍ podéis escuchar el mito en nuestra versión radiofónica.

Y aquí, la presentación de clase



Y aquí nueve películas relacionadas con el mito de la caverna

martes, 20 de octubre de 2020

Platón: pensar antes de actuar.


 Aristocles, apodado Platón, es el mayor filósofo de la antigüedad, y uno de los más importantes de toda la historia de la filosofía. Discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, forma con ellos la gran triada de la filosofía griega. Es difícil exagerar su influencia. Casi toda la filosofía posterior se ha hecho con él, o contra él, pero nunca sin él. En sus diálogos expuso y discutió sobre todos los asuntos de la filosofía: la realidad, el ser humano, la verdad, la bondad y la justicia, la belleza... 

Platón nació en Atenas en el 427 a.C., en el seno de una familia aristocrática y vinculada al poder político. Parece ser que su primera intención fue la de ser poeta, pero su encuentro con Sócrates, a los 20 años, le despertó la vocación por la filosofía. 

Al joven Platón le tocó contemplar la decadencia de su ciudad tras el esplendor de la época clásica. La larga guerra del Peloponeso sumió a la democracia ateniense en una grave crisis, y acabó con la hegemonía económica y política de Atenas sobre el resto de Grecia. 
En el 404, tras la victoria definitiva de Esparta y sus aliados, los vencedores imponen en Atenas el gobierno de los Treinta tiranos. Algunos de los dirigentes del nuevo gobierno eran familiares de Platón, e invitaron al joven a participar en política, pero este se negó, espantado por la violencia y la injusticia que caracterizaba al nuevo régimen. 

 Muy poco después, cuando cae el gobierno de los Treinta y se reinstaura la democracia, Platón vuelve a albergar esperanzas, pero la actuación política de los nuevos dirigentes vuelve a decepcionarle, especialmente tras el proceso y ejecución de su amigo y maestro Sócrates, al que Platón consideraba “el hombre más justo de Atenas”.



 Convencido de que, en gran parte, la decadencia de Atenas se debía al relativismo moral difundido por los sofistas, Platón se entregó al esfuerzo filosófico por demostrar la existencia de principios y valores absolutos desde los que reconstruir la vida política. En su diálogo más conocido, titulado República, Platón esboza las lineas maestras de un nuevo régimen político basado en la educación y en el gobierno de los más sabios. 

Movido por su discípulo y amigo Dion, Platón viajó varias veces a Siracusa con objeto de poner en práctica su teoría política, aunque todos sus intentos fueron en vano. Mientras, en Atenas, funda la Academia, como un centro de investigación para filósofos.

En cierto modo, la vida de Platón parece encarnar la del sabio que, en su obra la República, se siente moralmente compelido a “volver a la caverna” a educar y liberar a los hombres.

Como podéis leer, el mismo Platón escribió sobre todo esto en esta carta (la llamada Carta VII):

"Antes, cuando yo era joven, sentí lo mismo que les pasa a otros muchos: tenía la idea de dedicarme a la política tan pronto como fuera dueño de mis actos. Entonces se produjo una revolución; al frente de este cambio político se establecieron como jefes cincuenta y un hombres. Ocurría que algunos de ellos eran parientes míos y me invitaron a colaborar en trabajos que, según ellos, me interesaban. Lo que me ocurrió no es de extrañar, dada mi juventud: yo creí que iba a gobernar la ciudad sacándola de un régimen injusto para llevarla a un sistema justo, de modo que puse una enorme atención en ver lo que podía conseguir. En realidad, lo que vi es que en poco tiempo hicieron parecer de oro al antiguo régimen; entre otras cosas enviaron a mi querido y viejo amigo Sócrates, de quien no pondría ningún reparo en afirmar que fue el hombre más justo de su época, para que, acompañado de otras personas, detuviera a un ciudadano y lo condujera violentamente a la ejecución. Pero Sócrates no obedeció y se arriesgó a toda clase de peligros antes que colaborar en sus iniquidades. Viendo, pues, todas estas cosas, me indigné y me abstuve de las vergüenzas de aquella época.
Poco tiempo después cayó el régimen de los Treinta, y otra vez me arrastró el deseo de dedicarme a la política. Pero la casualidad quiso que algunos de los que ocupaban el poder hicieran comparecer ante el tribunal a nuestro amigo Sócrates y presentaran ante él la acusación más inicua y más inmerecida. Al observar yo todas estas cosas, cuanto más atentamente lo observaba más difícil me parecía administrar bien los asuntos públicos. Entonces me vi obligado a reconocer, en alabanza de la filosofía verdadera, que sólo a partir de ella es posible distinguir lo que es justo, tanto en la vida pública como en la privada"
.[Platón. Carta VII. Extractos]



