El racionalismo sostiene que conocer algo (sea lo que sea)
consiste en poder explicar las razones por las que ese algo es lo que es.
Naturalmente esto supone creer que la realidad tiene una “estructura” racional y que todo
ocurre por alguna razón, pues si no supusiéramos una cierta simetría entre la forma (racional) de la realidad y
nuestra forma (racional) de explicarla,
¿podríamos conocer (racionalmente) algo? El mundo, para el racionalista, es matemático.
Los racionalistas más radicales piensan que, por principio, todo se puede explicar con la razón, al
modo matemático, partiendo de ciertas verdades evidentes y deduciendo de ellas
todas las demás. Leibniz incluye en ese todo
a los hechos particulares (por ejemplo, que Cesar
cruzara un día el río Rubicón o que yo
me haya levantado hoy a determinada hora). Spinoza escribió una “Ética
demostrada al modo geométrico” en la que cada pensamiento sobre lo bueno y lo
malo había de demostrarse como un teorema matemático. Todo esto refleja el
ideal, típicamente moderno, de la “mathesis universalis” (un saber matemático
que lo explicase todo de forma clara e indudable).
El origen del conocimiento ha de estar, pues, en ciertas
ideas intuidas como evidentes a la
luz de la razón. Que sean tan evidentes quiere decir que es imposible ponerlas
en duda sin incurrir en una contradicción o absurdo lógico (son lógicamente necesarias). Candidatas a este lugar de
privilegio (como pilares del edificio del conocimiento deductivo) son el cógito cartesiano (el “pienso luego
existo”), el principio de identidad (toda
cosa es igual a sí misma) y de no contradicción (ninguna cosa puede tener
propiedades opuestas al mismo tiempo y en el mismo sentido), el principio de
razón suficiente (todo ocurre por alguna razón) y el de causalidad (todo tiene
una causa), además de las ideas lógicas y matemáticas más simples. Dado que la
verdad de todas estas ideas parece necesaria y eterna (no cambia nunca), y las
cosas de este mundo son contingentes y temporales (cambian constantemente),
aquellas no pueden haberse obtenido de la experiencia en este mundo, sino que
han de descubrirse en la propia mente, como ideas innatas.
Una vez se han descubierto esas pocas ideas evidentísimas a
la razón, el resto consiste en deducir, según las reglas lógicas, el resto de
las ideas o pensamientos correctos sobre la realidad. Así, del mismo modo que
un físico matemático deduce la idea de movimiento curvo a partir de las ideas
de movimiento rectilíneo y de fuerza, un filósofo deducirá la idea de Dios a
partir de las ideas de perfección y de causa. De este modo (matemático) una
mente omnisciente podría deducirlo todo “a priori”, es decir: usando solo el
pensamiento y sin contar con la experiencia. Podría incluso deducir que “yo
estoy escribiendo esto ahora”, sin verme, simplemente conociendo mi esencia o
definición, así como la de todas las variables que me afectan, y empleando
adecuadamente las reglas deductivas. Naturalmente –repara Leibniz— esto no es
posible para una mente limitada como la nuestra, por lo que nosotros, los
humanos, necesitamos siempre un cierto conocimiento por experiencia (“a
posteriori”) si queremos saber lo que ocurre concretamente en el mundo (aunque no
para el conocimiento de las matemáticas o la filosofía).
El racionalismo ha recibido muchas críticas. Muchas de ellas
se refieren a la creencia en el innatismo de las ideas. ¿Cómo puede tener la
mente ideas antes de ninguna experiencia del mundo? (Los racionalistas
responden que sin estas ideas no sería posible ni la más mínima experiencia; no
se puede aprender “de cero”). ¿Cómo puede albergar la mente limitada de un ser
humano la idea de perfección o de infinitud? ¿O cómo la mente, siendo una realidad
de carácter temporal, puede descubrir verdades supuestamente necesarias y
eternas? (Esto va a llevar a algunos racionalistas a postular la necesidad de
un Ser perfecto o Dios que nos haya “instalado” esas ideas y verdades en la
mente).
Otra objeción corriente es esta: si todo conocimiento es posible “a priori” (ya que las ideas fundamentales y las reglas lógicas son innatas), ¿cómo es que no lo sabemos ya todo al nacer? (La respuesta del racionalista suele ser que, dada la imperfección de nuestra mente, el conocimiento requiere de la experiencia para empezar a “actualizar” o desarrollar su saber innato –esto recuerda a la teoría de la reminiscencia de Platón—).
Otra problema es que, a menudo, dos o más teorías parecen igualmente lógicas o consistentes, aunque expliquen una misma cosa de forma distinta (por ejemplo dos teorías sobre el movimiento de los astros, o sobre la naturaleza de la luz), por lo que, suponiendo que la verdad es una, hará falta recurrir a la experiencia para dilucidar cuál de ellas es la verdadera (El racionalista suele responder a esto que dos teorías no pueden ser exactamente iguales desde un punto de vista lógico y que, incluso en ese caso, el principio de unidad o simplicidad --una teoría es más verdadera si explica los mismos fenómenos de manera más simple que su contraria-- es el que debe resolver la cuestión).
Otra objeción corriente es esta: si todo conocimiento es posible “a priori” (ya que las ideas fundamentales y las reglas lógicas son innatas), ¿cómo es que no lo sabemos ya todo al nacer? (La respuesta del racionalista suele ser que, dada la imperfección de nuestra mente, el conocimiento requiere de la experiencia para empezar a “actualizar” o desarrollar su saber innato –esto recuerda a la teoría de la reminiscencia de Platón—).
Otra problema es que, a menudo, dos o más teorías parecen igualmente lógicas o consistentes, aunque expliquen una misma cosa de forma distinta (por ejemplo dos teorías sobre el movimiento de los astros, o sobre la naturaleza de la luz), por lo que, suponiendo que la verdad es una, hará falta recurrir a la experiencia para dilucidar cuál de ellas es la verdadera (El racionalista suele responder a esto que dos teorías no pueden ser exactamente iguales desde un punto de vista lógico y que, incluso en ese caso, el principio de unidad o simplicidad --una teoría es más verdadera si explica los mismos fenómenos de manera más simple que su contraria-- es el que debe resolver la cuestión).
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