Durante el siglo V a. C. aparecen en Atenas y otras ciudades los llamados "sofistas" ("sabios"). Los más conocidos son Protágoras y Gorgias, aunque también tenemos noticia de otros como Pródico, Hipias, Trasímaco, Antifonte o Critias. Sobre si los sofistas eran o no verdaderos filósofos hay una vieja discusión que comenzó en el propio siglo V. Sócrates y Platón pensaban que solo lo eran en apariencia; pero muchos de ellos pasarían hoy día por unos grandes pensadores. Juzgad vosotros mismos. Aunque los sofistas eran muy diferentes entre sí, compartían algunas características. La principal es que la mayoría de ellos se presentaban como consejeros y maestros profesionales, especialmente en relación al arte de componer discursos, manejar argumentos y hablar en público. Esto tenía su razón de ser: las habilidades retóricas empezaban a ser muy apreciadas en ciudades en las que (como la democrática Atenas) el éxito social y el poder político dependían, en gran medida, de la capacidad para expresarse de modo elocuente sobre lo que es bueno o justo en los asuntos públicos. En general, los sofistas representan un nuevo modelo educativo orientado por un nuevo tipo de moral: aquella que vincula la virtud o excelencia ciudadana con el éxito social, y este con el logro de poder; un poder que se obtiene a través del dominio de la palabra, "ese poderoso soberano -- dirá Gorgias -- que con cuerpo pequeño y totalmente invisible realiza acciones sobrehumanas".
En cuanto a su pensamiento, los sofistas destacan por haber anticipado ideas o planteamientos políticos, éticos o antropológicos (y, en menor medida, también epistemológicos y ontológicos) que nos recuerdan a los que van a tratarse en la filosofía moderna y contemporánea. Veamos sus ideas o teorías más importantes.
(1) El relativismo. Muchos de los sofistas defendieron una concepción relativista, tanto en sentido ético y político, como en sentido epistemológico. El relativismo epistemológico afirma que todo conocimiento depende en última instancia de la perspectiva de cada cual, de su entorno cultural o del tiempo en el que vive. "El hombre [cada hombre] es la medida de todas las cosas", dice Protágoras, y, por tanto, también de la verdad. No hay, pues, una verdad absoluta, sino tantas como discursos e intereses particulares (es algo similar a lo que refiere hoy la noción de "posverdad", según la cual la "verdad" es siempre un producto del discurso o el relato que interese transmitir a los demás). El relativismo epistemológico conduce al relativismo ético y político. Si no podemos conocer nada objetivamente, tampoco podemos saber qué es lo bueno o justo para todos. Según el relativista, para cada persona, en función de sus deseos, ideas o circunstancias, lo bueno podría ser algo distinto, sin que exista criterio objetivo alguno para desmentirlo. Del mismo modo, para cada cultura, ciudad o época variará el concepto de justicia (tal como, de hecho, varían las costumbres y las leyes políticas, que ya no son concebidas como algo natural, inmutable y sagrado, sino como una simple convención humana). Pese a todo, el relativismo de los sofistas no suele ser absoluto; algunos de ellos piensan que hay una serie de acciones y de leyes (la hospitalidad, el respeto a los padres, el rechazo del incesto...) que son reconocidas como buenas o justas por la inmensa mayoría de los seres humanos.(2) El convencionalismo. Gran parte del respeto tradicional a las leyes de la polis viene motivado en su supuesto origen natural o divino. Pero en el siglo V a. C., se plantea la idea de que las leyes políticas no sean más que simples convenciones o disposiciones humanas fruto de un acuerdo o imposición y, por ello mismo, variables en el tiempo y culturalmente diferentes (nótense la anticipación de la idea moderna de "pacto social" o la relación entre convencionalismo y relativismo). Según algunos sofistas, esto no tiene por qué hacer menos dignas o valiosas a las leyes, en tanto que, gracias a ellas hacemos posible la convivencia. Pero según otros, toda convención legal que no sancione la única ley política que entendían natural y universal (la ley del más fuerte o capaz) era, por principio, ilegítima e inútil (recordad, sobre esto, el mito platónico del anillo de Giges).
(4) La concepción sofística de la educación. Con los sofistas se extiende la idea de que todos los ciudadanos, sea cual sea su estrato social, pueden llegar a ser virtuosos gracias a la educación (aunque el elevado precio de sus lecciones y la limitación de la condición de ciudadano a los varones libres y griegos, no nos permite suponer que la educación fuera, entonces, un medio de garantizar la igualdad de oportunidades). Hay que añadir que la "virtud" que enseñaban los sofistas consistía, como dijimos, en dominar las técnicas retóricas que aseguraban el éxito social y el acceso al poder. Diríamos, así, que los sofistas tenían una idea mayormente pragmática de la educación, consistente en hacer al alumno competente para persuadir a los demás de la "verdad" que más conviniera a cada momento, ganar el apoyo de sus oyentes, o negociar asuntos de los que se pudieran obtener beneficios.
(6) El agnosticismo. Durante el siglo V a. C. parece que la población culta se vuelve más descreída con respecto a los mitos y la religión tradicional. Algunos filósofos antiguos, como Jenófanes (uno de los eleatas), ya había insinuado que los dioses son invenciones de los hombres y que cada cultura los creaba a su manera (los etíopes chatos y negros, los tracios rubios y de ojos claros, etc.). En esta época, la crítica a la religión se acompaña a veces de explicaciones racionales acerca de su origen o significado. Por ejemplo, se atribuye al sofista Critias la explicación de la religión como “el invento de un hombre sagaz para que los humanos respetaran las leyes incluso aunque no hubiera nadie delante (al pensar que los dioses sí que los observaban)”. Por esa misma época Demócrito daba otra explicación racional al comportamiento religioso: él afirmaba que la creencia en los dioses se debía al miedo, sobre todo al que sienten los hombres ante los fenómenos naturales. Por otra parte, el sofista Pródico mantenía la teoría de que los dioses eran el fruto de la veneración que el hombre sentía por cosas que le resultaban especialmente útiles, como el sol, los ríos, etc. En cualquier caso, la opinión más generalizada entre los sofistas parece ser la de Protágoras: “Con respecto a los dioses no puedo conocer ni si existen ni si no existen, ni cual sea su naturaleza, porque se oponen a este conocimiento muchas cosas: la oscuridad del problema y la brevedad de la vida humana”. Además, si toda creencia humana es relativa, según Protágoras, y no hay verdades absolutas, tampoco podemos saber nada de los dioses, que son entes absolutos. A esta tesis, según la cual sobre los dioses no podemos pronunciarnos, se le llama “agnosticismo”.







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