¿Qué pensáis de todo esto? ¿Creéis que es necesario pensar sobre lo que es lo justo antes de actuar en política? ¿Crees que es así, investigando sobre lo que es justo, como se llega habitualmente a la política?...






Aquí, la presentación de clase:


lunes, 19 de octubre de 2020

Diálogo entre Sócrates y Sofistófeles

Nuestro intrépido equipo de expertos del más allá filosófico han logrado (no me preguntéis cómo) invocar a dos espíritus, el de Sócrates y el de un sofista, desconocido hasta hoy, llamado Sofistófeles. El experimento se realizó en un solitario callejón de Atenas, y la energía liberada en el proceso fue tal que todos los expertos, menos uno, perdieron la conciencia. El que quedo, especialmente fornido, y al que llaman el “omoplatos”, me contó luego lo que había visto y oído. Y esto dice que fue:

Sócrates.- Ea, pues, aquí estamos otra vez. Algún maestrillo aprendiz de brujo me ha traído acá, desde otro lugar más dulce, y me obliga de nuevo a vagabundear por estas queridas callejas. ¡Hola, pero si tengo un compañero de desgracia! ¿Quién eres tú, espectro?
Sofistófeles.- Un sofista soy, Sócrates, o eso dicen de mí.
S.- ¿Uno de mis viejos amigos, acaso? ¿Eres el venerable Protágoras? ¿El incisivo Gorgias? ¿O acaso el feroz Trasímaco? Mi vista ya no es como era, y al venir del reino de la Luz, me cuesta mirarte y reconocerte.
Sf.- No soy ninguno de los que dices, y los soy todos a la vez. Allá donde purgamos nuestras penas, acusados de ser unos sinsustancia, me han amasado como una albóndiga, para que tenga algo de miga, y me han hecho uniendo los trozos de unos y de otros, y añadido alguno de la novelle cousine
S.- Ya, ya me han dicho que en esta época sois también los amos del cotarro de lo que el vulgo llama cultura y que ahora enseñáis en todos sitios con solo asomaros a unas extrañas ventanas en las realmente no estáis, pero parece que estáis.
Sf.- Sí, todo cambia para no cambiar nunca. Ahora enseñamos a través de la televisión y otras extrañas máquinas.
S.- ¿Que nada cambia, dices? ¿Has cambiado tú y has dejado de ser sofista tras tantos siglos de purgatorio?
Sf.- Aún no lo logre, Sócrates, por eso pasé el casting para esta invocación de espíritus. Sigo pensando lo que pensaba: que no hay nada de bueno ni de malo, de cierto ni de incierto, fuera del tiempo que pasa y que todo lo cambia, tanto en mí como en los otros hombres, en este lugar y en tantos otros tan diferentes. Soy un relativista, sin lugar a dudas.
S.- Entonces, mantienes, como siempre, que nada valioso existe siempre, pero que esta misma opinión tuya merece eternamente la pena.
Sf.- Siempre es bueno atenerse a la verdad de que nada hay verdaderamente bueno que lo sea para siempre.
S.- Veo que amáis tanto la paradoja, como yo la ironía. ¿Crees entonces que lo bueno y lo justo depende siempre de lo que cada uno estime como tal, en cada época, lugar y circunstancia?
Sf.- Así lo creo, Sócrates.
S.- Pero entonces, sabio Sofistófeles, qué diréis, ¿que es de lo mismo, es decir de lo bueno, de lo que tú y yo hablamos ahora, o de algo que, por ser diferente para ti y para mí, no merece ser definido por las mismas palabras?
Sf.- Las dos cosas diré, oh Sócrates, al mismo tiempo. Discutimos ambos de la misma cosa, lo bueno, pero sin que sea exactamente la misma para ambos.
S.- Entonces, ¿es tan bueno lo que yo tengo por bueno que lo que piensas tú al respecto? Si para mí es bueno llevar esta capa raída y vivir con lo puesto, y para ti vestir con elegancia y vivir en la opulencia, ¿diremos acaso que yo o tú llevemos mejor vida que el otro?
Sf. De ninguna manera, Sócrates, tan buena es tu forma de vivir como la mía.
S.- ¿Dirás entonces que mi opinión de lo bueno y la tuya son, ambas, igualmente buenas, sin que tengamos, ni sea posible, una idea igual de bondad?
Sf.- Eso diré. Es justo que cada uno conciba lo justo a su manera.
S.- Luego si digo que esto que dices no es justo, será justo que lo diga, y tu opinión será injusta, al menos tanto como justa dices que es, pues todas lo son, según dices.
Sf.- Justamente, Sócrates, me haces incurrir en contradicción. Pero eso solo demuestra que la justicia y la bondad no son cuestión de razones. Veinticinco siglos después de tus insensatos intentos, la gente ha convenido ya definitivamente que lo justo y bueno es fruto de convenciones y acuerdos entre todos.
S.- Debo ser entonces el mayor retrasado mental de la historia. Pero sigamos si lo deseas, Sofistófeles. 
Sf.- Sea, Sócrates. Ya echaba de menos estos torneos de razones.
S.- ¿Crees que los hombres convienen en lo que es justo por serlo, o más bien que lo es porque así lo convienen ellos?
Sf.- Lo segundo, Sócrates. No lo convenimos por ser justo, sino que es justo porque lo convenimos.
S.- ¿Y por qué lo convenimos entonces, si no es por que sea justo?
Sf.- Fácil. Porque nos conviene y nos resulta útil.
S.- ¿Y no estarás, entonces, llamando propiamente “justo” a lo que es útil y conveniente?
Sf.- Precisamente a eso.
S.- ¿Y sabrías responder si te pregunto entonces qué es lo útil y conveniente para todos y cada uno?
Sf.- No, por todos los dioses. Cada uno tendrá por útiles cosas diversas. Aunque me temo que vas a pedirme, aquí también, que te explique cómo es que “útil” designa lo mismo diciendo lo diferente.
S.- No, no voy a insistir en eso. Dime, mejor, que es para ti lo útil, pues esto sí que debes saberlo.
Sf.- Claro, Sócrates. Lo útil es lo que conviene a mis deseos. 
S.- ¿Y estás tú seguro de que deseas lo que te conviene?
Sf.- ¿Cómo no?
S.- ¿Quién crees que sabe mejor lo que conviene a una semilla, el experto jardinero o la semilla misma?
Sf.- El primero, está claro. La semilla se deposita al azar, sin ciencia alguna, a veces sobre la tierra en la que, sin saberlo ella, jamás va a fructificar.
S.- Pues dime ahora, ¿eres tú como la semilla o más bien como un experto jardinero de ti mismo?
Sf.- Si he de desear lo que me conviene, y no lo que me perjudica, he de ser experto acerca de mi mismo, claro está.
S.- ¿Y realmente lo eres?
Sf..- ¿Pero quién si no, Sócrates, puede conocerse mejor a sí mismo que uno mismo?
S.- Esta bien. ¿Pero de qué conocimiento hablas? ¿Del que proporciona verdades reconocibles por todos, como las que cree descubrir el experto en alguna ciencia?
Sf. Ese conocimiento no es posible. La verdad, tal como ocurre a la justicia o la bondad, es siempre relativa. Cada uno tiene las suyas, que son, siempre, las que más les conviene creer.
S. Luego tú serás conocido por ti mismo como lo que más te conviene creer que eres. Pero dime, ¿lo que conviene a algo no es lo que mejor se adapta a su naturaleza, tal como la hierba, y no la carne, al cervatillo, y la carne, y no la hierba, al león comedor de cervatillos?
Sf.- Eso he de reconocerlo.
S.- ¿Y cómo reconoces esto último como cierto? ¿Acaso también porque te conviene creerlo así?
Sf.- Cómo si no, si he de ajustarme a lo que dije antes.
S.- Pero entonces fíjate que extraño es lo que dices.
Sf.- ¿El qué, Sócrates?
S.- Que lo útil para ti es lo que más conviene a aquello que te conviene creer que conviene al que te resulta conveniente creer que eres.
Sf.- No estoy seguro de que me convenga seguir esta conversación de locos, oh, Sócrates.
S.- Pues yo creo que no hay nada que te convenga más. A ver, ¿convendrás conmigo ahora que la verdad es más útil cuando es verdad respecto a lo que son las cosas, y no respecto a lo que te conviene creer que son?
Sf.- Explícate.
S.- Si fueras marino, ¿te sería más útil creer que es el viento el que hincha las velas, o más bien que lo son las colas de las sirenas al contonearse tentadoramente?
Sf.- Lo primero me convendría mucho más.
S.- Y si fueras Sofistófeles, ¿te sería útil creer que es el alma la que empuja el cuerpo, o que más bien son sus piernas las que le llevan y le traen por sí solas?
Sf.- También lo primero que dices, Sócrates. Ahora que soy un espectro sin piernas ni brazos lo veo clarísimo.
S.- ¿Te será enormemente útil, entonces, conocer, como buen marinero de ti mismo, tanto el complejo mecanismo de cordajes y costuras que compone la vela del alma, como la fuerza y disposición de esos vientos, llamados ideas, que la mueven de un puerto a otro?
Sf.- Lo es, Sócrates. Mis maestros me enseñaron precisamente a insuflar las ideas que yo quisiera en las alas del alma de los que me escuchan.
S.- Ea, pues. Arribemos ahora a alguna conclusión. Si lo mejor es lo más útil, ¿no será mejor que cualquier otra cosa ocupar nuestro tiempo en conocer nuestra alma y las ideas que la habitan para determinar cuáles de entre ellas nos conducen a buen puerto y cuáles otras al naufragio?
Sf.- Sí que lo parece, según lo que llevamos dicho.
S.- ¿Y dime ahora, Sofistófeles, ¿crees que cualquiera que nos escuchara ahora no llegaría acaso a la misma conclusión? 
Sf.- La fuerza de las razones a eso obliga, Sócrates. Nadie puede liberarse del lazo del argumento, si no es haciéndose el loco, o siéndolo del todo.
S.- ¿Diremos entonces que lo bueno para todos es lo que la razón en cada momento dictamina, con sus mejores argumentos, y que, por eso mismo, no hay nada mejor para nosotros, mortales ignorantes, que pasar el día razonando para conocer lo que conviene, tanto a nosotros mismos como a los demás?
Sf.- No sé, Sócrates. No son pocos los que afirman que nada de lo que conocemos es seguro.
S.- Pero fíjate que, a la vez, afirman eso mismo con notable seguridad. ¿No crees que hay que ser muy sabio para saber que nada se puede saber?
Sf.- ¡Por los dioses, no dejas de ser razonable, Sócrates, pese a que dices no saber nada de nada!
S.- Y es cierto, Sofistófeles. Nada sé, pero sí creo saber cómo paliar mi ignorancia, hablando y preguntando a jóvenes tan ambiciosos de saber como tú. Por cierto,  ¿de qué dioses hablabas?
Sf.- De los de la ciudad, Sócrates, esos que nadie ha visto, pero que se aseguran de que cumplamos la ley incluso cuando nadie nos ve.
S.- ¿Crees que la gente no sabe ser justa y buena sin la vigilancia de los dioses?
Sf.- Eso creo, Sócrates. Hacen lo que les conviene y punto.
S.- Pero sin saber lo que realmente les conviene.
Sf.- Pero Sócrates, hay quien elige lo malo incluso sabiendo muy bien que no es nada bueno ni conveniente para sí mismo.
S.- ¿De qué loco me hablas? Ni el peor de los sofistas escogería lo peor creyendo saber adecuadamente lo que es mejor. Toda maldad es ignorancia.
Sf.- Pero los sofistas se tienen por sabios, y no ignorantes, y perjudican a muchos en los juicios, incluso no siendo aquellos nada injustos, siempre que alguno les pague muy bien por hacerlo.
S. ¿Y no crees que esos sabios sofistas están seguros de que les conviene confundir lo justo con lo injusto?
Sf.- ¡Claro, si así consiguen fama y dinero, aun perjudicando a otros!
S.- No solo por eso, Sofistófeles. Recuerda que, para ellos, como para tí hace un rato, lo justo y lo injusto son justamente confundibles.
Sf.- No son tan sabios, entonces, como creen.
S.- Ni tan malos como creías tú.
Sf.- No sé, Sócrates, Pero me temo que, a diferencia de ellos, ni tú ni yo seremos nunca nada en la vida. Tú por ser el vagabundo de pensamientos que eres, y yo por haberme dejado convencer por ti. Mi padre me mataría, si no estuviera ya muerto, si supiera que ando contigo, y si pudiera te mataría de nuevo a ti también.
S.- Ja, ja, ja. Tienes razón, querido. Por eso, alejémonos de aquí, donde siempre seremos pobres espectros, y volvamos al mundo ideal del que nos ha sacado este que nos escribe ahora.
Sf.- Eso. ¡Eh, tú, el que escribe, Platón de pacotilla, devuélvenos al mundo real!
Autor.- Fin.



¿Qué os ha parecido el diálogo? ¿Defenderíais el relativismo moral tras esta conversación entre Sócrates y Sofistófeles? ¿Algún asunto de los tratados en el diálogo os ha llamado especialmente la atención?

El intelectualismo moral.



Una de las teorías éticas más interesante (y minoritaria) es el intelectualismo moral (asociado tradicionalmente a filósofos antiguos como Sócrates y Platón). Su tesis principal es que para ser bueno lo único que hace falta es ser sabio. Solo el que sabe qué es lo buenopuede hacer el bien; basta con saber qué es lo bueno para quererlo y hacerlo. Esta tesis implica supuestos y consecuencias muy polémicas. Veamos.

1. LA MORAL ES UNA CIENCIA, Y ES CUESTIÓN DE EXPERTOS. Según el intelectualismo moral, lo bueno es lo que determina la razón (no el instinto, ni la emoción, ni la simple voluntad). Es posible, pues, un saber racional de lo bueno y lo malo. Las "verdades morales" son universales y válidas para todos, tal como las verdades científicas. Además, dado que la ética es una ciencia, no todo el mundo está capacitado para entender y resolver problemas morales (ni siquiera aquellos problemas que afectan a uno mismo). Son los expertos los que deben decidir sobre la bondad o conveniencia de las acciones. Del mismo modo, los asuntos de la política (qué leyes, qué forma de gobierno, etc., son justas) deben ser resueltos por expertos o sabios, y no, por ejemplo, por imposición de la mayoría (como ocurre en democracia)...

2. LA DISCIPLINA Y EL ESFUERZO SON INNECESARIOS. Si la razón nos dice que algo es bueno, querremos hacerlo, y lo haremos sin esfuerzo (o sin darnos cuenta de que nos esforzamos, como cuando hacemos algo que nos interesa mucho). Si, por ejemplo, la razón nos dice que estudiar idiomas o hacer deporte son buenos para nosotros, lo deberíamos hacer sin mayor esfuerzo. Si hace falta disciplina o “fuerza de voluntad” esto es señal inequívoca de que no tenemos claro que lo que hacemos sea realmente bueno para nosotros.

3. NADIE HACE EL MAL INTENCIONADAMENTE. LOS “MALOS” NO SON MALOS, SINO IGNORANTES. Todo el mundo actúa siempre bajo la creencia de que lo que hace es lo mejor que puede hacer, dadas las circunstancias. Nadie hace el mal a sabiendas. Incluso el que roba, mata o perjudica a los demás es porque cree que eso es lo mejor que puede hacer (que lo "bueno" es lo que conviene a sus intereses, aunque eso signifique fastidiar a los otros). Nadie es, pues, culpable de nada. Todos creen comportarse lo mejor posible (hasta Hitler creía estar haciendo un bien a sí mismo, a Alemania, a la humanidad entera). Otra cosa es que se sea ignorante y se esté equivocado, y que lo que uno cree que es un bien no lo sea. Pero entonces los "malos" no son malos, sino solo ignorantes. Y lo que hay que hacer con ellos es convencerles de que están equivocados, es decir, EDUCARLES, no CASTIGARLES o vengarse de ellos. Así, lo que hace falta para que reine la justicia no son policías ni cárceles, sino profesores (que no parezcan policías) y centros educativos (que no parezcan cárceles). El ser humano es un ser racional, no un animal irracional al que se pueda "educar" con premios y castigos (en lugar de con razones).

4. SÓLO EL SABIO ES DE VERDAD FELIZ. La felicidad no es cosa de tontos o inconscientes, como se cree a veces. Sólo el que ejercita su razón buscando el conocimiento estará en condiciones de conocerse y conocer lo que realmente le conviene. Y solo este podrá adoptar las decisiones más acertadas para encaminarse a la felicidad y "triunfar" en la vida.


5. ES MEJOR SUFRIR UN MAL A COMETERLO. Si por ejemplo consideramos que torturar es malo, es mejor que te torturen a que seas tú el torturador. Si abandonar a un ser querido es malo, es mejor que te abandonen a que seas tú el que abandones a alguien. Si insultar es malo... (etc.). La razón es que si te torturan, abandonan, insultan, etc., solo sufre tu cuerpo, solo te sientes mal (sufres emotivamente). Pero si eres tú el que torturas, abandonas, insultas, etc., tu acción implica a TODA TU ALMA, sobre todo a tu voluntad y tu razón, que son la parte más importante de ti.

¿Qué os parece esta teoría? ¿Le encontráis alguna pega? ¿Por qué creéis que es tan minoritaria?

jueves, 15 de octubre de 2020

Sócrates

A pesar de ser viejo, pobre y muy feo, Sócrates despertaba pasiones entre los jóvenes más bellos de Atenas. Uno de sus amantes, el poderoso, rico y hermosísimo Alcibíades, decía de Sócrates que era como un monstruoso Sileno por fuera, pero como un dios por dentro...

Si no como un dios, Sócrates ha pasado a la historia como una especie de "santón" filosófico, gracias, sobre todo, al retrato que nos dejó de él Platón, su discípulo más famoso.

Nacido en Atenas sobre el 470 a.C., Sócrates sufrió las penurias de la guerra contra Esparta y los vaivenes políticos que siguieron a la derrota. Fiel a sus principios hasta la muerte, fue ajusticiado por los atenienses en el 399 a.C., acusado de impiedad y de corromper a los jóvenes. 
Durante el juicio, y según narra Platón, Socrátes se mostró tan sereno y provocativo como siempre, mostrando con sus preguntas y respuestas lo infundado de las acusaciones. Pero de nada sirvió. Los atenienses deseaban descargar sus frustraciones con alguien, y esta vez el elegido había sido Sócrates, quien, para muchos, no era más que uno de esos sofistas que había estropeado a la juventud con su relativismo moral... Reacio a burlar las leyes, Sócrates acepto su condena, negándose a huir, y se despidió de sus discípulos con el más bello diálogo sobre la inmortalidad del alma que se haya escrito nunca, o, al menos, así lo describió Platón en el Fedón, una de sus obras más famosas... 



Si queréis conocer a Sócrates nada mejor que leer los diálogos de Platón, especialmente estos tres (en los que se narra el juicio y su muerte en la cárcel): Apología de Sócrates, Critón y Fedón.





Aunque para algunos de sus contemporáneos (como el cómico Aristófanes, que lo ridiculizó en su obra Las Nubes) Sócrates era un sofista más, lo que sabemos de su forma de vivir y sus ideas nos permite concebirlo como justo lo contrario...

Para empezar, Sócrates no era un sabio profesional. Su único conocimiento, decía (no sin ironía), era el de saber que no sabía nada, por lo que poco podía enseñar. 
Su única habilidad, solía repetir a todos, era la de descubrir a los demás lo poco que sabían y ayudarlos a que vencieran su ignorancia conociéndose a sí mismos. Por lo demás, se negaba a cobrar por atender a sus discípulos, pues consideraba a la filosofía como una actividad libre y desinteresada, y no como una habilidad útil para lograr el éxito o la riqueza.

Lejos del modelo moral de los sofistas, para Sócrates la excelencia humana no consistía en lograr el poder o la riqueza, sino en cuidar el alma, dotándola de sabiduría y obrando con justicia. Era famoso por su pobreza, por su control de las pasiones, y por su sinceridad descarnada.
Consideraba que las leyes había que cumplirlas incluso cuando perjudicaban nuestros intereses, y siempre que nuestra conciencia nos lo permitiera (de hecho, Sócrates se negaba a cumplirlas cuando le parecían injustas). Y tenía la peregrina idea de que "es mejor sufrir una injusticia que cometerla", pues en el primer caso solo sufre el cuerpo, pero en el segundo lo que dañamos es nuestra propia alma...

Si para los sofistas la principal habilidad del sabio era la retórica, Sócrates se preciaba de hablar directamente, sin adornos. Para él, el lenguaje no era un fin, sino un medio. Lo que importaba no era componer bonitos discursos, sino dialogar con los demás para buscar juntos la verdad. 
Su método, decía, era la "mayeútica", el arte de la comadrona, que pretendía haber heredado de su madre (eso contaba en broma), y que el aplicaba a las almas de los jóvenes para ayudarles a "parir" sus propias ideas. La técnica era muy sencilla. Consistía en hacer preguntas y mostrar al interlocutor que no sabía lo que creía saber para, a continuación, invitarlo a buscar la verdad a través del diálogo ("diálogo" significa etimológicamente "avanzar mediante razonamientos")...


Las ideas éticas y políticas de Sócrates eran casi totalmente opuestas a las de los sofistas. Si estos creían que lo justo y lo bueno eran relativos a cada hombre, Sócrates buscaba la definición objetiva y universal de esos términos, en la creencia de que sin ella era imposible convivir con los demás, o ni siquiera dirigir nuestra propia vida. Creía por eso que las leyes, más allá de meras convenciones, tenían que ser justas y buenas, y que precisamente esto es lo que las convertía en herramientas útiles para la sociedad y para uno mismo. 
Contra el escepticismo de los sofistas, Sócrates estaba convencido de que era posible conocer, con la razón, lo que uno debe y no debe hacer.
Y además, pensaba que ese conocimiento era la condición necesaria (¡y suficiente!) para ser bueno. Nadie que sepa lo que es el bien, decía, puede dejar de quererlo y de ponerlo en práctica. Y nadie que haga el mal lo hace a sabiendas de que es malo (todo mal es ignorancia) A esta original teoría (a la que se llamó luego "intelectualismo moral") le dedicaremos muy pronto una nueva entrada.




Y aquí, de nuevo, la presentación de clase. 



jueves, 8 de octubre de 2020

Máster para aspirante a sofista.


Seguimos aportando documentos inéditos en historia de la filosofía. En este que presentamos aparece el anuncio de un Máster para aspirantes a sofista del s.V a.C. Fue hallado entre las ruinas de una escuela pública griega recientemente adquiridas por un banco internacional, y es rigurosamente auténtico. ¡Auténtico, sí! ¿Qué pasa? ¿Sabéis acaso qué es auténtico y qué no lo es? ¿Lo sabe alguien? Por cierto, si os interesa un Máster como este los hay a porrillo hoy en día (y, si esperáis un poco, tal vez se os dará sin pedirlo, en estas mismas aulas). Ahí va la transcripción, realizada por nuestro equipo de expertos, del contenido de este Máster.




Escuela Panhelénica de Sofística.
Master en Retórica y Política.

Objetivos del curso.
¿Cómo triunfar en la vida? ¿Cómo persuadir a los demás de lo que quieras? ¿Cómo lograr el poder y conservarlo? ¿Cómo tener amigos influyentes? ¿Cómo ser un gran vendedor de ti mismo? ¿Cómo hacerte  millonario?... Si te inquietan estas preguntas, y fías tu felicidad en darles una conveniente respuesta, no lo dudes, este es tu Master.

Destinatarios del curso.
Alumnos de cualquier condición y con cualquier grado de formación. Se requiere ambición, espíritu competitivo, flexibilidad moral y talentos (de plata u oro). Absténganse socráticos e ingenuos (Y Evatlo).  

Profesorado.
Protágoras de Abdera. Gorgias de Leontinos. Pródico de Ceos. Hipias de Elis. Profesorado invitado: G. Marx (s. XX). F. Nietzsche (s.XX), L. Wittgenstein (s. XX), Ministro de educación (s.XXI).



Asignaturas del Master.


(Cod. 0110) Relativismo moral para todos (y cada uno).
¿Qué es lo bueno? ¿Qué es lo justo? Nadie sabe de esto más de lo que él mismo cree, quiere, siente, ve. Los valores son siempre subjetivos. Lo que es bueno para mí igual no lo es para ti y a viceversa. El hombre (cada uno) es la medida de lo bueno y lo malo. Cada alumno se tomará las medidas para averiguar lo que le conviene y, además, se evaluará a sí mismo según el criterio que el mismo determine.

(Cod. 0101) Convencionalismo aplicado.
¿Esta todo permitido o hemos de convenir normas? La materia a impartir para responder a esta pregunta y superar la asignatura se decidirá por convenio, a través de un pacto entre los alumnos y el profesor (por el que todos decidirán o en el que los alumnos acatarán lo que dicte sabiamente el profesor). En todo caso, habrán de tratarse estos dos temas: (a) La ley como condición de toda sociedad civilizada, y (b) La ley como artificioso intento de regular el derecho de los más fuertes. Para (b) se harán prácticas con el anillo de Giges. (Conferenciante invitado: F. Nietzsche, filósofo del s. XIX, quien presentará la ponencia: “Poder y derecho. ¿Por qué "los lobos" han de someterse a la ley de "los corderos"?).



(Cod. 1111) Pragmatismo práctico.
En esta asignatura se impartirá únicamente lo que es útil para aprobarla. También se informará de todo otro tipo de medios para su superación (sustracción de exámenes, confección de chuletas, ingeniería electrónica aplicada a la copia, técnicas de simulado de inocencia, etc.).
  
(Cod. 0011) Filosofía de la educación.
La educación es la llave para el triunfo. Por eso, tal como muestra este Máster, ha de estar dirigida a preparar al ciudadano para competir en el mercado, desarrollando sus mejores cualidades (ambición, espíritu práctico, conocimientos simples, claros y útiles…) y relativizando sus prejuicios morales. (Conferenciante invitado: Ministro de educación del s.XXI, quien presentará la ponencia "Educación y competitividad"). 

(Cod. 0000) Curso completo de escepticismo.
Se demostrara cualquier cosa y su contraria, a la vez que se demuestra que toda demostración es imposible, incluida ésta misma (¡Y todo, con una sola cabeza!). Habrá talleres de risoterapia epistemica: cada día nos reiremos (antes y después de la clase) de la Verdad (¿Verdad? ¿qué verdad?). 

(Sin cod.) Agnosticismo sin complicaciones.
No se hablará de lo que no se puede hablar. Conferenciante invitado: Maestro L. Wittgenstein, del s. XX, quién dirigirá los talleres “Profundización mediante el silencio” y “No meditación sobre nada”.

(Cod. 1111A) Curso fundamental de retórica y oratoria.
Los alumnos elaborarán discursos a favor, en contra, ni a favor ni en contra, y a favor y en contra de cada tema elegido al azar, de lo contrario de ese tema, de los dos temas a la vez, y de ni el uno ni el otro (todos los discursos deberán ser igualmente convincentes). Se puntuará el estilo, la disposición de las ideas, la elección de las palabras, la memorización y la presencia escénica. Se analizará el lenguaje no verbal. Se celebrarán talleres sobre psicología de masas y técnicas de sugestión emocional. Toda esta parte del Máster estará exclusivamente impartida por profesionales del teatro y la política.   




Información y matrícula.
Precios del curso: 30 minas.
Garantía de devolución si no ganas tu primer juicio, y no eres Evetlo. 
Para más información en casa del rico Calias (Atenas, Plaza del Mercado s/n).




Aquí tienes una presentación orientativa.





 Bueno, qué. ¿Te apuntarías o no? ¿Preferirías un Máster así a estas inútiles clases de filosofía?